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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 14 de diciembre de 2012

SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA

San Juan de la Cruz
«Excelso poeta místico y asceta, e insigne doctor de la Iglesia»

Santa Sede

Benditos lo que construyen la paz
Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz del 1 de enero de 2013

Claves de lectura del Concilio Vaticano II
Segunda prédica de Adviento del padre Raniero Cantalamessa

EL CONCILIO VATICANO II HOY

El Concilio Vaticano II: 50 años después
Segunda prédica de Adviento, una clave de lectura

IGLESIA EN AMÉRICA

Jesucristo se encontró con los pobres y respondió en su momento a lo que necesitaban
Entrevista al cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, Arzobispo de Santo Domingo

Lo más importante para un obispo es que la gente se encuentre con Jesús
En diálogo con obispo de Phoenix, Estados Unidos, Thomas Olmsted

VENTANA AL MUNDO

¡Recen, clamen, unan sus oraciones a las nuestras!
Ayuda a la Iglesia Necesitada invita a una novena navideña por la paz en R.D. Congo

CULTURA Y EDUCACIÓN

Muchas gracias por sus iglesias, Oscar Niemeyer
Una reflexión del superior de los carmelitas en Egipto

MÚSICA Y ARTE

Se estrena la composición 'Rorate caeli desuper', de García Román, en Granada
III Ciclo de Música y Tiempo Litúrgico: Adviento en la catedral

Flash

Un ''facebook'' para la oración
Una web facilita que unos recen por otros en el mundo


ANUNCIOS


SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA


San Juan de la Cruz
«Excelso poeta místico y asceta, e insigne doctor de la Iglesia»
MADRID, viernes 14 diciembre 2012 (ZENIT.org).- La vida ascética tiene en este gran santo castellano uno de los preclaros ejemplos de lo que significa la entrega genuina.

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Por Isabel Orellana Vilches

Ciertamente la admirable existencia de este excepcional carmelita, aclamado en el mundo entero, es una heroica gesta de amor a Dios desde el principio hasta el fin de la misma. Creyó a pies juntillas que todo aquel que ofrece su vida por Cristo la salva, y no se arredró haciendo de su acontecer un admirable compendio de renuncias y sacrificios amén de sufrir el desdén de algunos de los suyos. Dios le alumbró siempre, y en particular, en el momento más álgido de su oscuridad. Sus padres, Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez, tejedores de profesión y residentes en Fontiveros (Ávila), recibieron con gozo a este segundo de los tres hijos que conformarían la familia, cuando nació en 1542. Al enviudar Catalina, quedaron en una situación económica de gran precariedad, y para tratar de contrarrestarla, primeramente se estableció con sus hijos en Arévalo (Ávila), y después en Medina del Campo (Valladolid). Gracias a la caridad ajena, Juan pudo formarse en el colegio de los Niños de la Doctrina, a cambio de prestar su ayuda en la misa, entierros, oficios, y pedir limosna. En 1551 la generosidad de otras caritativas personas le permitió continuar estudios en el colegio de los jesuitas. Tenía que hacer un hueco para trabajar en el Hospital de las Bubas, donde se atendían a los afectados por enfermedades venéreas, hasta que decidió convertirse en carmelita. De haber continuado con los jesuitas posiblemente hubiera tenido otras opciones más ventajosas para él y para su familia, pero Juan tomó la vía que estaba destinada para él.

A sus 21 años había sido un alumno ejemplar y tenía la base idónea para ingresar en la Universidad salmantina. Era profeso cuando comenzó sus estudios en ella en 1564. Allí contó con excepcionales profesores y tres años más tarde se convirtió en un consumado bachiller en Artes. El año 1564 fue significativo en su vida. Aparte de haber sido prefecto de estudiantes, fue ordenado sacerdote y conoció a santa Teresa de Jesús. Hacía años que practicaba severas mortificaciones corporales iniciadas siendo alumno de los jesuitas y al ingresar en la Orden carmelita, pidió permiso para continuar realizándolas. Hombre de intensa oración, amaba tanto la soledad que, en un momento dado, no descartó ser Cartujo. Ya llevaba grabado en su espíritu la preciada convicción que nos ha legado: «A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición».

La santa de Ávila, que había oído hablar de su virtud, lo reclamó para que le ayudase en la reforma carmelitana que pensaba llevar a cabo. Muy impresionada al conocerlo, no tuvo dudas de que estaba ante un santo. Él la acompañó y fueron parejos en la heroica entrega y ardor apostólico. Juan dejó el reguero de su amor a Dios en Castilla y Andalucía, así como un futuro espléndido en Salamanca, que hubiera acogido con gusto su sabiduría. Fundó en Valladolid, Duruelo, Mancera y Pastrana, ostentando oficios de subprior y maestro de novicios. Fue rector en Alcalá de Henares, vicario y confesor de las carmelitas del Monasterio abulense de la Encarnación, a petición de santa Teresa, entre otras misiones relevantes.

Sus propios hermanos se levantaron contra el celo apostólico del santo, resistiéndose a una reforma que solo pretendía conquistar una mayor fidelidad al carisma. En un entramado de secretas ambiciones y resentimientos, fue apresado y recluido en un minúsculo e inhóspito lugar durante nueve meses, dejándolo en inenarrables y pésimas condiciones. Sufrió de forma indecible física y espiritualmente. La soledad y la oscuridad en su espíritu, combatida con férrea confianza en la divina Providencia, fueron el germen del incomparable Cántico Espiritual. Previendo una muerte inminente, recibió el consuelo del cielo y, con él, la libertad, que obtuvo evadiéndose de noche a escondidas de sus guardianes: sus hermanos.

Reforzado en su experiencia mística y determinación a dar a conocer al único Dios Amor, se trasladó a Beas de Segura (Jaén), donde siguió ayudando a las carmelitas. Allí entabló fraterna amistad con la religiosa Ana de Jesús. Luego fundó un colegio en Baeza, y prosiguió su incansable recorrido por Granada y Córdoba, donde estableció otro convento en 1586. Todo se le quedaba corto para entregárselo a Cristo. La sed de sufrimiento para asemejarse a Él ardía dentro de sí: «Padecer, Señor, y ser menospreciado por Vos». Vio realizado este anhelo. Tras nuevo convulso Capítulo en su Orden, mientras se hallaba destinado en Segovia lo despojaron de sus misiones y exiliaron a México. No llegó a marcharse. Viajó a La Peñuela camino de Andalucía. Enfermó y lo trasladaron a Úbeda, donde fue tratado con impávida frialdad por su prior, y mal atendido desde el punto de vista médico. De modo que, este gran místico, poeta genial de Dios, murió a los 49 años la madrugada del 14 de diciembre de 1591. Fue beatificado por Clemente X el 25 de enero de 1675, y canonizado por Clemente X el 27 de diciembre de 1726. Pío XI lo declaró doctor de la Iglesia en 1926, y Juan Pablo II en 1993 patrono de los poetas.

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Santa Sede


Benditos lo que construyen la paz
Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz del 1 de enero de 2013
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 14 diciembre 2012 (ZENIT.org).- A las 11, 30 de esta mañana, en el Aula Juan Pablo II de la Sala de Prensa de la Santa Sede, tuvo lugar la rueda de prensa de presentación del Mensaje de Benedicto XVI, para la 46 Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2013), sobre el tema: Benditos los que construyen la paz. Ofrecemos el texto íntegro del mensaje papal.

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BENDITOS LOS QUE CONSTRUYEN LA PAZ

1. Cada nuevo año trae consigo la esperanza de un mundo mejor. En esta perspectiva, pido a Dios, Padre de la humanidad, que nos conceda la concordia y la paz, para que se puedan cumplir las aspiraciones de una vida próspera y feliz para todos.

Trascurridos 50 años del Concilio Vaticano II, que ha contribuido a fortalecer la misión de la Iglesia en el mundo, es alentador constatar que los cristianos, como Pueblo de Dios en comunión con él y caminando con los hombres, se comprometen en la historia compartiendo las alegrías y esperanzas, las tristezas y angustias[1], anunciando la salvación de Cristo y promoviendo la paz para todos.

En efecto, este tiempo nuestro, caracterizado por la globalización, con sus aspectos positivos y negativos, así como por sangrientos conflictos aún en curso, y por amenazas de guerra, reclama un compromiso renovado y concertado en la búsqueda del bien común, del desarrollo de todos los hombres y de todo el hombre.

Causan alarma los focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero no regulado. Aparte de las diversas formas de terrorismo y delincuencia internacional, representan un peligro para la paz los fundamentalismos y fanatismos que distorsionan la verdadera naturaleza de la religión, llamada a favorecer la comunión y la reconciliación entre los hombres.

Y, sin embargo, las numerosas iniciativas de paz que enriquecen el mundo atestiguan la vocación innata de la humanidad hacia la paz. El deseo de paz es una aspiración esencial de cada hombre, y coincide en cierto modo con el deseo de una vida humana plena, feliz y lograda. En otras palabras, el deseo de paz se corresponde con un principio moral fundamental, a saber, con el derecho y el deber a un desarrollo integral, social, comunitario, que forma parte del diseño de Dios sobre el hombre. El hombre está hecho para la paz, que es un don de Dios.

Todo esto me ha llevado a inspirarme para este mensaje en las palabras de Jesucristo: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).

La bienaventuranza evangélica

2. Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23) son promesas. En la tradición bíblica, en efecto, la bienaventuranza pertenece a un género literario que comporta siempre una buena noticia, es decir, un evangelio que culmina con una promesa. Por tanto, las bienaventuranzas no son meras recomendaciones morales, cuya observancia prevé que, a su debido tiempo –un tiempo situado normalmente en la otra vida–, se obtenga una recompensa, es decir, una situación de felicidad futura. La bienaventuranza consiste más bien en el cumplimiento de una promesa dirigida a todos los que se dejan guiar por las exigencias de la verdad, la justicia y el amor. Quienes se encomiendan a Dios y a sus promesas son considerados frecuentemente por el mundo como ingenuos o alejados de la realidad. Sin embargo, Jesús les declara que, no sólo en la otra vida sino ya en ésta, descubrirán que son hijos de Dios, y que, desde siempre y para siempre, Dios es totalmente solidario con ellos. Comprenderán que no están solos, porque él está a favor de los que se comprometen con la verdad, la justicia y el amor. Jesús, revelación del amor del Padre, no duda en ofrecerse con el sacrificio de sí mismo. Cuando se acoge a Jesucristo, Hombre y Dios, se vive la experiencia gozosa de un don inmenso: compartir la vida misma de Dios, es decir, la vida de la gracia, prenda de una existencia plenamente bienaventurada. En particular, Jesucristo nos da la verdadera paz que nace del encuentro confiado del hombre con Dios.

