12.02.13

Benedicto XVI: el papa que se vino arriba

A las 9:50 AM, por Jorge
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Hay personas que con el tiempo se vienen abajo. Se les confió una grave responsabilidad y fracasaron todas las expectativas. Quien parecía serio, responsable, trabajador, eficaz fue dando paso a alguien dubitativo, perezoso, inútil. Se vino abajo. Todos tenemos ejemplos.

Otros es todo lo contrario. Comienzan en un a “ver qué pasa” y resulta que se van superando a sí mismos hasta llegar al final de su tarea en medio de una especie de apoteosis final.

He de decir que no fui un especial entusiasta de la elección del cardenal Ratzinger como Benedicto XVI. Por supuesto nada que objetar a su valía intelectual, a su extraordinaria cabeza y a un conocimiento de los entresijos vaticanos indiscutible. Pero tuve mis dudas de que fuera el hombre ideal para ser el sucesor de Juan Pablo II. Quizá por la edad, quizá porque estábamos muy acostumbrados a un estilo que no encajara en la discreción del nuevo papa. Muchos no aceptaron su elección, y la quisieron torpedear manipulando incluso lo inimaginable. Se llegó a contar incluso el chiste de que los católicos pidieron a Dios un pastor, pero no un pastor alemán.

Desde su elección Benedicto XVI ha sido un papa que se ha venido arriba. Con serenidad y a la vez con firmeza. Con una visión clara del presente y el futuro de la Iglesia. Ha sido un hombre que en estos ocho años nos ha regalado sobre todo mucha estabilidad.

Estabilidad en lo doctrinal, para comenzar. Ha conseguido que se dejen de sacar experimentos teológicos con más de vedetismo que de hondura y ha sido muy claro en la defensa de lo que es la auténtica doctrina católica poniendo de relieve el cometido del magisterio. Cuidadoso en la liturgia, ha facilitado a los fieles unas celebraciones cada vez más dignas, y ha abierto la puerta a la posibilidad cada vez más real de poder celebrar la misa tradicional, en un gesto que habla de libertad y de mano tendida a hermanos que no quisieron estrecharla. Allá ellos.

No ha tenido reparo en coger por los cuernos el tema de la pederastia y los abusos en la Iglesia, empezando por la condena sin paliativos al todopoderoso Marcial Maciel, y siguiendo por exigencias de dimisiones, entrega al poder civil y petición pública de perdón.

El intelectual, el hombre en la sombra, el de papeles y despacho, ha sorprendido cómo ha sido capaz de conectar con los fieles y de modo peculiar con los jóvenes. La imagen de Benedicto XVI en Cuatro Vientos, en la JMJ de Madrid, aguantando la lluvia con la juventud, y en adoración con ellos, es una imagen para la historia de un papado.

Sus libros sobre Jesús de Nazaret son a la vez profundos y sencillos. Las encíclicas, esclarecedoras. Sus escritos y homilías no tienen palabra de desperdicio. El intelectual supo hablar como pastor y hacerse comprender por los fieles.

Benedicto XVI acaba su pontificado a lo grande. Sin complejos ni miedos históricos. En este mundo donde el poder embriaga y seduce, ha sabido primar el servicio al Reino de Dios y reconocer que en este momento histórico tan especial no tiene fuerzas para responder a lo que Cristo, la Iglesia y el mundo reclaman y que es mejor renunciar. Un gesto grande de persona extraordinaria que pone de esta manera un broche de oro a su ministerio.

Se vino arriba. En la dificultad, en los problemas, en los momentos en que la humanidad clamaba contra la Iglesia. No ha desfallecido ni ha perdido la confianza en Dios. Y al final, cuando ve que no puede responder con sus pobres fuerzas a la llamada de Dios, humildemente se va a un convento de clausura.

Grandeza de un hombre dedicado al servicio de Dios. Grandeza de su último gesto. Grandeza de un papa grande.