20.12.12

 

Ya sé que esto es ponerse la venda antes de la herida, y también que no vale arrepentirse de antemano por el pecado que se va a cometer. A pesar de todo eso, confieso que en unas horas voy a incurrir en algunas irregularidades litúrgicas.

La culpa la tienen un montón de adultos con discapacidad intelectual con los que voy a celebrar la misa de Navidad en un par de horas. Viven en una residencia en un pueblo cercano a Madrid y acudo a pasar un rato con ellos cuando puedo, siempre menos de lo que quisiera.

Hoy es su fiesta de Navidad. Tendríais que verlos. Ellos han sacado el armario sus chaquetas y quién sabe si incluso aparecerán corbatas. Ellas hoy, como cosa excepcional, vendrán con el ojo pintado. Niños de cuerpo adulto y mente chiquitina. Cuerpos grandes con mentes que se negaron a crecer. Hoy es un día grande. Misa de Navidad, comida, festival en la tarde con la presencia de sus familias.

Supongo que la liturgia sufrirá pequeños desajustes. Allí no hay iglesia, ni órgano litúrgico. Confieso que voy a cambiar las lecturas del día para acercarnos más al nacimiento de Cristo. Tampoco sé si todos los villancicos que van a cantar los niños serán estrictamente litúrgicos e irreprochablemente históricos. Y ya sé que en la paz será inevitable que corran a abrazarse unos a otros.

Arrodillarse en la consagración, difícilmente. Por las características del lugar y porque la mitad escuchan la misa desde sus sillas de ruedas. A ver, no nos asustemos, que nadie toca lo fundamental. Misa con sus libros litúrgicos, su plegaria eucarística aprobada, lo mejor que podemos, pero si nos ponemos en plan purista algo nos faltará, seguro.
Sin embargo es mi mejor misa de navidad. Quizá por eso de que Dios se revela a los sencillos y se da a conocer a los débiles. Quizá porque en los ojos de esos niños grandes brilla hoy de forma especial la luz de la estrella que nos lleva a Cristo. Quizá porque en la sencillez Cristo resplandece de forma nueva. Quizá…

Niños grandes. Mis niños grandes. Sí, los que cada vez que acudo a estar con ellos me abrazan, me besan y saben llenarme el rostro con sus lágrimas y esa saliva que rebasa su boca. Los que son capaces de montar un belén poniendo en el rostro de los angelitos la foto de cada compañero que ya está en el cielo. Niños que me hacen redescubrir el valor de la vida humana por encima de cualquier problema o discapacidad. ¿Por qué ellos, justamente ellos, no van a tener derecho a la vida?

Sí. Quizá nos falte algún detalle litúrgico. Lo sé. Pero es una misa tan grande, tan bonita, tan de Dios, tan de amor a todos… que espero que Cristo y la Iglesia nos disculpen.