16.11.12

“Vatileaks”, el perdón y la justicia

A las 6:51 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : El Vaticano

Dos meses de prisión. Esa fue la sentencia dictada por el tribunal del Vaticano contra el informático de la Secretaría de Estado, Claudio Sciarpelletti, por el delito de “encubrimiento” al ex mayordomo papal, Paolo Gabriele, en el caso “vatileaks”. Una pena que puede parecer insignificante pero que se convirtió en un balde de agua fría cuando fue pronunciada el pasado 10 de noviembre en los juzgados del Estado pontificio, justo detrás de la Basílica de San Pedro. Y es que, objetivamente, los jueces contaban con pocos elementos decisivos en contra del imputado. Por eso la sanción es interpretada como una clara señal en un escenario turbulento.

Es verdad, el informático cambió de versión en tres ocasiones cuando se vio obligado a explicar el origen de un sobre encontrado en su oficina laboral a fines de mayo, que contenía material delicado y fue descubierto por la Gendarmería Vaticano durante un careo. El paquete tenía una etiqueta que reportaba la frase: “Personal. Paolo Gabriele”. Contenía correos electrónicos impresos y un reporte también incluido en el controvertido libro “Su Santidad. Las cartas secretas de Benedicto XVI” de Gianluigi Nuzzi.

Cuando los gendarmes pidieron explicaciones a Sciarpelletti, este dijo que había recibido el sobre de Gabriele pero después de haber pasado una noche en una celda de seguridad modificó su versión, sosteniendo que la había recibido de Carlo María Polvani, su jefe en la Oficina de Información y Comunicación de la Secretaría de Estado.

Más tarde el informático cambiaría versión, argumentando no recordar el origen del sobre. Ante sus versiones contradictorias los jueces lo citaron a comparecer, junto al mayordomo infiel. Originalmente habían propuesto procesarlos juntos, pero a petición de la defensa celebraron dos juicios distintos.

Mientras para el caso Gabriele la fiscalía no debió esforzarse mucho ya que el imputado fue descubierto con “las manos en la masa”, con cientos de documentos robados, en el caso Sciarpelletti las cosas no fueron tan claras. Porque a él sólo le encontraron un sobre que no contenía documentos confidenciales del Papa y basados en tal prueba no se le podía acusar de “concurso” en el de robo cometido por su amigo, el mayordomo. Tampoco procedía la complicidad. Entonces los magistrados vaticanos se aferraron al delito de “favoreggiamento” (encubrimiento), configurado prácticamente como “obstrucción a la justicia”.

Según el código penal vigente en El Vaticano el encubrimiento puede tener una pena de hasta cinco años, pero el promotor de Justicia (fiscal), Nicola Picardi, pidió únicamente cuatro meses reducidos a la mitad por la aplicación de las atenuantes. En esos términos y por ser tan corta, la sanción quedará suspendida y no será incluida entre los antecedentes penales del condenado.

Estos últimos dos detalles no conformaron ni a Sciarpelletti ni a su abogado, Gianluca Benedetti. Tampoco al propio Polvani, que había sido llamado a testificar a nombre de su subordinado informático. Todos mostraron estupor y desconcierto cuando el presidente del tribunal, Giuseppe Dalla Torre, pronunció la palabra culpable. Esperaban la declaratoria de no culpabilidad, sin rodeos.

La defensa estaba segura que la acusación no tenía elementos para sustentar la obstrucción a la justicia. Y su estrategia fue demostrar que el imputado cambió versión por estrés y nerviosismo, además de probar que la información del sobre procedía de Paolo Gabriele. Por eso el mayordomo también atestiguó, y confirmó haber entregado él la información. Aún así esa estrategia no era inatacable, tenía algunos puntos débiles.

De ellos se colgaron los magistrados para dictar una sentencia. Una decisión judicial que, en sí misma, pareció contener un mensaje claro a todos aquellos que, en la Curia Romana, están acostumbrados a emprender batallas subterráneas a golpe de expedientes que circulan en sobres lacrados. Guerras a baja intensidad de las cuales nadie habla pero que, como el sol, siempre están. Confrontaciones que en el pasado respetaban un límite pero que, con el “vatileaks”, superaron cualquier frontera tolerable.

En este renglón parece inscribirse la decisión de Benedicto XVI de no conceder el indulto a su ex mayordomo, Paolo Gabriele. Cuando el tribunal vaticano lo condenó a 18 meses de prisión por el delito de “robo con agravantes”, muchos daban por hecho que el Papa le concedería la gracia, incluyendo el vocero Federico Lombardi, quien calificó públicamente al indulto como una posibilidad “concreta y verosímil”.

Pero el gesto de misericordia nunca llegó y actualmente Gabriele paga su culpa en una celda vaticana. Algunos sostienen que esta insólita situación se debe a un capricho del cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado de la Santa Sede. Argumentan que el Papa ya perdonó a su mayordomo, quien le habría pedido perdón en una carta personal enviada semanas antes del proceso. Y para sostener sus dichos aseguran que, como respuesta a esa misiva, Joseph Ratzinger envió a su ex colaborador un libro de salmos firmado por él mismo.

Es verdad, esa carta existe. Fue entregada a través de la comisión de tres cardenales que investigó el escándalo “vatileaks”. Pero quienes conocen su contenido aseguran que el mismo fue calculado fríamente, para obtener un resultado judicial, pero que lejos está de ser una verdadera solicitud de perdón.

De todas maneras los defensores a ultranza del mayordomo olvidan que, en el pensamiento del Papa, existe una diferencia sustancial entre perdón y justicia. Muchas pruebas lo demuestran. Entre otras sus declaraciones a bordo del avión que lo condujo en un viaje apostólico en Portugal, el 10 de mayo de 2010. En esa ocasión, refiriéndose al tercer secreto de Fátima, Benedicto XVI señaló: “La más grande persecución de la Iglesia no viene de los enemigos de afuera, sino que nace del pecado en la Iglesia y que la Iglesia, por lo tanto, tiene necesidad de reaprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender por una parte el perdón, pero también la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia”. Más claro…