24.04.13

El gravísimo problema de los escrúpulos

A las 1:14 PM, por Jorge
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De cuando en cuando me toca atender en confesión o en dirección espiritual algún caso de persona escrupulosa. Los hay con la conciencia un tanto estricta, que eso se va arreglando poco a poco. Pero puedes encontrarte con auténticos casos que rozan, que suponen directamente, una enfermedad mental.

El escrupuloso, digamos, extremo, es una persona con un trastorno obsesivo compulsivo que le lleva a escudriñar constantemente su vida para encontrar en ella el pecado. Es capaz de dar mil vueltas a su cabeza para conseguir convertir en pecado grave absolutamente todo lo que hay en su vida. La solución la quieren encontrar en la confesión no sólo frecuente, sino en casos diaria, y hasta varias veces por día. Pero eso no soluciona el problema, sino que lo agrava, ya que tampoco queda tranquilo por si la confesión no la hizo correctamente, y en consecuencia ha pecado más.

El escrupuloso cuando llega a este extremo no puede razonar. Toda su preocupación es “por si acaso”, “no sé si hice bien”, “quizá consentí”, tengo dudas”. Busca confesores distintos, directores espirituales diferentes. Una situación de auténtica angustia.

Ante los escrúpulos se me ocurren algunos consejos tanto para compañeros sacerdotes como para aquellos que los padecen. Y seguro que hermanos sacerdotes también pueden aportar su experiencia.

- Acoger con cariño a la persona, sabiendo que podemos estar ante alguien con algún tipo de desequilibrio interior.

- Procurar la confesión y la dirección espiritual, salvo “emergencias”, siempre con el mismo sacerdote.

- Conseguir espaciar las confesiones. Yo a veces hasta se lo pongo como penitencia: no confesarse por ejemplo en una semana, lo que a algunos les produce una ansiedad insoportable.

- Explicar pacientemente los rudimentos de lo que constituye pecado mortal: materia grave, conocimiento y consentimiento.

- Hacer ver que debe confiar en su confesor y dejar en él toda responsabilidad. Si el confesor se equivoca ya responderá ante Dios.

Normalmente con estas pequeñas indicaciones se puede formar la conciencia de un escrupuloso con bastante equilibrio siempre y cuando no llegue su situación a extremos especialmente preocupantes. Otro problema son los síntomas enfermizos: taquicardias, ansiedad, obsesiones incontrolables, angustia, pérdida de sueño. En esos casos no queda más remedio que buscar la ayuda profesional de un psicólogo CATÓLICO, por favor, que sepa lo que está haciendo. No sería la primera vez que se acudió a un psicólogo aparentemente bueno, pero agnóstico, que puso las cosas peor.

Estas son algunas sugerencias. Seguro que entre los lectores, sacerdotes, religiosos y laicos, pueden aportar mayor riqueza.