HOMILÍA DEL OBISPO | AÑO DE LA FE

FIESTA DE SAN JUAN DE ÁVILA

Y BODAS SACERDOTALES


 

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SANTANDER | 10.05.2013


FIESTA DE SAN JUAN DE ÁVILA

Y BODAS SACERDOTALES

 

Seminario de Monte Corbán,
10 de mayo de 2013

Rom 12, 3-13; Ps 22; Jn 15,1-8

+ Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander

 

            Queridos hermanos sacerdotes, diáconos, seminaristas, miembros de vida consagrada, familiares y amigos. Medios de Comunicación Social.

            El Señor Jesús nos reúne un año más en nuestro Seminario de Monte Corbán, corazón de la Diócesis, en torno a la mesa de la Palabra y del sacrificio de la Eucaristía, “sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad” (San Agustín). Lo hacemos en este tiempo alegre de la Pascua florida.

            Celebramos hoy, 10 de mayo, la fiesta de San Juan de Ávila, a quien cantamos con el himno patronal: “Apóstol de Andalucía / el clero español te aclama/ y al resplandor de tu vida/ en celo ardiente se abrasa”.

            Este año celebramos su fiesta después de ser proclamado por el Papa Benedicto XVI, el 7 de octubre del año pasado 2012, Doctor de la Iglesia universal. Un motivo importante para la lectura y meditación de sus escritos, que nos ayudarán a conocer, amar e imitar a San Juan de Ávila, no sólo por su doctrina eminente (ese es uno de los requisitos para ser declarado Doctor de la Iglesia), sino por la forma de vivirla y comunicarla.

     Guiados por él, en este Año de la fe y en estos tiempos de Nueva Evangelización, debemos estar dispuestos a recibir la luz de su palabra y su pasión evangélica, para ser testigos que viven unidos a Cristo y evangelizan en este mundo nuestro.

            Nuestra fiesta tiene sabor de familia, de fraternidad y de agradecimiento. Como presbiterio diocesano, damos gracias a Dios por el ministerio recibido, especialmente por estos hermanos nuestros, sacerdotes seculares y religiosos, que celebran el jubileo de sus bodas sacerdotales de diamante (11), de oro (8) y de plata (9). Un plantel de 28 trabajadores humildes en la viña del Señor.

        Hoy presentamos, como en un rico y subido ofertorio, sus vidas, cuajadas en cosecha de frutos sacerdotales. Ante el altar de Dios recordamos a sus padres que los engendraron a la vida, a sus hermanos y familia; a todos aquellos que hicieron posible la vocación primera; libre el posterior seguimiento en el Seminario y Noviciado; gozosa la actual permanencia en el ministerio, soportando los fríos y los calores del ministerio. Y le pedimos que acepte el deseo humilde, pero profundo que hoy les anima: ser trigo dorado en la era; ser pan vivo en la Iglesia; ser racimo fecundo unido a la Vid verdadera; ser pescadores de hombres y testigos de Cristo y de su Evangelio en el mundo.

            Como Obispo y en nombre de toda la Diócesis (sacerdotes, diáconos, miembros de vida consagrada,  fieles laicos y seminaristas), les agradecemos su ejemplar, fiel y generosa dedicación a Cristo y a nuestra Iglesia en las diversas parroquias, oficios y servicios pastorales que han desempeñado en estos sesenta, cincuenta y veinticinco años de vida sacerdotal y religiosa.

      Junto con el agradecimiento, nuestra más cordial felicitación y sincera enhorabuena, extensiva a todas sus familias, algunos de cuyos miembros están hoy con nosotros. 

San Juan de Ávila, modelo de sacerdotes

            En este día volvemos la mirada y el corazón a nuestro Santo Patrón, San Juan de Ávila. Es un ejemplo de sacerdote evangelizador y misionero, que recorrió las tierras de Andalucía sembrando el Evangelio, organizando convictorios para los sacerdotes, dirigiendo a miles de fieles y especialmente de sacerdotes con sus retiros, con sus sermones y con sus cartas.

         La siembra más importante de su espíritu sacerdotal la hizo sin embargo por medio de su ejemplo. Su vida fue un testimonio de amor a Dios y a los hombres, siguió el ejemplo de Cristo, consagrando gran parte de su tiempo a la oración y viviendo con alegría la pobreza evangélica, la obediencia apostólica y el abnegado servicio al apostolado y a la evangelización.

        En su vida y en sus enseñanzas tenemos una fuente inagotable para alimentar nuestra vocación de sacerdotes al servicio a la Iglesia Diocesana, como fieles colaboradores del Obispo.

