26.11.12

El Niño y la Cruz

A las 2:32 PM, por Germán
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En la Vigilia de Adviento de hace un par de años –la Vigilia por la Vida Naciente- decía Benedicto XVI, que la Iglesia continuamente reafirma cuanto declaró el Concilio Vaticano II contra el aborto y toda violación de la vida naciente: «La vida, una vez concebida, debe ser protegida con el máximo cuidado».

Es especialmente hermosa la Misa de Gallo en la que celebramos de la forma más solemne el nacimiento del Salvador. Cuando entonamos el antiguo Adeste fideles, venid y adorémosle son dos palabras que repetimos varias veces. Venid adorémosle, es una invitación a ponernos en camino a Belén para adorar a un Niño llamado Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Lo adoramos besándolo con cariño y sabiendo que adorar según su raíz latina es besar.

También en la emotiva ceremonia de Viernes Santo, la adoración de la cruz, nuestra oración es la misma: Te adoramos, oh Cristo, y te glorificamos. Mientras los fieles procesionalmente caminan hacia la cruz, de acuerdo a las rúbricas del Misal se entona el Pange Lingua, que es un himno de gloria precisamente: Que canten nuestras voces la victoria de este glorioso combate; que celebren el triunfo de Cristo en el nuevo trofeo de la cruz, donde el Redentor del mundo se inmoló como vencedor / Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles: ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos.

La pedagogía de Dios es esta: hacernos pasar por los signos terrestres para llegar luego a las cosas celestiales. Mientras vivamos en la tierra hemos de contentarnos con descubrir a Dios a través de los signos. La cruz es el signo del amor sacrificado.

Se ha dicho que la Iglesia descubrió después del Concilio de Trento que puede acercarse al Niño Jesús y sacar nuevas enseñanzas de su debilidad, dirigiendo su mirada hacia los episodios que mostraban la tierna inocencia de aquel que había nacido para morir en la cruz. Así, encontramos, imágenes del Niño Jesús cargando la cruz sobre sus hombritos, sosteniéndola o abrazándola, incluso recostado sobre ella, mostrando la corona de espinas o con una espina clavada en una de sus manos, con la columna de la flagelación o rodeado de los instrumentos de la pasión, triunfante de la muerte y del pecado, culminando el suplicio de la pasión en su muerte y resurrección, en algunas estampas se lo muestra acompañado de un corderito.

Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el «Cordero de Dios que quita los pecados del mundo» (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is53, 12) y el cordero pascual símbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14; cf. Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: «Servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10, 45). (Catecismo, 608).

También en la Iglesia Oriental existe la práctica de bordar en los vestidos el signo de la cruz durante la Navidad, se presenta la figura del Divino Infante con los brazos extendidos tal como estaba en la cruz. De este modo se presenta la unidad del misterio de la redención, que es uno solo desde el madero del pesebre hasta el madero de la cruz. La pobreza, el abandono, el rechazo que sufrió Jesús en la cruz, los experimentó ya desde su nacimiento.

En efecto, el Niño Dios, no nació en una cuna regia sino en una cruz, porque las puertas cerradas de Belén prefiguraron el abandono del Calvario. Nació el Emmanuel como todos los demás: débil, impotente, que llora, que tiene hambre y sueño.

La Presentación en el Templo, a la vez que expresa la dicha en la consagración y extasía al viejo Simeón, contiene también la profecía de que este Niño está puesto para ruina y resurrección de muchos de Israel” (Lc 2, 22-35) señal de contradicción.

A poco de su nacimiento Herodes ordenó la matanza de los niños inocentes. José, María y el Niño tuvieron que huir a Egipto. Como dice el Catecismo:

La Huida a Egipto y la matanza de los inocentes (cf. Mt 2, 13-18) manifiestan la oposición de las tinieblas a la luz: «Vino a su Casa, y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 11). Toda la vida de Cristo estará bajo el signo de la persecución. Los suyos la comparten con él (cf. Jn 15, 20). Su vuelta de Egipto (cf. Mt 2, 15) recuerda el éxodo (cf. Os 11, 1) y presenta a Jesús como el liberador definitivo (530).

El Niño Jesús es crucificado en cada niño abortado. La perversa teoría del fin bueno es el motivo  por el que cada año, cincuenta millones de niños no llegan a ver la luz por causa del aborto; de ellos, la mitad perecen bajo el amparo de las leyes abortivas. La Madre Teresa de Calcuta dijo que uno de los mayores destructores de la paz es el aborto, pues significa una guerra contra los niños inocentes, asesinados por sus propios padres. ¿Si aceptamos que una madre puede matar a su propio hijo, cómo podemos decirle a otras gentes que no se maten unos a otros? (…) Cualquier país que acepte el aborto no está enseñando a amar a su gente, sino a usar la violencia.