5.11.12

 

Como bien nos cuenta Juanjo Romero en su blog, el Presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, Cardenal Koch, sigue haciendo «ecumenismo» del bueno: decir la verdad. Con caridad, pero la verdad. Y lo ha hecho ni más ni menos que ante el Sínodo General de la Iglesia Luterana Unida de Alemania (VELKD), que está al cargo de los preparativos de los 500 años de la Reforma protestante que tendrá lugar en 2017.

Este cardenal, del que algunos temían que seguiría la misma senda que el cardenal Kasper, ha resultado ser un purpurado que gusta de llamar al pan, pan y al vino, vino. Guarda las formas, sin duda, de tal manera que no tiene empacho en llamar iglesias a quienes -recordemos la Dominus Iesus- no lo son, pero no se anda con rodeos a la hora de definir la Reforma protestante como un error y un pecado. Cierto que los culpables de dicho pecado no se encuentran solo en el lado protestante. La corrupción moral de gran parte del clero europeo, los abusos en el tema de las indulgencias, la simonía, etc, eran desgraciadamente el pan nuestro de cada día en amplios sectores de la Cristiandad de principios del siglo XVI. Pero, como he dicho en otras ocasiones, cuando Dios quiere limpiar su Iglesia de escoria, manda santos y profetas, no herejes ni cismáticos. Y a fe que Dios envió santos en ese siglo, que fueron instrumentos de la verdadera reforma, a la que el concilio de Trento puso un marco incomparable.

De hecho, no se puede evitar llegar a la conclusión de que si, tal y como Carlos I reclamó insistentemente, el concilio tridentino se hubiera celebrado antes, es probable que los efectos desintegradores de la unidad eclesial producidos por la Reforma protestante, se hubieran podido paliar en buena medida. Pero jugar a la ucronía no nos sirve de gran cosa, así que dejemos la historia donde está y no elucubremos más sobre lo que pudo ser y no fue. Si acaso, aprendamos la lección y entendamos que cuando desde el gobierno de la Iglesia se deja pasar el tiempo sin poner soluciones para atajar los problemas, es la propia Iglesia, y sus fieles, quienes sufren las consecuencias.

Las palabras del cardenal Koch no han sentado bien demasiado bien a los protestantes. El obispo luterano de Munich, Heinrich Bedford-Strohm, le preguntó si no pensaba que la Iglesia del Vaticano no debería pensar en reformarse en su camino hacia la unidad y apuntó que “es necesario reflexionar juntos sobre la base de la iglesia apostólica primitiva".

Y el portal informativo protestante más importante en lengua castellana, Protestante Digital, explica así las reacciones al discurso del cardenal católico:

Las reacciones no fueron especialmente entusiastas entre quienes se habían creído el ecumenismo católico como un diálogo y acercamiento, y sí con cierta sorna por los muchos que siempre han visto el ecumenismo católico como “la unidad del lobo que quiere devorar al cordero para poder llegar a ser uno", en palabras de José Cardona, primer secretario ejecutivo de la Federación evangélica española (Ferede).

Por supuesto, para ellos el lobo es la Iglesia Católica y el cordero el rebaño protestante. Y, para qué vamos a decir otra cosa, al afirmar tal cosa no hacen sino ser fieles a los principios enseñados por los principales reformadores protestantes, que lo más lindo que dijeron del papado y de la Iglesia Católica fue que eran el anticristo y la gran bestia del Apocalipsis. Es cierto que no todos los protestantes evangélicos son hoy tan radicales. Es cierto que muchos creen que aunque la Iglesia Católica no es la Iglesia de Cristo, hay bastantes católicos que sí pueden ser considerados como cristianos. Pero, al menos en España, sus representantes oficiales van la senda de la radicalidad y no por la de las buenas palabras y palmaditas hipócritas en la espalda. Se podrá discutir si eso es bueno, malo o regular. Pero que es, ¡¡ES!!

