18.02.13

 

Como ya ocurrió cuando murió Juan Pablo II, el progresismo eclesial aprovecha el interim entre un Papa y el siguiente para repetir las consignas que llevan proponiendo para la Iglesia desde el post-concilio. Al mismo tiempo, indican quién o quiénes de entre los cardenales es su favorito para ocupar la Sede Apostólica, la Cátedra de San Pedro. Pero, curiosamente, quieren como Papa a una persona que vaciaría de sentido el papado. En realidad lo que piden es una especie de “papa” a la ortodoxa. Un “primus inter pares” que hiciera de notario de la voluntad democrática del resto de la Iglesia. Y cuando digo del resto de la Iglesia, no me refiero solo al resto de obispos, sino también a la totalidad de los fieles.

Es decir, quieren una Iglesia que sea una especie de copia de los sistemas democráticos liberales, donde prácticamente todo sea votable, discutible, reformable, etc. Por supuesto, los pogre-eclesiales se creen representativos del sentir mayoritario de los fieles. Un ejemplo notable lo tenemos en el director de Religión Digital y columnista habitual de asuntos religiosos de El Mundo, José Manuel Vidal. En su último artículo leemos:

 

La mujer en la Iglesia
La primera es la ordenación sacerdotal de las mujeres. Este tema encierra toda una problemática tradicionalmente explosiva para la Iglesia: la relación entre moral y sexualidad, el celibato eclesiástico, los medios anticonceptivos o el aborto. La actual situación de la mujer en la Iglesia clama al cielo. Si el nuevo Papa no desbloquea esta situación, la Iglesia perderá definitivamente a la mujer. Y el cisma silencioso de la mayoría de los católicos que no sigue en este ámbito la doctrina de la jerarquía saldrá claramente a la luz pública.

Eso de “amenazar” con un cisma si la Iglesia no cambia una doctrina que ya ha sido definida infaliblemente puede parecer un brindis al sol, pero no creo que sean pocos los que creen que el señor Vidal no hace otra cosa que reflejar el sentir de muchos. No cambiarían de opinión si dicha doctrina alcanzara el rango de dogma de fe, que es el último paso que le queda. De hecho, históricamente es un hecho que la mayor parte de los dogmas se han proclamado para contrarrestar la tesis heterodoxa que se les oponía. No parece que vivamos una época en la que tal cosa pueda ocurrir, pero no es descartable que, antes o después, al juicio defintivo sobre el sacerdocio femenino dado por Juan Pablo II acabe uniéndosele el anatema correspondiente a quienes lo rechacen. Algo parecido podría ocurrir, sin quizás llegar al grado dogmático, con aquellas doctrinas que los lefebvrianos rechazan el Concilio Vaticano II.

También dice:

Democracia eclesial
La segunda puerta es la de la democracia en el seno de la Iglesia: desde los fieles a los obispos. Sólo la libre expresión de las opiniones episcopales impedirá al magisterio de la Iglesia encerrarse en una falsa unanimidad que, a la postre, pervierte la vida de la Iglesia. Es lo que teológicamente se conoce con el nombre de “colegialidad". Por ejemplo, con un Sínodo de obispos deliberativo, como preveía el Concilio Vaticano II, o con unas conferencias episcopales con mayor libertad y autonomía.

La colegialidad episcopal ha sido parte sustancial de la Iglesia desde el siglo I. Tanto como el hecho de que el Obispo de Roma tenía autoridad sobre toda la Iglesia. El primer conflicto interno de una iglesia local, Corinto, fue objeto de una intervención clara y directa del por entonces obispo de Roma, San Clemente. Todavía vivía el apóstol San Juan. Y fue el Papa San León Magno quien dejó en nada las decisiones tomadas por el conocido como Latrocinio de Éfeso, cuando toda la Iglesia en Oriente parecía haber caído en la herejía monofisita. Los padres conciliares de Calcedonia aceptaron la autoridad del Papa con unas expresiones tan contundentes que harían palidecer a los progre-eclesiales de hoy en día.

