9.05.13

Probablemente el mayor teólogo del siglo XX

A las 9:12 AM, por Alberto Royo
Categorías : Jesuitas, Sacerdotes, Vaticano II

 

HENRI DE LUBAC, “BUSCADOR INCANSABLE, MAESTRO ESPIRITUAL Y JESUITA FIEL” (JUAN PABLO II)

JOSÉ RAMÓN GODINO ALARCÓN

En relación con el artículo anterior, si queremos hablar de un teólogo que influyó sobremanera en el s. XX y más directamente en el Concilio Vaticano II el elegido sería, a pesar de los muchos candidatos, otro hijo insigne de San Ignacio de Loyola, el Cardenal Henri de Lubac.

Nació en Cambrai, Francia, el 20 de febrero de 1896. Hijo de un banquero que pertenecía a la antigua nobleza del centro-sur de Francia, su infancia transcurrió como la de cualquier chico de clase alta, recibiendo una esmerada educación y viviendo como aristócrata en la forma y la apariencia. Pero el joven Henri no siguió los pasos familiares y abrazó la vida religiosa. El 9 de octubre de 1913 entró en Lyon en la Compañía de Jesús, una institución religiosa con poca popularidad en Francia, aunque en la vanguardia educativa.

La situación europea se fue complicando poco a poco desde la entrada de De Lubac en la Compañía. Por esta razón la escuela de la Compañía se trasladó a Inglaterra, intentando con ello que los estudiantes no tuvieran que servir en la guerra que se avecinaba. Pero De Lubac fue llamado a filas en 1914, con tan solo dieciocho años. La experiencia de la guerra resultó muy dura. Combatía en el ejército francés hasta ser herido en la cabeza en la Batalla de Verdún (1916) Sus heridas eran de consideración, por lo que abandonó el ejército y pudo volver con los jesuitas.

A partir de ese momento comenzó la formación filosófica en Inglaterra, primero en Canterbury y, desde 1920, en Jersey. Estos años propiciaron que De Lubac conociera el ambiente intelectual inglés, muy distinto del que se vivía en el continente y en ese momento a la vanguardia mundial. Brevemente continuó sus estudios en Calais en 1924, pero de nuevo tuvo que volver a Inglaterra para cursar estudios de Teología en Hastings. Por fin, en 1926 la Compañía de Jesús pudo volver a su sede habitual, la Fouerviére de Lyon. Allí fue ordenado sacerdote el 22 de agosto de 1927 e impartió su primera conferencia en 1929, tras haber terminado sus estudios teológicos.

El P. Henri había destacado positivamente en sus estudios teológicos, por lo que al terminar su formación teológica se convirtió en profesor de Teología fundamental en la Universidad Católica de Lyon. En ella se mantuvo durante más de 30 años, desde 1929 hasta 1961, con tan sólo dos interrupciones: la de la Segunda Guerra Mundial y el tiempo que, como veremos, estuvo alejado de la docencia por obediencia a la Santa Sede.

Ya antes de la guerra, el P. Henri se había convertido en un autor de éxito y cuyo criterio teológico suscitaba la atención de los alumnos de toda Europa que acudían a recibir formación teológica en Lyon. Su primer libro, Catolicismo, publicado en 1938, supuso una auténtica revolución al tratar el aspecto social del dogma. La guerra propició un parón forzoso editorial, pero varias obras que se habían ido gestando hasta que 1940 aparecieron en edición conjunta después de la guerra. Los libros de De Lubac suscitaban atención en el ambiente teológico, en especial entre quienes propugnaban una nueva forma de hacer Teología y que veían en él un referente. No faltaban tampoco quien los miraba con sospecha.

Todas estas obras, en especial el Sobrenatural, pusieron al P. Henri en primera línea de la Teología especulativa. En 1942 había fundado con Daniélou, también jesuita y amigo, la revista Sources chrétiennes, dedicada a la Patrología y que se convirtió en símbolo de la Nouvelle theologie, la nueva forma de hacer Teología que venía exponiendo en sus obras y que había enseñado a sus alumnos de Lyon, entre los que destacaban los jóvenes religiosos von Balthasar y Daniélou. La revista marcaba el camino que debía seguir el nuevo método teológico, más centrado en la tradición patrística que en el método tomista, por aquel entonces casi obligatorio para los centros católicos.

