16.02.13

Serie P. José Rivera - Cartas I

A las 12:08 AM, por Eleuterio
Categorías : Serie P. José Rivera

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Dirigirse a Dios a través de la oración es un regalo que el Creador nos hace. Deberíamos hacer un uso profuso del mismo.

Y, ahora, el artículo de hoy.
Serie P. José Rivera
Presentación

P. Ribera

“Sacerdote diocesano, formador de sacerdotes, como director espiritual en los Seminarios de El Salvador e Hispanoamericano (OCSHA) de Salamanca (1957-1963), de Toledo (1965-1970), de Palencia (1970-1975) y de nuevo en Toledo (1975-1991, muerte). Profesor de Gracia-Virtudes y Teología Espiritual en Palencia y en Toledo.”

Lo aquí traído es, digamos, el inicio de la biografía del P. José Rivera, Siervo de Dios, en cuanto formador, a cuya memoria y recuerdo se empieza a escribir esta serie sobre sus escritos.

Nace don José Rivera en Toledo un 17 de diciembre de 1925. Fue el menor de cuatro hermanos uno de los cuales, Antonio, fue conocido como el “Ángel del Alcázar” al morir con fama de santidad el 20 de noviembre de 1936 en plena Guerra Civil española en aquel enclave acosado por el ejército rojo.

El P. José Rivera Ramírez subió a la Casa del Padre un 25 de marzo de 1991 y sus restos permanecen en la Iglesia de San Bartolomé de Toledo donde recibe a muchos devotos que lo visitan para pedir gracias y favores a través de su intercesión.

El arzobispo de Toledo, Francisco Álvarez Martínez, inició el proceso de canonización el 21 de noviembre de 1998. Terminó la fase diocesana el 21 de octubre de 2000, habiéndose entregado en la Congregación para la Causas de los Santos la Positio sobre su vida, virtudes y fama de santidad.

Pero, mucho antes, a José Rivera le tenía reservada Dios una labor muy importante a realizar en su viña. Tras su ingreso en el Seminario de Comillas (Santander), fue ordenado sacerdote en su ciudad natal un 4 de abril de 1953 y, desde ese momento bien podemos decir que no cejó en cumplir la misión citada arriba y que consistió, por ejemplo, en ser sacerdote formador de sacerdotes (como arriba se ha traído de su Biografía), como maestro de vida espiritual dedicándose a la dirección espiritual de muchas personas sin poner traba por causa de clase, condición o estado. Así, dirigió muchas tandas de ejercicios espirituales y, por ejemplo, junto al P. Iraburu escribió el libro, publicado por la Fundación Gratis Date, titulado “Síntesis de espiritualidad católica”, verdadera obra en la que podemos adentrarnos en todo aquello que un católico ha de conocer y tener en cuenta para su vida de hijo de Dios.

Pero, seguramente, lo que más acredita la fama de santidad del P. José Rivera es ser considerado como “Padre de los pobres” por su especial dedicación a los más desfavorecidos de la sociedad. Así, por ejemplo, el 18 de junio de 1987 escribía acerca de la necesidad de “acelerar el proceso de amor a los pobres” que entendía se derivaba de la lectura de la Encíclica Redemptoris Mater, del beato Juan Pablo II (25.03.1987).

En el camino de su vida por este mundo han quedado, para siempre, escritos referidos, por ejemplo, al “Espíritu Santo”, a la “Caridad”, a la “Semana Santa”, a la “Vida Seglar”, a “Jesucristo”, meditaciones acerca de profetas del Antiguo Testamento como Ezequiel o Jeremías o sobre el Evangelio de San Marcos o los Hechos de los Apóstoles o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías, de las cuales o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías.

A ellos dedicamos las páginas que Dios nos dé a bien escribir haciendo uso de las publicaciones que la Fundación “José Rivera” ha hecho de las obras del que fuera sacerdote toledano.

Serie P. José Rivera
Cartas I

Cartas I

Hay un aspecto de la vida espiritual del P. José Rivera que es muy importante destacar y que el libro aquí traído hace explícito y demuestra: la dirección espiritual.

