15.11.12

Cardenal Pell en noviembre, presentando el plan de respuesta de la Iglesia ROSLAN RAHMAN / AFP / Getty Images

No es nuevo. En Estados Unidos, Irlanda o Suiza ya se intentó, por todos los poderes «ejecutivo, legislativo o judicial», a raíz de los casos de abuso sexual a menores. Ahora toca Australia.

Reconozco que para un no católico el tema puede ser incomprensible. La película «Yo confieso» de Alfred Hitchcock y protagonizada por Montgomery Clift no tuvo el éxito esperado precisamente por eso, no se terminaba de entender. En el secreto profesional hay límites que ni siquiera el sigilo sacramental puede saltarse, por ejemplo, aún en caso de que peligre la vida del sacerdote (como en la película) puede revelarse nada, que sin embargo sí es un eximente del secreto profesional.

Esta semana comienza en Australia una «Comisión Real» que investigará los abusos a menores cometidos en todos los ámbitos, civiles, educativos, religiosos. La mayoría de los abusos se producen en el entorno familiar y en el educativo. Pero no me cabe ninguna duda que los titulares se los llevará la Iglesia (y algunos con razón, todo hay que decirlo).

En este contexto la Primer Ministro, Julia Gillard, y muchos otros parlamentarios han exigido que los sacerdotes que tengan conocimiento en confesión de pecados de pederastia los denuncien a la policía.

El Cardenal Pell ha recordado que

Si el conocimiento se tiene fuera del confesionario, debe ser comunicado. Pero el secreto de confesión es inviolable. Si el sacerdote sabe de antemano la situación, en todo caso, puede negarse a escuchar la confesión.

Que la señora Gillard, o el ministro de Justicia no lo entiendan entra dentro de lo aceptable, habrá que aclararlo las veces que sean: nada justifica que se rompa el «sigilo», porque por muy horrible que sea el pecado para Dios no lo es.

Que quien no lo haga sea otro obispo, aunque sea emérito, es una insensatez. Supongo que será estado senil o de facultades mermadas. El obispo Geoffrey Robinson, declaró que el Cardenal Pell «no estaba en sintonía con todos los obispos de Australia» y que él «estaría dispuesto a romper el sigilo sacramental para denunciar un abuso», ¿de qué pensará que habla?. Declaraciones dolorosas cuando ha habido mártires por no revelar nada de lo oído en confesión.

Los sacerdotes, en los casos en los que el penitente confiesa un crimen pueden animarle a enfrentarse a su propio pecado y que haga lo correcto. Nada más. Ni siquiera pueden contarlo a petición del interesado (CIC, 1.550)

El sigilo –sello– obliga:

  • por derecho divino: en el juicio de la confesión, establecido por Cristo, el penitente es el reo, acusador y único testigo; lo cual supone implícitamente la obligación estricta de guardar secreto,
  • por derecho natural: en virtud del cuasi contrato establecido entre el penitente y el confesor,; y
  • por derecho eclesiástico (CIC, 983).

Además está protegido y reconocido en muchas legislaciones civiles.

Es un buen momento para explicar qué es la confesión, y animar a ella. También, como dice el Cardenal Pell, una ocasión para «limpiar el aire» y «separar la realidad de la ficción» con respecto a la actuación de la Iglesia, en especial en los últimos tiempos. No está de más recordar que el cardenal fue acusado falsamente de cometer abusos, el día del juicio la mentirosa víctima, viendo lo que le estaba cayendo al obispo se arrepintió y confesó su falsa acusación.

De aquella época de sufrimiento, no sólo salió absuelto, también engrandecido a los ojos de sus conciudadanos, y con una sensibilidad especial en este tema.