            En el evangelio de esta Santa Misa ha resonado de nuevo la conocida alegoría de la Vid y los sarmientos (cfr. Jn 15, 5).

“Yo soy la Vid, vosotros los sarmientos”. El sacramento del Orden nos injerta con un carácter propio y con una unión especial con Cristo-Vid verdadera: “El presbítero encuentra la plena verdad de su identidad en ser una derivación, una participación específica y una continuación del mismo Cristo, sumo y eterno Sacerdote de la nueva alianza” (PDV 12).

“Yo soy la Vid, vosotros los sarmientos”. Vosotros. Caigamos en la cuenta del valor del plural: vosotros. El presbítero siempre será un co-presbítero. Ha sido incorporado por la misma ordenación a un colegio, a un presbiterio. No podrá prescindir de él, si no quiere adulterar sustancialmente su ministerio.

       Esto entraña la nota de la fraternidad sacramental, de la comunión, de la corresponsabilidad. Su misión tampoco puede prescindir de la comunidad, a la que sirve en representación de Cristo Cabeza y Pastor. Los dones que ha recibido son para los demás y ha de ejercerlos, como nos ha dicho San Pablo en la primera lectura de la carta a los Romanos: como buenos hermanos, seamos cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo [...] sirvamos constantemente al Señor; que la esperanza nos tenga alegres; estemos firmes en la tribulación y asiduos en la oración (cfr. Rom 12, 3-13).

            “Yo soy la Vid, vosotros los sarmientos”. Esta afirmación tiene también una referencia a la Eucaristía. En ella aparece, de la manera más visible, quién es el sacerdote y qué hace para la vida y misión de la Iglesia. En la Eucaristía, el sacerdote, estrecha su unión con Cristo, Vid verdadera y fuente de vida sobrenatural. En la Eucaristía, se fortalece su ministerio para poder prolongar su entrega en todos los momentos de la vida. “Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”. “Tomad y comed: tomad y bebed”.

          Lo dice y lo hace Cristo a través del sacerdote, en la celebración de la Eucaristía y en cada momento de la vida. Lo que los sacerdotes tenemos que hacer en memoria de Cristo no es sólo repetir  un rito como meros funcionarios, sino hacer de nuestra vida una existencia “eucarística”, es decir, una entrega obediente a la voluntad de Dios y un servicio generoso y sacrificado a los hermanos.

          El Papa Francisco, en la ordenación de diez sacerdotes, el domingo 21 de abril pasado, domingo del Buen Pastor y Jornada de oración por las vocaciones, les decía: “Lean y mediten asiduamente la Palabra de Dios, para creer aquello que han leído, para enseñar lo que aprendieron, y para vivir lo que han enseñado […] Con el Bautismo agregarán nuevos fieles al Pueblo de Dios. Con el sacramento de la Penitencia redimirán los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia. Y hoy les pido en nombre de Cristo y de la Iglesia: por favor, no se cansen de ser misericordiosos” […] Sean pastores, no funcionarios. Sean mediadores, no intermediarios”. 

San Juan de Ávila, testigo de la fe

para la Nueva Evangelización

            Cuando el Santo Padre Benedicto XVI proclamaba a San Juan de Ávila Doctor de la Iglesia universal, nos lo presentaba también como testigo de la fe y maestro de evangelizadores en el contexto de la Nueva Evangelización.

        Se cumplían así las palabras proféticas del Papa Pablo VI en la homilía de su canonización en el año 1970: “San Juan de Ávila es un sacerdote que, bajo muchos aspectos, podemos llamar moderno, especialmente por la pluralidad de facetas que su vida ofrece a nuestra consideración y, por tanto, a nuestra imitación”.

            La recia personalidad del Maestro Ávila, su amor entrañable a Jesucristo, su pasión por la Iglesia, su ardor y entrega apostólica son estímulos permanentes para que vivamos con fidelidad la vocación a la que Dios nos llama a cada uno y seamos testigos de la fe.

“El amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, es la clave de la experiencia personal y de la doctrina del Santo Maestro Ávila, un ‘predicador evangélico’ siempre anclado en la Sagrada Escritura, apasionado de la verdad y referente cualificado para la Nueva Evangelización” (Benedicto XVI, Carta Apostólica).

            Confiemos a la Virgen María, Madre de los sacerdotes, el don de nuestro sacerdocio e imploremos la intercesión de nuestro Santo Patrón San Juan de Ávila, para que lo leamos, lo amemos e imitemos en el ejercicio de nuestro ministerio.

Amén.