4.03.13

 

¿En el corazón del mundo o mundanizados?

Los fieles cristianos laicos no son solamente objeto de la evangelización, sino protagonistas y responsables de esa tarea. Un cristiano –decía Lacordaire- es un hombre a quien Jesucristo ha confiado otros hombres, en efecto, en el torrente circulatorio de una sociedad cada vez más secularizada, los cristianos consecuentes dentro del mundo son la inyección intravenosa cargada de vitaminas, la regeneran y vitalizan evitando su destrucción total. Bellamente el documento de Puebla lo dice así: son hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia (786) (Aparecida, 209).

El papel de los seglares es hacer presente el Evangelio en todos los sectores de la vida profana, en los lugares y condiciones donde la Iglesia no puede ser sal de la tierra si no es a través de ellos (Lumen gentium 13, 30, 31).

En los primeros años posteriores al Concilio

Karl Rahner y otros solían hablar de «invierno» en la Iglesia; en realidad, parecía que, después de la gran floración del Concilio, hubiese penetrado hielo en lugar de primavera, fatiga en lugar de nuevo dinamismo -escribió el entonces cardenal Ratzinger- pero he aquí, que el Espíritu Santo por así decirlo, había pedido de nuevo la palabra (Los Movimientos eclesiales y su colocación teológica).

En efecto, mientras que por una parte, se daba el fenómeno del derrumbe del asociacionismo seglar clásico y oficial, particularmente de la Acción Católica y sus diversas ramas, y las Congregaciones Marianas, entre otras, no obstante el tiempo en el que las doctrinas de la Iglesia estaban siendo atacadas, y en el que tenían lugar serias defecciones, algunos movimientos como la Legión de María llamada la revolucionaria conciliar, por acentuar el deber y el derecho de los bautizados en la obra evangelizadora de la Iglesia, y su incondicional lealtad a la Jerarquía eclesiástica, si bien tuvo algunas bajas en países como Holanda, Francia, Chile y Bolivia, en la mayor parte del mundo no sólo se mantuvo estable sino que experimentó una expansión lenta pero sólida, apoyada fuertemente por Pablo VI.

No estuvo esa asociación eclesial, exenta de tensiones y determinaciones no siempre medidas. Una de las más duras fue la controversia que mantuvo con el P. Flaviano Amatulli Valente, entonces Director Espiritual de la Legión de María en México. Posteriormente  de su salida de esa asociación, en 1978, fundó los Apóstoles de la Palabra, para la promoción y defensa de la Fe. El Fundador de la Legión de María se quejaba de que se admite a la Legión y luego se la estropea. Dicha asociación considera al sacerdote el Cristo local, el vicario de Cristo, y luego, son los mismos sacerdotes quienes se oponen a los métodos y fines o no la acompañan.

Paralelamente se daba una nueva floración eclesial originada por situaciones nuevas, la irrupción de movimientos eclesiales y nuevas comunidades dotados de fuerte dinamismo misionero (Redemptoris Missio, 72), y, junto al surgimiento de nuevas asociaciones eclesiales, crecían también, y se afirmaban las llamadas Comunidades eclesiales de base (previamente Comunidades de base cristiana) y el entonces denominado Movimiento de católicos pentecostales.

No obstante el auge de las Comunidades de base cristiana en los 1960 y 1970, Joseph Comblin, conocido promotor de éstas y de la teología de la liberación con sus derivaciones como la teología india y teología negra, afirmaba:

El laicado latinoamericano está en silencio, hace años que su voz ha ido bajando, hasta hacerse casi imperceptible. Son muchos los laicos que colaboran en la Iglesia. En parroquias o comunidades de base, los laicos activos son acaso más numerosos que hace unos diez años. Pero su voz no se deja oír. Son trabajadores eficientes y callados” (La voz de los laicos en la Iglesia, 1980),

se refería a la dictadura del Papa y a la intimidación de los obispos del Opus Dei.

Precisamente en esa década de los 1980, las Comunidades eclesiales de base en América Latina y comunidades similares en los otros continentes, se habían ideologizado superlativamente, desde una postura izquierdista hasta más allá, y la realidad era, que el avasallamiento de esas comunidades en las parroquias era tal, que asfixiaba a las asociaciones eclesiales ya existentes señalándolas como lefebvristas, pietistas, tradicionalistas, hasta estrangular justamente su adherencia eclesial, y consecuentemente evitando el establecimiento de nuevas realidades eclesiales.

Respecto a la irrupción del pentecostalismo en el laicado católico, muchos creyeron ver en esa correría una contención a la constante salida de vastos sectores católicos a las sectas, empero, los intentos de dirigir el impulso pentecostal hacia el catolicismo, no sólo no frenó la salida de fieles a los nuevos movimientos religiosos, sino que debilitó y trastocó entre otros aspectos, la piedad mariana y la forma de la participación de los fieles en la Santísima Eucaristía, y, evidentemente la carencia de una religiosa sumisión a la autoridad eclesiástica.

Para regular y encauzar ese efervescente interés, entusiasmo desordenado en la aguda indigestión eclesial, a fin de transformarlo en una fuerza motriz, el cardenal belga Suenens jugó un papel decisivo en la acogida de la Renovación carismática en la Santa Sede.

Así en medio de todo ese incendio pentecostal postconciliar, es un hecho que múltiples grupos pentecostales católicos apostataron de la Fe Católica y salieron a fortalecer comunidades pentecostales protestantes. El empuje de las Comunidades eclesiales de base, -muchas veces asumidas por los obispos como opciones de sus jurisdicciones eclesiásticas, derivó en la conformación de cuadros ideologizados anti eclesiales.

Los llamados criterios de eclesialidad precisamente fueron establecidos en la Christideles laici (cf. CL, 30), en orden a evitar desbordes similares.