10.12.12

Descomposición de la Fe

A las 2:30 AM, por Germán
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Durante el siglo IV, en la más grande crisis doctrinal, muchos obispos y sacerdotes con ellos, abandonaron la ortodoxia por presiones políticas y teológicas, llegando al punto de negar la divinidad de Jesucristo. San Jerónimo lo sintetizó en esta célebre frase el mundo se despertó un día y gimió de verse arriano. La herejía de Arrio que estuvo a punto de imponerse entonces en toda la Iglesia, se había desencadenado justamente contra el Credo formulado en el Concilio de Nicea, pero el laicado unido al Papa permaneció fiel a la Fe Católica, y desde entonces los Papas subsecuentes han mantenido un permanente respeto por el sentir de los fieles - sensus fidelium.

En dos momentos distintos Benedicto XVI ha puesto sobre la mesa precisamente el significado correcto del sensus fidelium.

Ya en 2010, durante su ciclo de catequesis sobre los teólogos y pensadores medievales, el Santo Padre se refirió al magisterio que precede a los teólogos, es decir el sensus fidelium, que debe ser después profundizado y acogido intelectualmente por la teología. Refiriéndose al gran teólogo franciscano Duns Scoto cuya mayor aportación teológica versó sobre la Inmaculada Concepción de María Santísima, explicó que la fe del pueblo creyente tanto en la Inmaculada Concepción, como en la Asunción corporal de la Virgen estaba ya presente en el Pueblo de Dios, mientras que la teología no había encontrado aún la clave para interpretarla en la totalidad de la doctrina de la fe.

Cuando el Papa Pío IX definió el dogma de la Inmaculada Concepción, enseñó que un dogma es la perfección de una doctrina,

porque la Iglesia nunca crea doctrinas. En una declaración dogmática, la Iglesia ejerce su más grande y más específica pronunciación de la verdad, para traer el goce de la apreciación más completa posible de verdad en la vida de los fieles, y para abrir las puertas a las tremendas gracias para la Iglesia y el mundo.

A pesar de los últimos 50 años post conciliares, el papel del laicado no ha sido aun suficientemente valorado. La Iglesia Cuerpo Místico de Cristo está constituida por todos sus miembros, y así como en toda ella habita su alma, el Espíritu Santo, Él habita también en cada uno de sus miembros, y por su voluntad cada uno posee capacidades y tareas irreemplazables para el servicio de la comunidad. Los laicos por lo tanto no están en la Iglesia, los laicos son Iglesia, la Iglesia que el Espíritu Santo anima y dirige, así, cuando se ignora o incluso se niega, no solamente el rol del laicado, sino su carisma, se está rechazando al mismo Espíritu Santo. El Padre Ljudevit Rupcic en su hermoso libro Medjugorje, Puerta del Cielo y comienzo de un mundo mejor, afirma al respecto: El motivo de la carencia de sacerdotes y el decrecimiento de las órdenes religiosas radica mayormente en el desprecio y la negación del carisma de los laicos.

Recientemente Benedicto XVI ante la Comisión Teológica Internacional subrayó una vez más que el

sensus fidei es para el creyente una especie de instinto sobrenatural que tiene una connaturalidad vital con el mismo objeto de la fe (…) y un criterio para discernir si una verdad pertenece o no al depósito vivo de la tradición apostólica. También tiene un valor proposicional porque el Espíritu Santo no cesa de hablar a las iglesias y de llevarlas a la verdad entera.

Es sabido que la actitud tradicional del marxismo ante el hecho religioso ha sido completamente negativa, consecuentemente el marxismo ha combatido toda religión, y, aunque considera a la religión el opio de los pueblos, y aún más, aunque quiere sustituirla, busca afanosamente servirse de ella, y busca a su vez su aniquilación infiltrándola, para descomponerla interiormente. De tal forma que ha elaborado una reingeniería del concepto mismo de la voz del pueblo haciéndolo aparecer como voz de Dios: el hecho de que todos convengan en una idea se considera prueba suficiente de su certidumbre, de ahí que resulta capital el distingo que al respecto verifica el Santo Padre:

Hoy en día, sin embargo, es particularmente importante aclarar los criterios usados para distinguir el sensus fidelium auténtico de sus falsificaciones. De hecho, no es una especie de opinión pública de la Iglesia, y es impensable recurrir a él para impugnar las enseñanzas del Magisterio, ya que el sensus fidei no puede desarrollarse auténticamente en el creyente auténtico salvo en la medida en que participa plenamente en la vida de la Iglesia, y esto requiere una adhesión responsable a su Magisterio.

No hay más. La Iglesia no es un sindicato, en la que el más avezado imponga tesis disonantes con la fe y la doctrina. Cuando se quieren imponer ideas personales alejadas de la sana doctrina, no será la voz de Dios, la voz del Espíritu Santo la que inspire, es vox diabolo.