La bienaventuranza de Jesús dice que la paz es al mismo tiempo un don mesiánico y una obra humana. En efecto, la paz presupone un humanismo abierto a la trascendencia. Es fruto del don recíproco, de un enriquecimiento mutuo, gracias al don que brota de Dios, y que permite vivir con los demás y para los demás. La ética de la paz es ética de la comunión y de la participación. Es indispensable, pues, que las diferentes culturas actuales superen antropologías y éticas basadas en presupuestos teórico-prácticos puramente subjetivistas y pragmáticos, en virtud de los cuales las relaciones de convivencia se inspiran en criterios de poder o de beneficio, los medios se convierten en fines y viceversa, la cultura y la educación se centran únicamente en los instrumentos, en la tecnología y la eficiencia. Una condición previa para la paz es el desmantelamiento de la dictadura del relativismo moral y del presupuesto de una moral totalmente autónoma, que cierra las puertas al reconocimiento de la imprescindible ley moral natural inscrita por Dios en la conciencia de cada hombre. La paz es la construcción de la convivencia en términos racionales y morales, apoyándose sobre un fundamento cuya medida no la crea el hombre, sino Dios: « El Señor da fuerza a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz », dice el Salmo 29 (v. 11).

La paz, don de Dios y obra del hombre

3. La paz concierne a la persona humana en su integridad e implica la participación de todo el hombre. Se trata de paz con Dios viviendo según su voluntad. Paz interior con uno mismo, y paz exterior con el prójimo y con toda la creación. Comporta principalmente, como escribió el beato Juan XXIII en la Encíclica Pacem in Terris, de la que dentro de pocos meses se cumplirá el 50 aniversario, la construcción de una convivencia basada en la verdad, la libertad, el amor y la justicia[2]. La negación de lo que constituye la verdadera naturaleza del ser humano en sus dimensiones constitutivas, en su capacidad intrínseca de conocer la verdad y el bien y, en última instancia, a Dios mismo, pone en peligro la construcción de la paz. Sin la verdad sobre el hombre, inscrita en su corazón por el Creador, se menoscaba la libertad y el amor, la justicia pierde el fundamento de su ejercicio.

Para llegar a ser un auténtico trabajador por la paz, es indispensable cuidar la dimensión trascendente y el diálogo constante con Dios, Padre misericordioso, mediante el cual se implora la redención que su Hijo Unigénito nos ha conquistado. Así podrá el hombre vencer ese germen de oscuridad y de negación de la paz que es el pecado en todas sus formas: el egoísmo y la violencia, la codicia y el deseo de poder y dominación, la intolerancia, el odio y las estructuras injustas.

La realización de la paz depende en gran medida del reconocimiento de que, en Dios, somos una sola familia humana. Como enseña la Encíclica Pacem in Terris, se estructura mediante relaciones interpersonales e instituciones apoyadas y animadas por un « nosotros » comunitario, que implica un orden moral interno y externo, en el que se reconocen sinceramente, de acuerdo con la verdad y la justicia, los derechos recíprocos y los deberes mutuos. La paz es un orden vivificado e integrado por el amor, capaz de hacer sentir como propias las necesidades y las exigencias del prójimo, de hacer partícipes a los demás de los propios bienes, y de tender a que sea cada vez más difundida en el mundo la comunión de los valores espirituales. Es un orden llevado a cabo en la libertad, es decir, en el modo que corresponde a la dignidad de las personas, que por su propia naturaleza racional asumen la responsabilidad de sus propias obras[3].

La paz no es un sueño, no es una utopía: la paz es posible. Nuestros ojos deben ver con mayor profundidad, bajo la superficie de las apariencias y las manifestaciones, para descubrir una realidad positiva que existe en nuestros corazones, porque todo hombre ha sido creado a imagen de Dios y llamado a crecer, contribuyendo a la construcción de un mundo nuevo. En efecto, Dios mismo, mediante la encarnación del Hijo, y la redención que él llevó a cabo, ha entrado en la historia, haciendo surgir una nueva creación y una alianza nueva entre Dios y el hombre (cf. Jr 31,31-34), y dándonos la posibilidad de tener « un corazón nuevo » y « un espíritu nuevo » (cf. Ez 36,26).

Precisamente por eso, la Iglesia está convencida de la urgencia de un nuevo anuncio de Jesucristo, el primer y principal factor del desarrollo integral de los pueblos, y también de la paz. En efecto, Jesús es nuestra paz, nuestra justicia, nuestra reconciliación (cf. Ef 2,14; 2Co 5,18). El que trabaja por la paz, según la bienaventuranza de Jesús, es aquel que busca el bien del otro, el bien total del alma y el cuerpo, hoy y mañana.

A partir de esta enseñanza se puede deducir que toda persona y toda comunidad –religiosa, civil, educativa y cultural– está llamada a trabajar por la paz. La paz es principalmente la realización del bien común de las diversas sociedades, primarias e intermedias, nacionales, internacionales y de alcance mundial. Precisamente por esta razón se puede afirmar que las vías para construir el bien común son también las vías a seguir para obtener la paz.

Los que contruyen la paz son quienes aman, defienden y promueven la vida en su integridad

4. El camino para la realización del bien común y de la paz pasa ante todo por el respeto de la vida humana, considerada en sus múltiples aspectos, desde su concepción, en su desarrollo y hasta su fin natural. Auténticos trabajadores por la paz son, entonces, los que aman, defienden y promueven la vida humana en todas sus dimensiones: personal, comunitaria y transcendente. La vida en plenitud es el culmen de la paz. Quien quiere la paz no puede tolerar atentados y delitos contra la vida.

Quienes no aprecian suficientemente el valor de la vida humana y, en consecuencia, sostienen por ejemplo la liberación del aborto, tal vez no se dan cuenta que, de este modo, proponen la búsqueda de una paz ilusoria. La huida de las responsabilidades, que envilece a la persona humana, y mucho más la muerte de un ser inerme e inocente, nunca podrán traer felicidad o paz. En efecto, ¿cómo es posible pretender conseguir la paz, el desarrollo integral de los pueblos o la misma salvaguardia del ambiente, sin que sea tutelado el derecho a la vida de los más débiles, empezando por los que aún no han nacido? Cada agresión a la vida, especialmente en su origen, provoca inevitablemente daños irreparables al desarrollo, a la paz, al ambiente. Tampoco es justo codificar de manera subrepticia falsos derechos o libertades, que, basados en una visión reductiva y relativista del ser humano, y mediante el uso hábil de expresiones ambiguas encaminadas a favorecer un pretendido derecho al aborto y a la eutanasia, amenazan el derecho fundamental a la vida.

También la estructura natural del matrimonio debe ser reconocida y promovida como la unión de un hombre y una mujer, frente a los intentos de equipararla desde un punto de vista jurídico con formas radicalmente distintas de unión que, en realidad, dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su papel insustituible en la sociedad.

Estos principios no son verdades de fe, ni una mera derivación del derecho a la libertad religiosa. Están inscritos en la misma naturaleza humana, se pueden conocer por la razón, y por tanto son comunes a toda la humanidad. La acción de la Iglesia al promoverlos no tiene un carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de su afiliación religiosa. Esta acción se hace tanto más necesaria cuanto más se niegan o no se comprenden estos principios, lo que es una ofensa a la verdad de la persona humana, una herida grave inflingida a la justicia y a la paz.

Por tanto, constituye también una importante cooperación a la paz el reconocimiento del derecho al uso del principio de la objeción de conciencia con respecto a leyes y medidas gubernativas que atentan contra la dignidad humana, como el aborto y la eutanasia, por parte de los ordenamientos jurídicos y la administración de la justicia.

Entre los derechos humanos fundamentales, también para la vida pacífica de los pueblos, está el de la libertad religiosa de las personas y las comunidades. En este momento histórico, es cada vez más importante que este derecho sea promovido no sólo desde un punto de vista negativo, comolibertad frente –por ejemplo, frente a obligaciones o constricciones de la libertad de elegir la propia religión–, sino también desde un punto de vista positivo, en sus varias articulaciones, comolibertad de, por ejemplo, testimoniar la propia religión, anunciar y comunicar su enseñanza, organizar actividades educativas, benéficas o asistenciales que permitan aplicar los preceptos religiosos, ser y actuar como organismos sociales, estructurados según los principios doctrinales y los fines institucionales que les son propios. Lamentablemente, incluso en países con una antigua tradición cristiana, se están multiplicando los episodios de intolerancia religiosa, especialmente en relación con el cristianismo o de quienes simplemente llevan signos de identidad de su religión.

El que trabaja por la paz debe tener presente que, en sectores cada vez mayores de la opinión pública, la ideología del liberalismo radical y de la tecnocracia insinúan la convicción de que el crecimiento económico se ha de conseguir incluso a costa de erosionar la función social del Estado y de las redes de solidaridad de la sociedad civil, así como de los derechos y deberes sociales. Estos derechos y deberes han de ser considerados fundamentales para la plena realización de otros, empezando por los civiles y políticos.

Uno de los derechos y deberes sociales más amenazados actualmente es el derecho al trabajo. Esto se debe a que, cada vez más, el trabajo y el justo reconocimiento del estatuto jurídico de los trabajadores no están adecuadamente valorizados, porque el desarrollo económico se hace depender sobre todo de la absoluta libertad de los mercados. El trabajo es considerado una mera variable dependiente de los mecanismos económicos y financieros. A este propósito, reitero que la dignidad del hombre, así como las razones económicas, sociales y políticas, exigen que « se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos, o lo mantengan »[4]. La condición previa para la realización de este ambicioso proyecto es una renovada consideración del trabajo, basada en los principios éticos y valores espirituales, que robustezca la concepción del mismo como bien fundamental para la persona, la familia y la sociedad. A este bien corresponde un deber y un derecho que exigen nuevas y valientes políticas de trabajo para todos.

