ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 19 de marzo de 2013

La frase del día

Ciérrale Dios los ya difuntos ojos/ a donde se miró, y enternecido/ derrama de su padre en los despojos/ lágrimas con que el cuerpo queda ungido (muerte de san José).

José de Valdivielso, poeta y autor dramático del Siglo de Oro español (Toledo, 1565-Madrid, 1638),

 


Francisco papa

Miles en la misa de inicio de pontificado de Francisco. 'El verdadero poder es el servicio'
En un jeep entre la multitud. Besa a una persona con minusvalía. Pide a los 'Herodes' no tramar planes de muerte

Destaca la presencia de delegaciones de América en la solemne apertura del pontificado
Mandatarios unos más incómodos que otros, algunos contaron su reacción en 'Twitter'

La hermana Ana Rosa, prima del papa: "siempre ha pedido que recemos por él"
Entre los miles de fieles presentes hoy en la plaza la prima del papa también emocionada por poder acompañarle en un día como hoy

Papa Francisco: A todos los que ocupan puestos de responsabilidad: seamos 'custodios' de la creación
''Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida''

Símbolos de la misa de inicio de pontificado
El palio, el anillo del pescador y la obediencia de los cardenales

Historia del anillo del pescador que estrenó hoy el papa Francisco
El anillo del pescador es uno de los símbolos más importantes del pontífice

IHS el emblema o logo de la Compañía de Jesús
Incorporado al escudo papal y antes episcopal de Francisco

Papa Francisco: que entre ustedes se viva el deseo de cuidarse
Mensaje telefónico del santo padre a los fieles reunidos en la Plaza de Mayo a las 4 de la mañana hora argentina

El papa Francisco cambió su escudo en un detalle
El lugar del racimo de uva, optó por la vara de nardo en honor a san José

Papa

Francisco ha seguido la línea de la "Redemptoris Custos"
Lo precisa el Director del Movimiento Josefino

Arzobispo de Puerto Rico: Preocuparse por los seres queridos
Destaca corazón de pastor de Francisco

El que sirve con amor sabe custodiar
Clara reflexión del provincial de los palotinos en Irlanda

Un "no" a las actitudes que ensucian la vida
La ternura da fuerza para amar según el general de los montfortianos

Vigilar y custodiar los dones ante aquellos "Herodes"
Advertencia y adhesión del obispo de Córdoba

Custodiar como José, confirmar como Pedro
El director editorial de la COPE destaca dos figuras a seguir

Como san José, custodios de los dones de Dios
Rector Mayor de los salesianos ve un programa para la Iglesia

Educación

''Sé de quién me he fiado''
Reflexión teológico-pastoral de los obispos españoles con motivo del Día del Seminario

Catequesis para la Familia

Rezar por la vocación familiar. Los hijos necesitan padres de verdad
Catequesis para toda la familia

Bioética

Denuncian que en España se sigue dispensando la PDS sin receta ni límite de edad
Un equipo investigador español confirma en París el carácter abortivo de la píldora del día siguiente

SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA

San José
«El santo por antonomasia»


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Francisco papa


Miles en la misa de inicio de pontificado de Francisco. 'El verdadero poder es el servicio'
En un jeep entre la multitud. Besa a una persona con minusvalía. Pide a los 'Herodes' no tramar planes de muerte

Por H. Sergio Mora

CIUDAD DEL VATICANO, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Aproximadamente 200.000 fieles participaron en la misa de inicio de pontificado del papa Francisco, además de representaciones y de al menos 132 países, entre los cuales decenas de presidentes, jefes de Estados y seis soberanos reinantes.

Después de varios días de lluvia, frío y hasta granizo, la mañana de hoy martes ha sido un paréntesis soleado que ha permitido la ceremonia, después de lo cual se reanudó el mal tiempo.

Francisco salió poco antes de la misa, como había sido anunciado para saludar a la gente. La sorpresa fue que lo hizo en un jeep blanco abierto, sonriente y con el hábito talar blanco, de manera que pudo saludar muy de cerca a todos los presentes en la plaza de San Pedro.

En medio a la multitud casi en delirio vio a un hombre con minusvalía, sostenido en brazos por un joven acompañante que algunos medios dicen que es franciscano. Hizo detener el jeep, descendió: y quiso besarlo, acariciarlo, en un saludo que no era de circunstancia, y que indicaba el respeto por la vida en cualquier circunstancia o condición.

En ese gesto dio la clave de su pontificado, que después explicó en la homilía: “El verdadero poder es el servicio”, a favor de todos y especialmente de los más necesitados.

La ceremonia de 'inicio del ministerio del obispo de Roma', comenzó a los pies de la tumba del apóstol San Pedro, debajo del altar central de la basílica. Allí papa Francisco bajó acompañado por los patriarcas y jefes de las iglesias orientales católicas, cuatro de los cuales cardenales, quienes tomaron los símbolos que el pontífice recibió durante la misa: el anillo del Pescador y el palio y el evangeliario. Y se dirigieron hacia el exterior de la basílica mientras el coro entonaba las letanías Laudes Reges que piden la ayuda de los tantos papas santos. El cortejo salió a una plaza en dónde la multitud les esperaba con gran entusiasmo, agitando cientos de banderas, muchas de las cuales de países latinoamericanos y del de país origen del papa Bergoglio.

El cardenal protodiácono, Jean Louis Touran, el mismo que anunció el habemus papam, le dio al santo padre el palio, la vestimenta de lana blanca con cruces rojas, el mismo que usaba Benedicto XVI. El anillo del Pescador, de plata dorada se lo entregó el cardenal decano, Angelo Sodano.

Y seis cardenales pronunciaron el “Tu es Petrus” mientras se inclinaban ante el papa en acto de obediencia en nombre del Colegio de Cardenales.

Los miles de presentes que estaban en la plaza y en vía de la Conciliazione, siguieron todo también gracias a las pantallas gigantes, allí que según la tradición era el circo de Nerón, lugar del martirio de san Pedro.

A partir de ese momento, concluidos los ritos de inicio del pontificado, el papa Francisco celebró la misa, menos larga de lo habitual sin ser por ello menos solemne, en honor a san José, el santo que se festeja este 19 de marzo.

Concelebraron todos los cardenales que están en Roma, los patriarcas y arzobispos orientales no cardenales, el secretario del Colegio de Cardenales y los generales de los Franciscanos y de los Jesuitas.

En su homilía Francisco le agradece su labor a Benedicto XVI y la plaza rompe en aplausos. Habla del servicio a los demás, de San José que sabe escuchar a Dios y por ello tomar las decisiones más sabias. Y sobre el centro de nuestra vocación cristiana, que es Cristo. Invita a dare antención en nuestra vida, para poder cuidar a los otros, y para cuidar a la creación. Y pide que no haya más "Herodes" que traman planes de muerte.

Unos 500 sacerdotes distribuyen la comunión entre los miles de fieles. El papa bendice y le pide a la multitud: “Recen por mi”.

Después, ya sin los paramentos, adentro de la basílica, saludó a los jefes de estado y de gobierno que fueron a visitarle. 

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Destaca la presencia de delegaciones de América en la solemne apertura del pontificado
Mandatarios unos más incómodos que otros, algunos contaron su reacción en 'Twitter'

Por Nieves San Martín

MADRID, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Una larga fila de políticos, con distintos niveles de representación aguardaban para saludar al papa Francisco. Unos más acostumbrados que otros al protocolo diplomático. Unos más queridos que otros por su pueblo. Unos más dignos representantes que otros. Pero todos tuvieron cabida en la plaza de la catolicidad porque ya lo dijo el portavoz vaticano: a nadie se privilegia y a nadie se rechaza. Nunca hubo tantas mujeres jefas de Estado.

Estaban previstas 132 delegaciones oficiales a la Misa de hoy, lo cual no quiere decir que al final no fueran más porque la ceremonia está abierta a todos y pudo haber cambios de última hora.

“Las delegaciones --subrayó el portavoz vaticano padre Lombardi- vienen a Roma siguiendo las informaciones, que sobre este acontecimiento envía el secretario de Estado. No hay 'invitaciones'. Todos aquellos que quieran venir son bienvenidos. El orden depende del protocolo y el nivel de la delegación. Es importante que quede bien claro”.

Las delegaciones más significativas son las de Argentina, por ser el país natal del papa, encabezada por la presidenta Cristina Fernández. Una superdelegación de 140 personas, aunque dudamos de que todos estuvieran en los lugares preferentes reservados junto a la estatua de san Pablo. Se observó al presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, al canciller Héctor Timerman, y al titular de la Unión Industrial Argentina, José de Mendiguren. Así como el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti.

Por Italia, también en lugar preferente, el presidente Giorgio Napolitano al frente, y el primer ministro Mario Monti, así como los presidentes del Senado y la Cámara de la Corte Constitucional.

Hubo seis soberanos reinantes. 31 jefes de Estado o de Organizaciones Internacionales, tres príncipes herederos, once jefes de Gobierno, el vicepresidente de Estados Unidos y también delegaciones encabezadas por primeras damas, vicepresidentes, viceprimeros ministros, presidentes del Parlamento, ministros, embajadores, y otros dignatarios.

Los medios de comunicación subrayan alguna presencia poco grata. Pero ya lo dijo el portavoz vaticano: “Ninguno es privilegiado o rechazado”. Poco grata la del presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, acusado de violaciones de derechos humanos, que tiene prohibido pisar la Unión Europea desde 2002, aunque no El Vaticano.

Otra presencia polémica, la del presidente de Paraguay, Federico Franco. Su país fue suspendido por diversos organismos regionales por cuestionársele acciones políticas poco claras en la expulsión del exmandatario Fernando Lugo. Franco, devoto católico, incluye con frecuencia en su agenda actividades religiosas. Anunció que regalaría un juego para beber mate al papa, a quien describió como un “jesuita humilde, gran luchador contra la pobreza”.

Entre los asistentes estaban los príncipes de Asturias, Felipe y Letizia, que charlaban con los príncipes de Holanda, Guillermo y Máxima. La delegación española se completaba con el presidente del gobierno Mariano Rajoy, su esposa y tres ministros.

La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, bautizada pero no practicante, se define como “cristiana antes que todo”, y “en un segundo momento católica”. Dijo que en su país los fieles esperan con expectación el viaje del papa a Río de Janeiro para la Jornada Mundial de la Juventud, en julio próximo.

Cercano a las enseñanzas cristianas se declara el presidente en funciones de Venezuela Nicolás Maduro, quien reiteró su convicción no sólo desde un punto de vista personal y espiritual sino también ideológico. Pero quien encabezó la delegación venezolana, en un momento delicado, ha sido el otro hombre fuerte del periodo post-Chávez, el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela Diosdado Cabello. Maduro al comunicar la designación por Twitter decía:“Como Francisco de Asís, necesitamos un Papa de los pobres”.

El gobernante boliviano Evo Morales aseguró varias veces que es católico de base, pero no practicante. La religión oficial en Bolivia fue la católica hasta 2009, cuando Morales promulgó la nueva Constitución, que declaró al país Estado laico. Morales expresó en una carta al papa su voluntad de mantener y reforzar la relación entre el Vaticano y su país. Sin embargo no asistió a la ceremonia de inicio del pontificado.

El uruguayo José Mujica, que tampoco estuvo, no profesa ninguna religión, aunque en alguna ocasión se declaró casi panteísta, porque ama la tierra por encima de todo, pero le pidió al papa “que se acuerde de los pobres”. Asistió el vicepresidente Danilo Astori, que sí es católico. Desde Montevideo, la primera dama Lucía Topolansky explicó que no habían viajado al Vaticano porque "no somos creyentes y Uruguay es un país laico". 

La delegación de Chile la encabezó su presidente, Sebastián Piñera, católico, que en sus discursos muy a menudo nombra a Dios y cita pasajes de la Biblia. Viajo junto a su esposa, Cecilia Morel.

El ecuatoriano Rafael Correa, católico practicante, aseguró que tener un papa latinoamericano “es algo histórico, sin precedentes”.

El guatemalteco Otto Pérez Molina, católico, el último mandatario latinoamericano que fue recibido en audiencia por Benedicto XVI, envió a su canciller, Fernando Carrera.

Porfirio Lobo, el presidente hondureño, viajó con su esposa Rosa Elena y sus hijos Said y Luis, así como la directora ejecutiva del Despacho Presidencial, Diana Valladares, y el jefe de la Guardia de Honor Presidencial, Andrés Felipe Díaz. Honduras, tras los acontecimientos políticos vividos en los últimos años, necesita el reconcimiento internacional. Según el comunicado oficial, tras enterarse de la elección, el mandatario hondureño expresó en Twitter, que el pontífice “es el encargado de llevar el mensaje de paz y amor por el mundo”, y que “Dios lo ilumine y bendiga”. “Hoy es un día de júbilo para la feligresía católica habemus papam. Por primera vez un latinoamericano, Francisco”, manifestó. La pareja presidencial hondureña encargó al escultor Jesús Zelaya una réplica de la imagen de la Virgen de Suyapa, que será colocada en los jardines de la Ciudad del Vaticano.

El vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, católico, encabezó la delegación estadounidense. Biden estaba acompañado por la líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, la republicana Susana Martínez, gobernadora del estado de Nuevo México, y el presidente de la Universidad de Georgetown, John DeGiogia. El presidente Barack Obama calificó recientemente como un reconocimiento de la vitalidad de las Américas la elección del papa Francisco.

El gobernador general de Canadá, David Johnston asistió en funciones de jefe de Estado del país, en representación de la reina de Inglaterra Isabel II, quien es oficialmente monarca de Canadá como país de la Commonwealth.

Enrique Peña Nieto, presidente de México, católico, siempre defendió el Estado laico según la Constitución de su país, lo que, aclaró, “no significa un Estado antirreligioso”. Asistió para iniciar una relación “cordial y cercana” con la Santa Sede, dijo. Señaló que la base de la política exterior de su gobierno será trabajar para “fortalecer la presencia de México en el mundo”, y para que el país “se deje ver, escuchar y sentir”. Esta es la primera vez en la historia moderna en la que un presidente mexicano asiste en El Vaticano como jefe de Estado a la inauguración de un pontificado. Cuando se eligió a Juan Pablo II no había relaciones diplomáticas entre los dos estados, y cuando Benedicto XVI fue elegida, Marta Sahagún, esposa del presidente Vicente Fox, como representante de México. Con la elección del papa argentino, Peña Nieto escribió en su cuenta de Twitter: “Saludamos con respeto y afecto al Papa Francisco I, jefe del Estado Vaticano, con quien deseamos establecer una relación cordial y cercana”.

La canciller María Ángela Holguín encabezó la delegación designada por el presidente Juan Manuel Santos para representar a Colombia. Completaban el grupo el expresidente César Gaviria, el procurador general de la República, Alejandro Ordóñez, y el antiguo embajador ante la Santa Sede, el abogado Guillermo León. El pasado día 13 el gobierno de Santos transmitió sus congratulaciones por la elección del papa argentino. La canciller afirmó que Colombia espera fortalecer las relaciones diplomáticas con la Iglesia.

El canciller peruano, Rafael Roncagliolo representó al gobierno peruano, según una resolución firmada por el presidente Ollanta Humala y el primer ministro Juan Jiménez.

La delegación dominicana, fue encabezada por la primera dama Candilla Montilla, además del ministro administrativo de la Presidencia José Ramón Peralta, y el vicecanciller José Manuel Trullols. A ellos se unió el embajador ante la Santa Sede Víctor Grimaldi. Tras la elección del papa, el presidente dominicano Danilo Medina le expresó "un fervoroso saludo de felicitación" y pidió la bendición apostólica para todo el pueblo dominicano.

La presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, anunció que entregaría al papa un certificado con una dirección de internet en donde podrá ver en vivo su árbol, sembrado en las instalaciones del Instituto Nacional de Biodiversidad (InBio). El árbol espavel (Anacardium excelsum) fue bautizado como Francisco, igual que el Papa, y ahora crece junto a un lago en el parque del InBio. Chinchilla aseguró que este árbol representa la "sombra generosa" que espera que el sumo pontífice entregue a la humanidad. La presidenta, acompañada por la ministra de Economía, Industria y Comercio, Mayi Antillón, indicó que aprovecharía su encuentro con el pontífice para invitarlo a visitar Costa Rica. Su país es uno de los pocos estados confesionales católicos del mundo, y Chinchilla es reconocida como católica con gran cercanía a la Iglesia. Ambos estados mantienen desde hace casi dos años una negociación para establecer un concordato que regule las relaciones bilaterales. 

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La hermana Ana Rosa, prima del papa: "siempre ha pedido que recemos por él"
Entre los miles de fieles presentes hoy en la plaza la prima del papa también emocionada por poder acompañarle en un día como hoy

Por Rocío Lancho García

CIUDAD DEL VATICANO, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Al finalizar la misa de inicio del pontificado del papa Francisco, ZENIT ha hablado con Ana Rosa, de la congregación de Hijas de María Auxiliadora, salesiana de Don Bosco, una prima del papa Francisco; la madre de Bergoglio y el padre de la hermana Ana Rosa eran primos. La religiosa es misionera en Tailandia y cuenta que "allí eran las dos de la mañana cuando conocimos la noticia y yo pensé ¿sí? ¿de verdad? fue muy emocionante". "Dio un mensaje de esperanza muy lindo y llamó a trabajar por los que más necesitan, el servicio de la Iglesia. El que más tiene y el que más puede que se mezcle más con el que más necesita que es muy importante". Un gesto muy significativo, comenta la hermana, ha sido que invitó al jefe de los cartoneros. Los cartoneros, explica, son gente que recoge cartones y derivados del papel por la calle y los reciclan para conseguir algo de dinero. La hermana Ana Rosa, que conoce personalmente al papa, ha contado que "es una persona muy humilde y muy austera. Cuando estamos con él, estamos en familia. Siempre que voy a Buenos Aires desde Tailandia le voy a visitar. Hoy he tenido ocasión de hablar con él y he estado sentada al lado del altar", afirma aún emocionada. "Cuando el papa me ha visto me ha dicho "¿qué estás haciendo acá? ¡te viniste!". Recuerda que cuando fue creado cardenal también vino toda la familia desde Argentina y ella desde Tailandia. En esta ocasión también la familia ha querido acompañarle en este momento también importante para él, "han venido la cuñada y 18 entre sobrinos y sobrinos nietos".

Cuenta también la hermana, que Francisco es muy familiar. "Siempre que nos encontramos me dice, Ana Rosa reza por mí. Haz rezar también a las hermanas viejitas". "Si ya antes lo pedía, más aún ahora, hay que rezar mucho por él".

Dos mujeres argentinas que están con ella cuentan la casualidad de estar aquí con un viaje organizado desde hace tiempo. En el momento en el que se conoció que el cardenal Bergoglio era el nuevo papa, aún en su país, se llamaron por teléfono para compartir la alegría del momento, "lloré de la emoción", dice una de ellas, "la verdad es que no nos lo esperábamos". "Cuando escuché que el nombre que había elegido era Francisco, me emocioné aún más, continúa su amiga, ¡mi hijo y mi padre también se llaman así! Yo ese día --continúa- tocaba el cielo con las manos". En estos primeros días, afirman "el papa ya ha marcado tendencia, se le ve muy humilde".

Cientos de fieles han acompañado hoy al papa Francisco en la misa de inicio del ministerio petrino del obispo de roma en la solemnidad de San José. Se calcula que entre 150.000 y 200.000 personas han estado presentes en la Plaza de San Pedro y alrededores. La lluvia ha firmado una tregua y ha dejado que el sol brille durante toda la celebración eucarística.

Una ceremonia cargada de símbolos y gestos que ha estado acompañada por la emoción de los presentes. El papa ha aparecido en la plaza en torno a las 8:50 de esta mañana subido en un jeep blanco descubierto y saludando al pueblo reunido para la Eucaristía. Con un gesto alegre y alzando el pulgar en algunas ocasiones en gesto de aprobación y cercanía. En una ocasión le han acercado a un niño pequeño al que besó con ternura y pocos minutos después se bajo del automóvil para besar a un enfermo que se encontraba en primera fila detrás de una de las vallas.

Además de los fieles en la plaza, el papa Francisco también ha contado con la compañía de representantes de otras religiones, otros ritos cristianos, y delegaciones de 134 países. Banderas de todos los países y pancartas de distintos movimientos, parroquias y grupos daban color a la plaza.

Un matrimonio argentino, de Rosario, se aleja de San Pedro al finalizar la eucaristía con la bandera de su país a los hombros. Han venido hasta Roma a propósito para acompañar al papa en este día tan especial. Reconocen que sintieron una emoción indescriptible cuando conocieron la noticia de que el cardenal Bergoglio había sido elegido nuevo pontífice. "Es un regalo para el mundo no sólo para los argentinos", dice la mujer. "Estos primeros días del papa están marcando un camino, está dando señales de lo que va a ser su pontificado y estamos convencidos de que va a seguir en este camino,  le va a costar pero lo va a conseguir. Por eso vinimos, porque confiamos en él", asegura su marido.

Un grupo de religiosas del Verbo Encarnado, una congregación argentina. Viven en Italia y han venido a la misa por que están muy contentas con el papa y han querido acompañarle. Nos comentan que sintieron una gran alegría al conocer la noticia aunque al principio casi no se lo podían creer. "Estamos muy contentas y rezaremos mucho por él para que sea lo mejor para la Iglesia", han afirmado.

Mauro, también argentino, tenía el viaje programado desde hace mucho tiempo porque su hija vive aquí y venía a visitarla. Sobre el papa Francisco comenta que "es excepcional como persona, va a tener una gran convocatoria y se percibe que la gente se ha acercado más a la Iglesia con este papa que es tan cercano a la gente". Los primeros días del papa, continúa, "han sido maravillosos con una perspectiva de futuro grandiosa de la raíz católica". Este papa deja ver "hermandad, amistad, fraternidad y fe, mucha fe". Reconoce que recibió la noticia con mucha alegría pero también con estupor inicial y que es muy gratificante.

Dos jóvenes españolas, estudiantes Erasmus en Roma, reconocen la emoción que han sentido por vivir este momento histórico. Cuentan que también estuvieron en la plaza el martes y miércoles pasados esperando la fumata blanca, y también lo vivieron con mucha emoción. Sobre el papa dicen que "se ve que es un hombre muy humilde", y que lo ha demostrado con gestos como el mantener la cruz que usaba de cardenal. 

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Papa Francisco: A todos los que ocupan puestos de responsabilidad: seamos 'custodios' de la creación
''Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida''

Por Francisco papa

CIUDAD DEL VATICANO, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Ofrecemos a los lectores la homilía del papa Francisco apenas pronunciada en la solemne apertura de su ministerio petrino en la plaza de San Pedro.

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Queridos hermanos y hermanas:

Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor: le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.

Saludo con afecto a los hermanos Cardenales y Obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los fieles laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la comunidad judía y otras comunidades religiosas. Dirijo un cordial saludo a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático.

Hemos escuchado en el Evangelio que «José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer» (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: «Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo» (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).

¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús.

¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su Espíritu. Y José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación.

Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios.

Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen «Herodes» que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.

Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.

Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.

Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la

caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.

En la segunda Lectura, san Pablo habla de Abraham, que «apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza» (Rm 4,18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza. También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. Y, para el creyente, para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios.

Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.

Imploro la intercesión de la Virgen María, de san José, de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Francisco, para que el Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Orad por mí. Amen.

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Símbolos de la misa de inicio de pontificado
El palio, el anillo del pescador y la obediencia de los cardenales

Por Rocío Lancho García

CIUDAD DEL VATICANO, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - La misa de inicio del ministerio petrino del obispo de Roma se caracteriza por dos símbolos concretos que acompañarán al nuevo pontífice, el anillo del pescador y el palio. Además, como signo de obediencia al nuevo papa, algunos cardenales le saludarán en representación de todo el colegio cardenalicio.

El palio

Entre las insignias litúrgicas del sumo pontífice, uno de los más evocativos es el palio hecho de lana blanca, símbolo del obispo como buen pastor y junto al Cordero crucificado por la salvación de la humanidad. "La lana de cordero representa la oveja perdida, enferma o débil, que el pastor lleva a cuestas para conducirla a las aguas de la vida", así lo explicó el papa emérito Benedicto XVI en la homilía de la Santa Misa por el inicio de su ministerio petrino el 24 de abril de 2005.

El palio papal, en su forma presente, es una banda de lana tejida con forma grande y larga, y con el color rojo de las cruces. Sin embargo, el palio de los arzobispos metropolitanos es una banda estrecha de la misma lana con seis cruces negras de seda. La diferente forma del palio papal respecto al de los metropolitanos destaca la diversidad de las jurisdicciones.

En el momento de la imposición del Palio se leen estas palabras: "El Dios de la Paz, que ha hecho subir de nuevo de los muertos al gran Pastor de las ovejas, el Señor nuestro Jesucristo, te done él mismo el Palio tomado de la Confesión del apóstol Pedro. A él el buen Pastor ha encomendado pastar sus corderos y sus ovejas y hoy tu sucedes a Pedro en el Episcopado de esta Iglesia que él ha generado a la fe junto al apóstol Pedro. El Espíritu de Verdad, que procede del Padre, dones abundantes, inspiraciones y discernimiento a tu ministerio para confirmar los hermanos en la unidad de la fe". "¡Dios confirma todo cuanto ha hecho por ti!" "Y la fuerza del Altísimo te guarde santamente".

El anillo del pescador

El anillo, ya elemento litúrgico neotestamentario, desde el primer milenio es insignia propia del obispo. El que se ha entregado hoy al papa, llamado anillo del pescador, sobre el que se representa la imagen de san Pedro con las llaves, tiene el significado particular del anillo que autentifica la fe y significa la tarea confiada a Pedro de confirmar a sus hermanos (cfr. Lc 22, 32). Se llama "del pescador" porque Pedro es el Apóstol pescador (cfr. Mt 4, 18-19; Mc 1, 16-17) que, habiendo tenido fe en la palabra de Jesús (cfr. Lc 5, 5), ha dirigido la barca mar adentro y ha llevado a tierra las redes de la pesca milagrosa (cfr Jn 21, 3-14). "También hoy se dice a la Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera", dijo Benedicto XVI en la homilía del inicio del ministerio petrino.

