15.12.12

 

No pretendo resumir el contenido del Mensaje del papa Benedicto XVI para la XLVI Jornada Mundial de la Paz del próximo 1 de enero de 2013. Si tuviese que calificarlo lo haría con el uso de tres adjetivos: es un mensaje complejo, es un mensaje realista y es, a la vez, propositivo.

“Complejo” porque se compone de elementos diversos, que no se pueden reducir fácilmente a un titular. “Realista”, porque describe la situación actual yendo a sus causas profundas. Y “propositivo” porque pide aprovechar la crisis para crear un nuevo modelo.

La realidad que vivimos causa alarma, por varios motivos: “Causan alarma los focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero no regulado. Aparte de las diversas formas de terrorismo y delincuencia internacional, representan un peligro para la paz los fundamentalismos y fanatismos que distorsionan la verdadera naturaleza de la religión, llamada a favorecer la comunión y la reconciliación entre los hombres”.

¿Cómo superar estos fenómenos preocupantes? No se trata de dar recetas que se limiten a paliar los síntomas; se trata de ir a la raíz. Hay que apostar por “un humanismo abierto a la trascendencia”, por una antropología y una ética que vaya más allá del subjetivismo y del pragmatismo, del relativismo y de la pretensión de “una moral totalmente autónoma” en lugar de reconocer “la imprescindible ley moral inscrita por Dios en la conciencia de cada hombre”. La paz es, en definitiva, “la construcción de la convivencia en términos racionales y morales”. Es preciso, en suma, dejarse guiar “por las exigencias de la verdad, la justicia y el amor”.

Desde esa base se podrá proponer un cambio, “un nuevo modelo de desarrollo”: “Para salir de la actual crisis financiera y económica – que tiene como efecto un aumento de las desigualdades – se necesitan personas, grupos e instituciones que promuevan la vida, favoreciendo la creatividad humana para aprovechar incluso la crisis como una ocasión de discernimiento y un nuevo modelo económico”.

Este nuevo modelo ha de abarcar los círculos concéntricos que afectan a la persona. En primer lugar, respetando la vida humana, “considerada en sus múltiples aspectos, desde su concepción, en su desarrollo y hasta su fin natural”, pero también la verdad sobre el matrimonio y la familia. Cuidando de la educación, ya que el mundo actual necesita “del soporte de un pensamiento nuevo, de una nueva síntesis cultural, para superar tecnicismos y armonizar las múltiples tendencias políticas con vistas al bien común”.

La libertad religiosa – que ha de ser promovida desde un punto de vista positivo -, el derecho al trabajo – que no puede ser considerado como “una mera variable dependiente de los mecanismos económicos y financieros” – y hasta la economía entran dentro de esos círculos. No puede admitirse que se acepte como una convicción que “el crecimiento económico se ha de conseguir incluso a costa de erosionar la función social del Estado y de las redes de solidaridad de la sociedad civil, así como de los derechos y deberes sociales”.

¿Cuál es, en medio de todo este complejo mundo, el papel de la Iglesia? Le corresponde la tarea de recordar los fundamentos, los principios que “no son verdades de fe, ni una mera derivación del derecho a la libertad religiosa”, sino que “están inscritos en la misma naturaleza humana” y, por consiguiente, “se pueden conocer por la razón”. “La acción de la Iglesia al promoverlos no tiene un carácter confesional, sino que se dirige a todas las personas, prescindiendo de su afiliación religiosa”.

Pero a la Iglesia le corresponde, ante todo, anunciar a Cristo, ya que este anuncio es “el primer y principal factor del desarrollo integral de los pueblos, y también de la paz”. La Iglesia se compromete en la tarea de “promover una pedagogía de la paz”. “La paz no es un sueño, no es una utopía: la paz es posible”.

Guillermo Juan Morado.