Construir el bien de la paz mediante un nuevo modelo de desarrollo y de economía

5. Actualmente son muchos los que reconocen que es necesario un nuevo modelo de desarrollo, así como una nueva visión de la economía. Tanto el desarrollo integral, solidario y sostenible, como el bien común, exigen una correcta escala de valores y bienes, que se pueden estructurar teniendo a Dios como referencia última. No basta con disposiciones de muchos medios y una amplia gama de opciones, aunque sean de apreciar. Tanto los múltiples bienes necesarios para el desarrollo, como las opciones posibles deben ser usados según la perspectiva de una vida buena, de una conducta recta que reconozca el primado de la dimensión espiritual y la llamada a la consecución del bien común. De otro modo, pierden su justa valencia, acabando por ensalzar nuevos ídolos.

Para salir de la actual crisis financiera y económica – que tiene como efecto un aumento de las desigualdades – se necesitan personas, grupos e instituciones que promuevan la vida, favoreciendo la creatividad humana para aprovechar incluso la crisis como una ocasión de discernimiento y un nuevo modelo económico. El que ha prevalecido en los últimos decenios postulaba la maximización del provecho y del consumo, en una óptica individualista y egoísta, dirigida a valorar a las personas sólo por su capacidad de responder a las exigencias de la competitividad. Desde otra perspectiva, sin embargo, el éxito auténtico y duradero se obtiene con el don de uno mismo, de las propias capacidades intelectuales, de la propia iniciativa, puesto que un desarrollo económico sostenible, es decir, auténticamente humano, necesita del principio de gratuidad como manifestación de fraternidad y de la lógica del don[5]. En concreto, dentro de la actividad económica, el que trabaja por la paz se configura como aquel que instaura con sus colaboradores y compañeros, con los clientes y los usuarios, relaciones de lealtad y de reciprocidad. Realiza la actividad económica por el bien común, vive su esfuerzo como algo que va más allá de su propio interés, para beneficio de las generaciones presentes y futuras. Se encuentra así trabajando no sólo para sí mismo, sino también para dar a los demás un futuro y un trabajo digno.

En el ámbito económico, se necesitan, especialmente por parte de los estados, políticas de desarrollo industrial y agrícola que se preocupen del progreso social y la universalización de un estado de derecho y democrático. Es fundamental e imprescindible, además, la estructuración ética de los mercados monetarios, financieros y comerciales; éstos han de ser estabilizados y mejor coordinados y controlados, de modo que no se cause daño a los más pobres. La solicitud de los muchos que trabajan por la paz se debe dirigir además – con una mayor resolución respecto a lo que se ha hecho hasta ahora – a atender la crisis alimentaria, mucho más grave que la financiera. La seguridad de los aprovisionamientos de alimentos ha vuelto a ser un tema central en la agenda política internacional, a causa de crisis relacionadas, entre otras cosas, con las oscilaciones repentinas de los precios de las materias primas agrícolas, los comportamientos irresponsables por parte de algunos agentes económicos y con un insuficiente control por parte de los gobiernos y la comunidad internacional. Para hacer frente a esta crisis, los que trabajan por la paz están llamados a actuar juntos con espíritu de solidaridad, desde el ámbito local al internacional, con el objetivo de poner a los agricultores, en particular en las pequeñas realidades rurales, en condiciones de poder desarrollar su actividad de modo digno y sostenible desde un punto de vista social, ambiental y económico.

La educación en una cultura de la paz: el papel de la familia y de las instituciones

6. Deseo reiterar con fuerza que todos los que trabajan por la paz están llamados a cultivar la pasión por el bien común de la familia y la justicia social, así como el compromiso por una educación social idónea.

Ninguno puede ignorar o minimizar el papel decisivo de la familia, célula base de la sociedad desde el punto de vista demográfico, ético, pedagógico, económico y político. Ésta tiene como vocación natural promover la vida: acompaña a las personas en su crecimiento y las anima a potenciarse mutuamente mediante el cuidado recíproco. En concreto, la familia cristiana lleva consigo el germen del proyecto de educación de las personas según la medida del amor divino. La familia es uno de los sujetos sociales indispensables en la realización de una cultura de la paz. Es necesario tutelar el derecho de los padres y su papel primario en la educación de los hijos, en primer lugar en el ámbito moral y religioso. En la familia nacen y crecen los que trabajan por la paz, los futuros promotores de una cultura de la vida y del amor[6].

En esta inmensa tarea de educación a la paz están implicadas en particular las comunidades religiosas. La Iglesia se siente partícipe en esta gran responsabilidad a través de la nueva evangelización, que tiene como pilares la conversión a la verdad y al amor de Cristo y, consecuentemente, un nuevo nacimiento espiritual y moral de las personas y las sociedades. El encuentro con Jesucristo plasma a los que trabajan por la paz, comprometiéndoles en la comunión y la superación de la injusticia.

Las instituciones culturales, escolares y universitarias desempeñan una misión especial en relación con la paz. A ellas se les pide una contribución significativa no sólo en la formación de nuevas generaciones de líderes, sino también en la renovación de las instituciones públicas, nacionales e internacionales. También pueden contribuir a una reflexión científica que asiente las actividades económicas y financieras en un sólido fundamento antropológico y ético. El mundo actual, particularmente el político, necesita del soporte de un pensamiento nuevo, de una nueva síntesis cultural, para superar tecnicismos y armonizar las múltiples tendencias políticas con vistas al bien común. Éste, considerado como un conjunto de relaciones interpersonales e institucionales positivas al servicio del crecimiento integral de los individuos y los grupos, es la base de cualquier educación a la auténtica paz.

Una pedagogía del que construye la paz

7. Como conclusión, aparece la necesidad de proponer y promover una pedagogía de la paz. Ésta pide una rica vida interior, claros y válidos referentes morales, actitudes y estilos de vida apropiados. En efecto, las iniciativas por la paz contribuyen al bien común y crean interés por la paz y educan para ella. Pensamientos, palabras y gestos de paz crean una mentalidad y una cultura de la paz, una atmósfera de respeto, honestidad y cordialidad. Es necesario enseñar a los hombres a amarse y educarse a la paz, y a vivir con benevolencia, más que con simple tolerancia. Es fundamental que se cree el convencimiento de que « hay que decir no a la venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin exigirlas y, en fi n, perdonar »[7],de modo que los errores y las ofensas puedan ser en verdad reconocidos para avanzar juntos hacia la reconciliación. Esto supone la difusión de una pedagogía del perdón. El mal, en efecto, se vence con el bien, y la justicia se busca imitando a Dios Padre que ama a todos sus hijos (cf. Mt 5,21-48). Es un trabajo lento, porque supone una evolución espiritual, una educación a los más altos valores, una visión nueva de la historia humana. Es necesario renunciar a la falsa paz que prometen los ídolos de este mundo y a los peligros que la acompañan; a esta falsa paz que hace las conciencias cada vez más insensibles, que lleva a encerrarse en uno mismo, a una existencia atrofiada, vivida en la indiferencia. Por el contrario, la pedagogía de la paz implica acción, compasión, solidaridad, valentía y perseverancia.

Jesús encarna el conjunto de estas actitudes en su existencia, hasta el don total de sí mismo, hasta « perder la vida » (cf. Mt 10,39; Lc 17,33; Jn 12,35). Promete a sus discípulos que, antes o después, harán el extraordinario descubrimiento del que hemos hablado al inicio, es decir, que en el mundo está Dios, el Dios de Jesús, completamente solidario con los hombres. En este contexto, quisiera recordar la oración con la que se pide a Dios que nos haga instrumentos de su paz, para llevar su amor donde hubiese odio, su perdón donde hubiese ofensa, la verdadera fe donde hubiese duda. Por nuestra parte, junto al beato Juan XXIII, pidamos a Dios que ilumine también con su luz la mente de los que gobiernan las naciones, para que, al mismo tiempo que se esfuerzan por el justo bienestar de sus ciudadanos, aseguren y defiendan el don hermosísimo de la paz; que encienda las voluntades de todos los hombres para echar por tierra las barreras que dividen a los unos de los otros, para estrechar los vínculos de la mutua caridad, para fomentar la recíproca comprensión, para perdonar, en fin, a cuantos nos hayan injuriado. De esta manera, bajo su auspicio y amparo, todos los pueblos se abracen como hermanos y florezca y reine siempre entre ellos la tan anhelada paz[8].

Con esta invocación, pido que todos sean verdaderos trabajadores y constructores de paz, de modo que la ciudad del hombre crezca en fraterna concordia, en prosperidad y paz.

Vaticano, 8 de diciembre de 2012

BENEDICTUS PP. XVI

[1] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Cost. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 1.

[2] Cf. Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963): AAS 55 (1963), 265-266.

[3] Cf. ibíd.: AAS 55 (1963), 266.

[4] Carta enc., Caritas in veritate (29 junio 2009), 32: AAS 101 (2009), 666-667.

[5] Cf. ibíd., 3436AAS 101 (2009), 668-670; 671-672.

[6] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1994 (8 diciembre 1993), 2:AAS 86 (1994), 156-162.

[7] Discurso a los miembros del gobierno, de las instituciones de la república, el cuerpo diplomático, los responsables religiosos y los representantes del mundo de la cultura, Baabda-Líbano (15 septiembre 2012): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española, 23 septiembre 2012, p. 6.

[8] Cf. Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963): AAS 55 (1963), 304.

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Claves de lectura del Concilio Vaticano II
Segunda prédica de Adviento del padre Raniero Cantalamessa
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 13 diciembre 2012 (ZENIT.org).- El predicador de la Casa Pontificia, padre Raniero Cantalamessa, en su segunda meditación de Adviento dió hoy su versión de lo que supuso el Concilio Vaticano II para la Iglesia y para el mundo. En este sentido ha hecho un relectura de las tres claves de lectura que hubo de esta asamblea eclesial universal.

El fraile franciscano, siguiendo su plan de Adviento, reflexionó hoy sobre el segundo motivo de celebración: el quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II.

El predicador de la Casa Pontificia comentó las tres claves de lectura que hubo del magno acontecimiento eclesial: actualización, ruptura, novedad en la continuidad.

