La bestia astuta

 

El hombre que ya ha entendido con su razón y su inteligencia esta verdad sobre su ser y sobre su dignidad, siendo capaz de respeto al otro por caridad con él, ya no vive para la gestión de su lujuria como la bestia astuta de Spaemann

05/11/12 12:03 PM


El filósofo alemán Robert Spaemann, en su ensayo «El rumor inmortal», define muy gráficamente el modelo antropológico del postmodernismo laicista de raíces nihilistas como el de la «bestia astuta». Se trata de la concepción del hombre como un simio especialmente evolucionado, dotado de una singular inteligencia o astucia que lo diferencia de otros animales sin dejar de serlo. Dice Spaemann que este hombre moderno que «se tiene a sí mismo como una bestia astuta» ha renunciado a llegar al conocimiento de la verdad y ocupa la mayor parte de su tiempo en cómo gestionar su lujuria, en cómo satisfacer sus apetencias, deseos e intereses y en cómo estar en la mejores condiciones para lograrlo. «Para una tal bestia no puede darse nada parecido al conocimiento de Dios [...] Ocupados solamente en gestionar la propia lujuria consideran loco a todo disidente que se tome algo en serio, como por ejemplo, la verdad». Se trata de un hombre que negando la ley natural la ha sustituido por «la ley del deseo» que lo somete, y eso lo ha alejado de Dios. O en palabras de Santo Tomás de Aquino «el placer desordenado es la causa del odio a Dios».

En los componentes de la sexualidad animal de las especies más evolucionadas como los mamíferos y las aves, la Zoología analiza tres parámetros instintivos determinantes para la perpetuación de la especie. Por un lado está el deseo, es decir la atracción sexual biológicamente natural. El animal se siente atraído hacia cualquier individuo del sexo opuesto de su especie. Por otro lado está el afecto, mediante el que se selecciona ritualmente uno de entre todos los individuos de sexo complementario, generalmente el mejor dotado de entre los disponibles, que se usará en función de unos intereses marcados por el instinto de conservación y de perpetuación. Y por último lo que se llama el vínculo de apego, que es el que predispone a mantenerse unido con el individuo concreto deseado por la atracción sexual y seleccionado por el afecto. Tal vínculo se mantiene en la mayoría de los animales durante el periodo de cría y desaparece cuando las crías son autónomas, momento en el que también desaparece el interés afectivo de un individuo por otro.

En el hombre estos tres componentes puramente animales también están presentes, es decir existe la atracción sexual hacia el sexo opuesto, la tendencia a seleccionar por los afectos y las emociones a un sólo individuo del otro sexo y a mantenerse unido con él a través del vínculo de apego. Sin embargo en la sexualidad humana interviene un factor diferencial con respecto a las bestias, en la sexualidad de los individuos más desarrollados y mejor adaptados interviene la caridad hacia el otro, es decir el amor. Se piensa en el otro no como en objeto para satisfacer los intereses propios sino con la preocupación y el celo por colmar sus aspiraciones.

Mediante esa caridad «el yo» toma conciencia de la dignidad propia y de la del «del otro» igual, de su valor, y ello lo mueve al respeto. Esa caridad hacia el otro implica la consideración de compañero con el que se comparte la vida, no de simple «pareja» con la que se cohabita temporalmente como los animales. El hombre, culmen de la evolución animal, que alcanza la plenitud de su desarrollo es aquel que se ha dado cuenta de que es un animal digno y que es eso lo que lo diferencia del resto. Ese respeto al que le mueve haber tomado conciencia de su dignidad y de la del otro semejante, a diferencia de las bestias, modula en el hombre plenamente desarrollado y emocionalmente maduro los instintos básicos: modula la atracción sexual, modula los afectos y modula el vínculo de apego. En el hombre el vínculo de apego se mantiene de por vida porque las crías humanas siguen necesitando de unos progenitores unidos por el resto de sus vidas aun cuando se hayan emancipado, cosa que no ocurre en los animales.

Por tanto, el hombre que ya ha entendido con su razón y su inteligencia esta verdad sobre su ser y sobre su dignidad, siendo capaz de respeto al otro por caridad con él, ya no vive para la gestión de su lujuria como la bestia astuta de Spaemann, sino que vive para encontrar la verdad y una vez encontrada actúa responsablemente conforme a sus exigencias. En esa verdad encuentra su libertad para actuar al margen de el determinismo del instinto animal, de apetencias egoístas, o de modas mundanas. En esa verdad de la caridad hacia el otro encuentra la razón para un noviazgo respetuoso, para un matrimonio indisoluble, para la apertura a la vida en cada acto conyugal, para acoger a cada uno de los hijos concebidos, para una vivencia de su sexualidad plenamente humana. En esa verdad encuentra la fuerza para resistir a modas, a tentaciones o imposturas ideológicas. En esa verdad se hace hombre y persona aprendiendo a vivir para darse al otro semejante y deja de ser sólo una bestia especialmente astuta en la que la astucia es usada para sacar provecho de otra bestia. Porque no ha renunciado a la verdad ha sido libre para actuar con conocimiento y vive sin remordimiento.

Por el contrario el hombre que se tiene a sí mismo como una bestia astuta y que vive para la gestión de su lujuria a costa del otro, vive en la amargura de una insatisfacción continua,en la neurosis del eros y el tanatos, esclavizado por sus apetencias animales, apasionantes en su imaginación, decepcionantes en su materialización y que lo sumen en un traicionero remordimiento. Lope de Vega gritaba la angustia en estos versos de «La Dorotea»:

«Oh, gustos de amor traidores,

sueños ligeros y vanos,

gozados, siempre pequeños

y grandes imaginados»

La cuestión final es si los dirigentes de los destinos del orbe deben ser las bestias astutas o los animales dignos, si queremos ser respetados o si debemos permitir que la astucia sea utilizada para que saquen provecho de nosotros. La cuestión es qué vamos hacer cada uno de nosotros, en quién nos vamos apoyar y qué espíritu nos va a mover para reconquistar esa dignidad que la bestia trata de arrebatarnos desde el génesis de la humanidad. En quién vamos a confiar y si vamos a demostrar la confianza con la obediencia. A quién vamos a obedecer y frente a quién nos vamos a rebelar y combatir. En definitiva se trata de elegir si queremos ser bestias astutas o personas dignas, si viviremos con el objetivo de cómo gestionar con eficiencia todas nuestras «lujurias» o con el objetivo de encontrar la verdad en la caridad. Libertad o esclavitud. Verdad o engaño. Vida o muerte.

 

Esteban Rodríguez Martín