20.01.13

 

Con la cosa de la FERE y don Jesús evidentemente que se han caldeado los ánimos eclesiales. Curiosamente bastante (huy, perdón por la palabra) a favor de D. Jesús incluso en algún portal de bastante (vaya, otra vez) difusión.

Mucha gente aplaude no a don Jesús, sino al hecho de que un obispo ponga las cosas en su sitio. Un obispo y lo que venga, que me temo que vendrá. Hay consideraciones sobre cómo llevar a buen término el siempre difícil equilibrio entre libertad y autoridad, para ver cómo se consigue el arte de pastorear sin ser autoritario mientras se deja una libertad que no sea pasarse. Cada obispo lo entiende a su manera y cosa suya es.

Pero me ha resultado divertido encontrar por esos mundos digitales como reproche a don Jesús la referencia a sus kilillos de más. Porque hay ver lo que se nos ha dicho por activa, pasiva, perifrástica y redundante que juzgar a una persona por el aspecto externo –por ejemplo por hábito o clergyman- es pura superficialidad. Ahora bien, por los kilos parece que es procedimiento justo, equitativo y equilibrado.

Sobre este asunto de si estás más o menos gordo voy a recordar algo que decía el marqués de Santo Floro a este respecto. Y es que nunca se debe hablar del peso de los demás, porque no sabemos si están gordos o delgados por una enfermedad, por medicación, o simplemente si quieren adelgazar o engordar y no pueden y lo están llevando mal. Claro que el señor marqués era un señor.

Dicho esto, no me consta en la Biblia un elogio de la gordura o la delgadez, ni siquiera en los Vedas o el Ramayana, pero se me ha podido pasar. Tampoco he conseguido leer nada en San Pablo, los santos padres, los documentos del concilio o el derecho canónico sobre el peso ideal de un obispo. Parece que hemos tenido excelentes santos pasados de peso –qué me dicen de Santo Tomás de Aquino-, e incluso el gran referente de la progresía actual, el beato Juan XXIII, no estaba precisamente esquelético. Por no hablar de la línea perdida (ahora hablo sólo de la corporal) de Boff, la Caram o Juanjo Tamayo, pero son líneas distintas que se compensan con la delgadez de Masiá. Pero ya se sabe, Juan XXIII estaba gordo por pura bondad y don Jesús por poca penitencia, ecuanimidad que se dice.

Curiosamente siempre se ha identificado a los gorditos con la bondad, por ejemplo Papá Noel, y a los malos con la delgadez. Pero no puedes fiarte de nada, porque ahí tienes lo hermosos que se criaban los reformadores mientras la beata Teresa de Calcuta era un prodigio de línea. De un amigo mío, hoy en fase terminal, recuerdo la frase: “engordar como un sacrílego”. En resumidas cuentas, hablar de la bondad o maldad de un obispo en función de su peso es como hablar de la inteligencia de alguien en función de los pelos de su cabeza: porque los burros no se quedan calvos y los melones no echan pelo. Fuera de eso, cada cual se entretiene como puede. Hasta te llegan a decir que a don Jesús le han visto comiendo en restaurantes incluso a veces buenos, lo cual me tranquiliza, porque preocupante sería que intentase comer en una zapatería, que no es el caso. Por cierto, ¿y a mí que me suena que a alguien muy conocido le acusaron de banquetear espléndidamente?

A mí que un obispo sea gordo o delgado me trae al pairo. Lo que me interesa es que sea un buen pastor, que predique la fe de la Iglesia, que cuide de sus ovejas, que anime la fe de los suyos y se preocupe de sus necesidades materiales y espirituales. El resto, secundario.

Aquí lo que ha pasado es que don Jesús ha echado un báculo al asunto, y que lejos de quedarse solo, la cosa va a tener más trascendencia de la que se quisieran imaginar. Y como lo que ha hecho es cumplir con su misión de forma irreprochable en función de las atribuciones que tiene como obispo, pues viene la pataleta de patio de colegio, en la que el niño que sale derrotado en la pelea se va a su casa gimoteando mientras va diciendo por lo bajinis (no sea que le escuchen y le den más): feo, gordo, gafotas…

CON ANÉCDOTA FINAL:
Un sacerdote buen amigo mío es un hombre muy entrado en kilos. Cada vez que alguien le dice que está gordo, responde: “pues es fruto de la castidad y de la comunión diaria, así que si tú no engordas, tus motivos tendrás”.