13.03.13

No puedo aceptar ser papa

A las 10:02 AM, por Jorge
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Era momento de cónclave. Por la televisión había contemplado el desfile de los cardenales entrando majestuosamente en la capilla Sixtina. Una liturgia impecable, la solemnidad del momento. Observó cómo se cerraba la puerta tras el “extra omnes”.

Ciento quince cardenales dispuestos a elegir a un nuevo sumo pontífice de la iglesia universal. Uno de entre ellos. Aunque ¿quién sabe? La única condición para ser para es ser varón y bautizado.

¿Qué pasará ahí dentro? ¿Quiénes serán los candidatos más votados? ¿Habrá una lucha de poder entre italianos, curiales, hispanoamericanos…? ¿Y si no encuentran un candidato de consenso…?

Habían pasado apenas un par de horas cuando sintió llamar a su puerta. La sorpresa fue encontrarse con el cardenal camarlengo que acudía acompañado por el cardenal más joven entre todos los electores.

No se asuste. Venimos en total incógnito desde la capilla Sixtina. Los cardenales le piden que acepte ser el nuevo papa de la Iglesia católica. Ya sabemos que no es lo usual, pero usted conoce las normas. Llevamos varios días de votaciones y hoy su nombre ha sido propuesto y aceptado por unanimidad. Es la voluntad de Dios.

No supo decir ni pensar nada. De repente fue encontrarse en una nube mientras el automóvil de incógnito se desplazaba veloz hacia San Pedro. Su mente estaba en blanco y solo se dejaba llevar. Le impresionó entrar en la capilla Sixtina y encontrarse con todo el colegio cardenalicio que acogió su presencia con una enorme ovación. Papa. Él era el papa, el sucesor de Pedro, el vicario de Cristo. Él, apenas un teólogo, un profesor que incluso había tenido sus más y sus menos con la Congregación para la doctrina de la fe.

¿Aceptas la elección? El silencio se mascaba, la tensión era más que evidente. Ante su silencio, de nuevo la pregunta: ¿Aceptas la elección?

Miró a todos y simplemente les dijo: no, no puedo. Lo he pensado mientras venía en el automóvil. No puedo, porque si acepto ser papa automáticamente dejaré de ser infalible.

Sintió unas manos que lo agarraban y lo zarandeaban: oiga, oiga, ¿está usted bien, qué dice, qué está gritando? Se vio en la butaca de su casa, rodeado por sus libros, papeles, revistas. Ha sido solo un mal sueño, María. Ay señor Küng, que tiene usted que cuidarse un poco más.