editorial Ecclesia

Hay que luchar contra la corrupción; todos debemos apostar por la honradez

22.01.2013 | Ecclesia


 

Aun cuando algunos indicadores macroeconómicos apuntan para España a lo largo de 2013 una tímida, pero real, recuperación, en la sociedad política y la ciudadanía han saltado las alarmas por la divulgación de algunos y muy notables casos de corrupción. Dichos casos y con todas las cautelas precisas mientras no dispongamos de las pertinentes sentencias judiciales, podrían afectar al primer político de la nación y a los dos partidos que forman la coalición que gobierna en Cataluña, amén de otros casos, como el de los ERES fraudulentos en la Junta Andalucía o el caso Noos, ambos ya en los tribunales.

Los hechos han coincidido en el tiempo con la confesión pública de uno de los supuestos grandes deportistas de todos los tiempos de haberse dopado sistemáticamente mientras lograba espectaculares triunfos, en concreto, en el ciclismo.

Nada tiene, pues, de extraño que historias así salpiquen, marquen y lastren la vida pública y que incluso, según revelan las últimas encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y más allá de exageraciones y generalizaciones siempre injustas, para los españoles el cuarto problema más grave actual sean los políticos.

No seremos nosotros quienes condenen o exculpen a nadie antes de que se sepa toda la verdad y esta sea juzgada. Con todo, lo que resulta obvio, imprescindible y urgente es reprobar sin paliativo alguno la corrupción, venga de donde venga y se presente bajo las formas que se presente. Lo que entendemos popularmente por corrupción es un delito, un pecado, una vergüenza,  un escándalo.

Ya en su reciente y tan memorable discurso del pasado 7 de enero al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, Benedicto XVI  recordó que “construir la paz significa educar a los individuos a combatir la corrupción, la criminalidad, la producción y el tráfico de drogas, así como a evitar divisiones y tensiones, que amenazan con debilitar la sociedad, obstaculizando el desarrollo y la convivencia pacífica”. Y en distintas ocasiones, sobre todo en sus encuentros con jóvenes, con políticos y en sus viajes a América y a África, el Papa ha prevenido severamente contra la lacra de la corrupción.

Si, por lo tanto, la valoración moral que la corrupción merece es la antedicha, no cabe otra opción que exigir a los dirigentes políticos  la verdad, la honestidad, la honradez, la asunción de responsabilidades y el esclarecimiento total y sin maquillaje alguno de estos casos y otros similares. Y, con el lenguaje -tan al uso en la teoría, pero tan en desuso en la práctica- de los mismos políticos, estas actitudes, estas medidas, estas terapias hay que aplicarlas “caiga quien caiga”, “cueste lo que cueste y a quien le cueste”….  Y es que  está en juego no una cuestión solo de estética, sino, ante todo y sobre todo, de las más elementales y precisas ética, justicia y  verdad.

Estos mismos criterios y valores deben aplicarlos los políticos tanto cuando la corrupción los  “toca” en primera persona como cuando les “toca” a los otros partidos y piensan que pueden sacar réditos electorales y de imagen. Y, por supuesto, que los citados principios y valores rigen también, han de ser de obligado cumplimiento igualmente, para los medios de comunicación. La loable misión periodística de contar la verdad y denunciar la mentira, en este caso la corrupción, es un deber, noble y necesario. Ahora bien,  por la gravedad del tema y las repercusiones y climas de opinión que generan, se han de extremar, en sus fuentes y en sus afirmaciones, la veracidad de las informaciones y la ecuanimidad de las opiniones. Porque lo contrario, también  podría ser corrupción, en el grado que correspondiera.

Con su ya habitual “olfato” y oportunidad evangélica, el obispo de San Sebastián, monseñor José Ignacio Munilla, dedicó buena parte de su homilía de la fiesta, el domingo 20 de enero, del patrono donostiarra al tema. Bajo el título “San Sebastián, honesto”, el prelado volvió a dar en la diana. “La corrupción en la vida pública –afirmó-  es uno de los principales males morales de nuestros días, y se hace necesario arbitrar medidas de estricto control que puedan devolver la confianza a los ciudadanos”.

Devolver la confianza a los ciudadanos, sí. Y también restablecer la justicia violada y evitar, en todos, actitudes y sentimientos de desconfianza, escepticismo, aislamiento, cinismo, venganza, cainismo, envidia y mentira. Porque la honestidad es un deber inexcusable para todos.