22.01.13

Un amigo de Lolo - Dios es Padre

A las 12:34 AM, por Eleuterio
Categorías : Un amigo de Lolo

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

El Creador nunca abandona a su creación porque la ama con locura. Al menos, procura tú no dejar de lado a tu Padre del Cielo.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Presentación

Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Dios es Padre

“¿Cómo es Dios? – ‘dime primero que Padre, y ya después lo que quieras’”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (71)

Somos hijos. Lo somos, en primer lugar, de un hombre y una mujer que, en su día, hicieron posible que viniéramos al mundo. Sólo por eso ya tenemos una deuda con ellos que es, simplemente, impagable y que sólo con considerarlos de la forma más respetuosa posible alcanzaremos, en el corazón de Dios, la consideración de buenos hijos.

Esto es, como sabemos, más que importante porque nos procura conocer una realidad que, a veces, se olvida y que se tiene por no puesta.

Sin embargo, hay una realidad que es, incluso, más importante. Y lo es porque pone, en nuestra realidad, un timbre de franqueza que nos viene, la mayoría de las veces, la mar de bien: Dios es Padre; es más, Dios es nuestro Padre.

Así dicho podía parecer una perogrullada similar a decir que cuando es de noche, la luz del sol ha desaparecido. Sin embargo, cuando una realidad es tan cierta que no podemos rebatirla de ninguna forma porque, además, no nos conviene rebatirla, es importante tenerla en cuenta y llevarla a nuestra existencia lo más claramente posible.

Dios-es-Padre. Son tres palabras que dicen mucho de Qué es el Creador.

¿Qué supone que Dios sea nuestro Padre? o ¿en realidad, eso ha de establecer algún cambio en nuestra vida?

Que Dios sea Padre es, más allá de nuestra realidad, que ha decidido crearnos y que, como diría San Agustín, lo ha hecho sin preguntarnos si queríamos, o no, ser creados. Es cierto que alguno puede decir que es lógico que alguien haya que se muestre rebelde a su Padre del Cielo porque piense que, para la vida que lleva, lo mejor hubiera sido que hubiera pensado en otra cosa al respecto de él.

Pero Dios piensa en nosotros con misericordia y nos ama sobre todo y sobre todas las cosas creadas. Por eso es bueno saber que es bueno en el buen sentido de la expresión. Es más, que es bueno hasta un sentido que no somos capaces de comprender porque nuestra naturaleza pecaminosa nos impide llegar a según qué realidades espirituales. Pero, en cambio, sí sabemos que nos abandona nunca. Y lo sabemos porque tenemos pruebas más que suficientes, ahí está el pueblo judío en su andanza por el desierto para demostrarlo, de que Dios deja unas huellas en nuestra vida que muchas veces son palpables, otras sentibles y otras, también, imaginables.

A la hora de la verdad, reconocer en nosotros que nuestro Padre es Dios supone sabernos parte de una historia, la de la salvación, que nos acoge porque cabemos en Su corazón. Por eso el Amor de Quien nos creó es, para nosotros, lo mejor que tenemos; y la oración, nuestra relación directa con sus entrañas que son, como está más que demostrado, de misericordia.

Dios es Padre, y por eso mismo siempre está esperando que volvamos si nos hemos perdido como aquella oveja por la que el pastor dejó a las otras noventa y nueve y fue, sin dudarlo, a por ella y la llevó al redil del que se había marchado y que, ¡Ay! tanto mal le había causado al perderse sin poder volver.

Y es que, como hijos, como semejanza de Dios, no nos falta ocasión de dejarlo atrás y, sin mirar (ahora sí y no como cuando Jesús estableció las reglas necesarias para seguirle) hacia Él, que olvidamos, nos hacemos mundanos. Y nuestro corazón, aún sin darnos cuenta, sufre un encogimiento igual a la separación. Y sólo con la conversión, con el darnos cuenta de que por esto o por lo otro hemos olvidado que Dios es Padre, gozamos, de nuevo, de una presencia que, por su parte, no había sido buscada.

Entonces, sólo entonces, comprendemos lo que debió sentir el hijo pródigo al ver a su padre correr hacia sí con los brazos abiertos.

Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega por nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán