11.02.13

El “monarquismo” de las Conferencias Episcopales

A las 7:58 AM, por Tomás de la Torre Lendínez
Categorías : General

Por definición dogmática he estudiado que la Iglesia Católica no es una monarquía al uso de los tiempos históricos, ni absolutista ni constitucional.

La eclesiología actual define a la Iglesia como el Pueblo de Dios, caminante a la Casa del Padre, a la cabeza está el Papa sucesor directo de Pedro, sobre cuya roca fundó Cristo su Iglesia, quien además es el Obispo de Roma, y los Apóstoles y sus sucesores legítimos que están al frente de sus respectivas diócesis o Iglesias particulares, donde son los pastores que conducen al rebaño que el mismo Santo Padre les encomienda.

Colaboradores necesarios de los obispos diocesanos, somos los sacerdotes como dispensadores de los misterios de Dios, según el lenguaje paulino, y los diáconos.

La Iglesia es, por lo tanto, comunión y misión. Comunión con Cristo y Pedro y los Apóstoles, y misión para evangelizar hasta el último confín de la tierra.

La historia de la Iglesia Católica ha ayudado a que esta síntesis de fe en la Iglesia se haya vivido según las mudanzas de los tiempos y de las personas que han encarnado la responsabilidad en cada momento de la vida eclesial.

Tras el Vaticano II, nacieron las Conferencias Episcopales para evitar las posibles taifas que pudieran ser cada obispado y su obispo, y entrar en una nueva fórmula llamada la colegialidad episcopal.

Tan bonito objetivo ha traído otras consecuencias que apunto ahora mismo

1.- Las Conferencias Episcopales han creado cierto mimetismo romano en las diversas naciones, creando unos gabinetes de oficinas o comisiones que han burocratizado bastante la acción pastoral de la Iglesia.

2.- En las diócesis respectivas se han creado estructuras de imitación de los organismos de las Conferencias Episcopales. El oficinismo ha crecido innecesariamente a favor de una madeja oscura e inoperante en muchos aspectos de la vida diocesana.

3.- En las Conferencias Episcopales ha nacido una especie de “monarquismo” de talante absolutista con un poder máximo en manos de una cúpula pequeña pero demostrativa de la marcha en una única dirección impuesta tras los visillos de las ventanas de equis despachos.

4.- Este tipo de monarquismo absolutista ya ha contado con protagonistas singulares que señalan una dirección a seguir por el resto de los obispos de la nación tal o cual, aunque en teoría no debía ser así, lo es porque quien detenta el cargo tiene potestad casi de monarquía absoluta para señalar con el dedo el camino a seguir.

5.- Los beneficios de este “monarquismo” no son visibles a la opinión pública y a los fieles en general, a no ser que los peones y alfiles del tablero de ajedrez se muevan con acciones hacia el exterior y sean tan batalladores que se coman todas las piezas del jugador que está al otro lado del tablero, reduciéndole a jaque mate asegurado.

6.- Los perjuicios de este “monarquismo” los conocen las personas afectadas por el toque de los caballos del tablero ajedrecístico, quienes con relinchos verdaderamente cómicos conminan al señalado a no seguir por ahí, ha cortar tales pasos, y a uncirse al yugo de un “monarquismo” absolutista igual que el de los viejos despotismos ilustrados de los reyes del Antiguo Régimen.

Conclusión
El juego de ajedrez invita a la parábola literaria. El monarquismo de este juego personifica sucesos y protagonistas que han ocurrido en la historia eclesial desde el año 1966 hasta nuestros días.

La colaboración de los lectores amigos y sus comentarios sabrán conceder las funciones a las diversas piezas del juego quitando la careta a quien juega muchas veces a solas y pocas en compañía de nadie.

Tomás de la Torre Lendínez