28.10.12

Justicia y disciplina en la Iglesia, ¿para qué?

A las 7:10 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : El Vaticano

La sociedad actual busca desesperadamente coherencia. En los políticos, en los maestros, en los empresarios y en los hombres de Dios. El mundo contemporáneo no ofrece seguridades espirituales, ni sólidos puntos de referencia morales. Por ello, quizás, el testimonio de vida brindado por algunos miembros de la colectividad cobra un peso superlativo. Y, viceversa, la incongruencia genera tedio, molestia, indignación. Esto parece responder al deseo del hombre de reforzar su propia identidad, en un contexto de incertidumbres. Cabe aquí la pregunta, ¿vale una Iglesia donde cada quien haga lo que se le antoja?

Para responder a esta espinosa interrogante, recuperamos el discurso completo del cardenal Raymond Leo Burke, prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, a la asamblea plenaria del Sínodo de los Obispos que comenzó el 7 de octubre pasado y concluyó oficialmente este domingo. Justamente el purpurado se cuestiona cómo es posible que los católicos sean congruentes y creíbles ante el mundo, si muchos de sus miembros no siguen los preceptos de la Iglesia. Y, además, aborrecen cualquier disciplina.

Hace notar Burke que después del Concilio Vaticano II, la “euforia” liberal hizo creer a muchos que la Iglesia terminaría convirtiéndose en una enorme asociación de amor y paz, donde cada quien pudiese desarrollarse a su gusto. Sin límites, sin orden, sin reglas.

Pero el cristianismo no es una secta “new age”. Nos guste a no Jesús dejó claro su camino y el mismo implica, justamente, congruencia. He ahí el sentido de la justicia eclesiástica. Y también de la disciplina. Dos realidades que, a más de uno, parecen excesivas, obsoletas, caducas. Más bien son las vías maestras para asegurar un mínimo orden. No por mero fariseísmo, ni conservadurismo, sino para poder transmitir coherentemente la fe en el mundo actual.

 

COHERENCIA ENTRE LA VIDA Y LA FE
Card. Raymond Leo Burke

El Instrumentum laboris nos recuerda que el testimonio de la fe cristiana es una respuesta adecuada a los problemas existenciales, especialmente porque dicho testimonio supera la falsa fractura existente entre el Evangelio y la vida (cfr. Nº 118). Pero, para que tenga lugar el testimonio de la fe que hoy necesita urgentemente el mundo, se requiere dentro de la Iglesia la coherencia entre la vida y la fe.

Entre las más graves heridas de la sociedad se encuentra, en la cultura jurídica, el alejamiento de su raíz objetiva, es decir, metafísica, que es la ley moral. En los últimos tiempos, este alejamiento se ha acentuado mucho, manifestándose como una auténtica antinomia (contradicción entre dos preceptos legales ndr) que pretende hacer que sean legales unas acciones intrínsecamente malas, como el aborto inducido, la concepción artificial de la vida humana con el fin de proceder a experimentos con la vida del embrión humano, la llamada eutanasia de quienes gozan del derecho preferente a nuestra asistencia, el reconocimiento legal de las uniones de personas del mismo sexo equiparadas al matrimonio y la negación del derecho fundamental de la conciencia y de la libertad religiosa.

Lamentablemente, la antinomia consolidada en la sociedad civil ha contagiado también durante el postconcilio a la vida eclesial, al asociarse por desgracia a las llamadas novedades culturales. La euforia postconciliar, tendiente a la instauración de una Iglesia nueva bajo la bandera de la libertad y el amor, ha favorecido enormemente una actitud de indiferencia hacia la disciplina de la Iglesia, o incluso de hostilidad. Por tanto, la reforma de la vida eclesial deseada por los padres Conciliares ha sido, en un cierto sentido, impedida o incluso traicionada.

Dedicados como estamos a la actual nueva evangelización, tenemos el deber de poner como base el conocimiento de la tradición disciplinar de la Iglesia y el respeto al derecho en la Iglesia. El cuidado de la disciplina de la Iglesia no equivale a una concepción contraria a la misión de la Iglesia en el mundo, sino que es una necesaria atención para poder testimoniar coherentemente la fe en el mundo. El servicio, ciertamente humilde, del Derecho Canónico de la Iglesia también es completamente necesario. En efecto ¿cómo podríamos testimoniar la fe en el mundo si ignorásemos o descuidásemos las exigencias de la justicia en la Iglesia? La salvación de las almas, fin principal de la nueva evangelización, tiene que ser también, siempre, en la Iglesia “la ley suprema” (can. 1752).