Cartas al Director

Pirómanos y bomberos

 

 

"En tiempos de crisis, la imaginación es más efectiva que el intelecto"

Albert Einstein

 

César Valdeolmillos Alonso | 24.11.2012 


En el año 1976, en plena transición, no había día que no se escuchara un tema que popularizó el grupo Jarcha, y que llevaba por nombre: “Libertad sin ira”. Tan popular se hizo que se convirtió en un himno no oficial de aquel momento histórico. La letra de este tema contenía las siguientes estrofas:

Dicen los viejos que hacemos lo que nos da la gana
y no es posible que así pueda haber
Gobierno que gobierne nada.

Dicen los viejos que no se nos dé rienda suelta
que todos aquí llevamos
la violencia a flor de piel

Pero yo sólo he visto gente muy obediente hasta en la cama
Gente que tan sólo pide vivir su vida
sin más mentiras y en paz.

De estas estrofas de la canción me quedo con dos conceptos. El primero es el que dice: “Gente que tan sólo pide vivir su vida, sin más mentiras y en paz”. Esa era la gran ilusión del pueblo español en aquel momento en el que iniciábamos juntos una nueva andadura. Hoy, transcurrido más de un tercio de siglo, que gran frustración sentimos los que pusimos la vista en aquel horizonte, para poder vivir cada uno nuestra vida sin más mentiras y en paz.

Me pregunto si en todo este tiempo, de todos los gobiernos que nos han desgobernado, ha habido alguno que no nos haya mentido. Algunos, como los de Zapatero, hicieron de la mentira su bastión y razón de ser, incluso antes de acceder al poder. Y la mentira, como nos pone de manifiesto la experiencia, solo trae como consecuencia otra más para encubrir la primera, otra posterior para ocultar las anteriores y así sucesivamente. Es una cadena sin fin que va aprisionando a su autor, haciendo que este se encierre en la soledad de sí mismo, desdibujando su imagen y desvaneciendo su credibilidad hasta el extremo de que nadie llegue a creer en él y él llegue a no creer en nadie.

El segundo concepto con el que me quedo de la canción de Jarcha, es el que dice: “…aquí llevamos la violencia a flor de piel”. La mentira, es violentar la confianza de los demás, no solo con lo que decimos, sino lo que es peor y mucho más grave: con lo que ocultamos.

Cuando la barbarie reinaba en el mundo, la violencia del más fuerte se ejercía individualmente mediante un objeto contundente. Hoy, la contundente falsedad de la palabra, violenta a toda una sociedad hasta destruirla.

¿Es pequeña violencia talar el varias veces centenario bosque de los medios de producción de un país, hasta el extremo de dejar yermo lo que fue su fértil suelo productivo?

¿Es pequeña violencia provocar con la ocultación y la mentira premeditada, la dramática epidemia de un paro endémico, que por la fuerza de la desconfianza, aún hoy sigue causando estragos entre los trabajadores españoles?

¿Es pequeña violencia, el que como consecuencia de ese proceso de devastación de una gran parte de la fecunda tierra que es el tejido productivo, más de 300.000 familias se hayan quedado sin techo que las cobije?

¿Es pequeña violencia hacer de un país que vivía en armonía, una tierra de buenos y malos?

¿Es pequeña violencia alentar el delirio separatista de unos pocos en perjuicio de unos muchos?

¿Es pequeña violencia posibilitar el encumbramiento al poder de la serpiente asesina y afrentar a las víctimas con el desprecio y la ignorancia por la enfermiza megalomanía de un espejismo como era el querer pasar a la historia como la persona que acabó con el terrorismo a costa de lo que sea?

¿Es pequeña violencia hacerse cargo de un país que era un Titanic y conducirlo hacia el iceberg que habría de situarlo al borde del naufragio?

La creencia popular mantiene que por donde pasaba el caballo de Atila, no volvía a crecer la hierba o al menos tardaba muchos años en volver a dar fruto. Y eso es lo que le ocurrió a nuestra España, a la que el zapaterismo convirtió en el empobrecido y desmantelado solar heredado.

Sacrificios sin fin, incontables amarguras, ríos de lágrimas y años —posiblemente más de los que se nos dice— nos costará el que el suelo calcinado por el incendio nostálgico del socialismo de Zapatero, vuelva a dar fruto. Y ahora, en el mayor alarde de cinismo y desvergüenza, cuando se cumple el año en la lucha por frenar las consecuencias de la catástrofe heredada, vemos como los pirómanos que causaron el incendio, acusan a los bomberos que intentan apagarlo, de los estragos que ellos mismos produjeron.

Ya sabemos que Rajoy es gallego y que si te encuentras a un gallego en mitad de la escalera, nunca sabrás si sube o baja. Es posible que con la amplia confianza que el pueblo le otorgó en las urnas, hubiese sido conveniente tomar otras medidas, antes que las que ha tomado. Es posible que el mayor peso del ajuste hubiese podido recaer sobre otros sectores. En cualquier caso, lo que nadie puede negar, es que contra el despilfarro incontrolado, el único camino a tomar era el de la austeridad.

La realidad es muy dura, pero precisamente por ello, no podemos caer en la sima del abandono, del pesimismo o la desmoralización. Hemos de resistir y luchar con la esperanza de que tras un invierno siempre llegará una primavera, así que no nos sentemos para lamentarnos y aprestémonos todos juntos a la tarea para reparar el daño causado.

 

César Valdeolmillos Alonso.