29.01.13

 

A lo largo de la historia de la Humanidad no hay ninguna guerra de cuyo resultado dependa la suerte de tantos millones de víctimas inocentes como es el caso de la guerra contra el aborto legal. El campo de batalla es un lugar por el que hemos pasado todos los seres humanos: el seno materno. Allá donde todos empezamos a existir, allá donde recibimos los primeros cuidados maternos, se ha convertido, por voluntad humana, en la cámara de ejecución para millones de no nacidos.

La ciencia es instrumento tanto para la “mejora” en los sistemas de eliminación de los seres humanos no nacidos como para alcanzar una mayor comprensión de la brutalidad de dicho acto. En ese sentido, las ecografías en 3D de embriones y fetos nos ayudan a comprender la condición humana del ser que se desarrolla dentro de su madre. No en vano, los abortistas denostan el uso de imágenes en los debates sobre el aborto. Saben bien que una imagen vale más que mil palabras.

Aparte de la lucha por ganar la batalla en la opinión pública, que con tanto éxito se viene desarrollando en los últimos tiempos, es necesario contar con políticos verdaderamente provida que abogen por poner todas las trabas posibles a la práctica de ese crimen. En Estados Unidos hay un gobernador, el de Missisipi, que no se anda por las ramas y usa toda su artillería legal para cerrar la única clínica de la muerte que queda en su estado. Aun así, sabemos que mientras siga vigente la sentencia del Supremo de esa nación en la que se aprobaba el “derecho” de una madre a matar a su hijo no nacido, es complicado que se pueda dar una legislación realmente provida en ese país.

En España, sin embargo, tenemos una seria dificultad. Vivimos en un sistema partitocrático, en el que las direcciones de los partidos imponen la política de “el que se mueve, no sale en la foto” Los pocos diputados realmente provida que hay en las Cortes no pintan nada en sus partidos. Y si osan llevar la contraria a sus jefes en una materia delicada, saben que no irán en las listas electorales. Y mientras la izquierda da pasos de gigante hacia adelante en la cultura de la muerte, la derecha opta entre seguir en esa misma dirección -eso hizo Aznar al aprobar la píldora abortiva- o anunciar pasitos atrás que no vayan más allá de dejar la situación del aborto en España como estaba antes de la última ley de Zapatero. Ante el anuncio del ministro Gallardón corremos el riesgo de que muchos provida tibios crean que eso será suficiente. Pero hablamos de una situación que nos había abocado a la cifra de cien mil abortos anuales.

Por mucho que las organizaciones cívicas de inspiración cristiana hagan una labor excelente para concienciar a la sociedad del mal del aborto, es muy difícil que logremos el objetivo del “aborto cero” si no hay nadie en el parlamento que levante la voz en defensa del no nacido. Para empezar a ganar la guerra contra el aborto en España, hay que optar decididamente por apoyar una opción política decididamente provida -se llame como se llame y se organice como se organice- que pueda llegar a ser bisagra para la formación de un gobierno. Tras cerca de 40 años de democracia ha quedado claro, excepto para los que tienen una ceguera sectaria fruto de un hooliganismo político, que las actuales formaciones políticas con representación parlamentaria, a derecha e izquierda, no valen para ese fin. Por tanto, dejémonos de hacer brindis al sol, llamemos a las cosas por su nombre y pongámonos en marcha para construir una verdadera opción política que sea “votable” para quienes creemos que el derecho a la vida está por encima de cualquier otro derecho, incluído el del voto. Y si digo construir, digo también apoyar a las que ya se han construido.

La guerra contra el aborto se puede ganar. Pero aunque no la ganáramos, hemos de formar parte de ella. De lo contrario, seríamos cómplices del mal. Y eso no es compatible con la condición de cristianos ni de hombres y mujeres de bien.

Luis Fernando Pérez Bustamante