14.01.13

Unas pruebas de la "teología del teólogo" de ayer

A las 7:30 AM, por Tomás de la Torre Lendínez
Categorías : General

Ayer hablamos de un teólogo con minúscula de nombre Victorino Prieto está entrando en un monasterio a dar charlas a los residentes en él, en cuya librería se venden las obras de la primera persona citada.

Gracias a la resaca de la Red, hoy presento un artículo escrito por el citado teólogo con minúscula, en la revista 21RS, en el número 961, del mes de enero en curso, titulado: La ecoteología en el quehacer del siglo XXI.

Otra prueba más. Sermos Galiza, 11 xaneiro 2013.

Título: Interculturalidade, desafío para unha cultura de paz.

El texto de la primer artículo es el siguiente:

“Me gusta decir desde hace años que el cristiano y la cristiana del siglo XXI o es también un/a ecologista y un/a ecopacifista, o busca una ecoespiritualidad, o no podrá ser tampoco un buen cristiano/a, un discípulo/a de Jesús de Nazaret.

“Hay una red infinita de hilos por todo el universo… En cada entrecruzarse de los hilos hay una persona y en cada persona hay una cuenta de cristal.

Y cada cuenta de cristal refleja no sólo la luz de cada uno de los otros cristales en la red, sino también todos los otros reflejos que se dan a través del universo entero”.

(La Red de Indra, Rig Veda)

“La creación vive en la esperanza de ser también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y participar así en la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Rom 8,20-22)

“Deus meus et omnia”. (Francisco de Asís)

“Quiero dejar que exhale aquí mi amor por la materia y por la vida, y armonizarlo, si fuera posible, con la adoración única de la sola absoluta y definitiva Divinidad…”

(P. Teilhard de Chardin, Escritos del tiempo de guerra)

Hay una conocida frase atribuida a Karl Rahner, pero que en realidad la pronunció por primera vez mi gran maestro Raimon Panikkar: “El cristiano [y la cristiana] del siglo XXI deberá ser un místico o no será cristiano [cristiana]”. La frase me parece magnífica –con la conveniente corrección del lenguaje inclusivo-, y es necesario repetirla una y otra vez: las leyes, las normas, los ritos y las mismas prácticas no liberan, aunque puedan ser una ayuda en el camino de nuestra vida; lo que libera es el Espíritu, la vida vivida intensamente, la experiencia plena de la vida en comunión, como hizo y dijo el gran maestro Jesús de Nazaret, el Cristo Liberador.

Pero, de modo semejante, me gusta decir desde hace años que el cristiano y la cristiana del siglo XXI o es también un/a ecologista y un/a ecopacifista, o busca una ecoespiritualidad, o no podrá ser tampoco un buen cristiano/a, un discípulo/a de Jesús de Nazaret. O busca el equilibrio pacífico con sus hermanos y hermanas de raza, pero también la armonía con la naturaleza, con el hermano lobo y la hermana avestruz, el hermano colibrí y la hermana alondra, con el hermano árbol y la hermana piedra, con la hermana agua, con el hermano viento y con todo el cosmos. O busca la justicia, la paz y la integridad con toda la creación, creando el mismo relaciones justas con la Tierra y el Cosmos; porque “somos parte de la tierra y ella es parte nuestra”, como decía el jefe Seattle. Más aún, o busca denodadamente la sabiduría-espiritualidad de la tierra (ecosofía), con sensibilidad holística, reconociendo la interdependencia de todo con todo… sabiendo que “lo que cuenta es la realidad entera, la materia tanto como el espíritu” -como dice Raimon Panikkar-, o no tendrá futuro; porque la vida y el cosmos todo vive y muere con nosotros: somos la conciencia del universo, pero sin él no somos.

Jesús de Nazaret, el retrato de Dios, es un “ecologista” que no sólo manifiesta un profundo conocimiento y amor por la naturaleza (Mc 13,28; Mt 6,26-30…), sino que se experimenta él mismo en una unidad no-dual con Dios y con los seres humanos/el mundo (Jn 17, 21-23; Lc 17, 21). Por eso, invita a sus seguidores no sólo a admirarla, respetarla y amarla, sino a integrarse en ella y disfrutar en ella. Jesucristo es el mejor rostro de la compasión por los hermanos y por toda la creación; y, como decía Thomas Merton: “La idea de la compasión está basada en una intensa conciencia de interdependencia de todos los seres, todo es parte de todo”. Un corazón compasivo es “el ardor del corazón por toda la creación: hombres, pájaros, animales, demonios y todo el mundo”, decía hace siglos Isaac de Nínive.

Por eso, en el quehacer teológico del siglo XXI, la ecoteología deberá ocupar un lugar primordial. Más aún, no puede ser simplemente un elemento más de la teología, sino un elemento vertebrador de toda ella, como dimensión constitutiva de la fe y la vida; una perspectiva que acabe con siglos de visión eurocéntrica y antropocéntrica, despectiva de “los otros” y de la vida no humana, para alumbrar una nueva imagen de Dios.

