11.05.13

Simple y profunda, la misa con el Papa Francisco

A las 5:08 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : Papa Francisco

Del Vatican Insider

La misa podría ser la de cualquier parroquia de periferia, en Roma o en Buenos Aires. No importa el país. Sólo que existe un detalle, para nada secundario: el celebrante es el Papa Francisco. Sobria y profunda al mismo tiempo. Así es la eucaristía que, cotidianamente, Jorge Mario Bergoglio preside en la capilla de la Casa de Santa Marta, su residencia en El Vaticano. Tras la bendición final reza unos momentos y después saluda, uno por uno, a todos los fieles.

Cada día toca a un grupo distinto acompañarle: generalmente se trata de empleados de la Santa Sede. Este sábado fue el turno de varios miembros de la Gendarmería Vaticana y los periodistas argentinos en Roma, acompañados por nuestras familias. Un detalle del Papa compatriota.

Los controles de seguridad y el ingreso al territorio vaticano obligaron a todos los asistentes a madrugar. Al menos 20 minutos se necesitaron para recorrer el trayecto de la Piazza del Sant’Uffizio y el ingreso de Santa Marta. A las 7:00 debía estar todo listo para el ingreso de Francisco. Y así fue. Puntual hizo su ingreso aquella figura espartana, con su casulla blanca y con su paso saltarín, producto de un problema de espalda propio de la edad.

La capilla de paredes blancas y diseño a base de picos parecía el escenario ideal para Francisco. Con una decoración austera pero armónica, casi como sus vestiduras. Concelebró junto a dos sacerdotes, uno de ellos el también periodista español Antonio Pelayo.

Bergoglio centró su homilía en el tema de la oración y recordó que el evangelio exhorta a pedir a Dios lo que sea, pero siempre en el nombre de Jesús. Porque Cristo es el gran intercesor de los hombres ante el padre, es quien al ascender a los cielos abre la puerta y la deja abierta. “No porque se la haya olvidado abierta, sino para que entremos en ella”, aclaró echando mano de una de sus eficaces metáforas.

“Él reza por nosotros ante el padre. A mí siempre me gustó esto. Jesús, en su resurrección, tuvo un cuerpo bellísimo: la llagas de la flagelación, las espinas, desaparecieron todas. Los moretones de los golpes desaparecieron. Pero él quiso tener siempre los estigmas, y los estigmas son precisamente su oración de intercesión al Padre: ¡Mira… este te pide en mi nombre, mira! Esta es la novedad que Jesús nos dice: tener confianza en su pasión, tener confianza en su victoria sobre la muerte, tener confianza en sus estigmas. Él es el sacerdote y este es el sacrificio: sus heridas. Y esto nos da confianza, nos da valentía de rezar”, afirmó.

El Papa reconoció que muchas veces los fieles se aburren en la oración, pero precisó que rezar no es pedir “esto o lo otro” sino la intercesión de Jesús ante el Padre. Es un ejercicio que obliga a salir de uno mismo mientras la oración que aburre siempre se queda dentro, como un pensamiento que va y viene. “Pero la verdadera oración es salir de uno mismo hacia el padre en nombre de Jesús, es un éxodo de nosotros mismos”, insistió.

Según Francisco este éxodo de uno mismo debe dirigirse no sólo hacia las llagas de Jesucristo, sino también hacia las heridas de los hermanos y hermanas más necesitados.

“Si no logramos salir de nosotros mismos hacia el necesitado, hacia el enfermo, el ignorante, el pobre, el explotado, si nosotros no logramos concretar esta salida de nosotros mismo hacia esas heridas, no aprenderemos jamás la libertad que nos lleva a la otra salida de nosotros mismos, hacia las llagas de Jesús. Existen dos salidas de nosotros mismos: una hacia las llagas de Jesús y la otra hacia las llagas de nuestros hermanos. Y este es el camino que Jesús quiere de nuestra oración”, ponderó.

Después de la homilía se tomó un rato de silencio. En la capilla el silencio no era total, en parte por la inquietud de algunos niños, entre ellos mi hija Caterina, de casi dos años. Desde que vio aquella imagen sacerdotal entrar no dejó de decir: “¡El Papa Francisco, el Papa Francisco!". No sólo lo conoce, es su fan número uno. Tanto que grita: “¡Viva el Papa!” cada vez que ve una cúpula de iglesia, sin importar si se trata de una católica, adventista o bautista. Como si todas las cúpulas fueran San Pedro y todos los templos El Vaticano, donde vive el Papa argentino.

Ella y su inquietud se derritieron ante la figura del Papa. Sobre todo cuando les dijo: “Me das un besito". María Teresa, la mayor de mis dos hijas con sus tres años, respondió inmediatamente. No sólo puso la mejilla para recibir la caricia, también le dió un gran beso al Papa. Lo mismo que Cate. A su corta edad y ahí, en el pasillo de Santa Marta, quedaron con la sonrisa estampada en la cara. Como todos los que encuentran al Papa venido del fin del mundo.