En el momento de la entrega del anillo del pescador se dice: "Beatísimo Padre, el mismo Cristo, Hijo del Dios viviente, Pastor y obispo de nuestras almas, que ha edificado su Iglesia sobre la roca, te dona el Anillo, sigilo de Pedro el pescador que ha vivido su esperanza sobre el mar Tiberiades y al cual el Señor Jesús ha entregado las llaves del Reino de los cielos. Hoy, tu sucedes al Beato apóstol Pedro en el episcopado de esta Iglesia que preside a la comunión de la unidad según la enseñanza del Beato apóstol Paolo. El espíritu del amor derramado en nuestros corazones te de la fuerza y la mansedumbre para guardar con tu ministerio a los creyentes en Cristo en la unidad de la comunión". "¡Dios confirma todo cuanto ha hecho por ti!" "Y la fuerza del Altísimo te guarde santamente".

Como último símbolo, varios representantes de los cardenales saludan al papa en gesto de obediencia. En esta ocasión han sido los cardenales Giovanni Battista Re y Tarcisio Bertone de la orden de los obispos, cardenales Joachim Meisner y Jozef Tonko de la orden de los presbíteros, y cardenales Renato Raffaele Martino y Francesco Marchisano de la orden de los diáconos.

Mientras el coro canta en latín: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo"

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Historia del anillo del pescador que estrenó hoy el papa Francisco
El anillo del pescador es uno de los símbolos más importantes del pontífice

Por Redacción

CIUDAD DEL VATICANO, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Según un comunicado facilitado por el padre Lombardi, portavoz de la Santa Sede, monseñor Pasquale Macchi, el que fue secretario del papa Pablo VI, conservaba el molde en cera de un anillo hecho por el escultor italiano Enrico Manfrini para Pablo VI, que representa a Pedro con las llaves. Manfrini hizo diferentes medallas y otros objetos artísticos para Pablo VI.

El anillo nunca fue fundido en metal, y Pablo VI no lo utilizó nunca, porque llevaba siempre el anillo hecho en ocasión del Concilio Ecuménico Vaticano II.

Monseñor Macchi dejó este molde, junto a otros objetos, a monseñor Ettore Malnati, su colaborador durante mucho tiempo.

Monseñor Malnati ha mandado hacer del molde en cera un anillo de plata dorada, que ha sido propuesto al papa por el Maestro de Ceremonias, junto a otras posibilidades, gracias a la recomendación del cardenal Re, el papa ha elegido este anillo. 

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IHS el emblema o logo de la Compañía de Jesús
Incorporado al escudo papal y antes episcopal de Francisco

Por Wenceslao Soto Artuñedo SJ

MADRID, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Ofrecemos a los lectores un artículo del hermano jesuita Wenceslao Soto Artuñedo SJ, publicado en el número 102 de la revista Jesuitas sobre el emblema “IHS” que está incorporado al nuevo escudo del papa Francisco.

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No podía ser de otra manera, pues Jesús es el principio y fundamento de la espiritualidad ignaciana y con frecuencia se llamaba a la nueva orden religiosa la «Compañía del Nombre de Jesús». Suele explicarse como abreviatura de «Jesús Hombre Salvador», pero en realidad esto es una tradición devocional que se añade al significado original.

Se trata del monograma resultado de la abreviatura del nombre ‘Jesús’ en griego: Içóouò o IHÓOUÓ. Al principio se utilizaron otras formas, pero se acabó fijando el monograma Içò (Içóouò), formado por una «iota» griega (i, I), una «eta» griega (ç, H) y la forma de la «sigma» griega al final de una palabra (ò). Al asimilar esta sigma a una «ese» latina (s, S), y en letras mayúsculas, tenemos IHS: una «i» o «j», una «hache» y una «ese».

El conjunto se cubría con un trazo horizontal para indicar que se trata de una abreviatura.

Al escribirse el monograma en letras góticas minúsculas (Ihs) el trazo vertical de la h se cruzaba con el horizontal de la abreviación formando una cruz. Esta costumbre se mantuvo con las mayúsculas, añadiendo al conjunto una cruz sobre la H, a veces con la imagen de Cristo crucificado o con el Niño Jesús. También es muy corriente incluir el IHS en un sol radiante, rodeado de una corona de espinas, o con otros complementos iconográficos.

Ya era muy usado este signo antes de la Compañía, como expresión de la devoción al nombre de Jesús, y se esculpía sobre la portada de muchas casas, a modo de escudo heráldico. Fue divulgado por los dominicos y los franciscanos, entre los que destacó san Bernardino de Siena (1380-1444).

Pero su mayor difusión vino con la Compañía de Jesús. Ignacio encabezaba sus cartas desde los primeros tiempos con el nombre o la abreviatura de Jesús, que solía escribir con cuatro letras minúsculas, poniendo la cruz en el asta de la «h». También lo adoptó como su sello de Prepósito General de la Compañía, añadiendo debajo del monograma una media luna entre dos estrellas. Se piensa que es una representación simbólica, heráldica, del firmamento, pero también podría ser una reminiscencia del sol y la luna presentes en la iconografía medieval del Calvario. Mucho más frecuente en la Compañía de Jesús ha sido colocar debajo del monograma tres clavos unidos por sus puntas, que son los de la pasión de Cristo, cuyo origen también es medieval. Desde el siglo XVI fue muy frecuente añadir un corazón sobre el que se apoyan o hincan los tres clavos. Aunque la adición del corazón no fue exclusiva de los jesuitas, éstos fueron los que más la usaron.

A san Ignacio se le suele representar contemplando un IHS (como a otros santos jesuitas) o se le inscribe en el pecho o en algún objeto que sostenga (libro, estandarte, ostensorio). Se hizo muy frecuente en las portadas de los libros, en las casas de la Orden como elemento identificativo y decorativo (Allá donde haya gente de la Compañía póngase el nombre de Jesús), y en los sellos o logotipos de sus obras. Una prueba de su poder mediático es que Carlos III, expulsados los jesuitas, ordenó quitar todos los IHS de los edificios ocupados y poner en su lugar el escudo real.

«Veía al Padre que le decía a su Hijo: Quiero que tomes a éste por servidor tuyo. Y así Jesús le tomaba y le decía: Yo quiero que tú nos sirvas. Y tomando, por esto, gran devoción a este santísimo nombre, quiso que la congregación se llamase: la Compañía de Jesús». «Le oí decir a Ignacio, que pensaría ir contra Dios y ofenderle, si dudase que este nombre convenía».

Fuente: http://www.jesuitas.es/images/stories/revistajeusitas/jesuitas102.pdf.

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Papa Francisco: que entre ustedes se viva el deseo de cuidarse
Mensaje telefónico del santo padre a los fieles reunidos en la Plaza de Mayo a las 4 de la mañana hora argentina

Por Francisco papa

CIUDAD DEL VATICANO, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Ofrecemos el mensaje telefónico que el papa ha enviado a todos los reunidos hoy en la Plaza de Mayo de Buenos Aires, Argentina, para asistir a la solemne apertura de su pontificado ante una pantalla gigante. Es un resumen de su homilía en la plaza de san Pedro.

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"Queridos hijos, sé que están en la plaza. Sé que están rezando y haciendo oraciones, las necesito mucho. Es tan lindo rezar. Gracias por eso.

Les quiero pedir un favor. Les quiero pedir que caminemos juntos todos, cuidemos los unos a los otros, cuídense entre ustedes, no se hagan daño, cuídense, cuídense la vida. Cuiden la familia, cuiden la naturaleza, cuiden a los niños, cuiden a los viejos; que no haya odio, que no haya pelea, dejen de lado la envidia, no le saquen el cuero a nadie. Dialoguen, que entre ustedes se viva el deseo de cuidarse.

Que vaya creciendo el corazón y acérquense a Dios. Dios es bueno, siempre perdona, comprende, no le tengan miedo; es Padre, acérquense a Él, Que la Virgen los bendiga mucho, no se olviden de este obispo que está lejos pero les quiere mucho. Recen por mí". 

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El papa Francisco cambió su escudo en un detalle
El lugar del racimo de uva, optó por la vara de nardo en honor a san José

Por Nieves San Martín

CIUDAD DEL VATICANO, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Como obispo de Buenos Aires, el cardenal argentino Jorge Bergoglio había elegido un lema y un escudo. Sin embargo, aunque mantuvo en lo esencial su escudo episcopal, lo cambió en un detalle que alude al inicio de su pontificado. Por ello, lo que aparentemente se ve como un racimo de uva ha sido reinterpretado como una flor de nardo, para aludir a la vara de esta flor, símbolo de castidad, que porta san José en la iconografía tradicional.

El escudo

En los rasgos, esenciales, el papa Francisco ha decidido conservar su blasón anterior, elegido desde su consagración episcopal y caracterizado por una línea sencilla.

El escudo azul está coronado por los símbolos de la dignidad pontificia, iguales a los queridos por su predecesor Benedicto XVI (mitra colocada entre las llaves en aspa de oro y de plata, entrelazadas por un cordón rojo). En lo alto, destaca el emblema de la orden de procedencia del papa, la Compañía de Jesús: un sol radiante y resplandeciente marcado con las letras, en rojo, IHS, monograma de Cristo. La letra H está coronada por una cruz, abajo tres clavos en negro.

En la parte baja se encuentran la estrella y la flor de nardo. La estrella, según la antigua tradición herádica simboliza a la Virgen María, madre de Cristo y de la Iglesia universal. En la tradición iconográfica hispánica, de hecho, san José es representado con una vara de nardo en la mano. Poniendo en su escudo tales imágenes, el papa ha querido expresar su propia particular devoción hacia la Virgen Santísima y San José.

En su escudo episcopal la estrella era Nuestra Señora y a su derecha, estaba el racimo de uva, de claro significado evangélico.

El lema

El lema del santo padre Francisco se toma de las Homilías de san Beda el Venerable, sacerdote (Om. 21; CCL 122, 149-151), el cual, comentando el episodio evangélico de la vocación de san Mateo, escribe: "Vidit ergo Iesus publicanum et quia miserando atque eligendo vidit, ait illi Sequere me" (Vio Jesús un publicano y como le miró con sentimiento de amor y lo eligió, le dijo: Sígueme)

Esta homilía es un homenaje a la misericordia divina y es reproducida en la Liturgia de las Horas de la fiesta de san Mateo. Reviste un significado particular, la presencia amorosa de Dios, que con mirada de tierno amor, lo llamaba a la vida religiosa, sobre el ejemplo de san Ignacio de Loyola.

Una vez elegido obispo, monseñor Bergoglio, en recuerdo de tal evento que marcó los inicios de su total consagración a Dios en su Iglesia, decide elegir, como lema y programa de vida, la expresión de san Beda miserando atque eligendo, que ha querido reproducir también en el propio escudo pontificio.

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Papa


Francisco ha seguido la línea de la "Redemptoris Custos"
Lo precisa el Director del Movimiento Josefino

Por Redacción

ROMA, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Francisco papa, en la homilía de la celebración de la Santa Misa para la inauguración de su pontificado, se inspiró en la figura y la misión de San José, en línea con la Exhortación Apostólica del papa Juan Pablo II, "Redemptoris custos", y desarrollando sobre todo el aspecto de la "custodia".

Aunque los evangelios destacan el papel de San José como esposo y padre, con el fin de asegurar la descendencia davídica de Jesús y por lo tanto el título "Cristo", el mismo atributo evita cualquier protagonismo a José, que se destaca, de hecho, especialmente por su obediencia: "José hizo lo que el ángel del Señor", quien actúa como "guardián del Redentor."

Y es en este modelo que la Iglesia se refleja, reconociéndolo como su "protector".

Protección y cuidado se reclaman continuamente, como el papa Francisco ha "explicado" en su homilía, indicando las características. Estas son ejercidas con discreción, humildad, fidelidad y constancia, en la cotidianidad de la casa y del trabajo. Estamos involucrados, de hecho, en un proyecto que no es el nuestro, sino de Dios.

He aquí la sensibilidad que debemos tener hacia todo lo que le rodea --los otros, la creación, la belleza--, para servir a este proyecto con disponibilidad y preparación.

La vocación cristiana es, precisamente, aquella que custodia todas las criaturas, especialmente las más débiles, con sinceridad, respeto y amor.

La responsabilidad hacia la creación se refiere al diseño de Dios que está inscrito en nosotros. Esta custodia también nos incluye a nosotros mismos, a fin de no "ensuciar" nuestras vidas con sentimientos de odio, de envidia y orgullo.

Cuidar de los demás requiere sobre todo "la bondad y la ternura"; no debemos tener miedo. El "poder" dado por Jesús a Pedro ("Apacienta mis ovejas") es, precisamente, abrir los brazos para preservar la humanidad, especialmente a los más vulnerables.

Debemos cuidar con amor lo que Dios nos ha dado.