En el libro ”Sacerdotes que dejaron huella en el siglo XX” (1) los autores del mismo, a la sazón Alberto Royo Mejía y José Ramón Godino Alarcón, dicen, en el capítulo dedicado al P. José Rivera (2), que “Con treinta y un años, era ya conocido y dedicaba la mayor parte de su tiempo la dirección espiritual. En él se encontraba algo distinto, guiaba con una sabiduría que transformaba los corazones e infundía el deseo de la santidad”.

Queda, así, apuntada una labor esencial en la vida del P. José Rivera que fue crucial, seguramente, para muchas personas que encontraron en su dirección espiritual una fuente de gozo personal no escasa.

Pero es en el libro editado por la Fundación ”José Rivera” (3), ”José Rivera. Sacerdote, testigo y profeta”, donde varios autores dedican las páginas del mismo a fijar una “primera semblanza de José Rivera Ramírez, sacerdote diocesano de Toledo” (4) donde la dirección espiritual es tratada de una manera más amplia. Y lo hace, por ejemplo, el P. José María Iraburu, que fue gran amigo del P. Rivera y con quien compartió muchas horas de fructífero trabajo por el Reino de Dios y para nosotros, los hijos del Creador.

Pues bien, en el capítulo titulado “Como una madre con sus hijos” el P. Iraburu dedica una parte importante del mismo a darnos a conocer la labor de director espiritual del P. Rivera. Baste decir, por ejemplo, que (p. 166) “Se aplicaba mucho más a producir convicciones espirituales que a mandar o recomendar prácticas concretas. Los modos concretos de obrar, sobre todo en los más principiantes, los sugería, pero los suscitaba sobre todo con su ejemplo personal, y aún más con las vidas de santos; pero era muy discreto a la hora de imperarlos como recetas”.

Y es que, no por casualidad, el libro de título “Cartas I” está dedicado, precisamente a multitud de expresiones de la dirección espiritual que llevaba a cabo. Es, pues, un texto que recoge documentación epistolar del P. Rivera en el que muestra y demuestra las dotes, tan bien concretadas como cualidades propias del buen director espiritual por el P. Iraburu en el libro citado arriba.

Seguramente, puede pensarse que, al fin y al cabo, se trata de cuestiones personales y que, como tales, sólo deberían interesar a la persona que mantenía, entonces, relación epistolar con el P. Rivera. Sin embargo, exactamente igual que pasa con el libro de título “Teología” y que también podría creerse que por ir dirigido a alumnos de tal ciencia a nadie más debería interesar y en el que se demuestra, con el mismo, que los principios teológicos son válidos para cualquiera, aquí pasa otro tanto de lo mismo: es posible extraer realidades espirituales de, digamos, aplicación general que van más allá de la cuestión meramente personal. Y eso sólo puede pasar si la persona en cuestión se deja dirigir por una incuestionable inspiración divina.

Así pasa, tal cual, en las páginas de “Cartas I”.

Como ya dijimos en otra ocasión, el P. Rivera era, además, poeta. Lo deja bien demostrado en un libro, precisamente, sobre poesía titulado “Poemas”. Pero ahora mismo traemos aquí este que tiene que ver mucho con la caridad pastoral que guió, en la dirección espiritual, al recordado sacerdote de Toledo (5):

“Vino un día Dios al alma
Y plantó en ella su tienda.
Trabaja allí noche y día
Sin querer faltar en ella.
El alma día tras día
De sí misma sale fuera,
Feria de las vanidades,
A feriarse bagatelas.
Corre y salta como niña
En mil afanes y empresas,
-Mariposas infantiles
Que antes de cazadas vuelan-,
(Allá en el fondo, amorosa,
La Verdad divina espera).
Torna a la noche rendida,
En brazos de Dios se acuesta
Y oye el cántico de amores
Con que el Padre la requiebra,
Y otra vez a la mañana
Al campo brinca ligera.
Canta sus fútiles coplas
De amores de barro y piedra,
Amores que se deshacen,
Amores que no contestan…
(Allá en el fondo, temblando,
El Amor divino espera…).
Historia de tantas vidas,
(Quién remediarte pudiera!
Una oración por las almas
Que sordas viven y ciegas,
Una oración y una lágrima,
como esas lágrimas densas
Que a veces sientes, caídas
De la divina tristeza".