La Segunda Guerra Mundial influyó mucho en la vida de Henri de Lubac. Desde el comienzo se sumó a la iniciativa de “resistencia espiritual”: la oposición al régimen nazi a través de iniciativas pacíficas clandestinas. Para ello colaboró activamente en la publicación de Cahiers du temoinage chrétien. En la publicación se defendía claramente cómo era imposible compatibilizar la fe cristiana con la filosofía y las actividades del régimen nazi, en especial el antisemitismo. Además se mostraba frontalmente opuesta al gobierno de Vichy, títere en el sur de los invasores nazis. Para el P. Henri esa implicación suponía poner en riesgo su vida y, como consecuencia, mantener una existencia apartada, clandestina. Varios de sus compañeros de resistencia fueron detenidos y ejecutados por su participación en la difusión de la revista. A pesar de la tensión y los problemas sus estudios no se detuvieron y la investigación teológica siguió su curso.

Al acabar la guerra, como hemos dicho, De Lubac estaba en primera línea en el plano teológico. Esa primera línea no sólo le daba parabienes, también había muchos teólogos que miraban con recelo su producción, en especial a lo que se refiere a la relación entre la gracia y la libertad, controvertido tema cerrado en falso en el s. XVI y que había enfrentado a jesuitas y dominicos. La Santa Sede recomendaba con gran viveza (con documentos magisteriales incluso) la vuelta a la Escolástica tomista, distinta de la Escolástica que enseñaba la Compañía de Jesús, que utilizando a santo Tomás aportaba enseñanzas en gran medida distintas, lo que solía oponerles a la escuela dominica, tradicionalmente fiel al Aquinate.

La publicación del Sobrenatural y de otras obras como El drama del humanismo ateo supuso un escándalo y en muchos lugares se entendió como una nueva forma de la Compañía de señalar a un teólogo de su orden que creara una corriente distinta a la tomista. El momento no era el más propicio, con la controversia modernista muy reciente y con una gran preocupación en la Santa Sede por lo que se enseñaba en las facultades católicas. La guerra había detenido la actividad normal en todos los sentidos, pero una vez pasada la contienda el tema fue abordado con gran preocupación incluso por las más altas instancias.

El mismo De Lubac decía que en 1950 “un rayo cayó sobre Fourviére”. Tras muchas investigaciones es apartado junto con otros cuatro profesores de la docencia cuando tan sólo había impartido un curso completo entre 1935-1940 (siguiendo la tradición, el profesor de dogmática impartía todas las asignaturas para así poder desarrollar todo su pensamiento, lo que duraba en esa época cinco cursos).

Tuvo que dejar su cátedra, la provincia jesuita de Lyon y su actividad editorial. El Sobrenatural, junto a algunas obras más es apartado de las bibliotecas de la Compañía de Jesús por orden de la Santa Sede. Incluso se ordenó limitar al máximo la distribución pública de sus obras. De Lubac, de facto, era sospechoso por sus ideas. Él mismo contaba como el superior de la Compañía de Jesús, Janssens, afirmó que había tenido que tomar tales medidas porque en la Curia se pensaba que De Lubac tenía “errores perniciosos sobre los puntos esenciales del dogma”. El religioso obedeció a todo lo que se le mandaba, dedicándose a la vida normal de jesuita sin atraer hacia sí ningún tipo de atención.

Ese mismo año Pío XII publicaba la Humani generis. Muchos han pensado que se trataba de un mensaje para los teólogos de la “nouvelle theologie”, pero en especial para De Lubac. Los rumores le atacaban desde hacía tiempo, pero que se dijera que directamente el Papa señalaba errores era casi una condena. Con la perspectiva del tiempo podemos entender los recelos e incluso la oposición de amplios sectores teológicos. La “nouvelle theologie” proponía una renovada atención a las fuentes patrísticas del catolicismo, la voluntad de hacer frente a las ideas y preocupaciones de los hombres y mujeres contemporáneos, un nuevo enfoque en el trabajo pastoral y el respeto a las competencias de los laicos. En el fondo era un sentido de la Iglesia Católica desde la Historia viendo cómo el paso de los siglos la había ido afectando. Tantos elementos nuevos podían resultar indigestos en una Teología que había permanecido durante un siglo casi sin alteraciones, pero con una base filosófica fortísima. Lo que se proponía en ese momento era adecuado, pero, a juicio de muchos contemporáneos, inconsistente en su base.

