2.11.12

Reparar más allá de la muerte

A las 12:18 AM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

Sin la existencia del purgatorio carecería de sentido la conmemoración de los fieles difuntos. No rezamos por los santos, por aquellos que ya han llegado a la meta, sino que nos encomendamos a ellos. Tampoco por los condenados, ya que se han autoexcluido de modo definitivo de la comunión con Dios y con los hermanos. Rezamos, eso sí podemos hacerlo, por los fieles difuntos. Por los que, como dice bellamente la liturgia, “nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz”.

Las representaciones del purgatorio pueden engañarnos. Sería erróneo imaginar el purgatorio como un infierno temporal. Tiene que ser algo muy distinto. El purgatorio es el estado que experimentan aquellos que mueren en paz con Dios y con los demás pero que, no obstante, necesitan purificarse de las marcas que las consecuencias de sus pecados han dejado en su alma. Nada que no sea santo puede entrar en la presencia de Dios. Hay una incompatibilidad absoluta entre Dios y el pecado. Para ver a Dios se necesita la limpieza del corazón.

En la vida terrena encontramos ocasiones para reparar por las consecuencias de nuestras culpas. No basta solo con arrepentirse o con recibir el perdón. Cada acción, si es negativa, puede provocar nuevas acciones negativas. Una mentira, una deslealtad, un agravio, genera probablemente nuevas mentiras, nuevas deslealtades, nuevos agravios. Se abre una cadena de la que, de antemano, no conocemos el último eslabón.

Por mucho que dure, la vida terrena es corta, breve. Cabe pensar que no siempre, cuando esta vida llega a su fin, se habrán extinguido los efectos de nuestros malos pensamientos, de nuestras malas acciones o de nuestras omisiones. Y Dios, en su misericordia, permite que se restablezca la justicia. Nos da, por así decirlo, la oportunidad de reparar más allá de la muerte.

En eso consiste el purgatorio, en poder reparar más allá de la muerte. El encuentro con Cristo, nuestro Juez, nos hará tomar conciencia de la trascendencia de nuestras obras. Él nos mirará con misericordia y su mirada nos avergonzará por nuestras injusticias. Será amargo saber que nada, incluso para mal, ha sido en vano. Será amargo reconocer la poca fidelidad, el mucho egoísmo, la falta de correspondencia.

Lo más sensato es pensar que, quizá, el purgatorio sea lo que nos vamos a encontrar mañana. No todos. Habrá quienes, por vía de martirio o de santidad no martirial, puedan gozar inmediatamente después de la muerte de la gloria del cielo. Habrá quienes – Dios nos lo evite – vean ratificado su “no” para siempre. Pero yo ya me conformaría con el purgatorio. Y hay una razón muy clara: podrá ser mejor o peor, pero su única puerta de salida es la que conduce al cielo.

Y la fe nos dice algo más: podemos ayudar a quienes viven ahora esa etapa. Existe la comunión de los santos; es decir, nunca estamos solos, salvo que hayamos peleado por esa soledad. Si peregrinamos por la tierra, los que ya están en Dios nos ayudan. Pero también nosotros, mientras somos peregrinos, podemos ayudar a los fieles difuntos. Podemos ofrecer por ellos buenas obras, que ayuden a restablecer la justicia: los ayunos, la oración y, sobre todo, el santo sacrificio de la Misa.

Cuando ofrecemos la Santa Misa por un difunto nuestra oración ya no es solo nuestra oración. Es la oración de la Iglesia, Esposa y Cuerpo de Cristo, que el Señor hace suya incorporándola al diálogo, a la intercesión, que el Hijo, permanentemente – en el Espíritu Santo - presenta ante el Padre.

Buen día, el de los fieles difuntos. Una conmemoración cargada de fe, de esperanza y de unión en la caridad.

Guillermo Juan Morado.