2.05.13

 

Me contaba hace algún tiempo un buen amigo que en su parroquia habían recogido firmas en apoyo a un sacerdote y pidiendo que se revocara su traslado a otro destino pastoral. Se mostraba orgulloso por lo que, según él, era una muestra de la valía del sacerdote, de su buena labor en la parroquia, y del afecto de la gente.

Lo que no se imaginaba mi amigo era que un servidor, en lugar de abundar en sus tesis, sacara justo la conclusión contraria. Si se recogen firmas para que un sacerdote no sea trasladado, eso significa que no se ha entendido lo que es el ministerio, que no se ha hecho comprender a la gente en qué consiste la labor del pastor como colaborador del obispo y además, y sobre todo, que el cura en cuestión es un cantamañanas con ganas de incordiar.

La gente está intoxicada de programas de televisión, por eso no es de extrañar que ante la marcha de un sacerdote de la parroquia surjan personas de buena voluntad que no tengan mejor ocurrencia que recoger firmas y llamar a los de la tele. Me pasó en mi último traslado: “si estás bien, y nosotros contigo, ¿por qué te cambian? ¿No se pueden recoger firmas?” Mi respuesta: “si se os ocurre hacer una cosa así, mañana me voy y no vuelvo a pisar el pueblo”.

El ministerio sacerdotal no puede entenderse si no es desde la colaboración con el obispo. Es el obispo quien tiene encomendado el cuidado pastoral de la diócesis y es él quien va tomando las decisiones más oportunas buscando el bien de las personas y el mejor servicio de los sacerdotes. Ya no existe eso tan antiguo de “parroquias en propiedad” ni nada semejante. Uno está para servir allá donde su obispo vea más oportuno. Ahora toca aquí, y mañana puede ser que en la otra punta por las razones más diversas. ¿Dónde está el problema?

Hay que enseñar a los fieles que el obispo se encarga de apacentar a su rebaño, que tomará las determinaciones más convenientes, y que bajo ningún concepto pueden pensar que nadie anda con intención de fastidiar, hacer daño y cargarse la fe de nadie, más bien todo lo contrario. También hay que saber explicar que la diócesis es algo mucho más amplio que mi pueblo, mi parroquia o mi barrio, que es algo de todos y que entre todos hay que colaborar. A partir de ahí, agradecidos al sacerdote que se fue, y agradecidos al que viene.

¿Y por qué llamo cantamañanas al cura que acepta eso de las firmas? Es sencillo de comprender. Una recogida de firmas, seamos claros, no vale para nada. Apañados estábamos si hubiera que pastorear la diócesis a golpe de firmas vecinales. La recogida de firmas lo que produce es animadversión contra el pastor (fíjate, llevarse a D. Fulano), desconfianza hacia los compañeros (seguro que le han hecho la vida imposible), división entre los fieles (este no firma porque no quería a D. Mengánez) y siempre mal ambiente. No digamos lo que es de cara al cura que llega, que para algunos podría ser el usurpador.

Los sacerdotes vamos y venimos. Es lo normal. Son las exigencias corrientes de la vida diocesana. D. Fulano se va a tal parroquia porque allí necesitamos un sacerdote que…, o va a tal otra porque lleva muchos años en esta y es bueno para todos un cambio, o a aquella por tal razón. Por cierto, hay razones que tampoco es fácil decir a los fieles.

¿Firmas? Nunca, por favor. Y si un sacerdote se deja querer así, y consiente en ellas, que me perdone, pero no es un sacerdote, es un cantamañanas. Si tiene problemas con el cambio, que lo hable con su obispo, pero que no encizañe a la gente.