22.11.12

El Papa y la virginidad “sin reservas” de María

A las 1:11 AM, por Andrés Beltramo
Categorías : Benedicto XVI

Este jueves salió a la venta en 50 países el más reciente libro de Benedicto XVI, “La infancia de Jesús”. Se trata del texto que completa la trilogía dedicada a Cristo, la obra culmen del teólogo Joseph Ratzinger y quizás la último que produzca por fuera del magisterio (más allá de los documentos estrictamente pontificios). Entre otras cosas este volumen el Papa aborda un tema que, en el pasado reciente, ha despertado encendidas polémicas: la virginidad de María. Al hacerlo corrigió –aunque no abiertamente- a su connacional y amigo Gerhard Ludwig Müller. Y no sólo, también modificó la plana nada menos que a San Agustín. Con una enmienda clamorosa.

Sus 133 páginas y su lenguaje claro, hacen de este libro el más fácil de la saga. Aunque el título puede engañar un poco al lector ya que gran parte del relato se ocupa no tanto de los primeros años de vida de Jesucristo sino del periodo que pasa entre la anunciación a la Virgen y la adoración de los Reyes Magos. No por esto es menos interesante y sus cuatro capítulos se pueden leer de un respiro, si se quiere.

Respecto de la virginidad de María, como ya mencionamos, desató un encendido debate el pensamiento del actual prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe de la Santa Sede, Müller, expuesto en su manual “Dogmática. Teoría y práctica de la teología”, editado por Herder en 1998. En dos pasajes del texto (leer completos aquí) el ex obispo de Ratisbona parece sostener –de una manera rebuscada- que el alumbramiento virginal del salvador no está ligado a los dolores del parto, sino a la “disposición de la madre a creer”.

Sobre la interpretación a lo escrito por Müller los teólogos se han dividido, entre otras cosas porque el obispo intentó explicar cuestiones biológicas relacionadas con el hecho sobrenatural del nacimiento del hijo de Dios, propiciando no poco desconcierto entre quienes le han estudiado. En cambio Benedicto XVI fue mucho más claro y directo en su “Infancia de Jesús”. Escribió:

“Entonces, ¿es cierto lo que decimos en el Credo: Creo en Jesucristo, su único hijo (de Dios), nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen?

La respuesta es un sí sin reservas. Karl Barth ha hecho notar que hay dos puntos en la historia de Jesús en los que la acción de Dios interviene directamente en el mundo material: el parto de la Virgen y la resurrección del sepulcro, en el que Jesús no permaneció ni sufrió la corrupción. Estos dos puntos son un escándalo para el espíritu moderno. A Dios se le permite actuar en las ideas y los pensamientos, en la esfera espiritual, pero no en la materia. Esto nos estorba. No es éste su lugar. Pero se trata precisamente de eso, a saber, de que Dios es Dios, y no se mueve en el mundo de las ideas. En este sentido, se trata de ambos campos del mismo ser-Dios de Dios. Está en juego la pregunta: ¿Le pertenece también a la materia?

“Naturalmente, no se pueden atribuir a Dios cosas absurdas o insensatas o en contraste con su creación. Pero aquí no se trata de algo irracional e incoherente, sino precisamente de algo positivo: del poder creador de Dios, que abraza a todo ser. Por eso, estos dos puntos –del parto virginal y la resurrección real del sepulcro- son piedras de toque de la fe. Si Dios no tiene poder también sobre la materia, entonces no es Dios. Pero sí que tiene ese poder, y con la concepción y la resurrección de Jesucristo ha inaugurado una nueva creación. Así, como creador, es también nuestro redentor. Por eso la concepción y el nacimiento de Jesús de la Virgen María son un elemento fundamental de nuestra fe y un signo luminoso de esperanza”.

Por si esta cita no fuese lo suficientemente clara, Ratzinger la precedió de un largo análisis sobre el paralelismo que algunos autores (Eduard Norden y Martin Dibelius) han pretendido realizar entre el nacimiento de Jesús y la generación divina de los faraones del Antigüo Egipto. La explicación del Papa deja en claro que en el mundo egipcio la venida al mundo virginal de los descendientes de los patriarcas era meramente alegórica mientras, en el caso de Cristo, es simplemente real. Y no parcialmente, sino total.