El caso es que alguien tan poco sospechoso de ser contrario a la Reforma como Martín Lutero, ya dijo que la misma había tomado una deriva un tanto peculiar:

“Hay tantas sectas y opiniones como cabezas. Este niega el bautismo; el de más allá cree que hay otro mundo en el nuestro y el día del juicio. Unos dicen que Jesucristo no es Dios; otros dicen lo que se les antoja. No hay palurdo ni patán que no considere inspiración del cielo lo que no es más que sueño y alucinación suya.”
(Grisar, Lutero).

Como he señalado con anterioridad, Lutero era una especie de pirómano que se escandalizó del fuego que él mismo había creado. La falta de unidad inherente al protestantismo -que parte del falso dogma del libre examen- apareció en el principio de la Reforma y continuó a lo largo de los siglos. El propio Calvino supo ver la gravedad de esa realidad. Leemos lo siguiente en un documento aprobado por teólogos calvinistas en el año 2007:

Las ideas de Calvino acerca de la comunidad cristiana, su voluntad de mediar en temas controversiales como la Eucaristía, y sus esfuerzos interminables por construir puentes en cada nivel de la vida eclesiástica representan todavía un enorme reto. Calvino desafía a las iglesias a entender las causas de la continua separación y, de acuerdo con las Escrituras, hacer lo posible por la unidad visible mediante el compromiso con esfuerzos ecuménicos concretos, con vistas a lograr la credibilidad del Evangelio en el mundo y la fidelidad de la vida de la iglesia y su misión.

Calvino estaba ciertamente preocupado por la desunión entre los protestantes. Es más, dado conocía bien los excesos de Lutero a la hora de tratar a los que no decían sí y amén a todo lo que él decía, el francés afincado en Ginebra llegó a escribir del alemán que “aún si me vilipendiase y me llamara un demonio no obstante le consideraría uno de los destacados siervos de Dios“. Conmovedor, viniendo de quien se burló de los gritos que pegó en una hoguera genebrina el hereje arriano Miguel Servet.

A Dios gracias, los cristianos hemos dejado de solucionar nuestras diferencias doctrinales a base de guerras, hogueras y todo tipo de violencia física. Uno de los logros del movimiento ecuménico ha sido la construcción de puentes afectivos, personales y en no pocas ocasiones institucionales, entre unos y otros. Si solo sirviera para eso, ya habría merecido la pena. Y todo lo que se haga para profundizar en ese camino será digno de elogio.

Ahora bien, no parece posible que para lograr una unidad deseada por Cristo, cada cual renuncie a ser lo que es. No hay verdadera unidad sin verdad. Y la verdad es que, doctrinalmente, eclesialmente, e incluso espiritualmente, el protestantismo y el catolicismo son en muchos aspectos como el agua y el aceite. No se pueden mezclar. El protestantismo no va a renunciar a sus “solas” ni al libre examen. Y la Iglesia Católica no va a aparcar su doctrina sobre la Tradición, el papel del Magisterio, el papado y doctrinas como la comunión de los santos, los dogmas marianos, etc.

Dijo el cardenal Koch que espera con optimismo «una declaración conjunta en los próximos 30 años» sobre la doctrina de la sucesión apostólica. Y yo pregunto: aunque se alcanzara ese hito, ¿de qué va a servir si vemos que la declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación ni siquiera fue aceptada por centenares de teólogos luteranos ni por la iglesia luterana de Dinamarca, por no decir del rechazo que recibió del resto del protestantismo?

En la Iglesia Católica existe una autoridad eclesial central que puede llevar a que determinados acuerdos con denominaciones protestantes (luteranos, anglicanos, etc) sean aceptados por los fieles. En el protestantismo no existe tal autoridad eclesial. Jamás ha existido y, conociendo lo que son, jamás existirá. Es más, es contraria a su misma esencia. Cuanto antes lo asumamos, mejor. Eso no significa que no podamos seguir llamándonos hermanos ni mejorar nuestras relaciones. Si no pueden vernos juntos en plena comunión, al menos que no nos vean peleados.

Luis Fernando Pérez Bustamante