En el Concilio, según el padre Cantalamessa, se delinearon dos facciones opuestas según que se la continuidad con el pasado, o la novedad respecto de éste. Entre estos dos frentes —coincidentes en la afirmación del hecho, pero opuestos en el juicio sobre él—, se sitúa la posición del Magisterio papal que habla de «novedad en la continuidad».

"Benedicto XVI admite que ha habido una cierta discontinuidad y ruptura, pero ésta no afecta a los principios y a las verdades a la base de la fe cristiana, sino a algunas decisiones históricas", afirmó el predicador.

La lectura del Concilio hecha propia por el Magisterio --la de la novedad en la continuidad--, tuvo un precursor ilustre en el Ensayo sobre desarrollo de la doctrina cristiana del cardenal Newman, definido a menudo, también por esto, como «el Padre ausente del Vaticano II».

¿Qué es lo que permite hablar de novedad en la continuidad, de permanencia en el cambio, si no es precisamente la acción del Espíritu Santo en la Iglesia? "La insuficiente atención al papel del Espíritu Santo explica muchas de las dificultades que se han creado en la recepción del Concilio Vaticano II", dijo el predicador.

"Se hablaba gustosamente --añadió- del 'espíritu del Concilio', pero no se trataba, lamentablemente, del Espíritu Santo. Por 'espíritu del Concilio' se entendía ese mayor impulso, valentía innovadora, que no habría podido entrar en los textos del Concilio por las resistencias de algunos y de los compromisos necesarios entre las partes".

Según el fraile franciscano, la verdadera clave de lectura pneumatológica del Concilio es ver cuál es el papel del Espíritu Santo en la actuación del Concilio.

"¿Ha existido, en realidad, este 'nuevo Pentecostés'?", se preguntó. "Un conocido estudioso de Newman --respondió--, Ian Ker, puso de relieve la contribución que puede dar, además de al desarrollo del Concilio, también a la comprensión del postconcilio.A raíz de la definición de la infalibilidad papal en el Concilio Vaticano I en 1870, el cardinal Newman se sintió llevado a hacer una reflexión general sobre los concilios y sobre el sentido de sus definiciones. Su conclusión fue que los concilios pueden tener a menudo efectos no pretendidos en el momento por aquellos que participaron en ellos. Estos pueden ver mucho más en ellos, o mucho menos, de lo que sucesivamente producirán tales decisiones".

"De este modo, Newman --subrayó- no hacía más que aplicar a las definiciones conciliares el principio de desarrollo que había explicado a propósito de la doctrina cristiana en general. Un dogma, toda gran idea, no se comprende plenamente sino después de que se han visto las consecuencias y los desarrollos históricos; después de que el río —por usar su imagen— desde el terreno accidentado que lo ha visto nacer, descendiendo, encuentra finalmente su lecho más amplio y profundo".

A la pregunta de si ha habido un nuevo Pentecostés, dijo, se debe responder sin vacilación: "¡Sí!" ¿Cuál es su signo más convincente?: "La renovación de la calidad de vida cristiana, allí donde este Pentecostés ha sido acogido. Todos están de acuerdo en considerar como el hecho más nuevo y más significativo del Vaticano II los dos primeros capítulos de la Lumen gentium, donde se define a la Iglesia como sacramento y como pueblo de Dios en camino bajo la guía del Espíritu Santo, animada por sus carismas, bajo la guía de la jerarquía. La Iglesia como misterio y no solamente institución. Juan Pablo II ha lanzado nuevamente esta visión haciendo de su aplicación el compromiso prioritario en el momento de entrar en el nuevo milenio".

Juan Pablo II veía en los movimientos y comunidades parroquiales vivas "los signos de una nueva primavera de la Iglesia". El fraile hizo mención especial de un movimiento: la Renovación Carismática, o Renovación en el Espíritu.

Y siguió preguntándose: "¿Cuál es el significado del Concilio, entendido como el conjunto de los documentos producidos por él, la Dei Verbum, la Lumen gentium, Nostra aetate, etc.? ¿Los dejaremos de lado para esperar todo del Espíritu?". La respuesta --dijo- está contenida en la frase con la que Agustín resume la relación entre la ley y la gracia: "La ley fue dada para que se buscara la gracia y la gracia fue dada para que se observara la ley".

"A 50 años de distancia sólo podemos constatar el pleno cumplimiento por parte de Dios de la promesa hecha a la Iglesia por boca de su humilde servidor, el beato Juan XXIII", concluyó. 

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EL CONCILIO VATICANO II HOY


El Concilio Vaticano II: 50 años después
Segunda prédica de Adviento, una clave de lectura
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 13 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos el texto íntegro de la segunda meditación de Adviento del predicador de la Casa Pontificia, padre Raniero Cantalamessa OFMCap.

*****

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

1. El Concilio: hermenéutica de la ruptura y de la continuidad

En esta meditación querría reflexionar sobre el segundo motivo de celebración de este año: el 50º aniversario del Concilio Vaticano II.

En las últimas décadas se han multiplicado los intentos de trazar un balance de los resultados del Concilio Vaticano II1. No es el caso de continuar en esta línea, ni, por otra parte, lo permitiría el tiempo a disposición. Paralelamente a estas lecturas analíticas ha existido, desde los años mismos del Concilio, una evaluación sintética, o en otras palabras, la investigación de una clave de lectura del acontecimiento conciliar. Yo quisiera insertarme en este esfuerzo e intentar, incluso, una lectura de las distintas claves de lectura.

Fueron básicamente tres: actualización, ruptura, novedad en la continuidad. Juan XXIII, al anunciar al mundo el concilio, usó repetidamente la palabra «aggiornamento = actualización», que gracias a él entró en el vocabulario universal. En su discurso de apertura del Concilio dio una primera explicación de lo que entendía con este término:

«El Concilio Ecuménico XXI quiere transmitir la doctrina católica pura e íntegramente, sin atenuaciones ni deformaciones, [...]. Deber nuestro no es sólo estudiar ese precioso tesoro, como si únicamente nos preocupara su antigüedad, sino dedicarnos también, con diligencia y sin temor, a la labor que exige nuestro tiempo, prosiguiendo el camino que recorre la Iglesia desde hace veinte siglos [...]. Es necesario que esta doctrina, verdadera e inmutable, a la que se debe prestar fielmente obediencia, se profundice y exponga según las exigencias de nuestro tiempo»2.

Sin embargo, a medida que progresaban los trabajos y las sesiones del Concilio, se delinearon dos facciones opuestas según que, de las dos necesidades expresadas por el Papa, se acentuara la primera o la segunda: es decir, la continuidad con el pasado, o la novedad respecto de éste. En el seno de estos últimos, la palabra aggiornamento terminó siendo sustituida por la palabra ruptura. Pero con un espíritu y con intenciones muy diferentes, dependiendo de su orientación. Para el ala llamada progresista, se trataba de una conquista que había que saludar con entusiasmo; para el frente opuesto, se trataba de una tragedia para toda la Iglesia.

Entre estos dos frentes --coincidentes en la afirmación del hecho, pero opuestos en el juicio sobre él--, se sitúa la posición del Magisterio papal que habla de «novedad en la continuidad». Pablo VI, en la Ecclesiam suam, retoma la palabra aggiornamento de Juan XXIII, y dice que la quiere tener presente como «dirección programática»3. Al inicio de su pontificado, Juan Pablo II confirmó el juicio de su predecesor4 y, en varias ocasiones, se expresó en la misma línea. Pero ha sido sobre todo el actual papa Benedicto XVI el que ha explicado qué entiende el Magisterio de la Iglesia por «novedad en la continuidad». Lo hizo pocos meses después de su elección, en el famoso discurso programático a la Curia romana del 22 de diciembre de 2005. Escuchemos algunos pasajes:

«Surge la pregunta: ¿Por qué la recepción del Concilio, en grandes zonas de la Iglesia, se ha realizado hasta ahora de un modo tan difícil? Pues bien, todo depende de la correcta interpretación del Concilio o, como diríamos hoy, de su correcta hermenéutica, de la correcta clave de lectura y aplicación. Los problemas de la recepción han surgido del hecho de que se han confrontado dos hermenéuticas contrarias y se ha entablado una lucha entre ellas. Una ha causado confusión; la otra, de forma silenciosa pero cada vez más visible, ha dado y da frutos. Por una parte existe una interpretación que se podría llamar “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”; a menudo ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna. […] A la hermenéutica de la discontinuidad se opone la hermenéutica de la reforma».

Benedicto XVI admite que ha habido una cierta discontinuidad y ruptura, pero ésta no afecta a los principios y a las verdades a la base de la fe cristiana, sino a algunas decisiones históricas. Entre éstas enumera la situación de conflictividad que se ha creado entre la Iglesia y el mundo moderno, que culminó con la condena en bloque de la modernidad bajo Pío IX, pero también situaciones más recientes, como la creada por los avances de la ciencia, por la nueva relación entre las religiones con las implicaciones que ello tiene para el problema de la libertad de conciencia; no en último lugar, la tragedia del Holocausto que imponía un replanteamiento de la actitud hacia el pueblo judío.

«Es claro que en todos estos sectores, que en su conjunto forman un único problema, podría emerger una cierta forma de discontinuidad y que, en cierto sentido, de hecho se había manifestado una discontinuidad, en la cual, sin embargo, hechas las debidas distinciones entre las situaciones históricas concretas y sus exigencias, resultaba que no se había abandonado la continuidad en los principios; este hecho fácilmente escapa a la primera percepción. Precisamente en este conjunto de continuidad y discontinuidad en diferentes niveles consiste la naturaleza de la verdadera reforma».

Si del plano axiológico, es decir, el de los principios y valores, pasamos al plano cronológico, podríamos decir que el Concilio es una ruptura y una discontinuidad respecto al pasado próximo de la Iglesia, y representa, en cambio, una continuidad con respecto a su pasado remoto. En muchos puntos, sobre todo en el punto central que es la idea de Iglesia, el Concilio ha querido realizar una vuelta a los orígenes, a las fuentes bíblicas y patrísticas de la fe.

