26.10.12

Música de lujo en tiempos de crisis

A las 7:26 PM, por Raúl del Toro
Categorías : General

 

En este artículo me voy a referir a un episodio muy concreto, pero que a mi juicio tiene una importancia simbólica no pequeña en el momento actual de la música en la Iglesia.

Un amable lector, seguidor habitual del blog, me ha informado del lío que algunos están montando alrededor de la instalación de un nuevo órgano de tubos en la parroquia de San Jaime y Santa Ana de Benidorm (Alicante). Los trabajos están finalizando y parece que alguien, indignado al conocer el precio de la obra, ha corrido en busca de resonancia a varios medios de comunicación. Uno de los que han respondido a su llamada ha titulado así su reportaje: “Música de lujo en tiempos de crisis”. 

El argumento no es muy original: ¿Cómo puede esta parroquia gastar esa cantidad de dinero en un órgano, habiendo tanta gente necesitada que ayudar? De poco ha servido que el párroco insista en que la labor de Cáritas parroquial en estos tiempos no sólo no se ha visto reducida, sino que se ha multiplicado por tres. Tampoco el que no haya ninguna subvención pública por medio -algo realmente exótico en cuestiones culturales-, sino sólo colectas entre los propios feligreses a lo largo de los años. 

Lo primero que hay que recordar, aunque no haga falta, es la obviedad de que la asistencia a las personas que lo necesitan es algo absolutamente prioritario en la Iglesia. Aún más:

Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia. (Benedicto XVI, Deus Caritas est, 25). 

Por lo tanto, sería un escándalo que una comunidad cristiana abandonase a los pobres para entregarse a otro tipo de gastos menos urgentes. No es desde luego el caso de Benidorm.

Sentado el punto anterior, hay que decir también con toda claridad que el órgano de tubos no es un lujo en la Iglesia. Al menos desde el siglo X es el instrumento tradicional y oficiosamente propio del rito católico latino. Y así fue reconocido en el Concilio Vaticano II (Sacrosanctum Concilium, 120). 

Obviamente esta recomendación no supone una obligación. Muchas iglesias, sobre todo modernas, no lo tienen por falta de medios económicos o por falta de interés. Pero cuando una parroquia, una vez cumplida su impostergable misión de ayuda a las personas en dificultades, tiene la posibilidad por el desahogo económico de su feligresía, o por una donación especial, o por la venta de una propiedad, o por cualquier otro medio legítimo, de encargar la construcción de un órgano de tubos para su culto, y así lo decide, no debería haber nada que objetar. Desde luego, nada hay desde la tradición y el magisterio de la Iglesia. Más bien al contrario. 

Ciertamente la construcción de un órgano de tubos es costosa. Como lo fue siempre la de tantas catedrales, monasterios, basílicas y parroquias. Como lo fueron tantos sagrarios, cálices, ostensorios, custodias, copones, patenas, templetes, píxides, casullas, incensarios, cuadros, esculturas, frescos, retablos, campanas, vidrieras… No sé si siempre despertaron este género de críticas y referencias a los pobres. Concepto este último, por cierto, que en boca de los que lo suelen evocar en estas situaciones presenta una fisonomía sospechosamente abstracta.

En todo caso hay que tener en cuenta que el elevado precio de un órgano de tubos no se debe a que esté fabricado con materiales lujosos, sino a que su construcción supone el trabajo durante años de todo un equipo de artesanos. El dinero que los feligreses de esta parroquia de Benidorm han reunido no se lo va a llevar ningún traficante de objetos preciosos: entre otras cosas es el sustento de los trabajadores y sus familias durante el tiempo que ha supuesto la construcción del instrumento. Me imagino que aquí, además de los sueldos, estarán incluidos los impuestos correspondientes como el IVA, el IRPF o las cotizaciones a la Seguridad Social. Dinero, por cierto, que los feligreses de esta parroquia también han sacado de su bolsillo y que entrará religiosamente en las arcas del Estado, exhaustas a día de hoy como todo el mundo sabe.

Dado que una de las notas del pensamiento dominante es la insuficiencia lógica, no ha tardado en aflorar la consabida simplificación oponiendo esta vez los emolumentos de los organeros a la labor de Cáritas. Parece que, en la opinión de ciertos filántropos a distancia, lo justo y cristiano sería que todas las parroquias con margen económico abandonaran una tradición de 1000 años y renunciaran a encargar la construcción de órganos de tubos. De este modo los organeros, en vez de seguir manteniendo a sus familias mediante este milenario oficio -que viene atravesando los siglos sobre todo al calor del culto cristiano- quedarían en paro y tendrían que sumarse a la misma lista de asistidos por Cáritas. Ciertamente hay algunos que quieren tanto a los pobres que no dejarían de producirlos. 

Las críticas a iniciativas como la de San Jaime de Bernidorm suelen venir principalmente desde dos campos. Unos son los que critican a la Iglesia siempre, haga lo que haga. Si hay un problema en la conservación de su patrimonio artístico (como en el caso del Codex Calixtinus) es que la Iglesia no está a la altura, y hay que expropiarle todo para que sea el Estado quien garantice su seguridad. Pero cuando desde la Iglesia surgen iniciativas en beneficio de este mismo patrimonio artístico, entonces es que la Iglesia se ocupa de lujos, abandona la sencillez de Jesús de Nazaret, etc. Vamos, nada nuevo ni de especial interés.

Pero también hay un problema dentro de la Iglesia. Es la pérdida del sentido de lo bello. Y no cabría hablar aquí de un sensus fidei. Cuando la fides pasa por horas tan bajas no hay lugar para ningún sensus. Mi amable comunicante me lo describía bien: 

Ni la auto-financiación del proyecto del órgano, ni el hecho de que Cáritas no se ha visto afectada por el mismo, han logrado acallar esas voces melifluas, tan semejantes a la de Judas Iscariote, cuando se quejaba del precio del perfume derramado sobre Jesús.

Esta extraña mezcla de racionalismo, catarismo, maniqueísmo, marcionismo e iconoclastia que arrasó tantas cosas en los años posteriores al Concilio Vaticano II no ha cesado aún en su ola destructora. Es esta patología reciente la que hace incomprensible para no pocos católicos actuales el torrente de belleza que ha engendrado la liturgia de la Iglesia a través de los siglos, y que se concreta en arquitectura, pintura, escultura, música… y órganos. 

Por eso, de todo este incidente que acabo de conocer, lo que más me preocupa es esta frase que he leído en un periódico al hacerse eco del asunto de Benidorm: 

(…) este instrumento, ideado principalmente para conciertos debido a su complejidad pero que también podrá utilizarse para la liturgia (…)

El uso principal del órgano en las iglesias debe ser la liturgia. Es el espacio que ha permitido su incomparable desarrollo técnico a lo largo de la historia, es la función que ha propiciado la mayor y mejor parte de su repertorio, y es el contexto en que el órgano de tubos encuentra la plenitud de su significación meta-musical y teológica. Reducir el futuro de los órganos de las iglesias a los conciertos y audiciones puntuales que se puedan organizar es dejar el terreno preparado para incomprensiones como la sufrida por el nuevo órgano de San Jaime de Benidorm. Y es además una ruptura total con la tradición de la Iglesia, no muy lejana en este punto a la de los calvinistas del siglo XVI.