3.12.13

Nacionalismo ideología del odio

La diócesis de Bilbao ha presentado el estudio Percepción sobre la Iglesia de Bizkaia. Los resultados abren las carnes, y, desgraciadamente, eran esperables:

«El 11 % de los jóvenes vizcaínos de entre 18 y 25 años se consideran católicos, frente a un 60 % que se declara ateo o agnóstico».

A lo que podemos añadir que entre los jóvenes declarados católicos sólo un 8 % afirma ir semanalmente a la iglesia y sin embargo, casi la mitad (43 %) reconoce que reza. Prácticamente un tercio de la población católica de Vizcaya asegura que va una vez a la semana a misa, excluyendo celebraciones como bautizos o bodas, frente a un 26 % que contesta que nunca va a misa.

Hasta aquí el dato. Me reconforta la valentía que han demostrado reconociendo la situación, con luz y taquígrafos. Es un primer paso. Ojalá den con las claves.

Lo que es indudable es que la correlación entre sociedades nacionalistas y «descristianización» es cada vez más fuerte. Y sea en las provincias vascas, Cataluña, Escocia, Holanda o Quebec.

Las causas son complejas pero saltan a la vista algunos factores comunes:

  • Profesión de una ideología de odio, que oscurece cualquier elemento positivo que podría tener el «amor a la patria». Odio incompatible con el Amor.
  • Clericalismo a ultranza. El despeño de los pastores se llevó por delante al rebaño.
  • Sustitución de Dios por una ideología. Ruptura de barreras morales.

¿Es exclusivo del nacionalismo paleto de esos lugares? Obviamente no. Podemos observarlo también en grupos sociales y políticos nacionalistas de Europa, que en muchos casos nacieron con una cierta identidad religiosa y hoy están profundamente paganizados o en vías de serlo (sobran ejemplos, también en España). Aunque gracias a Dios el impacto es mucho menor.

Sólo se nos ha prometido la «victoria final». Alguna otra vez he recordado el discurso inaugural de Benedicto XVI en el Sínodo de Obispos de 2008, vuelvo a hacerlo:

En este contexto resulta espontáneo pensar en el primer anuncio del Evangelio, del que surgieron comunidades cristianas inicialmente florecientes, que después desaparecieron y hoy sólo se las recuerda en los libros de historia. ¿No podría suceder lo mismo en nuestra época? Naciones que en otro tiempo eran ricas en fe y en vocaciones ahora están perdiendo su identidad bajo el influjo deletéreo y destructor de una cierta cultura moderna. Hay quien, habiendo decidido que «Dios ha muerto», se declara a sí mismo «dios», considerándose el único artífice de su destino, el propietario absoluto del mundo.

De lo que no tengo ninguna duda, es que la solución a todo esto no pasa por ningún plan pastoral. Sólo la santidad personal. Esas «tierras» todavía tienen memoria colectiva de haber ‘parido’ también grandes santos y evangelizadores.