La lectura del Concilio asumida por el Magisterio, es decir, la de la novedad en la continuidad, tuvo un precursor ilustre en el Ensayo sobre desarrollo de la doctrina cristiana del cardinal Newman, definido a menudo, también por esto, como «el Padre ausente del Vaticano II». Newman demuestra que, cuando se trata de una gran idea filosófica o de una creencia religiosa, como es el cristianismo, «no se pueden juzgar desde sus inicios sus virtualidades y metas a las que tiende. [...]. Según las nuevas relaciones que tenga, surgen peligros y esperanzas y aparecen principios antiguos bajo forma nueva. Ella muda junto con ellos para permanecer siempre idéntica a sí misma. En un mundo sobrenatural las cosas van de otra forma, pero aquí en la tierra vivir es cambiar, y la perfección es el resultado de muchas transformaciones»5.

San Gregorio Magno anticipaba, de algún modo, esta convicción cuando afirmaba que la Escritura cum legentibus crescit, «crece con aquellos que la leen»6; es decir, crece a fuerza de ser leída y vivida, a medida que surgen nuevas solicitudes y nuevos desafíos por la historia. La doctrina de la fe cambia, por tanto, pero para permanece fiel a sí misma; muda en las coyunturas históricas, para no cambiar en la sustancia, como decía Benedicto XVI.

Un ejemplo banal, pero indicativo, es el de la lengua. Jesús hablaba la lengua de su tiempo; no el hebreo, que era la lengua noble y de las Escrituras (¡el latín del tiempo!), sino el arameo hablado por la gente. La fidelidad a este dato inicial no podía consistir, y no consistió, en seguir hablando en arameo a todos los futuros oyentes del Evangelio, sino en hablar griego a los griegos, latín a los latinos, armenio a los armenios, copto a los coptos, y así siguiendo hasta nuestros días. Como decía Newman, es precisamente cambiando como a menudo se es fiel al dato originario.

2. La letra mata, el espíritu vivifica

Con todo el respeto y la admiración debidos a la inmensa y pionera contribución del cardenal Newman, a distancia de un siglo y medio de su ensayo y con lo que el cristianismo ha vivido entretanto, no se puede, sin embargo, dejar de señalar también una laguna en el desarrollo de su argumento: la casi total ausencia del Espíritu Santo. En la dinámica del desarrollo de la doctrina cristiana, no se tiene en cuenta suficientemente: el papel preponderante que Jesús había reservado al Paráclito en la revelación de esas verdades que los apóstoles no podían entender en el momento y para conducir a la Iglesia «a la verdad plena» (Jn 16, 12-13).

¿Qué es lo que permite hablar de novedad en la continuidad, de permanencia en el cambio, si no es precisamente la acción del Espíritu Santo en la Iglesia? Lo había entendido perfectamente san Ireneo cuando afirma que la revelación es como un «depósito precioso contenido en una vasija valiosa que, gracias al Espíritu de Dios, rejuvenece siempre y hace rejuvenecer también a la vasija que lo contiene»7 . El Espíritu Santo no dice palabras nuevas, no crea nuevos sacramentos, nuevas instituciones, pero renueva y vivifica constantemente las palabras, los sacramentos y las instituciones creadas por Jesús. No hace cosas nuevas, pero, ¡hace nuevas las cosas!

La insuficiente atención al papel del Espíritu Santo explica muchas de las dificultades que se han creado en la recepción del Concilio Vaticano II. La tradición, en nombre de la cual algunos han rechazado el concilio, era una Tradición donde el Espíritu Santo no jugaba ningún papel. Era un conjunto de creencias y prácticas fijado una vez para siempre, no la onda de la predicación apostólica que avanza y se propaga en los siglos y que, como toda onda, sólo se puede captar en movimiento. Congelar la Tradición y hacerla partir o terminar en un cierto punto, significa hacer de ella una tradición muerta y no como la define Ireneo, una «Tradición viva». Charles Péguy expresa, como poeta, esta gran verdad teológica: «Jesús no nos ha dado palabras muertas que nosotros debamos encerrar en pequeñas cajas (o en grandes), y que debamos conservar en aceite rancio... Como las momias de Egipto. Jesucristo, niña, no nos ha dado palabras en conserva que haya que conservar. Sino que nos ha dado palabras vivas para alimentar... De nosotros depende, enfermos y carnales, hacer vivir, alimentar y mantener vivas en el tiempo esas palabras pronunciadas vivas en el tiempo»8.

En seguida hay que decir, sin embargo, que también en el lado del extremismo opuesto las cosas no iban de modo distinto. Aquí se hablaba gustosamente del «espíritu del Concilio», pero no se trataba, lamentablemente, del Espíritu Santo. Por «espíritu del Concilio» se entendía ese mayor impulso, valentía innovadora, que no habría podido entrar en los textos del Concilio por las resistencias de algunos y de los compromisos necesarios entre las partes.

Querría tratar ahora de explicar lo que me parece es la verdadera clave de lectura pneumatológica del Concilio, es decir, cuál es el papel del Espíritu Santo en la actuación del Concilio. Retomando un pensamiento audaz de san Agustín a propósito del dicho paulino sobre la letra y el espíritu (2 Cor 3,6) San Tomás de Aquino escribe: «Por letra se entiende cualquier ley escrita que queda fuera del hombre, también los preceptos morales contenidos en el Evangelio; por lo cual también la letra del Evangelio mataría, si no se añadiera, dentro, la gracia de la fe que sana»9.

En el mismo contexto, el santo Doctor afirma: «La ley nueva es principalmente la misma gracia del Espíritu Santo que se da a los creyentes»10. Los preceptos del Evangelio son también la nueva ley, pero en sentido material, en cuanto al contenido; la gracia del Espíritu Santo es la ley nueva en sentido formal, porque da la fuerza para poner en práctica los mismos preceptos evangélicos. Es la que Pablo define como «la ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús» (Rom 8, 2),

Éste es un principio universal que se aplica a cualquier ley. Si incluso los preceptos evangélicos, sin la gracia del Espíritu Santo, serían «letra que mata», ¿qué decir de los preceptos de la Iglesia, y qué decir, en nuestro caso, de los decretos del Concilio Vaticano II? La «implementación», o la aplicación del Concilio no tiene lugar, por lo tanto, de manera inmediata, no hay que buscarla en la aplicación literal y casi mecánica del Concilio, sino «en el Espíritu», entendiendo con ello el Espíritu Santo y no un vago «espíritu del concilio» abierto a cualquier subjetivismo.

El Magisterio papal fue el primero en reconocer esta exigencia. Juan Pablo II, en 1981, escribía: «Toda la labor de renovación de la Iglesia, que el Concilio Vaticano II ha propuesto e iniciado tan providencialmente --renovación que debe ser al mismo tiempo “puesta al día” y consolidación en lo que es eterno y constitutivo para la misión de la Iglesia- no puede realizarse a no ser en elEspíritu Santo, es decir, con la ayuda de su luz y de su virtud»11.

3. ¿Dónde buscar los frutos del Vaticano II?

¿Ha existido, en realidad, este «nuevo Pentecostés»? Un conocido estudioso de Newman, Ian Ker, ha puesto de relieve la contribución que él puede dar, además de al desarrollo del Concilio, también a la comprensión del postconcilio12. A raíz de la definición de la infalibilidad papal en el Concilio Vaticano I en 1870, el cardenal Newman se sintió llevado a hacer una reflexión general sobre los concilios y sobre el sentido de sus definiciones. Su conclusión fue que los concilios pueden tener a menudo efectos no pretendidos en el momento por aquellos que participaron en ellos. Estos pueden ver mucho más en ellos, o mucho menos, de lo que sucesivamente producirán tales decisiones.

De este modo, Newman no hacía más que aplicar a las definiciones conciliares el principio de desarrollo que había explicado a propósito de la doctrina cristiana en general. Un dogma, toda gran idea, no se comprende plenamente sino después de que se han visto las consecuencias y los desarrollos históricos; después de que el río --por usar su imagen- desde el terreno accidentado que lo ha visto nacer, descendiendo, encuentra finalmente su lecho más amplio y profundo13.

Ocurrió así a la definición de la infalibilidad papal que en el clima encendido del momento pareció a muchos que contenía mucho más de lo que, de hecho, la Iglesia y el Papa mismo dedujeron de ella. No hizo ya inútil cualquier futuro concilio ecuménico, como alguno temió o esperó en el momento: el Vaticano II es la confirmación14.

Todo esto encuentra una singular confirmación en el principio hermenéutico de Gadamer de la «historia de los efectos» (Wirkungsgeschichte), según el cual para comprender un texto es preciso tener en cuenta los efectos que haya producido en la historia, al integrarse en esta historia y dialogando con ella15. Es lo que sucede de forma ejemplar en la lectura espiritual de la Escritura. Ella no explica el texto sólo a la luz de lo que lo ha precedido, como hace la lectura histórico-filológica con la investigación de las fuentes, sino también a la luz de lo que le ha seguido; explica la profecía a la luz de su realización en Cristo, el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo.

Todo esto arroja una singular luz sobre el tiempo del postconcilio. También aquí las verdaderas realizaciones se sitúan quizás en una parte diferente hacia la que nosotros mirábamos. Nosotros mirábamos al cambio en las instituciones, a una diferente distribución del poder, a la lengua a utilizar en la liturgia, y no nos dábamos cuenta de lo pequeñas que eran estas novedades en comparación con lo que el Espíritu Santo estaba obrando.

Hemos pensado romper con nuestras manos los odres viejos y nos hemos dado cuenta de que eran más resistentes y duros que nuestras manos, mientras que Dios nos ofrecía su método de romper los odres viejos, que consiste en poner en ellos el vino nuevo. Quería renovarlos desde dentro, espontáneamente, no asaltándolos desde el exterior.

A la pregunta de si ha habido un nuevo Pentecostés, se debe responder sin vacilación: ¡Sí! ¿Cuál es su signo más convincente? La renovación de la calidad de vida cristiana, allí donde este Pentecostés ha sido acogido. Todos están de acuerdo en considerar como el hecho más nuevo y más significativo del Vaticano II los dos primeros capítulos de la Lumen gentium, donde se define a la Iglesia como sacramento y como pueblo de Dios en camino bajo la guía del Espíritu Santo, animada por sus carismas, bajo la guía de la jerarquía. La Iglesia como misterio y no solamente institución. Juan Pablo II ha lanzado nuevamente esta visión haciendo de su aplicación el compromiso prioritario en el momento de entrar en el nuevo milenio16 .