P. Tarcisio Giuseppe Stramare, OSJ
Director del Centro de Estudios Josefinos

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Arzobispo de Puerto Rico: Preocuparse por los seres queridos
Destaca corazón de pastor de Francisco

Por Redacción

SAN JUAN, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - El Santo Padre, en su homilía en ocasión de la Santa Misa con la que ha iniciado su ministerio petrino, invita, no solo a los creyentes, sino a todas las personas de buenas voluntad, a todos los que ocupan puestos en el ámbito económico, político o social, a vivir como custodios, a comportarnos como protectores, como guardianes de todo lo creado.

Para ello, nos propone el ejemplo de San José, a quien Dios le confía la misión de ser custodio de María y de Jesús, custodia que luego se alarga a toda la Iglesia.

Nos dice el Papa que José llevó a cabo su misión de custodio con amor, dedicación, empeño, esmero, tanto en momentos serenos como difíciles. Para ello fue atento a Dios, abierto a sus signos, disponible al proyecto de Dios y no al propio, dejándose guiar por Dios.
 
Hoy, el Papa Francisco nos invita ser custodios: primeramente custodiar a Cristo en nuestras vidas, luego se nos invita a ser custodios de los dones que Dios nos ha dado, a ser custodios de la belleza de la creación, custodio de las criaturas y de su entorno, y a ser custodios del prójimo.
 
El santo padre nos señala con su corazón de pastor, en qué consiste verdaderamente nuestra vocación de custodiar: custodiar es preocuparse por la gente, preocuparse por todos, especialmente por los más frágiles y débiles, es preocuparse por los seres queridos, es vivir en la sinceridad, en el respeto y en la confianza.

Pero, para ser custodio de lo creado y del prójimo, antes tenemos que ser custodios de nosotros mismos: “custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón porque ahí es de donde salen las buenas intenciones y las malas: las que construyen y destruyen.” Es decir, a formar nuestras conciencias en conformidad con su Palabra.

 
Esta hermosa homilía del Papa Francisco anima a la Iglesia a vivir apoyado en la esperanza contra toda esperanza. En fin, el Papa nos asegura que será un fiel custodio de las ovejas y rebaños a él encomendadas. Ahora, nos resta a nosotros, en un gesto de amor recíproco, orar por su ministerio para que sea un faro de esperanza que alumbre nuestro caminar en la Nueva Evangelización.

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El que sirve con amor sabe custodiar
Clara reflexión del provincial de los palotinos en Irlanda

Por Redacción

DUBLíN, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Con toda la Iglesia doy gracias a Dios por el Papa Francisco, como también por el Papa Emérito Benedicto.

La homilía dada por Francisco hoy, es fiel a su estilo de predicación profundo, radicado en la Palabra de Dios, centrado en Dios y en nuestra respuesta en forma concreta en la vida cotidiana; y es, como siempre, sintética.

Y nos indica en pasos claros como él vive esta llamado; empieza dando gracias al
Señor, luego habla de haber ‘escuchado’ la Palabra proclamada en la Misa, para directamente entrar en el tema central: ‘ser custodio’, que es la verdadera vocación al estilo de San José.

Subraya que es consciente que la vocación y la responsabilidad de custodiar corresponden a todos los seres humanos, y que abraza a todos --y a todo--, lo que Dios ha creado, lo que vive en esta tierra. Y frente a esta vocación común de ser custodios de los dones de Dios, nos
advierte sobre los peligros que surgen, fruto del pecado y que ensucian la vida.

Su afirmación se nutre del llamado que ha recibido, y del poder que lo acompaña como un
servicio. Citando las palabras de Jesús a Pedro ‘apacienta mis corderos, apacienta mis
ovejas’, es muy que claro; y suscita la esperanza de la cual habló y que ha de caracterizar su Pontificado.

La afirmación de que solo el que sirve con amor sabe custodiar, es un mensaje inequívoco al mundo.

En conclusión, el lenguaje que el Papa Francisco ha usado, la repetición de las palabras ‘ternura’, ‘amor’, ‘esperanza’, ‘servicio’, ‘custodio–custodiar’, ‘Dios’ y ‘María’, encuentran un eco fuerte en el corazón de cada persona de buena voluntad. La inclusión de frases como 'Custodiar a Jesús con María’ ‘ser custodios de los dones de Dios (y no dueños)’, o ‘por desgracia, en todas las épocas…existen ‘Herodes', nos dan un desafío fuerte de velar en comunión con él en nuestra vocación común.

Dejo las últimas palabras a Papa Francisco que hablan por sí mismas: “Custodiar…en
forma especial a los más pobres, he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a
desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la esperanza. Orad por mí. Amen”.

P. Derry Murphy, SAC
Provincial de la Provincia Madre del Divino Amor (Provincia Irlandesa) de los Palotinos y
Presidente de la Unión del Apostolado Católico.

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Un "no" a las actitudes que ensucian la vida
La ternura da fuerza para amar según el general de los montfortianos
ROMA, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Escuchando la homilía de Papa Francisco, siento una profunda empatía, porque en la sencillez de su expresión nos lleva a todos a la profundidad del mensaje de la Palabra de Dios a la luz de la solemnidad de San José.

Abre sus reflexiones agradeciendo a Dios. Termina sus palabras pidiendo oraciones a todos
para él y para la misión que la iglesia le ha confiado, y en la homilía subraya que el centro de la vocación cristiana es Cristo.

Mirando a la misión que Dios confió a San José de ser “custodios”, Papa Francisco describe
esta misión y se siente él mismo invitado a entrar y llama a todos a vivir en constante y fiel
atención al designio de Dios, a la escucha de los acontecimientos para saber tomar decisiones sabias, en actitud de discreción, humildad y silencio, pero al mismo tiempo con una presencia constante y fidelidad total, sea en los momentos serenos, que en aquellos difíciles y en la cotidianidad.

Las reflexiones que papa Francisco ha hecho han ido más allá de las fronteras de la Iglesia
católica, invitando a todos a ser “custodios” como San José, de la creación y de su belleza, de toda creatura y de una forma especial de los más frágiles. A todos los que ocupan roles de responsabilidad, el nuevo Obispo de Roma los invita a custodiar la creación, a los demás y no ser signos de muerte.

El Santo Padre pide también una atención particular a cada uno de nosotros para que vigilemos sobre nuestros sentimientos y no tengamos odio, envidia, soberbia. Actitudes que ensucian la vida. Sino que tengamos ternura, pero una ternura que supone fuerza y capacidad de amar.

En el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Papa Francisco subraya que el Señor
le confía un poder, pero que es un poder de servicio en la humildad, en la riqueza de la fe como lo vivió San José, con una atención especial a los más pobres, a los más débiles, a los más pequeños.

Es todo un programa de servicio de su autoridad en la caridad en la iglesia y en el mundo de hoy.

P. Santino Brembilla, SMM
Superior General de los Misioneros Montfortianos

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Vigilar y custodiar los dones ante aquellos "Herodes"
Advertencia y adhesión del obispo de Córdoba

Por Redacción

ROMA, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - La plaza de San Pedro estaba repleta hasta llenar la Via della Conciliazione. El colegio
cardenalicio, obispos de todo el mundo, hermanos cristianos de otras confesiones, judíos
y demás religiones, jefes de Estado y delegaciones de tantos países, y una muchedumbre
inmensa de fieles, sacerdotes y consagrados. Todos en tono de fiesta para acompañar al nuevo Papa, que comienza su ministerio petrino.

El Papa ha tomado para su homilía el ejemplo y el patrocinio de San José, en cuya fiesta nos encontramos. Y nos ha propuesto custodiar como él los dones que Dios nos encomiende, como le ha encomendado al Papa la custodia de la Iglesia universal. San José guardó con esmero a María y al Niño, que llevaba en su seno, Jesucristo nuestro Redentor. Guardemos a Cristo en nuestras vidas, para que podamos ser custodios de la creación y del hombre, especialmente de los más débiles, de los niños y de los ancianos.

En todas las épocas ha habido “Herodes” que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer. Y por eso, se hace más necesaria la vigilancia en la custodia.

Quien haya recibido algún poder, que lo emplee para servir. Sólo el que sirve con amor sabe
custodiar, y debe hacerlo con amor, incluso con ternura. El ministerio del Sucesor de Pedro
que se me confía –-ha dicho--, consiste en custodiar a Jesús con María, custodiar la creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos.

Y ha terminado con una petición que se repetirá continuamente: “Orad por mi”. Es una buena costumbre de este buen Papa, que significa ser consciente de la necesidad de la gracia para responder fielmente a lo que Dios nos confía, dar importancia a la ayuda de los demás a través de su oración.

“Orad por mi” significa hacer colaboradores a los demás en la gran obra que Dios me ha confiado. Por eso, hoy y en el futuro oramos por nuestro Papa Francisco.

+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba

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Custodiar como José, confirmar como Pedro
El director editorial de la COPE destaca dos figuras a seguir

Por Redacción

MADRID, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Pedro y José. Dos hombres elegidos misteriosamente para que se cumpla el designio del amor de Dios al mundo. La celebración de la Misa de Inicio del Pontificado de Francisco los ha entrelazado bellamente. José es el hombre a quien el Señor quiso poner al frente de su casa, el custodio. José no inventa, no planifica, José obedece el designio del Dios bueno que había aprendido a reconocer dentro de la historia de Israel. El papa Francisco ha querido identificarse con su misión de custodiar.

El custodio es uno que reconoce algo grande que le precede. Algo que no entiende del
todo pero por lo que merece la pena dar la vida. José hizo “lo que le había mandado
el ángel del Señor, y así veló por María y por su hijo Jesús”. Pero esa encomienda se
extiende al Cuerpo de Cristo en la historia, la Iglesia. Ahí está el vínculo que le anuda
con Pedro, el pescador de Galilea al que Cristo convoca para ser “piedra”, cimiento del
edificio de la Iglesia.

Del mismo modo que Benedicto XVI no quiso trazar en su inicio de pontificado
un programa, tampoco ha querido hacerlo Francisco. Porque al igual que José en la
primera iglesia de Nazaret, lo primero es estar a la escucha de lo que diga el Señor, estar
disponible a sus proyectos y leer sus signos. “Dios no quiere una casa construida por
el hombre sino la fidelidad a su Palabra, a su designio”. Quizás sea éste el núcleo de la
primera homilía del papa Francisco. Como Pedro, él ha recibido del Señor el encargo de
confirmar en la fe, de atar y desatar, pero siempre al servicio de la gran misión de salvar
a los hombres.

Su único poder es servir como Cristo, abrazando a los pobres y los abandonados con
una misericordia que no es de este mundo, con una palabra que sólo es eco de la única
Palabra que salva. Y como viene repitiendo estos días, es un servicio cuya culminación
está en la cruz. Vano sería cualquier atajo, para Francisco y para la Iglesia que ahora
preside en la caridad. Para que la estrella de la esperanza no deje de brillar sobre un
mundo en el que siguen acechando las sombras.

José Luis Restán
Director Editorial COPE

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Como san José, custodios de los dones de Dios
Rector Mayor de los salesianos ve un programa para la Iglesia

Por Redacción

ROMA, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Hoy he tenido la suerte de asistir a la misa de inauguración del pontificado del papa Francisco, quien --como estaba previsto--, ha llenado la Plaza de San Pedro y la Via della Conciliazione.

Antes de hacer el breve comentario sobre la homilía que fue muy programática, considero oportuno hacer una breve observación del modo de transmitirla, porque es ya parte del mensaje. El texto es simple, esencial --como todas las intervenciones realizadas hasta ahora por el santo padre--, habla por sí mismo, tanto que no habría necesidad de comentarios.

Y ha estado precedida, antes de la celebración, de un saludo cordial a todos los participantes, llegando con el Papamóvil a todos los rincones de la plaza, en un gesto que expresaba el deseo de llegar a todos, para luego comunicarlo en la homilía con gran convicción.

Volviendo al contenido, la presentación de san José como "custodio" es programática, no solo para el inicio de su pontificado, sino también para la Iglesia, y me atrevo a decir que para todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

Custodio de Jesús, junto con María, José ha custodiado ante todo la Palabra de Dios, y la ha obedecido fielmente, "con humildad, en silencio..., incluso cuando no comprende", siempre atento a los signos de Dios.

Como él, el santo padre se ha sentido llamado a interpretar su ministerio de Vicario de Cristo, de Sucesor de Pedro, como custodio de los más débiles, de los vulnerables y de los pobres, de las personas que a menudo excluimos a las afueras de nuestro corazón.

Pero todos, no solo los cristianos, tenemos esta vocación de sentirnos custodios de los dones de Dios: de la gente, así como de nosotros mismos, y de la creación.

Esta misión se lleva a cabo con un método que la hace visible y eficaz: la bondad y la ternura.

He aquí el hermoso y desafiante programa que nos ha señalado el papa Francisco. 

Don Pascual Chávez V., SDB
Rector Mayor de los Salesianos

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Educación


''Sé de quién me he fiado''
Reflexión teológico-pastoral de los obispos españoles con motivo del Día del Seminario

Por Redacción

MADRID, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Ofrecemos a los lectores la reflexión que los obispos españoes ofrecen con motivo del Día del seminario que tradicionalmente se celebra el Día de San José.