Se tratará de pasar del Dios dominador al Dios Relación trinitaria-Comunión solidaria, Compañero, Padre-Madre, Amante y Amigo; pero también pasar a un Dios del que el mundo es su Sacramento: el mundo como Cuerpo de Dios y Dios como Espíritu del Mundo. Un Dios ligado indisolublemente a su Creación; no algo extraño frente a él, sino expresión del Ser. Para poder ver “el tejido sin costuras” que forma la Realidad entera, que dice Raimon Panikkar.

Como escribió Ian Bradley “la fe cristiana es intrínsecamente verde; la buena nueva del Evangelio es promesa de liberación y plenitud para toda la creación”; pero “necesitamos borrar siglos de pensamiento antropocéntrico que colocaron al hombre, y no a Dios en el centro del universo”. Esa es la gran tarea del quehacer teológico del siglo XXI: una ecoteología ecosófica.

Esto supone un proceso semejante al que nos propone a los cristianos el sacramento de la reconciliación:

En primer lugar un labor deconstructivo (examen de conciencia): descubrir el origen de la “crisis ecológica”, en la que tenemos culpa cristianos y no cristianos, y borrar una concepción antropológica y teológica antropocéntrica, dominadora y depredadora de la naturaleza que tanto daño ha hecho a la naturaleza y a nosotros mismos. Para ello es imprescindible un diálogo interreligioso e intercultural.

En segundo lugar, la reconciliación con la naturaleza y el cosmos todo (dolor de los pecados y propósito de la enmienda): ponernos ante el Dios de perdón que siempre espera la vuelta a casa (oikos) de sus hijos/as, vuelta al equilibrio en el amor.

Y en tercer lugar un quehacer constructivo (cumplir, rehacer nuestra vida): elaborar una nueva teología, una eco-teología que descubra y manifieste un Dios en íntima conexión con el ser humano -hombre y mujer- y con el cosmos. Conexión no-dual; que no caiga ni en un dualismo destructor, ni en un monismo que niega la realidad tal como es: la identidad y la diversidad coexisten y ambas son reales; buscar la síntesis armoniosa. Una conexión que nos ayude a ser uno, vivir unificado, andar los caminos que van desde el corazón no-dual que permite ser todo en todos.

Se trata, en fin, de elaborar una ecoteología ecosófica que sepa manifestar que decir “Dios es amor”, como nos enseñó Jesús el Cristo-Palabra definitiva del Padre, es manifestar que Dios es comunión, relación trinitaria ad intra (Padre/Madre-Hijo- Espíritu) y ad extra (Dios-Ser humano-Cosmos). Una ecoteología ecosófica que sepa manifestar que el ser humano y toda la creación están llamados a la cristificación, a la plenitud de la vida en el Amor; están indisolublemente unidos en el camino del Amor.”

Ahora, amigos lectores tienen a su disposición los comentarios correspondientes. Muchas gracias.

Mi opinión personal es que llamar a Jesús de Nazaret como un “ecologista” es alejarse del Magisterio de la Iglesia. Toda la mezcolanza del artículo es propia de un panteísmo contrario a la doctrina de la Iglesia Católica.

Otra prueba más. Sermos Galiza, 11 xaneiro 2013.

Título: Interculturalidade, desafío para unha cultura de paz

Traducción del gallego:

“Tenemos que desarmar nuestras respectivas culturas al mismo tiempo (e incluso antes) que procedemos a la supresión de las armas… Sin el reconocimiento de la interculturalidad no hay paz posible en el mundo” (R. Panikkar, “Paz e interculturalidad. Una reflexión filosófica”, Barcelona 2007).

Viendo la realidad social mundial en el convulso panorama actual mundial que presentaba Ignacio Ramonet en uno de sus últimos artículos, resulta evidente que, además de los problemas económicos, sociales y políticos, una de las fuentes de violencia y, por lo tanto una de las dificultades fundamentales para una cultura de paz hoy está en los conflictos culturales y religiosos. Las sociedades de comienzos de este tercer milenio se están a configurando como sociedades multiculturales, multiétnicas y multirreligiosas. Y el fenómeno creciente de la inmigración está a introducir más diversidad étnica, variabilidad lingüística, riqueza cultural y complejidad demográfica; pero también más conflictividad en las relaciones humanas, políticas, económico-laborales y mismo ideológicas. La variedad de formas de entender la vida aportada por los inmigrantes cuestiona, para bien y para mal, los principios que inspiran la organización social y política de los estados democráticos. A esto hay que sumar la multiculturalidad interna a los Estados plurinacionales que pretenden ser estados-nación, a pesar de las comunidades históricas con marcadas diferencias lingüísticas, culturales verbo de eses Estados “nacionales”. Comunidades, la mayor parte de las veces, silenciadas por políticas represivas y monoculturales de los gobiernos centrales, como sucede en Galicia.