Nos preguntamos: ¿de dónde ha pasado esta imagen de Iglesia de los documentos a la vida? ¿Dónde ha tomado «carne y sangre»17? ¿Dónde se vive la vida cristiana según «la ley del Espíritu», con alegría y convicción, por atracción y no por coacción? ¿Dónde se tiene la palabra de Dios en gran honor, se manifiestan los carismas y es más sentida el ansia por una nueva evangelización y por la unidad de los cristianos?

La respuesta última a esta pregunta sólo la conoce Dios, pues se trata de un hecho interior que acontece en el corazón de las personas. Tendríamos que decir del nuevo Pentecostés lo que Jesus decía del reino de Dios: “Ni se dirá: Vedlo aquí o allá, porque, mirad, el Reino de Dios ya está entre vosotros” (Lc 17,21). Sin embargo, es posible discernir algunos signos, ayudados también por la sociología religiosa que se ocupa de estos fenómenos. Desde este punto de vista, la respuesta que se da a aquella pregunta desde varias partes es: ¡en los movimientos eclesiales!

Pero hay que precisar una cosa en seguida. De los movimientos eclesiales forman parte, si no en la forma sí en la sustancia, también esas parroquias y comunidades nuevas, donde se vive la misma koinonia y la misma calidad de vida cristiana. Desde este punto de vista, movimientos, parroquias y comunidades espontáneas no deben ser vistos en oposición o en competencia entre sí, sino unidos en la realización, en contextos diferentes, de un mismo modelo de vida cristiana. Entre ellas se deben enumerar también las denominadas «comunidades de base», al menos aquellas en las que el factor político no ha tomado la ventaja al factor religioso.

Sin embargo, es necesario insistir en el nombre correcto: movimientos «eclesiales», no movimientos «laicales». La mayor parte de ellos están formados, no por uno solo, sino por todos los componentes eclesiales: laicos, ciertamente, pero también obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas. Representan el conjunto de los carismas, el «pueblo de Dios» de la Lumen gentium. Sólo por razones prácticas (porque ya existe la Congregación del clero y la de los religiosos) se ocupa de ellos el «Pontificio Consejo de los laicos».

Juan Pablo II veía en estos movimientos y comunidades parroquiales vivas «los signos de una nueva primavera de la Iglesia»18. En el mismo sentido se ha expresado, en varias ocasiones, el papa Benedicto XVI. En la homilía de la Misa crismal del Jueves Santo de 2012 dijo: «Mirando a la historia de la época post-conciliar, se puede reconocer la dinámica de la verdadera renovación, que frecuentemente ha adquirido formas inesperadas en momentos llenos de vida y que hace casi tangible la inagotable vivacidad de la Iglesia, la presencia y la acción eficaz del Espíritu Santo».

Hablando de los signos de un nuevo Pentecostés, no se puede dejar de mencionar en particular, aunque sólo fuera por la amplitud del fenómeno, a la Renovación Carismática, o Renovación en el Espíritu. Cuando, por primera vez, en 1973, uno de los artífices mayores del Vaticano II, el cardinal Suenens, oyó hablar del fenómeno, estaba escribiendo un libro titulado El Espíritu Santo, fuente de nuestras esperanzas, y esto es lo que relata en sus memorias: «Dejé de escribir el libro. Pensé que era una cuestión de la más elemental coherencia prestar atención a la acción del Espíritu Santo, por lo que pudiera manifestarse de manera sorprendente. Estaba particularmente interesado en la noticia del despertar de los carismas, por cuanto el Concilio había invocado un despertar semejante».

Y esto es lo que escribió después de haber comprobado en persona y vivido desde dentro dicha experiencia, compartida mas tarde por millones de otras personas: «De repente, san Pablo y los Hechos de los apóstoles parecían hacerse vivos y convertirse en parte del presente; lo que era auténticamente verdad en el pasado, parece que ocurre de nuevo ante nuestros ojos. Es un descubrimiento de la verdadera acción del Espíritu Santo que siempre está actuando, tal como Jesús mismo prometió. Él mantiene su palabra. Es de nuevo una explosión del Espíritu de Pentecostés, una alegría que se había hecho desconocida para la Iglesia»19.

Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades no realizan por cierto todas las potencialidades y las expectativas del Concilio, pero responden a la mas importante de ellas, al menos a los ojos de Dios. No son libres de debilidades humanas y a veces de fracasos, pero ¿qué gran novedad ha hecho su aparición en la historia de la Iglesia de manera diferente? ¿No pasó lo mismo cuando, en el siglo XIII, hicieron su aparición las ordenes mendicantes? También en esta ocasión fueron los Romanos pontífices, sobre todo Inocencio III, quienes por primeros acogieron la novedad del momento y animaron el resto del episcopado a hacer lo mismo.

4. Una promesa cumplida

Entonces, nos preguntamos, ¿cuál es el significado del Concilio, entendido como el conjunto de los documentos producidos por él, la Dei Verbum, la Lumen gentium, Nostra aetate, etc.? ¿Los dejaremos de lado para esperar todo del Espíritu? La respuesta está contenida en la frase con la que Agustín resume la relación entre la ley y la gracia: «La ley fue dada para que se buscara la gracia y la gracia fue dada para que se observara la ley»20.

Por tanto, el Espíritu no dispensa de valorar también la letra, es decir, los decretos del Vaticano II; al contrario, es precisamente él quien empuja a estudiarlos y a ponerlos en práctica. Y, de hecho, fuera del ámbito escolar y académico donde ellos son materia de debate y de estudio, es precisamente en las realidades eclesiales recordadas anteriormente donde son tenidos en mayor consideración.

Lo he experimentado yo mismo. Yo me liberé de los prejuicios contra los judíos y contra los protestantes, acumulados durante los años de formación, no por haber leído Nostra aetate, sino por haber hecho yo también, en mi pequeñez y por mérito de algunos hermanos, la experiencia del nuevo Pentecostés. Después descubrí Nostra aetate, igual que descubrí la Dei Verbum después de que el Espíritu hizo nacer en mí el gusto por la palabra de Dios y el deseo de evangelizar. Pero yo sé que el movimiento es en los dos sentidos: algunos de la letra ha sido empujados a buscar el Espíritu, otros del Espíritu han sido empujados a observar la ley.

El poeta Thomas S. Eliot escribió unos versos que nos pueden iluminar en el sentido de las celebraciones de los 50 años del Vaticano II: «No debemos detenernos en nuestra exploración/ y el fin de nuestro explorar/ será llegar allí de donde hemos partido/ y conocer el lugar por primera vez»21.

Después de muchas exploraciones y controversias, somos reconducidos también nosotros allí de donde hemos partido, es decir, al acontecimiento del Concilio. Pero todo el trabajo alrededor de él no ha sido en vano porque, en el sentido más profundo, sólo ahora estamos en condiciones de «conocer el lugar por primera vez», es decir, de valorar su verdadero significado, desconocido para los mismos Padres del concilio.

Esto permite decir que el árbol crecido desde el Concilio sea coherente con la semilla de la que ha nacido. En efecto, ¿de qué ha nacido el acontecimiento del Vaticano II? Las palabras con las que Juan XXIII describe la conmoción que acompañó «el repentino florecer en su corazón y en sus labios de la simple palabra concilio»22, tienen todos los signos de una inspiración profética. En el discurso de clausura de la primera sesión habló del Concilio como de «un nuevo y deseado Pentecostés, que enriquecerá abundantemente a la Iglesia de energías espirituales»23 .

A 50 años de distancia sólo podemos constatar el pleno cumplimiento por parte de Dios de la promesa hecha a la Iglesia por boca de su humilde servidor, el beato Juan XXIII. Si hablar de un nuevo Pentecostés nos parece que es por lo menos exagerado, vistos todos los problemas y las controversias surgidos en la Iglesia después y a causa del Concilio, no debemos hacer otra cosa que ir a releer los Hechos de los apóstoles y constatar cómo no faltaron problemas y controversias ni siquiera después del primer Pentecostés. ¡Y no menos encendidos que los de hoy!

[Traducción de Pablo Cervera Barranco]

1 Cf. Il Concilio Vaticano II. Recezione e attualità alla luce del Giubileo [R. Fisichella ed.] (Ed. San Paolo 2000).

2 Juan XXIII, Discurso de apertura del Concilio, 6,5.

3 Pablo VI, Encíclica Ecclesiam suam, 52; cf. también Insegnamenti di Paolo VI, vol. IX (1971) 318. 

4 Juan Pablo II, Audiencia general del 1 agosto de 1979.

5 J.H. Newman, Lo sviluppo della dottrina cristiana (Bologna, Il Mulino 1967) 46s. [trad. esp: Ensayo sobre desarrollo de la doctrina cristiana (Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca 1998)].

6 S. Gregorio Magno, Comentario a Job XX, 1: CCL 143 A, 1003.

7 S. Ireneo, Adv. Haer., III, 24,1.

8 Ch. Péguy, Le Porche du mystère de la deuxième vertu (La Pléiade, París 1975) 588s. [trad. esp. El pórtico del misterio de la segunda virtud (Encuentro, Madrid 1991)].

9 Tomás de Aquino, Summa theologiae, I-IIae, q. 106, a. 2.

10 Ibid., q. 106, a. 1; cf. ya Agustín, De Spiritu et littera, 21, 36.

11 Juan Pablo II, Carta apostólica A Concilio Constantinopolitano I, 25 marzo 1981:AAS 73 (1981) 515-527.

12 I. Ker, «Newman, the Councils, and Vatican II»: Communio. International Catholic Review (2001) 708-728.

13 Newman, op. cit. 46.

14 Un ejemplo, en mi opinión, aún más claro es lo que ocurrió con el concilio ecuménico de Éfeso del año 431. La definición de María como la Theotokos, Madre de Dios, en las intenciones del concilio y sobre todo de su promotor san Cirilo de Alejandría, debía servir únicamente para afirmar la unidad de persona de Cristo. De hecho, dio pie a la inmensa floración de devoción a la Virgen y a la construcción de las primeras basílicas en su honor, entre las cuales está la de Santa María la Mayor, en Roma. La unidad de persona de Cristo fue definida en otro contexto y de manera más equilibrada, en el concilio de Calcedonia del año 451.

