Cartas al Director

La delgada línea roja entre lo público y lo particular

 

 

“La clase alta está profundamente corrompida y su egoísmo la lleva; para satisfacer su afán de lucro, su amor al poder y otras pasiones; a las tentaciones más antisociales”

Flora Tristán
Escritora y pensadora feminista francesa

 

César Valdeolmillos Alonso | 30.11.2012 


Discurriendo por una calle pequeña, en un espacio de no más de dos manzanas, vi que había tres personas de las denominadas “guarda coches” no autorizados, turnándose para obtener un euro cada vez que un coche aparcaba en sus inmediaciones. Esta escena era sumamente expresiva del grado de necesidad al que hemos llegado. Excuso decir, si acudo a las cifras de Cáritas y otras estadísticas como pueden ser el número de personas que han perdido su trabajo; el  de empresas que han cerrado sus puertas o el de las personas que se han quedado sin hogar. Y por si no fuese ya bastante dolorosa esta situación, el Fondo Monetario Internacional, nos anuncia que el próximo año —para el cual se nos decía que en el último trimestre empezaríamos a remontar la crisis— será aún peor que este.

Como contraposición a este dramático mapa social y humano, inmediatamente me vino a la mente el escándalo que constituyeron las bochornosas manifestaciones hechas en sus respectivas comparecencias parlamentarias, por esos dos individuos llamados, Moltó y Blesa, ex presidentes de Caja Castilla la Mancha y Caja Madrid, de las que, al margen de las conclusiones a las que se llegue en la Comisión de Economía del Congreso, se deduce el alto grado de corrupción política en el que estamos inmersos. Recientemente, la opinión pública española ha tenido noticia de otros escándalos como los de las presuntas cuentas abiertas en paraísos fiscales y presuntamente también, atribuidas a los honorables Jordi Pujol y Arturo Más y por otra parte, hemos tenido noticia de la imputación de los alcaldes de Sabadell y Montcada en una trama de pago de comisiones. Los ediles, según ha publicado la prensa nacional, están acusados de exigir 120.000 euros a empresarios para poder aspirar a presentar ofertas a concursos. Me presumo que todos estos distinguidos, honorables y honrados ciudadanos —hasta ahora— no0 están demasiado ilustrados en historia e ignoran la frase con que Julio César se justificó ante Pompeya, su mujer, el hecho de reprobarla: “No basta que la mujer del César sea honesta; también tiene que parecerlo”. Seguramente será por ese desconocimiento por el cual todos ellos siguen en sus cargos y naturalmente, a ninguno se le ha pasado por la imaginación la idea de dimitir.

Según datos publicados por Transparencia Internacional, España se mantiene en el puesto 15 de la UE en el ránking de corrupción y conforme a lo publicado por dicha organización, es el único país de Europa que todavía no tiene una ley de de acceso a la información pública.

Como vemos el escritor y periodista norteamericano Ambrose Bierce, parece que estaba refiriéndose a España cuando dijo que "La política, es la conducción de los asuntos públicos para el provecho de los particulares."

El índice de condescendencia o de ofensiva contra la corrupción, evidencia la madurez política de un país y de sus ciudadanos.

Solo en sociedades donde existe una profunda falta de valores humanistas; carencia de una conciencia social, incultura, desconocimiento de derechos y deberes, falta de conciencia histórica y modelos sociales altamente materialistas, distorsionados y negativos, impera la corrupción.

Pero la verdad es que no sé de qué nos escandalizamos cuando

La corrupción es propia de aquellos países, en los que como el nuestro, la impunidad es manifiesta en este tipo de delitos, sobre todo cuando la cometen los políticos. La corrupción es propia de países que mantienen modelos sociales que transmiten una profunda falta de valores; existe un excesivo poder discrecional del funcionario público; hay una gran concentración de poderes y de decisión en el seno de los partidos políticos; se da tácitamente un control económico o legal sobre los medios de comunicación a través de subvenciones, concesión discrecional de campañas de publicidad estatales o concesión de licencias administrativas, que imponen la autocensura y como consecuencia, la distorsión, la ocultación o incluso la justificación de una realidad inaceptable  para el común de la sociedad. La corrupción es planta floreciente en sociedades en las que existe una falta de transparencia en la información concerniente a la utilización de los fondos públicos y de los procesos de decisión y en donde se da una muy escasa eficiencia de la administración pública y una extrema complejidad del sistema.

Todas estas circunstancias se dan en España y constituyen un cáncer que a pasos agigantados está devorando todas las conquistas sociales que habíamos alcanzado. Sin embargo, a pesar de los grandilocuentes discursos de unos y de otros, ninguna de las opciones políticas con posibilidad de gobernar, está dispuesta, bajo ningún concepto, a ponerle freno a esta situación, por cuya causa España se nos escapa como el agua entre los dedos de la mano.

Y no están dispuestos a ponerle el cascabel al gato, porque se les acabaría a todos, los de izquierdas, los de derechas, los de centro que no sé si existen, los nacionalistas, los reformistas, los sindicatos, las empresas públicas de toda índole y pelaje, la patronal, las fundaciones con y sin ánimo de lucro, los foros, las asociaciones de una y otra índole, los lobys y grupos de presión, las castas profesionales que han alcanzado unos niveles de privilegio insostenibles, a todos repito, se les acabaría su voraz e insaciable mamar de las ubres del Estado. Pero es que las ubres del Estado son nuestros propios bolsillos llenos ya de agujeros, por donde nos estamos desangrando económica, social y moralmente los españoles.

Como estamos comprobando día a día, la corrupción hace peligrar seriamente el desarrollo de una sociedad; pone en entredicho el imperio de la ley y consecuentemente el estado de derecho; menoscaba la legitimidad de los gobiernos en la adopción de medidas, al permitir estos que se desvíen los recursos y se vendan y se compren los puestos y cargos públicos. Qué razón tenía Noel Clarasó cuando dijo que “Un hombre de estado es el que pasa la mitad de su vida haciendo leyes, y la otra mitad ayudando a sus amigos a no cumplirlas”. Por eso y por no llorar, procuro pasármelo pipa escuchando las mentiras de los políticos en los telediarios, cuando ya sé toda la verdad.

 

César Valdeolmillos Alonso.