12.10.12

Los “peces malos” en la red de Pedro

A las 1:23 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : El Vaticano

“Queridos hijitos. Siento vuestras voces. La mía es una sola voz pero resume la voz del mundo entero”. Palabras inolvidables de Juan XXIII en el “discurso de la luna”. Era el 11 de octubre de 1962, cinco décadas atrás. La mañana de aquel día el “Papa bueno” había inaugurado el Concilio Vaticano II. La atención de la Iglesia universal estaba en Roma. En una noche profundamente despejada, la luna resplandecía como pocas veces. Abajo, en la Plaza de San Pedro, miles de antorchas formaban una cruz humana.

Entre aquella multitud estaba un joven teólogo, seguro de asistir a un acontecimiento histórico. Cincuenta años después aquel sacerdote alemán, Joseph Ratzinger, es el Papa Benedicto XVI. Y este 11 de octubre de 2012 se asomó a la ventana de su estudio, en lo más alto del Palacio Apostólico, para evocar aquella histórica jornada. El escenario era el mismo, con feligreses y antorchas incluidos. Pero el ambiente era distinto, marcado por la incertidumbre de un mundo decidido a dar la espalda a Dios y de una Iglesia a la cual, cada vez, le cuesta más ir contra corriente. En este contexto, vale la pena leer las palabras del pontífice en un discurso improvisado, pero igualmente sugestivo.

 

“YO TAMBIÉN ESTUVE AQUÍ”
Benedicto XVI / 11 de Octubre de 2012

Cincuenta años atrás, en este día, yo también estuve aquí en la Plaza, con la mirada hacia esta ventana, donde se asomó el buen Papa, el beato Papa Juan y nos habló con palabras inolvidables, palabras llenas de poesía, de bondad, palabras del corazón.

Estábamos felices –diría- y llenos de entusiasmo. El gran Concilio Ecuménico había sido inaugurado; estábamos seguros que debía venir una nueva primavera de la Iglesia, un nuevo Pentecostés, con una nueva esperanza fuerte de la gracia liberadora del Evangelio.
También hoy estamos felices, tenemos gozo en nuestro corazón, pero diría que un gozo quizás más sobrio, un gozo humilde. En estos cincuenta años hemos aprendido y comprobado que el pecado original existe y se traduce, siempre de nuevo, en pecados personales que pueden además convertirse en estructuras de pecado. Hemos visto que en el campo del Señor existe siempre también la cizaña. Hemos visto que en la red de Pedro se encuentran también peces malos. Hemos visto que la fragilidad humana está presente también en la Iglesia, que la nave de la Iglesia está navegando con viento contrario, con tempestades que amenazan el barco y alguna vez pensamos: “el Señor duerme y nos ha olvidado”.

Esta es una parte de las experiencias de estos cincuenta años, pero hemos tenido también una nueva experiencia de la presencia del Señor, de su bondad, de su fuerza. El fuego del Espíritu Santo, el fuego de Cristo no es un fuego devorador, destructivo, es un fuego silencioso, es una llama de bondad, de bondad y de verdad, que transforma, da luz y calor. Hemos visto que el Señor no nos olvida.

También hoy, a su modo, humilde, el Señor está presente y da calor a los corazones, muestra vida, crea carismas de bondad y de caridad que iluminan el mundo y son para nosotros garantías de la bondad de Dios. Sí, Cristo vive, está con nosotros también hoy y podemos ser felices porque su bondad no se apaga, ¡es fuerte también hoy!

Finalmente, oso hacer mías las palabras inolvidables del Papa Juan: “vayan a casa, den un beso a los niños y díganles que es del Papa”.