“Malí es para mí como un hijo, y cuando se tiene un hijo no se abandona”, confiesa el misionero español Jesús Martínez Presa


 

Jesús Martínez Presa, de la Sociedad Misioneros de África (Padres Blancos), habla desde Malí, donde lleva ya 50 años. La semana pasada, Francia comenzó una operación para intentar frenar el avance de los terroristas musulmanes en la región. La situación es de alto riesgo, pero Jesús Martínez, como suele pasar con los misioneros, no está dispuesto a dejar el país. “Yo estoy muy bien y feliz de vivir esto junto con la gente, tengo la suerte de haber estado aquí durante 50 años, así que Malí es par mi como un hijo, y cuando se tiene un hijo, no se abandona”.

“La verdad es que estamos en momentos difíciles y tenemos que estar preparados a todo” afirma este misionero navarro, que se encuentra en Kati, una ciudad a 20 kilómetros de Bamako, la capital de Mali. Aunque está lejos de los bombardeos y de la guerra, la ciudad en la que se encuentra es un posible blanco de los ataques terroristas, porque allí reside una parte importante del ejército. “Lo que pase en Mali puede tener repercusiones para los países vecinos también”, afirma Jesús Martínez.

Otro de los factores que puede agravar la situación en Malí es que muchos extranjeros con inversiones se están marchando ante el cariz que toman los acontecimientos. La consecuencia inmediata es que la población local se queda sin trabajo. “hay muchas gente que se ha ido, sobre todo los blancos, y eso tiene repercusión en el país, pues cuando un blanco se va, desaparecen unos cuantos puestos de trabajo”.

“Actualmente hay 24 misioneros españoles en Malí, 16 de ellos son mujeres. Entre las congregaciones femeninas que tienen presencia, según los datos de Obras Misionales Pontificias, destacan las Religiosas de María Inmaculada, con nueve misioneras; las misioneras de Nuestra Señora de África -más conocidas como Hermanas Blancas-, con cuatro misioneras y las Hermanas del ángel de la Guarda, con tres misioneras. En cuanto a los hombres, los salesianos tienen cinco misioneros en Mali, y los Padres Blancos, tres. 

Malí, un ejemplo de Estado fallido en África, es hoy noticia por la intervención francesa para frenar el avance islamista. Pero esta crisis explotó el pasado 22 de marzo, cuando un grupo de militares dio un golpe de Estado en protesta por la falta de medios para luchar contra los rebeldes. Mientras se solucionaba la inestabilidad, los grupos islamistas y los tuaregs aprovecharon el vacío de poder para tomar las ciudades de Kidal, Gao y Tombuctú.  En abril del año pasado, el padre Manuel Julián Gallego, de los Padres Blancos, denunció que desde el golpe de Estado del 22 de marzo, el tiempo se había paralizado. “Desde entonces seguimos aquí, pero es como si el tiempo no pasara, simplemente esperamos que todo pase”, afirmaba entonces, tras informar de los avances de los rebeldes tuaregs y de los grupos islamistas, y de los destrozos que habían cometido en la misión católica de Gao. 

Hace solo un mes, en diciembre del año pasado, Isabel Lázaro, misionera de las Hermanas del Ángel de la Guarda, ya se temía lo peor: “En este país hay un conflicto político que no se sabe cómo va a terminar”, afirmaba. “No podemos abandonar dos internados mientras no veamos el peligro más cercano”.