26.02.13

El Cónclave y la guerra sucia

A las 12:13 AM, por Andrés Beltramo
Categorías : Sucesión Papal

Su designación pasó prácticamente desapercibida el 16 de febrero pasado, en medio de la vorágine por la renuncia del Papa. Aldo Cavalli era nuncio apostólico en Colombia, uno de los países más católicos de América Latina. Una nación clave en la geopolítica vaticana para Sudamérica. Pero ese sábado el Papa Benedicto XVI lo trasladó como embajador vaticano a Malta. Una isla histórica, sí, pero insignificante en la política internacional. Más que una promoción, aquel nombramiento pareció una degradación.

Parecía un detalle más, casi un anécdota de la Curia Romana. Si no fuese porque unos días después, el viernes 22 de febrero, como nuncio en tierras colombianas fue designado Ettore Balestrero, hasta ese día subsecretario para las Relaciones con los Estados de la Santa Sede.

Joven y dinámico, astuto y políglota, en los últimos tres años Balestrero se convirtió en un personaje clave en el pontificado Benedicto XVI. Tuvo bajo su control a los expedientes más delicados del gobierno central de la Iglesia católica, desde la reforma para la transparencia financiera en El Vaticano hasta las conversaciones diplomáticas con Israel y la Organización para la Liberación de Palestina, pasando por los acercamientos con Vietnam y la atormentada relación con la China comunista.

Por eso, cuando se anunció su traslado a Colombia de manera sorpresiva y a pocos días que entre en vigor la renuncia de Joseph Ratzinger al papado, se multiplicaron las especulaciones. En Roma los vaticanistas intentaron dar motivos a tan clamorosa decisión. El Papa mandaba lejos a uno de sus colaboradores más confiables de la Curia Romana.

Esa combinación de factores rápidamente se convirtió en un caldo de cultivo para los rumores y los chismes. Así, en el giro de pocas horas, Balestrero terminó involucrado en el “vatileaks” y con acusaciones de traición en su contra, por “obra y gracia” de la prensa. Aunque la realidad era otra.

El traslado a Bogotá del subsecretario se decidió desde hace semanas, al menos dos meses atrás. Mucho antes que Benedicto XVI decidiese renunciar. Un dato de fácil comprobación. El nombramiento de un nuncio en cualquier país del mundo implica un proceso que lleva su tiempo, consume semanas. Simple y sencillamente porque se requiere el beneplácito del país que acogerá al embajador. Gestiones diplomáticas de por medio, es un trámite que tarda –mínimo- un mes.

En este caso El Vaticano requirió dos beneplácitos. El primero de Malta al nuncio Cavalli y después el de Colombia a Balestrero. Con esto queda claro que el movimiento estaba planteado desde hace tiempo.

Este dato objetivo no fue tomado en consideración por quienes plantearon la salida del subsecretario como un “corte de cabeza”, ligado al escándalo del ex mayordomo papal y la fuga de documentos confidenciales. Lo cierto es que Balestrero no fue removido de su puesto. Aunque su nombramiento tuvo una coincidencia fatal con otros hechos, que lo hicieron parecer sospechoso.

Pero está confirmado que él nunca fue interrogado por la comisión de tres cardenales responsables de investigar el origen y los motivos del “vatileaks”. Su nombre no aparece en el extenso reporte que los purpurados entregaron a Benedicto XVI. Un informe que el propio pontífice decidió mantener secreto, hasta la elección de un nuevo Papa. A él tocará decidir si difunde su contenido o no.

Ergo, la pregunta es legítima: ¿por qué la prensa internacional vinculó el traslado de Balestrero al escándalo de la filtración de documentos? La respuesta parece ser sólo una: mera especulación. No existen, hasta el momento, pruebas concretas o elementos periodísticos que sostengan tal relación.

En los últimos días los periodistas llegados a Roma para cubrir los últimos días del papado de Benedicto XVI han caído presas del síndrome de la tragedia italiana. Construida justamente por los diarios italianos. Una historia que mezcla pocos elementos de la realidad con mucha fantasía. Una comedia cuyo principal propalador “La Repubblica”, es un periódico que se ha caracterizado por inflar desmedidamente las noticias, llegando a distorsionar su verdadero significado.

Gracias a los artículos de esa publicación y de otros medios, la renuncia del Papa pasó de ser un acto de extrema libertad de un pontífice anciano a la rendición final de un obispo de Roma deprimido porque en El Vaticano existe un poderoso “cartel de homosexuales” con la capacidad de condicionar incluso sus más íntimos pasos.

Tal burda representación de la realidad provocó una respuesta durísima de la Sede Apostólica. Primero con una editorial del portavoz, Federico Lombardi, que arremetió contra los “oportunistas” interesados en aprovechar el momento de sorpresa y de desorientación por la renuncia de Benedicto XVI para sembrar la confusión y lanzar descrédito sobre la Iglesia.

“No falta, de hecho, quien busca aprovechar, recurriendo a instrumentos antiguos como la maledicencia, la desinformación y la calumnia, o ejercitando presiones inaceptables para condicionar el ejercicio del deber de voto de parte de uno u otro miembro del Colegio de los cardenales, considerado persona no grata por una razón o por otra”, señaló el sacerdote jesuita en un comentario a la Radio Vaticana del 22 de febrero.

Una tesis compartida por una nota de la Secretaría de Estado, dada a conocer el mismo sábado. Un texto que calificó como “deplorable que, a medida que se acerca el inicio del cónclave y los cardenales electores estarán obligados, en conciencia y ante Dios, a expresar con plena libertad su elección, se multiplique la difusión de noticias, a menudo no verificadas o no verificables, o incluso falsas, incluso con graves perjuicios para las personas y las instituciones”.

Pero las noticias se comen a las noticias. Y la encendida reacción de la Santa Sede fue superada por el rezo del último Angelus de Benedicto XVI el domingo, pronunciado ante más de 100 mil personas en la Plaza de San Pedro del Vaticano. Un mensaje que volvió a poner en primer plano a figura del Papa dimisionario y los motivos de su renuncia. Por eso resonó entre la multitud su frase: “no abandono a la Iglesia, la seguiré sirviendo en un modo adecuado a mi edad y a mis fuerzas”.