Los “años oscuros” de Henri de Lubac se extendieron durante casi una década. Tiempo de silencio, obediencia a sus superiores y fidelidad a la Iglesia. Sólo en 1956 se le permitió volver a Lyon y hasta 1958 no se recibió aprobación de Roma para que pueda volver a la enseñanza de la dogmática como antes de ser apartado de la docencia. A pesar de todo, estos años fueron prolíficos para el P. Henri, que a pesar de no poder publicar ninguna obra, continuó con sus estudios. Fruto de este tiempo son dos de sus obras más importantes: Meditación sobre la Iglesia, auténtica inspiradora de la Lumen Gentium, y Ateísmo.

En 1957 se convirtió en miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas y en 1959 comenzó a colaborar con el Instituto Católico de París. El regreso a la enseñanza y la posibilidad de publicar, esta vez sin presiones, volvió a situar a De Lubac en una posición privilegiada y de autoridad teológica, por lo que Juan XXIII le nombró en agosto de 1960 asesor de la Comisión Preparatoria de Teología para el próximo Concilio que había de celebrarse. La rehabilitación de Henri de Lubac era ya completa.

Durante el Concilio actuó como perito en cuestiones teológicas, influyendo notoriamente en el desarrollo de las discusiones conciliares. Cercano a Pablo VI, durante las últimas sesiones ayudó en la Comisión Teológica y en varias secretarías, teniendo una autoridad incontestable. Después del Concilio fue miembro de la Comisión Teológica internacional.

Es cierto que las actas del Concilio no nos permiten medir hasta dónde llegó la influencia de De Lubac ni los temas en los que más influyó, pero la mayoría de los historiadores señalan que donde más se notó su peso fue en la Eclesiología. El esquema presentado en el aula conciliar fue desestimado completamente para gestar un nuevo documento que, con el paso del tiempo, se convertiría en uno de los más difíciles y discutidos. De Lubac hacía hincapié en que se definiera a la Iglesia como Pueblo de Dios, alejándose de las afirmaciones clericalistas que se podían entender desde las antiguas definiciones. El resultado nos da a entender la influencia de Henri de Lubac en Lumen Gentium y, por añadidura, en Gaudium et Spes.

Después del Concilio el P. Henri podía ser considerado el teólogo más importante de la Iglesia. Con el permiso de sus superiores comenzó a rehabilitar la figura de Teilhard de Chardin, quien al haber muerto en 1955 en una situación parecida a la que tuvo que pasar él mismo en esos años había quedado reducido a un segundo plano, siendo escasamente reconocido incluso en la Compañía de Jesús. Durante estos años De Lubac trabajó junto con sus amigos y discípulos para que lo gestado en años anteriores lanzara una luz a la Iglesia, desgarrada en ese tiempo por los desmanes posconciliares.

Su amistad con Pablo VI creció a lo largo de los años, llegando incluso a ser propuesto como cardenal en 1969. De Lubac se negó porque eso conllevaba un “abuso del ministerio apostólico”. Según la normativa, todos los cardenales debían ser obispos, algo que rechazaba De Lubac para sí mismo. Pablo VI, que deseaba hacer cardenal a algún teólogo jesuita de la nueva escuela, al final optó por Daniélou, gran amigo de De Lubac y fiel colaborador incluso en los “años oscuros”.

Sus últimos años fueron tranquilos, en París. Desde allí continuaba con su vida de estudio hasta que la enfermedad le impidió la actividad. Se había adelantado a su tiempo en temas como el diálogo interreligioso o el ecumenismo y pasó sus últimos años en la oscuridad del retiro. Como último reconocimiento Juan Pablo II rompió la normativa de que los obispos fueran cardenales para que De Lubac aceptara el nombramiento. Fue creado cardenal el 2 de febrero de 1983, llegando incluso a ser durante poco más de un año el cardenal más anciano. Murió en París el 4 de septiembre de 1991. En sus funerales se leyó un mensaje de Juan Pablo II que le definía como “buscador incansable, maestro espiritual y jesuita fiel en el ámbito de las diversas dificultades de su vida”. Así expresaba su alta estima y la de la Santa Sede, recordándole como una luz que brilló en medio de la oscuridad. Las cosas habían cambiado mucho desde los años 50.