15 Cf. H.G. Gadamer, Wahrheit und Methode (Tubinga 1960) [trad. esp. Verdad y método (Sígueme, Salamanca, 2012)].

16 Novo millennio ineunte, 42 ss.

17 I. Ker, art. cit. 727.

18 Novo millennio ineunte, 46.

19 L.-J. Suenens, Memories and Hopes (Veritas, Dublín 1992) 267.

20 Agustín, De Spiritu et littera, 19, 34.

21 T.S. Eliot, Four Quartets V, The Complete Poems and Plays (Faber & Faber, Londres 1969) 197 [trad. esp. Cuatro cuartetos (Cátedra, Madrid 1987)].

22 Juan XXIII, Discurso de apertura del concilio Vaticano II, 11 de octubre de 1962, n. 3,1

23 Juan XXIII, Discurso de clausura del primer período del concilio, 8 de diciembre de 1962, n. 3,6.

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IGLESIA EN AMÉRICA


Jesucristo se encontró con los pobres y respondió en su momento a lo que necesitaban
Entrevista al cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, Arzobispo de Santo Domingo
Por José Antonio Varela Vidal

CIUDAD DEL VATICANO, Viernes 14 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Durante los días en que duró el congreso internacional Ecclesia in America, organizado por la Comisión Pontificia para América Latina, había una figura con un especial relevancia por su conocimiento del tema, así como por la historia que lleva consigo su gobierno pastoral.

Nos referimos al cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, arzobispo de Santo Domingo en República Dominicana, jurisdicción que detenta a la vez el título de Primada de América, dado que allí llegó el evangelio desde España.

ZENIT conversó con él, quien recuerda el origen de esta idea visionaria del papa Juan Pablo II, de convocar a sínodos continentales, así como el recorrido que ha tenido el término Nueva Evangelización, el cual fuera inaugurado por el hoy beato en tierras americanas allá por el año 1983.

¿Qué importancia ha tenido este encuentro a los 15 años del Sínodo para América?

--Card. López Rodríguez: Indiscutiblemente, es de una gran importancia. En aquella época en que el papa quiso hacer el Sínodo, yo estaba como presidente del Celam, y me alegró mucho porque ví en esa decision del papa una proyeccion de la Iglesia en este continente –y en los demás--, hacia los 2000 años de la venida de Jesucristo al mundo. Hoy nos ponemos en sintonía con aquel momento histórico.

Usted estuvo también cuando el hoy beato Juan Pablo II habló en 1983 por primera vez en América Latina, sobre la Nueva Evangelización. ¿Cómo se ha venido madurando esta idea? ¿Cree que se ha ha entendido, o que ya ha encontrado su campo de cultivo?

--Card. López Rodríguez: Los grandes momentos que hemos tenido en América Latina, especialmente con Juan Pablo II desde Puebla y Santo Domingo --aunque Aparecida no le tocó--, han sido momentos en que se ha ido avanzando en esta toma de conciencia de la evangelización de América. Y hoy por hoy, lo digo por mi país República Dominicana, estamos empeñados en profundizar en el tema de la evangelización. Disculpen la inmodestia, pero yo estoy en programas de televisión, de radio, con los jóvenes, y de verdad que me alegra mucho ver la sintonía de la gente joven que quiere que se le hable del tema. Ellos quieren que se les ayude a profundizar en el tema de la evangelización.

Usted tiene el privilegio de ser el arzobispo de la Diócesis primada de América. A poco más de 500 años de la evangelización ¿cuáles son los desafios que tiene la Nueva Evangelización?

--Card. López Rodríguez: Hay problemas muy graves en América Latina, incluyendo mi país, porque vemos el recrudecimiento de un narcotráfico despiadado, muertes salvajes, crímenes de todas las formas. Así es que aparte de lo que ya conocemos de tipo atávico, como son los problemas sociales, la injusticia, una gran pobreza, todo esto ya es un desafío a la evangelización. Jesucristo se encontró con muchos pobres, pero Él respondió en su momento a lo que esa gente pobre necesitaba. Es decir, debemos darles una respuesta desde la persona de Cristo, del evangelio; ese es el espejo en que tenemos que vernos hoy día y decirle a esta América nuestra que el evangelio es el mismo hoy que hace dos mil años.

Se ha hablado mucho en el Sínodo de la Nueva Evangelización, sobre un “nuevo impulso” por parte de los pastores. ¿Cómo debe ser el presbítero de estos tiempos?

--Card. López Rodríguez: Debe ser una persona con los pies en la tierra, que sepa qué nos toca hacer hoy día, con qué gente contamos, a quién nos dirigimos… Esto lo insisto mucho a los seminaristas y presbíteros, de que no podemos perder de vista que estamos en una realidad concreta, histórica, que nos exige dar respuestas muy concretas a las realidades que tenemos delante.

Son realidades que “claman al cielo”, ¿no?

--Card. López Rodríguez: Tenemos países con grandes contrastes sociales, con una situación política muy preocupante, y con gente que tiene el poder en sus manos y tampoco solucionan los problemas.

Y con un alto nivel de corrupción que se lleva lo ganado…

--Card. López Rodríguez: La corrupción es un mal endémico, preocupante, que nos deja a todos desconcertados. En mi país hemos sacado documentos muy claros, categóricos, y lo hemos hecho reiterativamente; o sea no es que la Iglesia no lo haya dicho: yo prácticamente estoy todos los días en los medios de comunicación, hablando de lo que sucede. Es verdad que es una situación en la que habrá que esperar mucho más de la ayuda del Señor, y pedirle que nos de el valor, el acierto, la clarividencia para saber adónde apuntar.

¿Qué mensaje nos podría dar por los 15 años de ZENIT?

--Card. López Rodríguez: ¡Son quinceañeros, entonces! Son muy jóvenes todavía, pero han acumulado experiencia. Han vivido tantas realidades, conociendo tantas personas, viviendo momentos interesantísimos de la Iglesia, por ejemplo los ultimos años de Juan Pablo II, así como los que lleva Benedicto XVI… Creo que hay una vida de la Iglesia caracterizada por una gran esperanza. ¡Y ustedes deben ser también gente de esperanza, ánimo!

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Lo más importante para un obispo es que la gente se encuentre con Jesús
En diálogo con obispo de Phoenix, Estados Unidos, Thomas Olmsted
Por José Antonio Varela Vidal

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 14 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Terminado el seminario internacional Ecclesia in America, el cual convocó del 9 al 12 de diciembre en esta ciudad a representantes de la Iglesia de todo el continente, los comentarios y recuerdos se siguen escuchando entre quienes vivieron esta experiencia de integración y de claros propósitos.

Como eco de lo que fueron estas jornadas de trabajo y oración, ZENIT conversó con el obispo de Phoenix, Estados Unidos, monseñor Thomas Olmsted, quien en un correcto español nos cuenta sus planes y desafíos actuales.

Usted ha tenido un doble motivo para conmemorar estos 15 años de la Asamblea del Sínodo de los Obispos Ecclesia in America, ¿no?

--Obispo Olmsted: Sí, con mucha alegría y gratitud. Especialmente porque yo comencé mi episcopado un mes después de la promulgación de la exhortación postsinodal Ecclesia in America.

Podemos decir entonces que su gobierno pastoral se ha desarrollado bajo la luz de este documento…

--Obispo Olmsted: Si, siempre. Fue para mí un road map (hoja de ruta), una visión para todo mi trabajo pastoral.

¿Qué fue lo más “fácil” de implementar y lo que sigue pendiente?

--Obispo Olmsted: Lo más fácil es el encuentro con Jesús. Porque cuando uno encuentra a Jesús cambia toda su vida. La alegría de una persona que conoce a Jesús es la parte más importante en la vida de un obispo, y de un discípulo de Cristo. Lo más difícil diría yo, es cómo evangelizar un mundo secularizado que tiene un rechazo al mensaje del evangelio de Cristo.

Se ha hablado mucho estos días de inculturar el evangelio, ¿Cuál sería un campo importante para hablarle al hombre contemporáneo?

--Obispo Olmsted: El lugar más importante es la familia, porque es la base de la Iglesia y de la sociedad. Por eso, evangelizar a las parejas es algo fundamental.

También se ha reflexionado sobre el asunto de los migrantes..., ¿cuáles son los desafíos?

--Obispo Olmsted: Tenemos muchos migrantes en nuestra diócesis, que vienen con una cultura católica, aunque no bien catequizados. Hay una apertura a Cristo, tienen confianza en los sacerdotes y religiosos, por lo que debemos mostrarles siempre nuestra alegría por su presencia aquí, así como por sus dones espirituales y religiosos.

¿Y es fácil la integración con los fieles norteamericanos?

--Obispo Olmsted: No todos los reciben igual, aunque la mayoría sí porque ser católico es ser universal. Esto es debido a que muchos de los católicos norteamericanos no están bien catequizados, y sin una buena formación no se entra en la misión de la Iglesia.

Terminado este evento, ¿cómo ve el trabajo que se quiere hacer en América en los próximos 15 años?

--Obispo Olmsted: Lo veo con mucha esperanza. Creo que la comunión entre los obispos está aumentado y doy gracias a Dios por eso.

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VENTANA AL MUNDO


¡Recen, clamen, unan sus oraciones a las nuestras!
Ayuda a la Iglesia Necesitada invita a una novena navideña por la paz en R.D. Congo
KÖNIGSTEIN, viernes 14 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Por iniciativa de la fundación internacional católica Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), a partir del 16 de diciembre se realizará una cadena mundial de oración por la paz en la República Democrática del Congo. Desde hace muchos años, los congoleños están sufriendo por las inimaginables atrocidades de varios actores políticos, líderes militares y grupos de interés, especialmente en el este de ese país, región rica en recursos naturales.

La zona más afectada es la ciudad de Goma, ubicada en el este de R.D. Congo en la región de Kivu, recientemente visitada por representantes de AIN. El obispo de Goma Theophile Kaboy, en un dramático llamamiento pidió a los fieles de todo el mundo rezar por esta causa: “¡Recen –les ruego urgentemente– clamen y unan sus oraciones por la diócesis de Goma con nosotros!¡Ayunencon vigor y clamor!“

AIN –afirma un comunicado de esta fundación católica- quiere apoyar este “clamor de sufrimiento desesperado” y, con este fin, preparó los textos para una novena de oración. Su intención es pedir por la paz en un país que experimenta tanto sufrimiento: “Dios, Padre eterno, Creador del cielo y la tierra, en tu gran amor nos has confiado esta tierra del Congo. Te rogamos por la paz en nuestro país para que cese la guerra. ¡Mira nuestras lágrimas, que derramamos por los millones de muertos! ¡Mira nuestros corazones, heridos por tantas familias arruinadas y destruidas! Mira en particular, los sufrimientos de nuestros hermanos y hermanas que están al Este del país, víctimas de esta guerra detestable”.

