29.10.12

 

Mucha gente se me queja de lo pesaditas que suelen ser las homilías en las misas dominicales. Pesaditas y lo que es peor: sobre todo inútiles.

Lo de pesaditas tiene sobre todo un motivo: que no se preparan o se preparan de forma defectuosa. Desde que me ordené sacerdote mantengo una costumbre no sé si sana, pero que me viene estupendamente. Y es que no salgo jamás a predicar sin un esquema escrito, que a veces no es más que cuatro líneas ordenadas, pero siempre algo delante.

La razón es la de saber por dónde empiezo, qué voy a decir a continuación y cuándo y cómo acabo. Sin el esquema a uno se le va la cosa, no se acuerda de lo que va a decir, improvisa y sobre todo es incapaz de acabar, por lo que se mete en una sucesión de tópicos y frases hechas buscando rematar la faena que hacen el asunto ciertamente tedioso.

Pues si además de pesaditas son inútiles, entonces apaga y vámonos.

¿Por qué digo inútiles? Porque yo creo que uno tras la homilía debe salir con inquietudes y sugerencias que yo llamo “operativas”. Me explico.

Si yo hablo a mi gente del amor de Dios y a Dios, diciendo que Dios me pide un corazón inflamado de amor que le alabe y bendiga cada segundo de mi existencia, eso es una cursilería, una memez y algo que vaya usted a saber cómo se hace. Una inutilidad, vamos. Si hablando de eso les animo a rezar unos minutos cada día, o a pasar alguna vez por la iglesia a rezar serenamente, quizá lo puedan hacer.

Si les digo que hay que amar a los pobres con un amor universal, sintiendo en el corazón la miseria de cada hermano que sufre dolor ahí donde se encuentre y ofreciendo la vida como oblación unida al amor de Cristo pues más de lo mismo si no consigues aterrizar. Pero si yo les hablo de la pobreza que hoy acude a cada despacho de Cáritas y les sugiero un kilo de arroz, una limosna o un rato de vez en cuando, posiblemente lo tomen en cuenta.

No es igual predicar la bondad de Dios, la solidaridad con la humanidad sufriente, el aprendizaje continuo de la experiencia de Dios, la celebración gozosa del misterio de Cristo, el triunfo de la vida en cada primavera, que la oración cristiana cada día y sus posibilidades, la ayuda a Cáritas en alimentos, dinero o voluntariado, la lectura del evangelio y el catecismo, la celebración correcta de los sacramentos y la defensa de la vida desde su concepción hasta su fin natural.

La gente se aburre porque no preparamos las homilías, nos enrollamos como persianas, no decimos nada y encima nos quedamos tan a gusto pensando que con lo del amor existencial al hermano que sufre, la experiencia profunda de Dios en el fondo de las entrañas del creyente, el compartir la vida con todo hombre que padece, la celebración gozosa del don de la vida, la sanación de mis zonas erróneas y aleluya kumbayá los hemos dejado flipando.

Aunque la realidad es que esas homilías la gente las agradece mucho: no comprometen a nada y puedes aprovecharlas para pensar en la comida del lunes.