10.12.12

El “hombre fuerte” del Vaticano

A las 11:03 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : El Vaticano

George Gaenswein se ha convertido en el “hombre fuerte” del Vaticano. Muy a su pesar, pero como consecuencia de la más fuerte crisis que ha golpeado a la Santa Sede en los últimos años: el “vatileaks”. Desde el viernes último el secretario personal de Benedicto XVI es el nuevo prefecto de la Casa Pontificia. Contrariamente a lo que muchos auguraban, no fue removido sino todo lo contrario. Duplicó sus responsabilidades porque no dejará su rol de “sombra” del Papa pero, al mismo tiempo, gestionará en primera persona las audiencias pontificias, públicas y privadas. Una situación sin precedentes.

En la Curia Romana el 2012 será recordado como el año del “enorme fango” lanzado contra el actual pontificado producto del escándalo que significó la filtración a la prensa de decenas de documentos privados robados directamente del apartamento pontificio. Desde el primer momento quedó claro que el principal objetivo de la fuga de noticias era el secretario de Estado, Tarcisio Bertone.

Responsable de la oficina de política interior y exterior de la Sede Apostólica, el cardenal ha forjado en los últimos años una frondosa escuadra de detractores. Tanto en Roma como en diversas partes del mundo. Muchos de ellos ganados a pulso, tanto por evidentes fallas en su labor de co-gobierno cuanto por su intento de captar en torno a sí cada vez mayor poder.

El segundo objetivo de la operación “vatileaks” fue el secretario personal del Papa, Gaenswein. Entre otras cosas por tratarse del principal consejero del pontífice, brazo operativo de muchas de decisiones difíciles del papado. Quizás por esto en algunos círculos romanos se terminó gestando una maniobra cuyo objetivo principal era “quitarlo del medio”. Así comenzó a correr el rumor según el cual sería mandado como obispo a una diócesis de Alemania y luego se habló de su traslado a la prefectura de la Casa Pontificia, lejos de su puesto de secretario. La apuesta era forzar el clásico “promoveatur ut amoveatur”. Una promoción en clave remoción, al mejor estilo curial.

En resumen, la percepción externa parecía clara: la crisis había dejado muy golpeado al secretario. Y tenía su lógica, porque el “cuervo”, Paolo Gabriele, sustrajo cientos de documentos confidenciales directamente del escritorio de Gaenswein sin que este se diese cuenta. Su labor de espionaje y fotocopiado comenzó en 2006 poco después de haber sido contratado como mayordomo papal. Y duró seis años sin que nadie sospechase nada. Todo, en parte e involuntariamente, gracias a don Georg, quien decidió su contratación como ayudante de cámara de Benedicto XVI.

Y eso que el secretario alguna pequeña señal de alerta sobre la confiabilidad de Gabriele la había recibido de parte del anterior (e histórico) mayordomo pontificio, Angelo Gugel. Quien fuese ayudante de Juan Pablo II nutría dudas sobre la validez de aquel joven propuesto como su sucesor, especialmente después del periodo de “entrenamiento” que ambos habían pasado en el apartamento pontificio. Durante ese periodo había quedado claro que Gugel era la antítesis de Gabriele, mientras el primero era formal, preciso, reservado y de extremo bajo perfil, el segundo es rústico, poco atento a los detalles, nada reservado y con ansías de protagonismo.

Debieron pasar seis años y un enorme escándalo para que aquellos detalles sobre la personalidad del mayordomo cobraran sentido en la ecuación. En su momento Paolo Gabriele contó con el aval del entonces prefecto de la Casa Pontificia, James Michael Harvey. El mismo que acaba de ser designado arcipreste de la Basílica San Pablo extramuros de Roma.

Todos estos antecedentes alimentaron la idea de que la posición de Gaenswein se había debilitado por los acontecimientos. Pero la realidad indicaba todo lo contrario. Porque, desde el primer momento, fue el propio secretario quien se ocupó personalmente del problema “vatileaks”. Él solo llegó a la conclusión que era Gabriele la fuente principal del libro de Gianluigi Nuzzi, “Su Santidad. Las cartas secretas de Benedicto XVI”. Él reunió a toda la familia pontificia en aquella dramática reunión del lunes 21 de mayo en la cual presionó al mayordomo para que confesara su culpa, sin éxito. Y dos días después él comunicó a “Paoletto” su suspensión laboral, por las sospechas en su contra.

Gaenswein jugó un rol clave en el derrotero judicial del caso, decidió presentarse a declarar contra el cuervo traidor. Y sostuvo, una y otra vez, la necesidad de afrontar la crisis poniendo el pecho, sin miedo y con transparencia. No obstante todas las dificultades.

Si a esto se suma que en plena fuga de documentos el mismo Benedicto XVI le renovó la confianza, a él y al secretario de Estado Tarcisio Bertone, entonces resulta claro que lo más natural era que el Papa decidiese blindarlo, como finalmente lo hizo. Otorgándole mayor poder de acción y convirtiéndolo, de facto, en el “hombre fuerte” del Vaticano.

Serafines susurran.- Que la gran incógnita de estos tiempos en la Curia Romana corresponde al futuro inmediato del propio secretario de Estado Bertone, el otro “damnificado” del “vatileaks”. El pasado 2 de diciembre celebró sus 78 años y, por lo tanto, desde hace tres su renuncia al puesto por límite de edad yace en el escritorio del Papa.

Aunque se sabe que la relación entre Gaenswein y Bertone no es de lo mejor, ambos son personajes de una extrema fidelidad al pontífice. Ambos han recibido la confianza pública de Ratzinger. Y como no se encuentran en una abierta contraposición, no sería lógico que uno sea blindado y el otro obtenga un retiro forzado. Aún así, desde hace meses, se está llevando a cabo -en la Curia Romana- una consulta informal sobre la sucesión en la Secretaría de Estado. Un intento por sondear los consensos en torno a figuras concretas.

Personalmente creo inverosímil la posibilidad de un cambio. Sobre todo con un Papa al filo de sus 86 años y consciente de su avanzada fragilidad física. Un pontífice que ha defendido en numerosas ocasiones a su secretario de Estado, que le ha mantenido pese a sus conocidos yerros, que le ha refrendado la confianza cuando otros notables cardenales le fueron a pedir su cabeza, que le hizo Camarlengo para asegurar contrapesos en un hipotético Cónclave y que tiene claro lo traumático que sería para él mismo abrir escenarios nuevos, casi incontrolables, con una sucesión innecesaria. Aunque esta última es sólo una opinión.