Ciertamente, el origen de estos conflictos mundiales no hay sólo una razón religiosa. La paz de la humanidad depende de ir solucionando la injusticia que sume a grandes masas de seres humanos en la explotación y la miseria; pero depende también de la paz entre las culturas y las religiones

Algunos, con mucho eco en los medios, piensan que la solución de estos conflictos está en que la cultura que representa la civilización ilustrada, científico-técnica y democrática europea-occidental, se imponga en todo el mundo; y que desaparezcan las religiones, que son sólo fuente de conflicto por su irracionalidad y su falsedad… Pero muchos más pensamos que la solución de los conflictos no está en acabar con las culturas diferentes, ni en eliminar las religiones como presuntos reductos del pasado; no está en hacer una macrocultura única -una civilización única: la occidental-, un pensamiento único en el que todos piensen y actúen de modo semejante, con pequeñas

diferencias “dentro de un orden”. Sino que la solución está, más bien, en una auténtica interculturalidad y una verdadera interreligiosidad, que se necesitan mutuamente. La interreligiosidad supone una ayuda indispensable para ver que la salvación no viene nunca de una única religión; ni siequiera de una religión laica con creyentes fervientes en una iluminada razón… Y la interculturalidad resulta indispensable para no caer en una visión monolítica fanática y bárbara de la realidad.

Raimon Panikkar dice sabiamente: “Querer instaurar un pensamiento único o una civilización única es un pecado de lesa humanidade, que se deriva de tener confundido el pensamiento con abstracción”, reduceindo a hombres y mujeres a una humanidad ideal abstracta y… marcadamente occidental, que suponen que es la cultura verdaderamente evolucionada (“Paz e interculturalidad”). Y Raúl Fornet-Betancourt titula un magnífico ensayo “Interculturalidad o Barbarie”; donde dice que el “defecto cardinal de gran parte de la filosofía occidental dominante… es la busqueda de razones absolutas y evidencias apodícticas”, que acaban poñéndose “al servicio da afirmación de línea dominantes con sus certezas absolutas… sobre lo real y lo humano” (“Interculturalidad o barbarie. Once tesis provisionales para el mejoramiento de las teorías y prácticas de la interculturalidad como alternativa de otra humanidad”). Consonte con Panikkar, para este pensador latinoamericano esta filosofía occidental dominante practica lo que llama “liturgia filosófica de abstraccionismo conceptual… de conceptos niveladores de lo real”, que olvida que en el mundo real no existe esa abstracción, sino que está siempre contextualizado en experiencias y conocimientos concretos que hace la gente en sus vidas diarias,intentando vivir con dignidad, olvida la fragilidad de los seres humanos vívientes y concretos.

La práctica de la interculturalidad supone, entonces, hacer la crítica de esa cultura filosófica dominante marcada por lo ideal de la presunta evidencia y la seguridad absoluta. Y supone también una crítica de la conciencia personal, una autocrítica de los hábitos teóricos y prácticos que garanticen nuestras propias evidencias personales, abriéndonos a otras posibilidades de ser y actuar. Busquemos una “rebelión contra a Lei de la razón absoluta”, que dice Fornet-Betancourt. Solo así podran emerger voces y discursos liberados que hagan posible una cultura razonada… de otra forma.

Para esta interculturalidade, necesitamos un diálogo dialogal con el otro y su cultura, que presupone la superación de lo que Panikkar llama la “epistemoloxía del cazador”; una actividad dirigida “a la caza de informaciones realizada por una ‘razón instrumental’ separada del resto del ser humano y, sobre todo, del amor”. Porque “traspasar las fronteras culturales empuñando el fusil de la ‘pura’ razón (la sola razón) y abandonarse a un acto de violencia y de contrabando cultural” (“Paz e interculturalidad”). Frente a esta filosofía de una razón incontaminada, el diálogo dialogal panikkariano supone una razón contaminada por la realidad total del ser humano, pensamiento y sentimiento, cuerrpo y espíritu, en diálogo abierto con ls otros (“Paz y desarme cultural”, Madrid 2002). Es una razón dialógica, más que dialéctica, en constante apertura al otro; una dialógica que supone la necesidad de desarmar la cultura dominante, en base a auténticas experiencias de diálogo; porque la imposición de un modelo cultural presentado como universal es insubstituíble, ahoga esas culturas e genera la incapacidad para l escucha de las culturas diferentes que lleva al odio y a la guerra. Panikkar va mismo más alla del rico concepto de inter-culturalidade, para llegar a una intra-culturalidade, que viene a ser un auténtico desafío.

Un desafío necesario porque la crissis en la que estamos non se va a solucionar sólo desde la economía, ni sequiera de la política, a pesar de la evidente importancia de estas, es una crisis cultural y espiritual que precisa abrir el mundo a perspectivas nuvas na en las que el ser humano busque una liberación que no está nosen el dinero. O “no sólo de pan vive el hombre”, que decía el Maestro de Nazaret, resulta hoy más actual que nunca..”

Tomás de la Torre Lendínez