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“Y el fracaso nos abruma. El convencimiento de nuestra inutilidad es una losa de plomo que nos oprime y que nos amarga la existencia. La alegría huye entonces necesariamente del corazón sacerdotal. Vamos tirando, haciendo las cosas mecánicamente, pero sin que nuestro corazón se entusiasme por nada y sin que nada nos ilusione. Y nos pasamos la vida devorando en silencio nuestra amargura y lamentando el actual estado de cosas que nosotros no podemos vencer”.

Parecería que estas palabras han sido escritas por un sacerdote de nuestros días, abrumado por la tarea pastoral, preocupado por la escasez de vocaciones sacerdotales, incierto incluso sobre su propia identidad ante las nuevas formas de corresponsabilidad emergentes, incapaz en definitiva de anunciar el Evangelio a una sociedad posmoderna.

Sin embargo, tales palabras están fechadas el 24 de marzo de 1949 y son del entonces obispo de Solsona, monseñor Vicente Enrique y Tarancón, quien en pleno tiempo pascual había decidido dirigirse a sus sacerdotes mediante una carta pastoral titulada La alegría sacerdotal. Y es que, «nada hay nuevo bajo el sol» (Ecl 1, 9), salvo la gozosa certeza de que el sacerdote ha sido llamado, consagrado y enviado, de tal forma que con san Pablo puede decir: «¡Sé de quién me he fiado!».

Este es el lema que se ha elegido en este Año de la fe para el Día del Seminario. Las diferentes traducciones bíblicas en castellano nos ayudan a perfilar más si cabe las palabras del Apóstol: «Sé de quién me he fiado» (Sagrada Biblia de la CEE); «Yo sé bien en quien tengo puesta mi fe» (Biblia de Jerusalén); «Sé en quién he puesto mi confianza» (Biblia de la Casa de la Biblia).

También los títulos que se dan al fragmento en el que se contienen estas palabras, (normalmente 2 Tim 6-14), nos ayudan a comprender mejor su sentido: «Testimonio valiente del evangelio» (Sagrada Biblia de la CEE);

«La fortaleza permite soportar los sufrimientos» (Nuevo comentario bíblico San Jerónimo); «Fidelidad al evangelio» (Casa de la Biblia). Finalmente, todo un apartado del Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 150-152) lleva por título esta cita de san Pablo, «Yo sé en quién tengo puesta mi fe», desgranando estos números la profesión de fe en cada una de las Personas de la Santísima Trinidad.

Nos acercamos pues al corazón de la experiencia madura del Apóstol y del ministerio presbiteral. Monseñor Juan M.ª Uriarte indica que, entre otras características, el estilo presbiteral de orar ha de estar especialmente vinculado a la Palabra de Dios y, en ella, a «los “textos fundacionales” del ministerio ordenado en el Nuevo Testamento», ofreciendo una lista en la que aparece, por supuesto, 2 Tim 1, 6-14.

En este guion teológico-pastoral seguiremos una estructura muy sencilla, desde las palabras que componen la cita de san Pablo: “sé” – “de quién” – “me” – “he fiado”. Por tanto, 1) sabiduría, 2) Dios, 3) hombre (existencia sacerdotal) y 4) fe. Todo ello, desde algunas de las efemérides que el Señor nos regala en este Año de la fe a través de su Iglesia: el 50.º aniversario de la inauguración del concilio Vaticano II, el 20.º aniversario de la promulgación del Catecismo, el reciente doctorado de san Juan de Ávila o el último Sínodo de los Obispos, sobre “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. Utilizaremos también los tres trascendentales medievales (Verdad, Bien y Belleza), pues responden a los anhelos más profundos del corazón del hombre. Por último, nos ayudarán también las tres realidades que el Sínodo Extraordinario de los Obispos celebrado en 1985 utilizó para definir el legado del Vaticano II: comunión, misterio y misión.

(“Yo”) Un presupuesto quizás no tan obvio: la fe como alabanza y conversión

Cuando en la escuela teníamos que analizar morfosintácticamente alguna frase siempre aparecía un personajillo que se nos resistía y nos daba mil quebraderos de cabeza, en el mejor de los casos; un cero y la reprimenda de nuestros padres y profesores en el peor: aquellos dichosos sujetos elípticos u omitidos… Así nos pasa con el lema de este año… ¿Sé de quién me he fiado? Pero, ¿quién es el sujeto de esta frase? Ah, ¿está omitido? ¡Si es un “yo”! Pues, cuidado, porque con la fe, con el ministerio presbiteral, puede pasar algo parecido…

Los cristianos, ¿tenemos realmente fe? Un presbítero de la Iglesia, ¿tiene fe? Porque ya nos ha advertido Benedicto XVI que con frecuencia nos preocupamos mucho por las consecuencias públicas de la fe, dando por descontado que hay fe, lo cual, por desgracia, es cada vez menos realista. Quizás hemos confiado demasiado en las estructuras y en los programas pastorales, en la distribución y en los organigramas, pero, ¿qué pasará si la sal se vuelve sosa? (cf. PF 2). Así pues, tenemos que dejarnos interpelar por el Señor: «Cuando venga el hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18, 8). Quizás nos ayude este pequeño relato, inspirado en los evangelios catecumenales del ciclo A del Leccionario cuaresmal, el tiempo litúrgico que estamos viviendo.

Érase una vez un presbítero que quiso prepararse para celebrar la gran fiesta de la Pascua. Y, vestido de saco y de ceniza, consciente de sus propias debilidades, se dispuso a seguir un itinerario de cuarenta días.

A lo largo de la primera semana fue tentado en medio del desierto de la indiferencia y el desaliento, pero el Señor le visitó, le habló al corazón, le enamoró de nuevo y, así, pudo continuar su camino.

Sin embargo, un nuevo peligro le acechaba al comenzar la segunda semana: había visto al Señor transfigurado, había contemplado algo de su gloria; tan a gusto se estaba allí, que no le quedaban ganas a nuestro hermano de bajar del Tabor y ponerse a expulsar demonios. Y el Señor le advirtió: “Mira, primero tengo que morir y resucitar de entre los muertos, y tú conmigo. Y solo después entrarás en mi gloria”.

Llegó la tercera semana, el sol apretaba, y el presbítero, sediento de experiencias nuevas, se había dejado llevar por los ídolos. Y el Señor se acercó de nuevo a él, le hizo ver su propia verdad y le prometió los torrentes del agua viva del Espíritu, que es la única y auténtica novedad en la Iglesia.

Pero no fue suficiente: la mitad del camino recorrido, ese camino agobiante en medio del mundo, había sido suficiente para cegar al presbítero y minar su confianza. Y, en la cuarta semana, una duda martilleaba su cabeza e inquietaba su corazón: “¿pequé yo o pecaron los que vinieron antes que yo?; ¿quién es el responsable o los responsables de la actual situación eclesial?”. Una vez más, el Señor dijo e hizo. “Ni pecaste tú ni tus ancianos, sino que esto es para que se manifieste la gloria de Dios”. Y no es que hiciera algo mejor, sino que ¡hizo algo nuevo!: disipó las tinieblas y sus manos abrieron los ojos del presbítero, que pudo exclamar: “¡Creo, Señor!”.

Así las cosas, llegó la quinta semana y el tentador sembró en el corazón del presbítero la duda acerca del valor y el sentido de la propia vida; el valor y el sentido de las vidas de aquellos a quienes amamos; el valor y el sentido de las vidas más inocentes, las de los pobres de la tierra. La respuesta interpeladora que se escuchó entonces ya no dejaba lugar a dudas: “Yo soy la resurrección y la vida.

¿Crees esto?”. Y el presbítero le contestó: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.

La Cuaresma terminaba y aquel presbítero creyó que ya estaba listo para comer la antigua Pascua. Pero el Señor le sorprendió una vez más, pues le hizo una última pregunta, la más difícil y personal de todas: “¿Quieres subir conmigo a Jerusalén? Solo así podrás comer la Pascua nueva y eterna...”.

Moraleja: la fe es don y tarea, agradecimiento y conversión permanente, cara y cruz de una misma moneda: la fe.

«En efecto, por gracia estáis salvados, mediante la fe. Y esto no viene de vosotros. Es don de Dios. Tampoco viene de las obras, para que nadie pueda presumir» (Ef 2, 8-9). Asumamos, pues, la fe como alabanza y conversión permanentes y veamos en estas dos actitudes la piedra de toque de nuestra fidelidad.

La adoración, la alabanza y la bendición son el mejor antídoto contra nuestro egoísmo, porque le devuelve a Dios el puesto que se merece en nuestra vida, nos descentran para centrarnos en él. Y si no nos lo acabamos de creer, oremos con tantas plegarias del libro de los Salmos y escuchemos también al Vaticano II y al Catecismo de la Iglesia Católica: «La fe por la cual se cree en Cristo produce frutos de alabanza y de acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios» (UR 23). «Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf. Lc 1, 46-49)» (n. 2097).

Por otra parte, al igual que la alabanza, la conversión nos vuelve siempre hacia el Señor. Cuando don Pedro Guerrero es elegido arzobispo de Granada, san Juan de Ávila le escribe una larga y afectuosa carta para «darle el parabién de la elección de prelado, significándole las obligaciones que le tocan, y dale avisos para el gobierno». ¿Y cuál es la primera de las cosas que se atreve a apuntarle?: «Lo primero, que vuestra señoría se convierta de todo su corazón al Señor» (Carta 177). Y nuevamente el Concilio nos recuerda que «la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación […], y a los creyentes les debe predicar continuamente la fe y la penitencia» (LG 8, SC 9).

“Sé”: sabiduría versus ciencia (la Verdad como comunión)

Que nadie se llame a engaño. No se trata de volver a la época de las cavernas, ni de anular la Ilustración. Pero, dicho sea de paso, basta ya de demagogias baratas y de clichés estereotipados. Si la Edad Media hubiera sido una época bárbara y oscura, ¿cómo se explica el milagro de la luz de las catedrales góticas, por ejemplo?

Por lo tanto, hay una sabiduría que no es de este mundo, que no es ciencia, sino experiencia: «pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y este crucificado» (1 Cor 2, 2). Y es precisamente esta sabiduría que viene de arriba —«porque todo buen regalo y todo don perfecto viene de arriba, procede del Padre de las luces» (Sant 1, 17)—, es esta sabiduría la que desenmascara toda ideología y la que se complementa con la investigación científica y la humaniza, poniéndola al servicio del hombre y no al contrario.

Por eso, en su primera encíclica, aquel papa al que algunos se habían encargado de dar tan mala prensa —porque la Iglesia es a día de hoy la única instancia capaz de ofrecer una esperanza fiable y no interesa un papa sin pelos en la lengua— daba en el clavo al escribir: «Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (DCE 1).

Ser cristiano, ser sacerdote, no es cumplir una serie de normas o ser bueno o saber mucho, sino experimentar al Señor vivo y resucitado, hacer experiencia de su Pascua, de su paso por nuestras vidas. Es la comunión de todo el Pueblo de Dios, que celebra como cuerpo de Cristo, que se

presenta ante el mundo como Templo de piedras vivas animado por el Espíritu Santo. Es «la Casa con mil puertas», como decía el himno de la pasada JMJ de Madrid, para que cuantos más puedan entrar y descubrir lo que nosotros ya sabemos, por haberlo vivido en primera persona (del singular y del plural).

Dicho esto, ¡claro que la fe es razonable! Y por eso es necesario formarse uniendo fe, vida, espiritualidad y teología, porque como dicen nuestros hermanos del oriente cristiano: “todo aquel que reza es ya un teólogo”. La mística teología de un san Juan de la Cruz, o la ciencia del divino amor de una santa Teresita del Niño Jesús nos recuerdan que la ciencia de la fe y la ciencia del amor van inseparablemente unidas, pues ambas se convierten en la sabiduría del corazón, en la teología de los santos (cf. F. Lethel). Entonces, «la teología se convierte en meditación, oración y canto de alabanza, e incita a una sincera conversión» (Benedicto XVI).

En su Memorial segundo al concilio de Trento, san Juan de Ávila escribe lo siguiente acerca de la teología que se debe enseñar en las universidades y seminarios de su tiempo: «La teología que escriben santos y que es sólida y en la que concuerdan unos con otros se debe preferir a la que estas condiciones no tiene […] aunque en particular pueda cada uno leer otros buenos autores que hay». Y por si esta referencia nos pareciera anacrónica, acudamos al Concilio y veamos cómo tanto Presbyterorum Ordinis como Optatam totius, y más recientemente Pastores dabo vobis, invitan a considerar la formación sacerdotal —inicial o permanente— a la luz de la fe y sostenida por una adecuada vida espiritual (cf. PO 18-19; OT 15-16; PDV 51-56).

No se trata de saber mucho, «porque no el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente» (san Ignacio de Loyola, EE 2), pero sí de saber estar a la altura de las circunstancias. Estar in-formados, de tal forma que a pesar de las múltiples ocupaciones pastorales —dicho sea de paso, la pastoral no es un método, sino un arte, un saber—el sacerdote saque tiempos de calidad para la formación y esté al día, de modo que curso tras curso pueda decir: «He leído un buen libro de teología, he orado con un buen libro de espiritualidad, he trabajado el ABC (Aficiones personales, Biblia, Catecismo)».

