25.03.13

Paciencia

A las 11:43 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

A veces, cuando escribo un post, escribo, ante todo, para mí mismo. Y ello obedece a la convicción fundamental de que más altos o más bajos, mejores o peores, más listos o menos listos, los humanos somos muy parecidos.

Entre las virtudes que me resultan difíciles de adquirir está la paciencia, la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarme. O quizá, por decirlo con mayor exactitud, mi paciencia, que no es poca, es limitada. Soy paciente hasta que dejo de serlo. Y si dejo de serlo me parece casi imposible retroceder y tratar de intentarlo de nuevo.

San Gregorio decía que, sin la paciencia, sin dominarnos, no poseemos nuestra alma. “La paciencia – escribe – consiste en tolerar los males ajenos con ánimo tranquilo, y en no tener ningún resentimiento con el que nos los causa”.

Es muy difícil tener un perfecto dominio sobre uno mismo. Somos nuestros propios dueños y no lo somos. O podemos dejar de serlo en cualquier momento. Y en lo que atañe a la tolerancia con los otros, los umbrales de resistencia resultan también inestables. Una vez, dos, o más, podemos casi soportarlo todo. Pero cuatro, cinco, o cien veces, uno ya no está dispuesto a resistir nada.

¿Qué ventajas tiene la paciencia? No es que pretenda basarme en un argumento utilitarista, pero sí es verdad que la virtud comporta ventajas. Por ejemplo, no ser rencoroso es muy bueno: el rencor no hace más que dar poder a quien nos ha agraviado, real o supuestamente, para que siga haciéndolo. No es inteligente ser rencoroso. Ese malévolo resentimiento contradice el amor a los demás pero, también, el sano amor a uno mismo.

La paciencia, explica Santo Tomás, es necesaria para vencer la tristeza; para que la razón no sucumba ante ella. Es así: perder la paciencia conduce a entristecerse; a la aflicción, a la pesadumbre, a la melancolía.

¿Se imaginan a un párroco impaciente? Terminará siendo un párroco amargado. O, salvadas las diferencias, un padre, una madre, un esposo, una esposa, un trabajador…

La paciencia, añade Santo Tomás, no produce otras virtudes, ni las conserva directamente, pero “quita los obstáculos”: “a la paciencia corresponde que el hombre no se aparte del bien de la virtud a causa de las tristezas, por grandes que sean”.

El Aquinate, muy realista, nos advierte que la paciencia, como virtud, es efecto de la caridad: “La caridad es paciente”, escribe San Pablo. Y la caridad y, en consecuencia, la paciencia, no es posible sin el auxilio de la gracia.

La paciencia de Dios viene dictada por el amor de Dios. Un amor infinito, tan grande como grande es Dios. Nuestra paciencia, raquítica, refleja nuestro ser, muy limitado. Pero si nos abrimos al amor de Dios, a la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas, las cosas pueden cambiar. Ya no somos solo nosotros, sino nosotros con Dios o, mejor aun, Dios con nosotros y en nosotros.

Sí, nuestra paciencia mide nuestra caridad, nuestra apertura a la gracia.

Guillermo Juan Morado.