Las cartas de este libro están escritas entre el 5 de julio de 1954 y el 26 de agosto de 1988, pocos años antes de subir a la Casa del Padre (1991). En ellas media, pues se trata a nuestro entender de una mediación entre el espíritu de las personas que dirige y Dios mismo a quien, de una manera o de otra, quieren acercarse. Entonces, el P. Rivera, avisa sobre conductas equivocadas, hacer discernir sobre las correctas y dirige por el camino recto hacia el definitivo Reino de Dios.

Para eso, por ejemplo, es importante corregir defectos personales como, por ejemplo, algún que otro vicio. Dice, así, que “En realidad ese egoísmo y tendencia a la mentira existe, es una manifestación de la concupiscencia que Dios ha dejado viva en el hombre, para que le sirva de ocasión de acordarse de Él” (6). Por eso “Cristo instituyó sus sacramentos y medios de perfección-amistades espirituales, dirección- para hombres y mujeres que habían de empezar siendo muy débiles y con tendencia a la mentira” (7).

En realidad, el hecho mismo de caer en tales vicios no es que no tenga relación con nuestro estado espiritual y con lo sobrenatural sino, precisamente, todo lo contrario. Por eso sostiene el P. José Rivera que, a lo mejor, no abundar en evitarlos “Nace de la falta de claridad para darse cuenta de que las cosas sobrenaturales no se ven, ni se sienten, sino se creen y se quieren con la voluntad” (8) pues lo sobrenatural, según debemos considerarlo, supone la conciencia real de estar en relación con Dios el cual, como Padre, no puede querer que su descendencia caiga en según qué comportamientos.

Al fin y al cabo, todo lo que podemos hacer con relación a nuestra fe, tiene mucho que ver, todo que ver, con la relación que mantenemos con Jesucristo, Hijo de Dios, Maestro y hermano nuestro. Y seguirlo supone, por ejemplo, “estar abierto a Él, conocerlo, tender con la voluntad a dejarse llenar de él, dejarse influir por Él. Por consiguiente a desprenderse de todo criterio, pensamiento, deseo, afecto que no esté movido por Él” (9).

Y, claro, no podemos recibir de Cristo dicha y gozo y, entonces, esconder tales beneficios espirituales debajo de cualquier celemín que tengamos a mano (el qué dirán –respeto humano- o lo políticamente correcto, por ejemplo) sino, muy al contrario, hacer que se expanda “cada bien divino recibido” (10) porque “cada persona que recibe gracia de Dios, sabiéndolo o sin saberlo, se constituye necesariamente en ‘fuente de vida que salta hasta la vida eterna’” (11). Al fin y al cabo, “El Espíritu nos presta la facilidad y el gusto de obrar el bien” (12) y debe haber mucho bueno y mucho bien en comunicar al prójimo los beneficios que Dios nos otorga.

¿Cuesta mucho, por otra parte, actuar así?

Sí y no. Si en nuestra vida existe una tendencia a estar a bien con el mundo, seguramente entenderemos que las cosas de Dios, que son, en fin, las nuestras, no pueden pasar por nuestras manos para llevarlas a otros corazones. Sin embargo, nada encontraremos de dificultoso si entendemos las cosas espirituales como parte de nuestra realidad porque, según el P. José Rivera, “todo se reduce a eso: estar mucho tiempo con Dios y no dejarse llevar de pensamiento alguno de si hay que hacer tal o cual cosa. Me parece evidente que Dios intenta actuar siempre suavemente y que, si nos fijamos en él, nos damos cuenta de que cuesta menos de lo que parece” (13).

Fijarse, pues, en Dios. En nuestra vida sabemos que actúa aunque en demasiadas ocasiones miremos para otro lado para que no se fije en nosotros y nos encomiende tal o cual tarea. Pero, por más que nos hagamos los despistados Dios nos habla “Ante todo, en la comunión (que es la recepción de la Palabra personal misma, del Hijo, Verbo de Dios, del Padre), en los textos litúrgicos, en los libros de la Biblia, sobre todo, en el Nuevo Testamento, y en las lecturas espirituales” (14).

En realidad, todos los creyentes tenemos una vocación. No se trata, únicamente, de una que lo sea al sacerdocio o a la vida religiosa sino que yendo a nuestra cotidiana vivencia es la que nos corresponde porque “la vocación consiste en que Dios llama y se compromete a santificarle a uno de manera concreta; y ya no hay más vueltas que darle, sino saborear la llamada y la grandeza de la misión y el nivel a que nos ha levantado, y confiar en su fidelidad a los compromisos adquiridos” (15). Y si Dios nos llama a lo que sea, lo que tal sea ha de ser nuestra vida porque cuando “Dios toma nuestras potencias y en lugar de emplearlas en el nivel meramente natural –que nos correspondería por seres humanos- las utiliza en el nivel explícitamente sobrenatural (al menos en lo tocante a nuestra intención), con lo cual el fruto sube infinitamente de categoría” (16).

