11.03.13

Milenio y mesianismos

A las 8:00 AM, por Germán
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Al advenimiento del año 2000, en diciembre de 2012, y también en estas semanas, se ha generado una profusión de profecías, revelaciones privadas y anuncios de todo tipo con connotaciones prácticamente apocalípticas. Las llamadas profecías de San Malaquías, de dudoso origen, establecen prácticamente el fin del mundo después del pontificado de Benedicto XVI, amén de otras relevaciones y explanaciones de las mismas en orden al futuro de la Iglesia y del mundo. Se está hablando también del Armagedón y del milenarismo, éste último surge en épocas o situaciones de crisis, cuando se dan cambios acelerados.

El milenarismo, de carácter judaizante, llamado por San Agustín también milenismo, o jiliasmo (del griego jilia ete), dice que Cristo, vencido el anticristo, reinará mil años en la tierra junto a los justos resucitados. Después vendrá el juicio y la vida eterna. Esta corriente, aparece ya en la Epístola de Bernabé, en Papías, San Justino, San Ireneo, Cerinto y en cierto modo en los montanistas.

Su fundamento es la creencia en la próxima venida de Cristo, y la exaltación por la constante presión que sufría la Iglesia: parecía que la justicia exigía un triunfo correspondiente también en la tierra. Aducían como razones positivas a Joel e Isaías: interpretando su Reino de mil años; y en el Apocalipsis (20, 3-6), en que se habla de la derrota de la bestia y el reino de mil años, que tuvo un desarrollo influyente durante el siglo II.

El P. Leonardo Castellani, S.J., señala que tres son los tipos de milenismo que ha conocido la historia. El milenismo craso o carnal, según el cual Cristo triunfaría en esta tierra de una manera temporal y mundana, con un cortejo de satisfacciones, revanchas y deleites groseros para los resucitados sostenido por muchos herejes, que posteriormente durante el siglo IV, se constituyó en un verdadero peligro para la fe, por lo que fue duramente atacado por San Jerónimo y por el mismo San Agustín.

El segundo tipo de milenismo es el espiritual, que no promete a los justos resucitados ni bodas, ni francachelas, el evangelio será predicado por todas partes: todos los pueblos y todas las naciones tendrán conocimiento de la verdad. Podemos, si no enseñarlo en cualquiera de sus formas, al menos tenerlo en cuenta en su forma espiritual más sesuda como una interpretación posible, no condenada,

y hasta recomendada, como dijo San Jerónimo, a pesar de ser antimilenista, por innumerables santos y mártires de ambas Iglesias latina y griega.

Hay otra forma de milenismo: es el alegorista. (cf. El Apocalipsis según Leonardo Castellani, P. Alfredo Sáenz, S.J.).

Diferentes mesianismos seculares también, atrajeron y atraen a las personas creando mentalidades, y hasta ideologías.

Está la vieja y siempre presente tentación –escribe Jean Dumont- de añadir a la salvación cristiana, como si fuera insuficiente, aplicándole nuevas referencias y nuevos marcos, como si la Iglesia ya hubiera terminado su tiempo y debiera ser «superada». Lo que hoy se llama futuro feliz en la teología de la liberación entonces se llamaba milenarismo. Una doctrina, una pasión, una militancia que bebía en los escritos de un abad cisterciense italiano del siglo XII, Joaquín de Fiore,

cuyo movimiento el joaquinismo siguió existiendo secretamente e inspirando todo tipo de esoterismos y de mesianismos, incluso de carácter político, siendo uno de ellos el nacional socialismo. La influencia joaquinista que tuvo de joven, no abandonó al Hitler adulto.

El marxismo-leninismo creó una suerte de escatología secularizada en la que la salvación se da en el tiempo y el fin de la historia de la humanidad es la sociedad, ya no sujeta a leyes, con la desaparición del estado, que viviría en la justicia y en la paz, para lo cual la historia tiene trayectoria determinística, proyectada al futuro con el hombre como su único artífice.

Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, «intrínsecamente perverso» (cf. Pío XI, carta enc. Divini Redemptoris, condenando «los errores presentados bajo un falso sentido místico» «de esta especie de falseada redención de los más humildes»; GS 20-21) (Catecismo, 676).

Las experiencias en el tiempo de la Iglesia revelan, como posibles, dos antiguas tentaciones: los escritos joánicos y la carta a los Hebreos ponen en guardia contra la primera insidia proveniente de las corrientes gnósticas cristianas, que apuntaban a modificar la profesión de la fe cristiana sobre la salvación como hecho histórico, ya que en ellas se da una concepción griega del tiempo: cíclico, no lineal, propensa a alejarse de la historia de la salvación. Existe después una segunda tentación: es la tentación del retorno a la religión natural que convierte al humano en esclavo de los elementos de los poderes de este mundo.

El Cristianismo, no es una gnosis, no es una utopía, sino una religión que se toma en serio la historia y la suerte de la humanidad.