Por último, la Verdad es comunión, y recuperar esta Verdad, esta sabiduría, se hace hoy especialmente necesario frente a la «dictadura del relativismo» (Benedicto XVI) y frente a la falta de comunión interna. En el prólogo de su libro La Verdad es sinfónica, H. U. von Balthasar escribió en 1972 unas palabras que no han perdido actualidad:

Se habla hoy mucho de pluralismo. Pero es legítimo preguntarse si ha habido una época menos pluralista que la que estamos viviendo. En la actual crisis de la Iglesia, los programas y las consignas habituales, por más dispares que sean, se presentan en cada caso como una panacea. La verdad cristiana es sinfónica. Proclamarlo a los cuatro vientos y tenerlo siempre presente nos parece quizá la tarea más necesaria del momento actual. Pero la sinfonía no supone en modo alguno una armonía almibarada y sin tensiones. La música más profunda y sublime es siempre dramática, es acumulación y resolución (a un nivel más elevado) de tensiones, de conflictos. Pero la disonancia no tiene nada que ver con la cacofonía. Tampoco es el único medio de poner en marcha la tensión sinfónica.

Puesto que la sabiduría nos remite a la Verdad y esta Verdad es Jesucristo, dicha Verdad sinfónica ha de ser propuesta, nunca impuesta, con humildad pero con fuerza. Ha de ser propuesta frente al oscurecimiento de la verdad y el igualitarismo absurdo de opiniones en nuestra sociedad. Ha de ser propuesta frente a la tentación de mordernos y devorarnos unos a otros, destruyéndonos mutuamente en la comunión de la Iglesia (cf. Gál 5, 15).

“De quién”: Dios versus ídolos (el Bien como misterio)

Imaginémonos una casa de dos pisos, el primero de ellos es la razón, el segundo la fe, porque ambas son, con palabras de Juan Pablo II en el prólogo de Fides et ratio, «como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad». Pues bien, fruto de un largo proceso, la escolástica encontró la manera de comunicar ambos pisos, construyó la escalera entre ambas. Pero, a medida que fue pasando el tiempo, el camino se cegó de nuevo, hasta que llegamos al Vaticano I y nos encontramos con las definiciones dogmáticas de un Dios al que podemos acceder por la razón, pero esto era insuficiente… Y de igual forma que aquel concilio inclinó el platillo de la balanza hacia el papado y faltaba el contrapeso del episcopado, era necesario un Vaticano II que, junto al acceso a Dios por la razón, insistiera en la gratuidad, el asombro y la novedad de la revelación.

Pero, y ¿quién es este Dios? Pues, la gran noticia, «¡Dios es amor!» (1 Jn 4, 8). ¡Dios como misterio! Dios trinidad y comunión, Dios que habla a los hombres como amigos (cf. DV 2), sin que nunca nos acostumbremos a este Dios que nos habla (cf. VD 4). «El Dios que dijo: brille la luz en el seno de las tinieblas ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo» (2 Cor 4, 6). «Fuego. Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos y de los sabios. Certeza, Certeza. Sentimiento. Alegría. Paz. Dios de Jesucristo» (B. Pascal).

Y Congar aseguraba que él debía a la liturgia la mitad de la teología que sabía. En el precioso resumen de la historia de la salvación que se contiene en la Plegaria eucarística IV, el sacerdote descubre fehacientemente quién es este Dios de quien se ha fiado. Este es el Dios cristiano. No es el Dios caricaturizado o idolátrico que cada uno nos formamos, no es el Dios que cada uno fabricamos arrancando unas páginas de nuestra Biblia y quedándonos solo con otras, no es el Dios de los gurús de la Nueva Era, no es el Dios vengativo y justiciero al que hay que aplacar con sacrificios incluso humanos (!), ni tampoco el panteón politeísta de los muchos que en el mundo ha habido y todavía hay. ¡Es el Dios de Jesucristo!

Esta ha sido y es la cuestión central del magisterio de Benedicto XVI, la cuestión de Dios. Ya en su homilía de comienzo de pontificado el Papa lo explicaba así:

En la misión de pescador de hombres, siguiendo a Cristo, hace falta sacar a los hombres del mar salado por todas las alienaciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios. Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar Dios a los hombres. Y únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Solo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo.

Él mismo recordaría más tarde en la JMJ de Sidney (2008) que «muchos sostienen que a Dios se le debe “dejar en el banquillo”». Y tres años antes, en la JMJ de Colonia, había ya advertido:

En numerosas partes del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo marche igualmente sin él. Pero al mismo tiempo existe también un sentimiento de frustración, de insatisfacción de todo y de todos. Dan ganas de exclamar: junto al olvido de Dios existe como un boom de lo religioso. No quiero desacreditar todo lo que se sitúa en este contexto. Puede darse también la alegría sincera del descubrimiento. Pero, a menudo la religión se convierte casi en un producto de consumo. Se escoge aquello que agrada, y algunos saben también sacarle provecho. Pero la religión buscada a la «medida de cada uno» a la postre no nos ayuda. Es cómoda, pero en el momento de crisis nos abandona a nuestra suerte.

Y terminaba diciendo el Papa: «Ayudad a los hombres a descubrir la verdadera estrella que nos indica el camino: Jesucristo», pues como nos recordaba también el Concilio al tratar de la génesis del ateísmo, los propios creyentes hemos podido tener parte no pequeña de culpa al velar más bien que re-velar el genuino rostro de Dios y de la religión (cf. GS 19).

Este es el Dios vivo y verdadero, el Dios que hacía vibrar y emocionarse al Maestro Ávila hasta el punto de quebrar el discurso de su pluma y prorrumpir espontáneamente en oraciones como esta: «¡Y tanto

deseo tienes de verme y abrazarme, que, estando en el cielo con los que tan bien te saben servir y amar, vienes a este que sabe muy bien ofenderte y muy mal servirte! ¡Que no te puedes, Señor, hallar sin mí! ¡Que mi amor te trae! ¡Oh, bendito seas, que, siendo quien eres, pusiste tu amor en un tal como yo!» (Carta 6).

No en vano escribió nuestro santo una pequeña joya titulada Tratado del Amor de Dios y cuya intención así declara: «La causa que más mueve el corazón al amor de Dios es considerar profundamente el amor que nos tuvo Él, y, con Él, su Hijo benditísimo, nuestro Señor. […] Pues veamos agora, Señor, si Vos nos amáis; y si es así que nos amáis, qué tanto es el amor que nos tenéis» (n. 1). Y he aquí la pregunta que el santo formula en un sermón kerigmático, pregunta que jamás debiéramos dejar de hacer ni de hacernos: «¿Conoces a Dios, hermano? Di, ¿ha topado Dios contigo?» (Sermón 32).

Ante otra pregunta, esta vez la del joven rico, Jesús responde: «¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno» (Mt 19, 17). Es necesario que hoy recuperemos el Bien como misterio. Para algunos lo único atractivo de la Iglesia son sus obras de caridad; para otros, son precisamente sus bienes lo que constituyen un escándalo. Pero las obras y los bienes han de ser explicados, porque la revelación está entretejida de hechos y palabras íntimamente relacionados entre sí (cf. DV 2).

Cuenta el famoso sacerdote holandés y escritor de libros de espiritualidad H. J. M. Nouwen lo siguiente: «En cierta ocasión, hace unos cuantos años, tuve la oportunidad de conocer a la madre Teresa de Calcuta. En aquellos momentos me debatía yo con muchos problemas y decidí aprovechar la ocasión para pedir consejo a la madre Teresa. En cuanto nos sentamos, me puse a explicarle todos mis problemas y dificultades, tratando de convencerla de lo complicado que era todo ello. Cuando, al cabo de diez minutos de elaborada explicación, me callé al fin, la madre Teresa me miró y me dijo tranquilamente: “Bueno, cuando pase una hora al día adorando a su Señor y no haga nunca nada sabiendo que es malo..., estará usted bien”».

Tengamos la valentía de recuperar el Bien como misterio, incluso como apunte para la pastoral vocacional. ¡Cuántos sacerdotes han balbuceado quizás su primera llamada vocacional como una disposición a hacer el bien y servir a los demás, descubriendo después su respuesta consciente a la llamada de Cristo! «”Señor, ¿por qué precisamente a mí?” Pero el amor no tiene un “porqué”, es un don gratuito al que se responde con la entrega de sí mismo» (Benedicto XVI). Recuperemos, por tanto, el Bien como misterio. ¡Cuántos anhelos y obras de amor, de paz, de justicia, de libertad, de belleza, de verdad, de alegría! Y a partir de ahí vayamos al misterio, expliquemos quién es el Dios de Jesucristo. Esto no es un moralismo, no es anunciar los valores del Reino, sino aquel en quien el reino de Dios se ha acercado a nosotros, porque el reino de Dios, como ya apuntó Orígenes, es ¡el mismo Jesucristo!

“Me”: presbítero versus super-apóstol (la Belleza como misión)

Ya dijimos que el sujeto de la frase «sé de quién me he fiado» estaba omitido. Es el «yo», el yo sacerdotal. Pero ocurre una cosa curiosa, y es que, en castellano, el verbo es reflexivo: “fiar-se”, yo “me” fío. Esta pequeña peculiaridad filológica quizás no tenga que pasar tan desapercibida para nosotros, pero antes detengámonos brevemente en la identidad del presbiterado. El concilio Vaticano II indicó que «el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no solo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo» (LG 10). Con esto —y con Presbyterorum Ordinis— parecía quedar salvaguardada la identidad sacerdotal, si bien nadie podía prever la crisis sacerdotal posconciliar. En cualquier caso, a los cincuenta años del Vaticano II se puede decir que hay una sana teología del ministerio ordenado y un amplio repertorio de literatura de espiritualidad sacerdotal.

La identidad del presbítero se configura sacramentalmente por la ordenación y su yo es expropiado al servicio de la Iglesia (in persona Christi / in nomine Ecclesiae), de tal modo que, como reza el Proemio de Presbyterorum Ordinis, «los presbíteros, por la ordenación sagrada y por la misión que reciben de los obispos, son constituidos para servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey, de cuyo ministerio participan, por el que la Iglesia se constituye constantemente en este mundo Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo».

Esto significa todo un proyecto de vida, el mismo que la del Señor, una “pro-existencia” diría el exégeta H. Schürmann. Quizás no sea solo por casualidad que san Pablo cite precisamente estas palabras del Señor en su discurso de despedida a los presbíteros de Éfeso: «Hay más dicha en dar que en recibir» (Hch 20, 28). En efecto, «la ordenación sacerdotal no se administra como un medio de salvación para el individuo, sino para toda la Iglesia. Solo Cristo es el verdadero sacerdote, los demás son ministros suyos» (santo Tomás de Aquino).

El presbítero vive en humildad y con una obediencia responsable y voluntaria, abrazando el don del celibato por amor a Cristo así como una pobreza apostólica (cf. PO 15-17). Y puesto que vida y ministerio se implican mutuamente —y todos los cristianos estamos llamados a la santidad por la unión íntima con Cristo (cf. LG 39-42; CEC 2013-2014)— los presbíteros se santificarán por el ejercicio sincero e infatigable en el Espíritu de Cristo del propio ministerio (cf. PO 13).

Por último, «quien cree, nunca está solo» (Benedicto XVI), así que no se nos olvide tampoco que el presbítero está llamado a la comunión jerárquica con el obispo diocesano como padre y pastor (cf. PO 7), es co- presbítero (cf. 1 Pe 5, 1-4) y se inserta en la fraternidad sacramental de un presbiterio diocesano (cf. PO 8), atento también a discernir los carismas de los laicos en las diferentes formas de corresponsabilidad que se puedan desarrollar (cf. PO 9). En su libro autobiográfico ¡Levantaos! ¡Vamos!, Juan Pablo II cuenta que solía hacerse dos preguntas junto a sus colaboradores ante cualquier decisión pastoral: «La primera: ¿cuál es la verdad de fe que ilumina este problema? Y la segunda: ¿a quién podemos recurrir o preparar para resolverlo? Encontrar la motivación religiosa para actuar y la persona adecuada para llevar a cabo una determinada tarea era un buen comienzo, que daba buenas esperanzas de éxito a las iniciativas pastorales».

Volvamos ahora a ese pequeño detalle gramatical. El “yo” y el “me” bien pueden recordarnos que el presbítero es antes que nada un cristiano, y que la calidad de su sacerdocio ministerial dependerá también de la calidad de cómo viva su condición de bautizado, sin que se pueda ni se deba dar nada por supuesto.

Es muy iluminador en este sentido el siguiente testimonio personal del sacerdote italiano M. Camisasca: «Si me fijo en lo que he vivido, no tengo dudas: el sacerdote es un hombre elegido por Dios entre el resto de los hombres para ser instrumento de su misericordia hacia ellos». Y se pregunta: «¿Dónde encontrará el valor, la fuerza espiritual para volver una y otra vez hacia el hombre? ¿Dónde encontrará la energía para replegarse constantemente sobre nuevas heridas sin caer en un cansancio infinito o, peor aún, en la desilusión del alma, que puede llevar hacia la desazón y al final hacia al escándalo?». La respuesta no puede ser otra: «Únicamente en la certeza de ser alguien con quien se ha tenido misericordia. Con quien se tiene constantemente».