Pero la enmienda más clamorosa de su libro se encuentra en la página 41 de la edición española, donde Benedicto XVI no sólo corrige a San Agustín, sino que lo exhibe como ignorante de la cultura judía. Claro, lo hace con argumentos y diplomacia, como es su estilo.

Todo viene a cuento de la reacción de María al anuncio del ángel, cuando le comunica que será la madre del Mesías. Ella preguntó: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. Ratzinger se interroga sobre el por qué la joven respondió con un cuestionamiento tan incisivo, siendo que ya estaba comprometida con José. Y esto escribió:

“María no duda. No pregunta sobre el qué, sino sobre el cómo puede cumplirse la promesa, siendo esto incomprensible para ella: ‘¿Cómo será eso, pues no conozco varón?’. Pero esta pregunta parece inexplicable para nosotros, puesto que María estaba prometida y, según el derecho judío, se la consideraba ya equiparada a una esposa, aunque no habitase todavía con el marido y no hubiera comenzado la comunión matrimonial.

A partir de Agustín, se ha explicado la cuestión en el sentido de que María habría hecho un voto de virginidad y se habría comprometido sólo para tener un varón protector de su virginidad. Pero esta reconstrucción está totalmente fuera del mundo judío en tiempos de Jesús, y parece impensable en este contexto. Pero, ¿qué significa entonces esa palabra? La exégesis moderna no ha encontrado una respuesta convincente.

“El enigma de esta frase –o quizá mejor dicho: el misterio- permanece. María, por razones que nos son inaccesibles, no ve posible de ningún modo convertirse en madre del Mesías mediante una relación conyugal. El ángel le confirma que ella no será madre de modo normal después de ser recibida en casa por José, sino mediante ‘la sombra del poder del Altísimo’, mediante la llegada del Espíritu Santo, y afirma con aplomo: Para Dios nada hay imposible”.

Serafines susurran.- Que el derecho de crónica periodística en El Vaticano no significa lo mismo que en el resto del mundo. Al menos en cuanto al libro del Papa, este sobre la infancia de Jesús. Ya que por “órdenes superiores”, no mayormente precisadas, todos los periodistas que asistieron a la presentación del texto -este martes 20 de noviembre en Roma- debieron cumplir unas absurdas (y miopes) reglas.

Y escribí “debieron” porque finalmente no las cumplieron. Por tan absurdas que eran. Me explico. Normalmente los editores organizan eventos públicos para presentar sus libros con el objetivo de darlos a conocer no sólo a las personas presentes sino, más bien, para captar la atención de los medios informativos. Ellos les aseguran publicidad gratuita que, después, redunda en mayores ventas. Por eso suelen entregarse copias de cortesía a los reporteros. Una inversión mínima, considerando el retorno potencial.

Compete finalmente al periodista decidir si escribirá o no sobre el libro, en qué términos y qué partes del mismo considerará útil citar públicamente, dando el crédito debido. Esa es la libertad de crónica, la capacidad de escribir sin filtros ni condicionamientos.

Pero en El Vaticano ese criterio pareció no existir esta semana. Porque al recibir una copia de la “Infancia de Jesús”, los corresponsales recibieron también una carpeta de prensa con tres escuálidos extractos del libro del Papa (elegidos arbitrariamente no se sabe por quién) que eran los únicos “autorizados” para ser citados. Es decir, teóricamente, no se podía mencionar ninguna otra parte del texto. So pena de una denuncia judicial. Una regla jamás vista, de risa.

Claro que los extractos no censurados eran los menos interesantes. No incluían, por ejemplo, los párrafos arriba consignados y que se refieren a la virginidad de Jesús. Por eso, mea culpa, reconozco que he violado las normas impuestas. Convencido que al pensamiento de un gran teólogo como Joseph Ratzinger no se le puede encerrar. Ni convertir en prisionero de los designios unilaterales de unos baratos mercaderes. Aunque pertenezcan al más refinado mundo editorial.