19.02.13

 

Aquel año el párroco anunció una sola charla cuaresmal, pero advirtiendo, eso sí, que valdría por tres o cuatro, ya que la daría un ponente de campanillas.

Parece ser que acababa de encontrarse con un compañero sacerdote dedicado al estudio y la docencia. Licenciado en un par de teologías, doctor en algo, y profesor muchos años en España y América. Y al párroco no se le ocurrió cosa mejor que por una vez en la vida llevar al pueblo una primera figura de la teología planetaria.

Causó su poco de expectación. Porque generalmente las charlas, cuando las había, las daba el mismo párroco o algún cura de los pueblos vecinos. Total, que uno y otros suficientemente escuchados. Por fin un hombre sabio, como lo presentó el párroco. Profesor durante años, estudioso, conferenciante por medio mundo, autor de libros y artículos. ¿Se lo van a perder?

El día de la charla hubo algunos más que de ordinario. Tampoco tantos, que al final en estas cosas acaban siendo casi siempre los mismos, pero alguna persona más del pueblo apareció y hasta vinieron tres o cuatro de Madrid. La charla, como siempre, en la iglesia.

Rafaela en el segundo banco, por si querían ponerse primero los de Madrid, que venían con cuadernos para tomar notas y hasta grabadoras para no perderse nada. No le gustó que comenzara la charla sin un padrenuestro por lo menos, sobre todo estando en la iglesia, pero pensó que un despiste lo tiene cualquiera.

Bien se explicaba el padre, pero que muy bien. Utilizaba palabras nunca antes oídas. Habló de la apertura del corazón ante la inmensidad de lo divino y la misericordia compasiva frente al sufrimiento planetario. Dijo que Dios quería hombres muy humanos embarrados en el dolor para que pudieran vivir una profunda metanoia desde la vivencia de la kenosis radical en la apertura a la trascendencia. Les exhortó a ser ellos mismos, a purificar el yo profundo y comprender que la gran tarea es construirse uno mismo en la apertura a la alteridad.

A los pocos minutos, Rafaela ya había desconectado y decidido que mejor aprovechaba ese rato en la iglesia para rezar por sus difuntos. Irse no, porque es mujer educada, pero perder el tiempo tampoco. Una ovación de gala la sacó de su ensimismamiento. Había terminado la charla y todos se hacían lenguas de la sabiduría del ponente.

Juana, por lo bajinis, se dijo a Rafaela: hija, qué bien habla, lo que pasa es que una es ignorante y no termina de entenderlo muy bien. No mujer, le respondió Rafaela, si es facilito. Ven, vamos a preguntarle.

Tuvieron que esperar un poco, mientras la gente felicitaba tan brillante exposición, sobre todo los de Madrid que debían entender más. Cuando por fin llegaron a él, Rafaela, después de darle las gracias por haber querido venir al pueblo, le dijo:
“Mi amiga, Juana, que dice que alguna cosa no le ha quedado muy clara. ¿Verdad que lo que usted ha dicho es que tenemos que ser mejores, cumplir los mandamientos, venir más a la iglesia, confesar, comulgar y ayudar a los pobres? ¿A que también ha dicho que es bueno hacer algún sacrificio por nosotros y por los demás? ¿A que sí?”

El predicador quedó un tanto desconcertado… “bueno sí, claro…”. Rafaela se volvió a Juana y le dijo: “lo ves, ¿ves como era facilito? Lo que pasa es que como han estudiado lo saben decir con otras palabras, pero era eso, lo mismo que se nos ha predicado siempre. ¿O es que tú habías entendido otra cosa?”

Me cuentan que los amigos del predicador, los que llegaron desde Madrid, no sabían qué cara poner. Sólo acertaron a decir eso de que esta gente de pueblo no entiende nada… Rafaela se volvió y con una sonrisa enorme les dijo: “a lo menor los que no entienden nada son ustedes…” Eso lo aclarará Dios al final de cada uno.

Anda Juana, que he hecho unas rosquillas esta mañana. ¿Te vienes a casa y las probamos?