Con motivo del cisma de Occidente, cuando Europa entera estaba dividida en su apoyo al Papa legítimo y diversos antipapas, la herejía conciliarista -superioridad de un concilio ecuménico sobre el papado- alcanzó una fuerza desconocida previamente en la Iglesia de rito latino. Y sin embargo, ni siquiera entonces pudo imponerse. Señal inequívoca de que el ministerio petrino, tal y como es revelado por la propia Iglesia, es de origen divino y no puede ser abrogado ni desnaturalizado.

Lo mismo ocurre con la autoridad de cada obispo en su diócesis. Los “progres” desean que el obispo sea poco más que el notario de la voluntad del resto. De hecho, ese sistema ha sido adoptado erróneamente en alguna diócesis española, como es el caso de la de Bilbao. Baste leer el último artículo publicado en la web del Foro de curas de Bilbao para comprobar lo que estoy diciendo. Ha bastado que el actual obispo, Mons. Iceta, haya dicho que, según el código de derecho canónico, el consejo pastoral diocesano “es meramente consultivo y así lo voy a considerar yo en mis decisiones. Esto no significa, añadió, que sus aportaciones vayan a ir directamente a la papelera. Yo las tendré en cuenta", para que le acusen de ir contra el evangelio y el Concilio Vaticano II. Es decir, no les vale con que un obispo tenga en cuenta las opiniones de sus sacerdotes e incluso sus fieles. Para ellos el obispo ha de acatar lo que decida el resto. Eso, señores míos, no es catolicismo. Es otra cosa.

Podría dar ejemplos tomados de la Escritura que demuestran que lo que Cristo hizo al fundar su Iglesia no fue crear una monarquía parlamentaria al estilo de la que tenemos en España. Pero de poco valdría hacer tal cosa cuando enfrente se tiene a personas que ya tienen formada su propia opinión sobre esta cuestión. Dejo la cuestión apologética para otro post.

Dejemps las cosas claras. Una cosa es que la autoridad deba estar al servicio de todos y se ejerza en la caridad -y si no es así, se ejerce mal- y otra que no haya una autoridad clara que el resto de fieles debe de acatar. A nivel doctrinal, el Papa no impone la verdad. Es custodio de la misma. Idem de los obispos en comunión con él. Siendo la conciencia el primero de los vicarios de Cristo, nadie puede escudarse en la misma para afirmar que no tiene culpa alguna al no aceptar lo que la Iglesia enseña. Seguir la conciencia es tan imprescindible como conformarla a la verdad revelada de la que la Iglesia es testigo y transmisora. Benedicto XVI, siendo cardenal Prefecto de la Fe, pronunció en febrero de 1991 una magistral conferencia en en el 10º Seminario para Obispos celebrado en Dallas, Texas (EE.UU). Cito:

Me parece significativo que Newman en la jerarquía de las virtudes, subraye el primado de la verdad sobre la bondad, o, para decirlo más claramente, que ponga de relieve el primado de la verdad sobre el consentimiento, sobre la capacidad de acomodación de grupo. Por tanto, diría: cuando hablamos de un hombre de conciencia, pensamos en alguien dotado de tales disposiciones interiores. Un hombre de conciencia es alguien que no compra jamás a costa de renunciar a la verdad, el estar de acuerdo, el bienestar, el éxito, la consideración social y la aprobación por parte de la opinión dominante.

El Papa y los obispos no están para acomodar la verdad al parecer cambiante del mundo. Deben trabajar para que la verdad sea expresada en términos que puedan ser entendida por todos -inculturización-, pero no desfigurarla y manipularla con la intención de que quienes no quieren decir sí a Cristo y su evangelio puedan aceptarlo. Dicho evangelio sería falso. Para tal fin, es necesario que cuenten con la autoridad que Cristo quiso que tuvieran. Los que no aceptan tal cosa, pueden llamarse católicos, pero están más cerca de un modelo eclesial que ya se da entre los protestantes pero que, por su propia naturaleza, es imposible que sea parte del ethos católico.

Luis Fernando Pérez Bustamante