29.04.13

 

En algunas parroquias puede darse la existencia de un espécimen o especímenes a los que genéricamente doy el nombre de “madre superiora”. Sea una persona individual, en ese caso casi con toda probabilidad una señora, o un minúsculo grupo de feligreses, son los que en definitiva cortan el bacalao, hacen, deshacen, mandan y organizan, ponen y quitan por encima del párroco y de quien sea menester. A veces, incluso, han sido capaces de granjearse las simpatías de obispos y vicarios de forma que el cura más bien parece alguien a sus órdenes que el auténtico administrador y rector de la parroquia.

Nunca he sufrido esta situación en carne propia, pero sí puedo dar fe de las vicisitudes de algunos compañeros cuando tomaron posesión de la parroquia y descubrieron, desde el primer día, que por mucho nombramiento que tuvieran de facto no eran nada, que todo lo organizaba Fulanita que además tenía muy buena fama en las alturas diocesanas.

Básicamente hay dos tipos de “madres superioras”.

- “Madre superiora conchabada con el párroco”. Es el caso de la parroquia con párroco y uno o más vicarios parroquiales, donde las decisiones la toman el párroco y la señora correspondiente y los vicarios parroquiales hacen lo que les dice Mari Puri. Mari Puri decide cantos, horarios, modos y formas. Acepta colaboradores o rechaza, según vea. Decide sobre vasos sagrados, vestiduras litúrgicas, fechas especiales y lo que se ponga por delante con total anuencia del párroco que ha decidido confiar en ella por encima de los compañeros sacerdotes. Mal asunto. Porque o acatas amablemente lo que Mari Puri dice o te vas. Mari Puri manda. Punto.

- “Madre superiora por libre”. Se dan más en el ámbito rural, aunque no son desdeñables las urbanas. No sabes muy bien por qué, quizá por comodidad de párrocos anteriores, pero el hecho es que llegas a una parroquia y resulta que todo está en manos de la Manuela de turno. Manuela tiene en su casa los manteles y hasta los libros parroquiales. Es dueña de las llaves de templo, casa y locales, por donde se mueve sin límites. Recoge la colecta semanal, apunta misas, decide cómo organizar las fiestas patronales, busca colaboradores a su estilo y marca barreras a quien no le cae bien. Y donde digo Manuela, digo Manuela, Pepe y Antonio. Dos o tres que vienen a ser los dueños del cotarro y cuando llega cura nuevo le dejan más o menos espacio dependiendo de cómo les caiga, eso sí, mientras dejan muy claro que en el obispado tienen grandes amigos.

Pues si te toca una parroquia así, prepárate, amigo, porque cualquier solución es deficiente. Si decides claudicar desde el principio la vida será cómoda, pero no serás más que un pelele. Si cortas por lo sano, caerán sobre ti todas las iras de la madre superiora y sus adláteres que acabarán diciendo que pobrecita, lo que le han hecho, y toda la vida trabajando en la parroquia para que se lo agradezcan así. No faltarán incluso en el obispado gestos adustos.

Es igual. Mejor una vez colorado que ciento amarillo. En esos casos, desde el primer día, dejar claro quién manda y punto. Recuerdo un compañero que se encontró algo parecido. Lo primero que hizo, cambiar ABOSLUTAMENTE todas las cerraduras con la cosa de la seguridad y de una llave que le daba problemas. Lo segundo, el control económico. Lo tercero, recuperar los libros parroquiales y los papeles. Y trabajar mucho, eso sí, que las madres superioras suelen salir por dejadez tantas veces del párroco.

Un sacerdote mayor, ya fallecido, me decía que cada vez que le tocó cambiar de parroquia, antes de la toma de posesión, exigía tener sobre la mesa las llaves de todo, todos los papeles y el control económico. Buen consejo. Luego bastan dos detalles de esos que no admiten duda y ya se sabe quien manda.

Recuerdo a las pocas semanas de tomar posesión de uno de mis pueblos. Entro en la iglesia y me encuentro que habían bajado una imagen del coro y la habían colocado en un altar. Había un grupo de “madres superioras” limpiando la iglesia. No dije nada. Me fui a por la imagen, la verdad que sin calcular su peso, la cogí en brazos que casi me mato, y la volví a subir al coro. Las que estaban limpiando se quedaron mudas. Al bajar solo dije una cosa: aquí no se mueve un florero, no digamos ya una imagen, sin el permiso expreso del señor cura párroco. Después de eso no volví a tener demasiados problemas.