El llamado de oración de AIN se dirige especialmente a las congregaciones contemplativas de todo el mundo. Están invitados a compartir y apoyar esta urgente e importante causa de oración por la paz, la mayor cantidad de fieles de todas las confesiones. La acción se realizará durante nueve días, desde el 16 de diciembre hasta la Nochebuena del 24 de diciembre, la noche del nacimiento de Cristo, el “Príncipe de la Paz”.

Ya en Pentecostés, AIN hizo una novena en favor de una solución pacifica en el conflicto entre el Sudán del norte y del sur. En septiembre, las partes enfrentadas hallaron una solución al conflicto y alcanzaron una tregua, con una zona de exclusión militar, en la frontera.

Ayuda de AIN a R.D. Congo

AIN ha concedido a los refugiados del Este de R.D. Congo una ayuda inmediata de cincuenta mil euros. Según informa el obispo de Goma Theophile Kaboy, el dinero será repartido por religiosos del país a personas necesitadas en los campos de refugiados en torno a Goma: para alimentos, ropa y medicamentos.

Desde hace semanas, la situación del Este —muy rico en materias primas— de este país centroafricano es realmente explosiva. Las luchas, de una violencia inimaginable, entre los más diversos actores políticos, líderes militares y grupos de presión está produciendo un éxodo masivo. Benedicto XVI hizo un llamamiento a la comunidad internacional para que actuara y prestara ayuda a los refugiados, mujeres, niños y personas de edad avanzada, que carecen de lo más necesario.

El obispo Kaboy agradeció a AIN esta ayuda de emergencia y la cadena de oración por la paz susodicha.

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CULTURA Y EDUCACIÓN


Muchas gracias por sus iglesias, Oscar Niemeyer
Una reflexión del superior de los carmelitas en Egipto
Por Fray Patrício Sciadini OCD

EGIPTO, jueves, 13 de diciembre de 2012 (ZENIT.org) - La muerte le llega a todos. Puede llegar a los 24 años, como le llegó a un genio de la espiritualidad que supo inventar un nuevo camino hacia Dios simplificando las líneas difíciles de la santidad que existían y enseñando que nosotros debemos construir la santidad en la simplicidad y abandonándonos en la confianza en Dios.

Él es el verdadero “arquitecto” que traza las líneas de nuestro camino y después que quiere que nosotros, leyendo el proyecto, construyamos nuestra vida.

Puede suceder a los 53 años como fue con Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, en un campo de concentración nazi. Ella que supo con su libro “La Ciencia de la Cruz” enseñar a la humanidad que el sufrimiento, sea cuál sea, nunca es inútil. Y cuando la policía secreta nazi fue a su Carmelo para arrestarla, ella con la serenidad de los profetas le dijo a su hermana Rosa: “Vamos hacia nuestro pueblo”, y comenzó el camino sin regreso que concluía en los hornos crematorios del nazismo.

O la muerte que llega a los 104 años, como fue con Oscar Niemeyer, que según lo que he leído es considerado el innovador de la arquitectura, a tal punto que se habla de una arquitetura antes de él y después de él, como si se hablara de una espiritualidad antes de santa Teresita del Niño Jesús y después de ella.

Oscar Niemeyer se declaraba ateo y comunista. Él decía en una frase que leí que no creía en las cosas de la religión porque veía en su entorno muchas injusticias y veía al ser humano frágil. Fue más o menos ese el sentido de sus palabras. Es verdad que a veces, delante de nosotros, vemos injusticias, el mal que avanza, lo frágil que se vuelve el ser humano, que busca solamente el dinero que Niemeyer llamaba “cosa sórdida”.

Tenía razón sobre su visión pero en verdad no es culpa de Dios, el mal es del ser humano que no escucha a Dios y que se niega a hacer un camino de conversión, un camino en el que se comparta los bienes con los que nada tienen, en el que se sepa vivir el Evangelio. Dudo que Oscar Niemeyer no haya leído alguna vez el Evangelio, pues contrariamente no habría podido proyectar las 22 iglesias que invitan “a la contemplación y a la oración”.

La primera vez que entré en la iglesia de san Francisco de Asis en la Pampulha, en Belo Horizonte, Brasil, me sentí invadido de una fuerte atracción por la intimidad con Dios. Sentí como una presencia de paz y de alegría y pensé conmigo: qué hombre debe haber sido el arquitecto que proyectó esta iglesia con formas tan poderosas y bellas, con aspectos del cielo y de la tierra.

No es posible proyectar una iglesia sin algo de muy profundo en el corazón, sin una vida interior, una “espiritualidad”.

Los últimos dos papas, Benedicto XVI y Juan Pablo II, en varias circunstancias, parafraseando las palabras de Juan de la Cruz, dijeron: “Dios siempre busca al ser humano, aunque él no lo sepa”. Es eso. Aunque neguemos a Dios, Dios nos busca y nosotros buscamos lo bello, lo artístico, sacando fuera de nosotros lo que está dentro de nuestro corazón.

El arte no es estudio, es mística y vida. A Oscar Niemeyer, con quien nunca tuve la suerte de conversar, le habría dicho: “Mi hermano, sus iglesias son obras de un gran místico, de alguien que sabe mirar para el cielo, mirar las curvas de las nubes, de los montes y sabe intuir lo que el ser humano necesita para entrar dentro de sí y construir un mundo que sea más humano y más justo.

Le habría dicho: “Usted busca la belleza y quien busca la belleza busca a Dios. Sus veintidós iglesias esparcidas por ahí, hablan también de su grandeza de hombre, un hombre sabio que no puede contentarse con construir palacios presidenciales, sino que tiene la necesidad de construir iglesias en donde las personas sientan que Dios --aunque no lo perciban- camina con ellas. Muchas gracias por sus iglesias, Oscar Niemeyer".

Traducido del portugués por H. Sergio Mora

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MÚSICA Y ARTE


Se estrena la composición 'Rorate caeli desuper', de García Román, en Granada
III Ciclo de Música y Tiempo Litúrgico: Adviento en la catedral
GRANADA, viernes 14 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Mañana sábado, la catedral de Granada, España, será de nuevo el marco en el que se celebrará el Concierto de Adviento, organizado por esta iglesia metropolitana y el Centro Cultural Nuevo Inicio, del Arzobispado de Granada.

El concierto tendrá lugar a las 19:30 horas y estará a cargo del organista Juan María Pedrero Encabo, profesor de órgano en los Conservatorios Superior y Profesional de Granada y Académico Numerario de la Real Academia de Bellas Artes de Granada.

Estreno en el concierto

En el concierto, Pedrero Encabo interpretará diversas piezas de Johann Sebastian Bach, así como una composición que se estrenará en la propia catedral de Granada, del director de la Real Academia de Bellas Artes de Nuestra Señora de las Angustias, José García Román, titulada Rorate caeli desuper.

La obra de García Román, concluida en diciembre de 2011, se inicia con una melodía gregoriana cantada en registro grave, que va vertebrando la obra, bien de forma acórdica, bien como línea melódica, cuya presencia es evidente con imitaciones o pequeñas variaciones, resultando una armonía que brota de la misma esencia del tema. Esta obra está dedicada al compositor Juan-Alfonso García, que fue organista de la catedral de Granada.

Asimismo, el organista interpretará obras de este tiempo litúrgico de Adviento de Jeanne Demessieux (Rorate caeli, cuyos primeros versos proceden del Libro de Isaías); de Olivier Messiaen (Le Verbe, la cuarta de las nueve piezas que integran La Nativité du Seigneur); y de Marcel Dupré (El mundo a la espera del Salvador, primer movimiento de la Simphonie-Passion). 

Organista

Juan María Pedrero es titulado superior de órgano y piano en el Conservatorio del Liceo de Barcelona y ganador en 2000 del primer premio en el Concurso Nacional Inter-Conservatorios de Francia. Asimismo, durante 2001-2002 fue organista titular en residencia del Sapporo Concert-Hall, de Japón, ha ofrecido conciertos por toda la geografía española, Europa, América y Extremo Oriente, y ha sido solista y colaborador con diversas orquestas, así como con conjuntos de música antigua y Música Aeterna Bratislava.

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Flash


Un ''facebook'' para la oración
Una web facilita que unos recen por otros en el mundo
MADRID, viernes 14 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Una página web española pretende conectar a los usuarios de todo el mundo para rezar unos por otros: Velaporti.com. Permite llegar a miles de personas para que recen por la intención que el usuario desee: encenderán una vela online como signo de que están rezando por dicha causa e incluso podrán encargar la celebración de una misa por esa intención

Velaporti.com es una web promovida por la revista Misión que permite que aquella persona que tenga una intención, la publique en la web y la comparta con sus familiares, amigos o con cualquier otra persona del resto del mundo que quiera apoyarla, a fin de que estos enciendan una vela online como símbolo de que están rezando por dicha intención. [Misión es una revista familiar católica gratuita publicación de la Fundación Logos, un apostolado de los Legionarios de Cristo.]

Quienes hayan publicado una intención en la web de oración pueden actualizar el estado de la misma para que el resto de usuarios conozcan su evolución. Cualquier usuario puede hacer sus comentarios y compartir una intención en las redes sociales como Facebook, Twitter o Tuenti para que más contactos puedan acceder a la intención y rezar por ella, afianzando así el espíritu de comunidad cristiana: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20).

Las nuevas tecnologías sirven de soporte a queridas tradiciones, como enviar una tarjeta a familiares o amigos. Por cada motivo, hay diferentes tipos de tarjetas. Igualmente, el portal permite encargar la celebración de una misa por una intención concreta. La totalidad del dinero recibido por las tarjetas y las misas –salvo los costes de producción y envío de las tarjetas postales– es destinado a la formación de seminaristas.

Para saber más: www.velaporti.com.

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