Lo que pasa es que, en determinadas ocasiones, no sentimos la llamada de Dios a cumplir nuestra misión. Estamos sordos o nos hacemos los sordos porque “es cierto que todos estamos llamados. Sólo que la mayoría de las personas no se enteran, ni quieren enterarse. Y crece y se agiganta el deseo de hacer lo que sea, y cargarse lo que se con tal de llegar. Y todos los santos han obrado con esa decisión y han hecho maravillas” (17) pues todo es cuestión de entrega, con su gran fecundidad “que consiste en no estribar sobre los juicios de las gentes, ni sobre los nuestros, sino sobre el Evangelio, tal como lo entiende la Iglesia, como lo han entendido los santos, sus miembros más avisados” (18).

Por otra parte, las personas que se dicen creyentes y, en verdad, lo son, tiene de esta vida un sentido que se concreta en que, ciertamente, sólo es el paso para otra que será mucho mejor y que llamamos “eterna” porque es para siempre, siempre, siempre. Por eso el P. José Rivera recomienda que “las cosas de este mundo, de esta etapa de la vida, se nos hagan cada vez menos importantes, sin más sentido que el preparar la segunda etapa eterna. Y que nos demos cuenta de que no existen tragedias más que de momento, debido a la sensibilidad que nunca llega a empaparse del todo y que sufre por lo que ve u oye” (19).

Abunda, a este respecto, el P. José Rivera cuando se percata de esto: “muchas de las cuales, tendremos que acabar teniendo, sino el enorme sentimiento de ternura de que han venido a nosotros como signo de la ternura suya. Y cuando vamos experimentando esta ternura divina, naturalmente ya nos tienen bastante sin cuidado las cosas. Antiguamente se decía ‘contigo pan y cebolla’ y parece que luego el pan y la cebolla se les atragantaba, y querían más cosas; pero a lo largo de 20 siglos miles y miles de personas, han pensado que con Dios, aunque sea nada, y han acabado por tragar con gusto alimentos naturalmente mucho peores: por ejemplo esa renuncia a los propios derechos que a Ud. todavía se la atraganta bastante.

Cuando estamos persuadidos- y como somos más bien duros de corazón- que dice el Evangelio; o duros de mollera- que se dice en castellano casero- tardamos bastante en percatarnos de ello- de que las cosas no hacen maldita la falta, cuando tenemos al Dios creador de todas, entonces Dios puede emplearnos a su gusto, o bien sin prácticamente nada, o bien con muchísimas criaturas. Pero en cualquier caso lo importante es que no las estimemos en nada, sino como meros instrumentos de El, que puede usarlas o dejarlas a su capricho…”

(20)

Saber qué es lo que, en verdad nos interesa en esta vida para preparar la que tiene que venir y para la que Cristo está preparando una morada (cf. Jn 14,3). Y lo que es nuestro prioritario interés es considerarnos hijos de Dios, descendencia divina porque “No somos ya solamente hombres, sino hijos de Dios. Y eso porque El nos comunica su propia vida, por Cristo, dándonos su Espíritu Santo. La actitud básica de un cristiano es consiguientemente la de recibir. Sin duda quien recibe vida, vive, y por tanto actúa. Por dentro (pensamiento, actos volitivos, sentimientos, sensaciones…) y por fuera, sobre las cosas y sobre los demás. Pero lo fundamental es esa acogida a la vida que en nuestro caso es ya voluntaria. La acogida tiene que ser paulatinamente más consciente y más voluntaria, e incluso más plena: es decir, que se va incorporando las energías sensibles y hasta los instintos inconscientes. De forma que ha de llegar un momento en que nuestras tendencias espontáneas se orienten sin esfuerzo, con gusto, a realizar los impulsos del Espíritu Santo.” (21).

Y, sin embargo, nadie puede negar que vivir en el mundo, en el siglo, como de decía tiempo atrás, supone también un esfuerzo notable de comprensión del prójimo y de respeto al otro. Sin embargo, “Dios nos da luz y fuerzas para vivir donde sea, con tal de que sea donde Él nos pone” (22).