Solo aquel presbítero que haya descendido a los propios infiernos y haya muerto y resucitado con Cristo, solo él podrá cantar realmente el pregón pascual —«¡oh, feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!»— y anunciar realmente el amor de Dios (cf. Rom 31-39), narrando su propia vida como historia de salvación. Y podrá decirle con autenticidad a su interlocutor: «Llora Jesucristo porque tú te rías; llora porque tú te descanses; llora por tu consuelo; llora en la tierra porque tú vayas al cielo; llora por el perdón de tus pecados y porque te llegues a él y no le ofendas» (san Juan de Ávila, Sermón 32).

Como los Padres sinodales señalaron el año pasado en el Mensaje al Pueblo de Dios tras el Sínodo sobre la Nueva Evangelización, «la misión de la Iglesia no se dirige a un territorio en concreto, sino que sale al encuentro de la pliegues más oscuros del corazón de nuestros contemporáneos, para llevarlos al encuentro con Jesús, el Viviente que se hace presente en nuestras comunidades». Por eso, seguían diciendo, «La obra de la nueva evangelización consiste en proponer de nuevo al corazón y a la mente, no pocas veces distraídos y confusos, de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y, sobre todo a nosotros mismos, la belleza y la novedad perenne del encuentro con Cristo».

En efecto, nadie da lo que no tiene. Una vez más, el sacerdote puede acudir a la experiencia de un san Pablo. Lo suyo es ser presbítero, no uno de esos super-apóstoles con los que el Apóstol se encuentra en Corinto: nada de intelectualismos ni de grandilocuencias, sino la locura de la sabiduría de la cruz (cf. 1 Cor 2, 6-4, 21); nada de recomendarse o anunciarse a sí mismo o de atribuirse a las propias fuerzas los éxitos pastorales («de ahí que un signo para reconocer a un auténtico sacerdote sea el asombro humilde ante su propia vocación» dice el n. 250 del Youcat), sino solo gloriarse en el Señor (cf. 2 Cor 10, 12-18); nada de predicar un Jesús diferente o un evangelio distinto (¡eso es de alguna forma un egocentrismo narcisista enmascarado!), sino ser fieles al nosotros eclesial (cf. 2 Cor 11, 4).

Todo esto supone la gozosa experiencia pascual de muerte y resurrección, de experimentar la fuerza en la debilidad. Solo así es posible permanecer arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe (cf. Col 2, 7). El Señor susurra al oído de cada sacerdote: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad» (2 Cor 12, 9). Y cada uno, lleno de fe y confianza, podrá asegurar: «Por eso vivo contento en medio de las debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte« (2 Cor 12, 9-10).

Pero tampoco pueden los presbíteros ser ingenuos. No pueden olvidar que son personas —es decir, cuerpo, alma y espíritu (cf. 1 Tes 5, 23)—, y ello significa que deben también cuidarse integralmente. Esta es la antropología adecuada que nos ha legado Juan Pablo II con su “Teología del cuerpo”. Cuidarse, dejarse cuidar y que se cuide de ellos. Sin sujeto no hay ni cristiano ni presbítero; sin una salud acorde a la edad, sin una sana piscología, sin una profunda vida espiritual, algo empezará a fallar y quizás ni el propio sacerdote se dé cuenta, ni tampoco quienes le rodean…

No se le escaparían estos detalles al Maestro Ávila. Gran parte de su epistolario va dirigido a sacerdotes y religiosos, exhortándoles, sosteniéndoles, aconsejándoles, incluso en los más pequeños detalles, de horarios, comidas, lecturas, etc. Tenemos también su Tratado sobre el sacerdocio, sus Memoriales al Concilio de Trento, sus Pláticas y homilías de tema sacerdotal, etc. En tan alta estima tiene el “oficio sacerdotal” que lo pone por encima de los ángeles y aún por encima de la mismísima Virgen María.

A los sacerdotes los llama «confesores, que es oficio de hacer buenos y sanar llagas de ánimas», «predicadores de la Palabra de Dios, medio para engendrar y criar hijos espirituales», «padres y pastores»,

«ayudadores de Dios mediante su oración», «no solo el cura es médico y maestro, mas también es juez», «y también le conviene el oficio de ser atalaya». «Esto, padres, es ser sacerdotes: que tengan experiencia que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden y tengan tanta familiaridad con él» (Plática 1). «Y ansí, en ordenándoos, sois candela que habéis de dar lumbre» (Plática 6).

El príncipe cristiano Mishkin aseguró en una ocasión que «la belleza salvaría al mundo», lo cual le vale la duda y la burla de otro de los personajes de la obra El idiota de F. Dostoyevsky: «¿Qué clase de belleza será la que salve al mundo?». Los cristianos sabemos cuál es la respuesta del príncipe: Jesucristo, que es el más bello de los hombres (cf. Sal 45, 3). Es el buen y bello pastor (cf. Jn 10, 11) porque el adjetivo griego kalós significa ambas cosas, el Bien y la Belleza se identifican.

El presbítero entonces tendrá que asumir la Belleza no solo como identidad, sino también como misión. Su tarea será abrir el corazón de nuestros contemporáneos a la belleza del amor crucificado, porque en este mundo no ha habido gesto más bello que el del Hijo del hombre abriendo sus brazos para abrazar a toda la humanidad herida por el pecado y la muerte.

Su tarea será también devolver la belleza a cada hombre y a cada mujer a los que el pecado ha afeado y ensuciado, borrando en ellos la imagen y semejanza de Dios, como bien sabía aquel sacerdote de la posguerra italiana cuando escribía: «Nosotros, los curas, tenemos por único sentido de la vida contentar al Señor y demostrarle que hemos comprendido que cada alma es un universo de dignidad infinita» (Lorenzo Milani). Y es que «el hombre es el camino cotidiano de la vida de la Iglesia» (Juan Pablo II), y la belleza de la antropología cristiana es el gran tesoro que hemos de ofrecer como contenido de la nueva evangelización, pues sabemos «que cuanto uno mirare a Jesucristo, tanto será mejor hombre» (san Juan de Ávila, Carta 12).

La belleza no es estática sino extática, es decir, dinámica, hace salir de sí mismo en un éxodo casi inconsciente que remite al que es la Belleza en persona, el Amor en persona. Por eso, en la nueva evangelización aparecen nuevos lenguajes y también nuevos areópagos (MCS, artes, afectividad y sexualidad, derechos humanos, diálogo fe- cultura, cuidado de la creación, etc.) que invitan a descubrir la belleza de la Palabra anunciada, de la liturgia celebrada, de la comunión vivida, de la diakonía ofrecida. Frente al utilitarismo práctico y consumista, la belleza de la gratuidad, la belleza como misión, porque «nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él» (Benedicto XVI).

“He fiado”: la fe presbiteral como caridad pastoral

Llegamos al final de nuestro recorrido. Curiosamente nos ha quedado un prosaico “he fiado”, como si el sacerdote le firmara un cheque en blanco al Señor o le diera de lo suyo a la espera de que él se lo devuelva… ¡Y vaya si lo hace! El ciento por uno, y vida eterna —con persecuciones apunta Mc 10, 30— pero el ciento por uno al fin y al cabo.

«¡Oh, bendita sea tu misericordia, Señor mío, que tan caro te costó lo que ahora tan de balde se da» exclamará el Maestro Ávila (Sermón 32).

El caso es que cada uno de los sacerdotes a lo largo y ancho del mundo se ha fiado («Sé de quién me he fiado») y puede seguir diciendo con el Apóstol:«y estoy firmemente persuadido de que tiene poder para velar por mi depósito hasta aquel día» (2 Tim 1, 12-13). Este depósito no es otro sino el depósito de la fe, que Pablo ha recibido y que, a lo largo de toda la carta, pide a su discípulo Timoteo que conserve íntegro y que, a su vez, transmita.

Esta fe se concreta para el presbítero, ante la multiplicidad de tareas, ante el riesgo de la dispersión de vida, ante la tentación de la herejía del activismo o del espiritualismo, ante la tentación de convertirse en un funcionario o en un profesional de lo religioso, en el amor del buen pastor, pues «El apacentar la grey del Señor es una función de amor» (san Agustín).

En efecto, mediante la caridad pastoral, «los presbíteros conseguirán la unidad de su vida uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre y en la entrega de sí mismos por el rebaño que se les ha confiado (cf. 1 Jn 3, 16). De esta forma, desempeñando el papel del Buen Pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral encontrarán el vínculo de la perfección sacerdotal que reduce a unidad su vida y su ministerio» (PO 14; cf. PDV 23). Esta caridad pastoral, sigue diciendo el Concilio, fluye sobre todo de la eucaristía y se alimenta de la oración. Encuentra su certificación auténtica en el cumplimiento de la voluntad de Dios, que es inseparable de la fidelidad a la misión de la Iglesia. Y el fruto de todo ello será la alegría apostólica.

Pero es que además esta alegría testimoniada como gozo pascual será fuente de nuevas vocaciones al sacerdocio (cf. PO 11). Llegamos así a la pastoral vocacional, lo que un sacerdote ha denominado «la preocupación por los sucesores». También en esto cada sacerdote, cada comunidad cristiana, cada diócesis, la Iglesia entera en definitiva, tiene que vivir de ese: «Sé de quién me he fiado», máxime en este Año de la fe, sabiendo que el Señor siempre cumple sus promesas: «Os daré pastores según mi corazón» (Jer 3, 15).

Pero como la vocación también se transmite por contagio, junto a la oración y al trabajo pastoral, será necesario este testimonio alegre y gozoso que acabamos de mencionar. Nuevamente en palabras de san Juan de Ávila: «Lo que se os puede decir, hermanos, es que si sois clérigos, habéis de vivir, hablar y tratar y conversar, de tal manera que provoquéis a otros a servir a Dios» (Plática 6). Valgan también estas palabras con las que terminan uno de los libros sobre teología del sacerdocio más conocido de nuestro tiempo.

En el sacerdote tendrá que verse que el reino de Dios es “el tesoro escondido en el campo” y “la perla preciosa” por la que hay que entregar todo lo que se tiene, no con la actitud de una sombría y triste renuncia, sino con la alegre certeza de estar consiguiendo algo mucho mejor. El estar profundamente subyugado por Jesucristo y por su evangelio, y el sentirse fascinado por la vocación a la misión, apremia a entregarse «con toda alegría», como se dice en la Sagrada Escritura; a jugárselo todo a una sola carta. Y precisamente que el evangelio es en verdad fascinante, algo por lo que vale la pena empeñarlo todo, habrá que verlo palpablemente en la vida del sacerdote y constituirá también un gran atractivo para sus potenciales sucesores (G. Greshake).

Y todo esto por la fe (cf. Heb 11, 3-40). En definitiva, ya sea la definición de fe que aparece en Heb 11, 1, o la del catecismo del padre Astete o del padre Ripalda, o la del Catecismo de la Iglesia Católica, o los siete rasgos de la misma que aparecen en el Youcat, todas ellas serán complementarias. Serán más o menos intelectuales, más o menos existenciales, pero conjuntándolas siempre serán imprescindibles estos cuatro elementos, que son los cuatro pasos que previamente hemos recorrido hasta llegar hasta aquí (fidelidad, razonabilidad, confianza, libertad):

Fidelidad: la fe es la experiencia de nuestra alabanza y conversión cotidianas.

Razonabilidad: la fe es una sabiduría en la que la Verdad aparece como comunión.

Confianza: la fe es confianza en un Dios que se nos revela como el único Bueno, permaneciendo al mismo tiempo como misterio.

—Libertad: la fe es la respuesta libre a una llamada en la que el sujeto se siente necesitado de comunicar a los demás su experiencia, haciendo suya la Belleza por misión.

Son muchísimas las referencias a la fe que encontramos entre los escritos de san Juan de Ávila. Fray Luis de Granada lo retrata precisamente como hombre de fe: «La hacienda con que se sustentaba era la fe y confianza muy firme que tenía en la Providencia paternal de nuestro Señor» (Vida del Padre Maestro Juan de Ávila, p. 2ª n. 3).

En uno de sus sermones, exclamará el maestro Ávila: «¡Oh, bienaventurado aquel que entiende qué cosa es fe!» (n. 5). Y en otro de sus escritos define así la fe: «la fe es la primera reverencia con que el ánima adora a su Criador, sintiendo de él altísimamente, como de Dios se debe sentir. Porque aunque algunas cosas de Dios se pueden por razón alcanzar, las cuales llama san Pablo lo manifiesto de Dios (Rom 1, 19); mas los misterios que la fe cree, no puede la razón alcanzar cómo sean. Y por eso se dice que cree la fe lo que no ve, y adora con firmeza lo que a la razón es escondido» (Audi, filia, 31, 2).

Más escasas son, en cambio, las veces que utiliza la cita «Sé de quién me he fiado». Un total de cinco veces, una en un “Sermón sobre la purificación de nuestra Señora” y las cuatro restantes en cartas, cuyos destinatarios están todos ellos pasando por la prueba de la persecución. El Maestro Ávila les escribe para consolarles. Tales son tres señoras y el religioso predicador Fr. Alonso de Vergara. A este último le dice, y con sus palabras concluimos, lo siguiente: «Ofrezca, padre, su vida y honra en las manos del Crucificado, y hágale donación de ella, que Él la porná en cobro, como ha hecho a otros: Yo sé a quien creí, dice san Pablo (2 Tim 1, 12). Y no le fue mal por ello».

