Fe y Obras

Religión de Dios y religión del hombre

 

 

09.01.2013 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Es común a ciertos pensamientos tener como bueno que las normas las hacen los hombres y que Dios poco tiene que ver con tal realidad humana.

Pronunciarse de tal manera denota, en una persona, un sentido soberbio de su misma existencia y, más que nada, un triste concepto de la realidad de las cosas y de cómo son las mismas.

Decir que las normas las hacen los hombres es cosa cierta porque no se ha visto al Creador sentado en uno de los sillones del Consejo de Ministros y tampoco en el Congreso o en el Senado. Por eso se presume, en no pocas ocasiones, que las cosas con como se piensan que son. Y punto.

Decir que las normas son cosa de los hombres o, en general, del ser humano, es también cierto porque las hacen aquellos que pueden hacerlas o están legitimados para hacerlas.

Presumir tales evidencias es, sólo, expresión de un poder que se dice tener porque las leyes humanas se lo han dado.

Sin embargo, tal comportamiento carece de una visión más amplia de la realidad e impide, a quien así la manifiesta, conocer de dónde viene, por Quién ha sido puesto ahí y, sobre todo, dónde se encuentra la verdadera legitimidad de su poder.

Jesucristo, en el momento previo a su definitiva Pasión le dijo a Pilato, que también estaba muy seguro de su poderío militar y humano, algo que, seguramente, le debió hacer pensar que, en efecto, aquel hombre que le presentaban magullado y herido era inocente: “No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba”.

Tal expresión de la Verdad la recoge el evangelista Juan en el versículo 11 del capítulo 19 de su Evangelio. Y no mentía quien así se pronunció porque todo poder proviene de Dios que creó para que sus criaturas prosperasen con la creación.

Pero, al parecer, hay personas que creen que el poder que tienen lo ostentan por el exclusivo proceder de sus semejantes. Así, olvidan lo que tienen encargado llevar a cabo y que tienen inscrito en su corazón e incluso creen que pueden crear una religión basada en tal realidad.

La obligación, por tanto, del ser humano, criatura de Dios, no es crear o imaginarse una religión del hombre porque el Creador no necesita de suplantaciones que, además, están fuera de lugar.

Lo que sucede es que, a veces, se pretende hacer lo posible para que el mundano concepto de la vida que se tiene devenga creencia obligada para todos aquellos que han caído bajo el momentáneo mando del poder. Pura imposición. Y se abusa, así, de un poder que no viene de su gracioso comportamiento sino, en todo caso, de la voluntad intrínseca de Dios.

Los hombres, como es lógico, hacen leyes y establecen criterios de comportamiento de ámbito social porque tal es su obligación. Sin embargo, cuando tales leyes y tales comportamientos se dictan en interés ideológico y, precisamente, contra los mandatos claros y expresados por Dios se convierten en unos que lo son intrínsecamente perversos.

Así, la perversión de la ley es expresión de la que lo es del comportamiento ajeno a Dios, separado del Creador, muy lejano a los límites que establece el Padre para que nos relacionemos con él.

Crear, por tanto y en todo caso pretenderlo, una religión mundana no fundamentada en Dios es algo que sólo puede ser considerado como labor del Maligno que ha sembrado, en el corazón de las personas que así proceden, una semilla de muerte a la vida eterna y ha abierto una fosa grande donde pretenden precipitarnos a todos porque sostienen tales decisiones en la legitimidad humana que dan los votos.

Eso, además, sólo puede crear vacío porque nada contiene quien se aleja de Dios y convierte su vida en extraño aposento para sus caprichos. Tal es la religión del hombre que no mira a Dios porque, como Adán, se dio cuenta que estaba desnudo. Y así, miró para otro lado sin apreciar que eso de nada servía.

Eleuterio Fernández Guzmán
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