Nos auxilia, también, como buen director espiritual, el P. José Rivera, a situarnos ante nuestra realidad de forma provechosa para nuestro espíritu. Nos da unas pautas (él las refiere al momento concreto en el que escribe su carta, en la 5ª semana de Pascua del año 1980, pero bien nos puede servir para ahora mismo o para mañana mismo). Quiere proponernos la realización de un examen breve, que consiste en:

En la Eucaristía (asistencia a Misa, preparación, acción de gracias, visitas si puede, recuerdo de que está en la Iglesia, haciendo comuniones espirituales…).

En mí misma: en cuanto que por la fe actúa, inspirándome pensamientos santos (esto va unido con lo que diré después de la inhabitación) por ejemplo y sobre todo en la oración, las lecturas espirituales.

En los demás: en los sacerdotes y los que hablan en cristiano, inspirándoles, aunque ellos no se den cuenta siquiera, para que yo pueda recibir ayuda. En todos, en el sentido de que todo cuanto hacemos a uno cualquiera lo toma como hecho a sí mismo.

En los acontecimientos: dándose cuenta de que como Cristo resucitado está ya gobernando de hecho el mundo, todo lo que pasa está bajo su dominio. De manera que lo produce El (si es bueno, o indiferente) o lo permite El, si es malo, y le ofrece a Ud. gracia para que la aproveche en su vida espiritual. Así tantos defectos ajenos que pueden resultarnos hirientes. Tantas injusticias, etc. Así El tomó la misma crucifixión como un “cáliz” venido del Padre…

(23).

¿Y todo esto, para qué o por qué lo dice y escribe el P. José Rivera?

Tiene, todo lo dicho escribo por el sacerdote de Toledo un fin claro y que tiene mucho que ver con la salud espiritual de sus dirigidos (entonces y, con el tiempo, ahora teniendo en consideración lo que entonces dijo) porque “Sólo cuando vamos siendo levantados a un nivel realmente espiritual, cuando vemos y queremos las cosas movidos por el Espíritu Santo, cuando amamos a Dios en cada momento -a pesar de que haya muchas faltas involuntarias- comenzamos a producir corrientes de vida que vivifican a otros muchos” (24) y tal dar fruto, a lo mejor sin nosotros darnos cuenta de eso, ha de ser gozo de Dios que, desde su Casa, nos contempla como hijos que somos.

Al fin y al cabo, y bien lo dice en la última carta de este libro, “Nuestro menester es capital y de altísima dignidad: la vida eterna de muchísimos depende de que nos movamos con toda energía y con toda rapidez” (25).

Y aunque otras muchas cosas dice el P. José Rivera dice en las cartas que componen este “Cartas I”, lo traído aquí nos sirve, y nos sirva, para tener presente que Dios siempre ha de estar en el horizonte de nuestra vida o, mejor aún, tan cerca de nosotros como seamos capaces de contemplarlo.

NOTAS

(1) Editorial Vita Brevis, 2012.
(2) Apartado “Los maestros del espíritu”, p. 36.
(3) Publicado, en su colección de Biografías, por la Biblioteca de Autores Cristianos, 2002.
(4) Texto de la contraportada.
(5) Cartas I (CI), Prólogo.
(6) CI. Carta I, p. 3.
(7) CI. Carta I, pp. 3-4.
(8) CI. Carta II, p. 7.
(9) CI. Carta IV, p. 12
(10) CI. Carta IV, p. 14.
(11) Ídem nota anterior.
(12) CI. Carta VI, p. 20.
(13) CI. Carta VII, p. 22.
(14) CI. Carta IX, p. 25.
(15) CI. Carta XI, p. 31.
(16) CI. Carta XII, p. 34.
(17) CI. Carta XIV, p. 43.
(18) Ídem nota anterior.
(19) CI. Carta XVI, p. 49.
(20) CI. Carta XXI, p. 63.
(21) CI. Carta XXII, pp. 66-67.
(22) CI. Carta XXXII, p. 94.
(23) CI. Carta XXXIII, pp. 96-97.
(24) CI. Carta XXXV, p. 104.
(25) CI. Carta XLI, p. 117.

Eleuterio Fernández Guzmán