23.12.12

La soledad del cura

A las 10:03 AM, por Jorge
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Ante todo perdonad este desahogo personal. Esto es el blog de un cura y lo mismo hablo de la misa, que de los niños, que de cosas de la iglesia y del mundo, que cuento cómo me siento en algunos momentos.

Del cura se saben las cosas propias de su ministerio: que dice misa, confiesa, atiende niños y jóvenes, lleva adelante la parroquia, ayuda a los pobres. Y al cura se le valora y critica justo por esas cosas. Normal, es lo que se ve.

Pero hay una parte que nunca acabarán de comprender. Es la parte en que uno entra en la casa parroquial después de finalizar sus tareas y cierra la puerta desde dentro. Ahí es cuando te encuentras contigo mismo. Es tu propia soledad.

Es verdad que nos pasamos el día con gente y que la soledad tiene sus ventajas. Decía una señora de pueblo que “la soledad es muy triste, pero muy cómoda”. Es verdad. Muy cómoda y muy triste.

No me afecta demasiado, soy de carácter independiente, aunque sí recuerdo momentos en que se me hizo especialmente dura. Por ejemplo, cuando me enteré de que todo un pueblo me estaba acusando falsamente de adulterio. Qué tarde pasé ese día sin más compañía que el pobre perro a quién me abracé desconsolado. O cuando fallecieron mi padre o mi hermano. Llegas a casa con tu dolor y cierras la puerta. Y te lo vas tragando despacito.

Me afecta especialmente la soledad en estos días singulares que se acercan: Nochebuena, navidad, año nuevo. Y mira que tengo hermanos, sobrinos y resobrinos estupendos con los que voy a comer y a cenar, y feligreses encantadores que se preocupan de mí. Pero hay un punto que es sólo tuyo.

En estos días me acuerdo especialmente de los compañeros sin familia, de los curas que quizá cenen solos, de los que han tenido o están teniendo problemas en sus parroquias vaya usted a saber por culpa de qué o de quién, de los enfermos que a pesar de todo siguen sacando fuerzas de flaqueza para sonreír y celebrar mientras lloran por dentro. Días especiales en los que notas con fuerza que estás solo, aunque no de Dios.

Un sacerdote tiene toda su fuerza en Cristo. Nuestra compañía es el Señor, nuestra familia, la parroquia, la gracia de Cristo nos sostiene y anima. Pero… hay veces que el corazón se hace especialmente humano y nota un pellizquito de nostalgia cuando la puerta de casa se cierra por dentro. Mañana cenaré con los míos, luego la misa del gallo, una copa con la gente y a dormir. Y quizá, cuando me esté acostando, la radio vuelva a decir: “en esta noche tan familiar, donde estamos juntos…” Cosas que también entran en el paquete del ser cura.

Soy un privilegiado. Tengo la familia a apenas 45 km. y eso me permite cenar con ellos en Nochebuena y comer en Navidad, y a la vez atender la parroquia. Estos días me preocupan más otros compañeros: los que no tienen familia, los enfermos, los que no tienen con quién cenar, los que pasan momentos personales difíciles, los que sufren calumnias, los perseguidos por ser fieles a Cristo.

Y un ruego a todos vosotros que me leéis: de forma especial en estos días, preocupaos por vuestros curas. Creo que no necesito decir más.