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Catequesis para la Familia


Rezar por la vocación familiar. Los hijos necesitan padres de verdad
Catequesis para toda la familia

Por Luis Javier Moxó Soto

MADRID, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - En esta semana en la que celebramos la solemnidad de San José, esposo de la Bienaventurada Virgen María y patrono de la Iglesia, no podemos dejar de considerarlo a la luz de su amparo sobre todos los padres y familias cristianas.

A mí me parece muy bien que se celebre con ocasión de este día el del Seminario y que se recen por las vocaciones sacerdotales. Pero considerar que estas vocaciones son las únicas, cuando tanto se pide por ellas, me parece un error muy extendido y a corregir cuanto antes.

La vocación matrimonial y familiar, no me cansaré de repetirlo, es el origen y cuna de todas las otras. Al menos, en buena teoría. La familia cristiana es el primer seminario, o semillero, para todas las demás vocaciones. La apertura generosa para responder al don de la llamada del Señor también está en un noviazgo vivido desde la fe cristiana, firme, el amor verdadero, casto y la espera necesaria, paciente, de la entrega en el consentimiento matrimonial.

Hoy en día se echa de menos a padres de verdad, no meros progenitores biológicos, que sepan ayudar a crecer y madurar a sus hijos no a través de un serie de premios y castigos, no sólo a través de la compra y la privación de consolas de videojuegos según rindan en la escuela o estudios, sino quienes acompañen y guíen, en serio, hacia la madurez a unos hijos que necesitan tanto de su cariño como de sus palabras sabias, y gestos oportunos, de primeros educadores y referentes prácticos, testigos fiables, coherentes, de creencias y valores.

¿Dónde podemos encontrar auténticos padres hoy en día, maduros, responsables, conscientes de sus posibilidades y limitaciones, modelos y referencias de sus hijos? Sólo quién ha sabido respetar, madurar, y honrar a sus padres está en condiciones de serlo también con sus hijos. Pero no se puede pedir lo mismo, porque no sabe hacerlo, a quien no ha hecho ese camino. La delegación en la escuela de esa tarea suya, por cierta conciencia o reconocimiento de su imposibilidad, en el mejor de los casos, no hace sino agravar más el problema.

Tampoco se advierte mucho interés en aprender a ser padre, porque se llega a una edad en que o no se quiere dedicar tiempo a ello, o se piensa que los hijos ya se educarán solos, o bien que se ocupen los que son más expertos, dado que se nos han ido de las manos y no sabemos qué hacer. Las escuelas de padres son aprovechadas por unos pocos que terminan abandonando.

Sin embargo soy testigo que en algunas ocasiones, cuando por medio está una comunidad cristiana parroquial máxime si está próxima a una comunidad educativa, las cosas cambian. Se plantean temas y conversaciones muy actuales, interesantes y en clave práctica, de diálogo abierto con niños y jóvenes. Problemas y casos reales, para su consideración, dentro de una comunidad de vida cristiana que quiere crecer y madurar en humanidad.

Vivamos la urgencia de un testimonio de verdadero amor matrimonial y familiar. Necesitamos padres más maduros, mejor preparados para afrontar la acogida y educación de sus hijos, con la debida paciencia, autoridad, cariño y sacrificio que los hijos necesitan de ellos, que no se educan ni solos, ni con ninguna pantallita delante y mucho menos en la calle como pasa en tantas ocasiones.

San José, patrono de las familias cristianas, ruega por nosotros.

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Bioética


Denuncian que en España se sigue dispensando la PDS sin receta ni límite de edad
Un equipo investigador español confirma en París el carácter abortivo de la píldora del día siguiente

Por Redacción

MADRID, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Con motivo del Congreso Europeo de Farmacia Hospitalaria que acaba de terminar en París el investigador y farmacéutico Emilio Jesús Alegre del Rey presentó un riguroso trabajo (Informe sobre la píldora del día siguiente) que cuantifica los mecanismos de acción de la llamada píldora del día siguiente (PDS) y su eficacia global.

La presentación de este trabajo supone una clarificación de los mecanismos de acción de la píldora, tomando para su estudio los datos de la última revisión sistemática existente realizada en el 2011.

En síntesis –informa a ZENIT la asociación Profesionales por la Ética- el trabajo clarifica que la PDS:

--Evita la ovulación, pero sólo lo consigue de forma significativa si se toma al menos dos días antes de que ésta vaya a tener lugar. Así que, si éste fuera el único mecanismo de acción), sería imposible reducir mucho la probabilidad de embarazo, puesto que el día de la ovulación y el anterior constituyen la fase de máxima fertilidad del ciclo.

--La PDS reduce la probabilidad de embarazo, y resulta que es, como mínimo, el 65%. Así hemos podido estimar, sobre la base de trabajos previos que , al menos el 35% de su efecto -y puede que el 50%-, lo ejerce por acciones posteriores a la fecundación. En definitiva, eso significa que la PDS produce en muchos casos un aborto precoz porque elimina un embrión.

--El estudio demuestra que es falso que la PDS tenga solo efecto anovulatorio, es decir que impida la ovulación porque el efecto anovulatorio ya no funciona en el día previo a la ovulación; por ello entran en acción los mecanismos post-fecundación. Pero, incluso en los días anteriores (-2 a -4), aunque casi siempre se consiga parar la ovulación, no siempre es así. Y cuando no se consigue, se producen otras alteraciones que podrían impedir la implantación. Eso sin contar que distinguir si a una mujer le falta 1 día o 2 días para ovular no parece muy realista en la práctica clínica.

--Este estudio debería modificar la última valoración de la Federación Internacional de Sociedades de Ginecología y Obstetricia (FIGO) que negaba el efecto abortivo de la PDS basándose en estudios en animales, cuyo ciclo no tiene nada que ver con el de la mujer, y en el trabajo del grupo de Noe, que analizaba 35 mujeres que tomaron la PDS en fase postovulatoria, sin realizar análisis estadístico. El estudio presentado en París demuestra el efecto postfecundación, por lo que la FIGO debería actualizar sus conclusiones.

--Sobre si la probabilidad de embarazo se reduce como mínimo en dos tercios tras recibir la PDS, el estudio demuestra que, tras una relación sexual, la toma de la PDS reduce al menos en un 65% (aproximadamente dos tercios) la probabilidad de embarazo. Y otro hecho comprobado es que, sin embargo, disponer de la PDS, incluso facilitarla sin receta para que se use más, no reduce los embarazos imprevistos en la población. Es algo bien conocido en la comunidad científica; la explicación de esta paradoja se desconoce; algunos autores piensan que puede ser debido a que tener un «plan B» puede inducir a aceptar mayores riesgos en el comportamiento sexual, sobre todo en los jóvenes. Por tanto, estamos produciendo abortos precoces, exponiendo a miles de mujeres a reacciones adversas y gastando recursos para nada, excepto para beneficiar económicamente a una empresa.

Como explica la doctora María Alonso, coordinadora del Área de Medicina de Profesionales por la Ética, «la investigación de Emilio J. Alegre implica consecuencias bioéticas evidentes ya que al tener la PDS un efecto abortivo, debemos afirmarlo con claridad. En España se sigue dispensando sin límite de edad ni prescripción médica, lo cual resulta una barbaridad desde el punto de vista médico y bioético».

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SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA


San José
«El santo por antonomasia»

Por Isabel Orellana Vilches

MADRID, 19 de marzo de 2013 (Zenit.org) - Como afirmó san Pedro Crisólogo: «José fue un hombre perfecto, que posee todo género de virtudes». Por tanto, no cabe buscar en la fecha de hoy otro modelo más sublime para la vida espiritual que la del Santo Patriarca. Puesto que solo contamos con los someros datos que ofrece el Evangelio, habiendo quedado envuelta su gloriosa vida en el silencio, cada uno ha glosado de él matices que le llamaban especialmente la atención. En cualquier santoral se hallan referencias proporcionadas por santos y santas que meditaron en ella y que se han ido transmitiendo a lo largo de los siglos. Es el caso de Tomás de Aquino, Gertrudis, Vicente Ferrer, Bernardo, Brígida de Suecia, Francisco de Sales y Bernardino de Siena. Estos, entre otros, en numerosas ocasiones reflejaron en sus escritos los frutos de su reflexión y predicaron en sus sermones las excelsas virtudes que le adornaron. San Bernardino de Siena manifestó en uno de ellos: «La norma general que regula la concesión de gracias singulares a una criatura racional determinada es la de que, cuando la gracia divina elige a alguien para otorgarle una gracia singular o para ponerle en un estado preferente, le concede todos aquellos carismas que son necesarios para el ministerio que dicha persona ha de desempeñar. Esta norma se ha verificado de un modo excelente en san José, padre putativo de nuestro Señor Jesucristo y verdadero esposo de la Reina del universo y Señora de los ángeles. José fue elegido por el eterno Padre como protector y custodio fiel de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su Esposa, y cumplió su oficio con insobornable fidelidad. Por eso le dice el Señor: ‘Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor’».

De este hombre «justo» por antonomasia, «esposo virginal de la Virgen María»,«custodio de la Sagrada Familia» se han enaltecido hasta la saciedad, como se ha dicho, sus incontables virtudes. Junto a las teologales, se hallan arracimadas en su santa vida: fidelidad, inocencia evangélica, fortaleza, docilidad, prontitud, pureza, generosidad, prudencia, disponibilidad, sencillez, templanza, obediencia, pobreza, humildad, discreción, justicia, honestidad, diligencia, paciencia, etc. Estuvo adornado por todas; por tanto, son imposibles de condensar. Y hoy, como antaño, continúan mostrando la grandeza de este «padre y guardián de la Iglesia», «abogado de la buena muerte», que vivió cada segundo de su existencia con inquebrantable adecuación de su voluntad a la divina, señalándonos el camino que hemos de seguir. San Alfonso María de Ligorio ensalzó el trato familiar que tuvo con Jesús, subrayando lo que pudo significar este eminentísimo vínculo entre ambos para la santidad del padre que durante un tiempo le acompañó en la tierra: «José durante esos treinta años fue el mejor amigo, el compañero de trabajo con quién Jesús conversaba y oraba. José escuchaba las palabras de vida eterna de Jesús, observaba su ejemplo de perfecta humildad, de paciencia, y de obediencia, aceptaba siempre la ayuda servicial de Jesús en los quehaceres y responsabilidades diarios. Por todo esto, no podemos dudar que mientras José vivió en la compañía de Jesús, creció tanto en méritos y santificación que aventajó a todos los santos».

También los pontífices han quedado conmovidos por el ejemplo del Santo Patriarca. Juan XXIII iniciaba y culminaba su jornada poniéndose bajo su amparo. Lo proclamó patrono del concilio Vaticano II. Pablo VI el 19 de marzo de 1969 manifestó: «San José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan ‘grandes cosas’, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas». Juan Pablo II le dedicó la exhortación apostólica Redemptoris custos el 15 de agosto de 1989. Y entre otras cosas, en ella calificaba la «fe, sostenida por la oración» como «el tesoro más valioso que san José nos transmite». Por su parte, a Benedicto XVI le llamó la atención su silencio. Y así, se dirigió a los fieles en uno de sus Ángelus en 2005, diciendo: «¡Dejémonos invadir por el silencio de san José!». Sixto IV incluyó la fiesta de san José en el Calendario Romano en torno al año 1479. Pío IX lo proclamó Patrono de la Iglesia universal en 1870; León XIII precisó los fundamentos de este patrocinio el 15 de agosto de 1889, y Pío XII en 1955 designó el 1º de mayo como la fiesta de san José obrero.

Los carmelitas han dado siempre gran impulso a la devoción a san José. Quizá por ello, impregnada de este carisma al que se abrazó, la gran santa castellana Teresa de Jesús ha sido una de sus mayores propagadoras. Fue agraciada por él en grave situación de enfermedad, y desde entonces lo tomó como protector. Además, puso bajo su tutela las numerosas fundaciones que instituyó. Decía: «Otros santos parece que tienen especial poder para solucionar ciertos problemas. Pero a san José le ha concedido Dios un gran poder para ayudar en todo». «Parece que Jesucristo quiere demostrar que así como san José lo trató tan sumamente bien a Él en esta tierra, Él le concede ahora en el cielo todo lo que le pida para nosotros. Pido a todos que hagan la prueba y se darán cuenta de cuán ventajoso es ser devotos de este santo Patriarca».Durante cuatro décadas, todos los años el 19 de marzo acudía a él puntualmente solicitándole «alguna gracia o favor especial», y siempre le respondió. Por eso insistía:«Yo les digo a los que me escuchan que hagan el ensayo de rezar con fe a este gran santo, y verán qué grandes frutos van a conseguir». En esta misma línea, Fernando Rielo, fundador de los misioneros identes, también infundió en sus hijos el amor a san José: «Tened mucha devoción a san José, cualquier problema, cualquier cosa, os la concederá: bienes materiales y bienes espirituales, especialmente la santidad […]. Pedidle la conversión de la humanidad, suplicadle la santidad de la Iglesia, rogadle la comunión de todos los cristianos».

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