ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 19 de mayo de 2013

Doc. Francisco

Abrirse a la novedad del Espíritu Santo
Homilía del papa en la Jornada con los movimientos

Francisco papa

El Espíritu Santo renueva la unidad de la Iglesia
Reflexión de Francisco en el rezo del Regina Coeli

Francisco: El Espíritu Santo es el alma de la misión
Palabras alentadoras a los movimientos laicos reunidos en el Vaticano

SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA

Santa María Bernarda Bütler
«Vida consagrada al servicio de los enfermos más pobres y necesitados»

Foro

¿Ya no hay certezas?

Flash

Reelegido el nuevo superior general de los Camilos
Se trata del presbítero Renato Salvatore


Doc. Francisco


Abrirse a la novedad del Espíritu Santo
Homilía del papa en la Jornada con los movimientos

Por Francisco papa

CIUDAD DEL VATICANO, 19 de mayo de 2013 (Zenit.org) - Durante la Jornada con los movimientos, las nuevas comunidades, las asociaciones y las organizaciones laicales, celebrada hoy en la plaza de san Pedro, el papa Francisco presidió la misa por la solemnidad de Pentecostés, 

Ofrecemos el texto íntegro de su homilía.

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Queridos hermanos y hermanas:

En este día, contemplamos y revivimos en la liturgia la efusión del Espíritu Santo que Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha desbordado el cenáculo de Jerusalén para difundirse por todo el mundo.

Pero, ¿qué sucedió en aquel día tan lejano a nosotros, y sin embargo, tan cercano, que llega adentro de nuestro corazón? San Lucas nos da la respuesta en el texto de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado (2,1-11). El evangelista nos lleva hasta Jerusalén, al piso superior de la casa donde están reunidos los Apóstoles. El primer elemento que nos llama la atención es el estruendo que de repente vino del cielo, «como de viento que sopla fuertemente», y llenó toda la casa; luego, las «lenguas como llamaradas», que se dividían y se posaban encima de cada uno de los Apóstoles. Estruendo y lenguas de fuego son signos claros y concretos que tocan a los Apóstoles, no sólo exteriormente, sino también en su interior: en su mente y en su corazón. Como consecuencia, «se llenaron todos de Espíritu Santo», que desencadenó su fuerza irresistible, con resultados llamativos: «Empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse». Asistimos, entonces, a una situación totalmente sorprendente: una multitud se congrega y queda admirada porque cada uno oye hablar a los Apóstoles en su propia lengua. Todos experimentan algo nuevo, que nunca había sucedido: «Los oímos hablar en nuestra lengua nativa». ¿Y de qué hablaban? «De las grandezas de Dios».

A la luz de este texto de los Hechos de los Apóstoles, deseo reflexionar sobre tres palabras relacionadas con la acción del Espíritu: novedad, armonía, misión.

1. La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad - Dios ofrece siempre novedad -, trasforma y pide confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos hoy: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta? Nos hará bien hacernos estas preguntas durante toda la jornada.

2. Una segunda idea: el Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en el Iglesia, porque produce diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo su acción, todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo. Un Padre de la Iglesia tiene una expresión que me gusta mucho: el Espíritu Santo “ipse harmonia est”. Él es precisamente la armonía. Sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son muy peligrosos. Cuando nos aventuramos a ir más allá (proagon) de la doctrina y de la Comunidad eclesial – dice el Apóstol Juan en la segunda lectura -  y no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo (cf. 2Jn 1,9). Así, pues, preguntémonos: ¿Estoy abierto a la armonía del Espíritu Santo, superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar por Él viviendo en la Iglesia y con la Iglesia?

3. El último punto. Los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de vela; el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la fuerza y el ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es el alma de la misión. Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don por excelencia de Cristo resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue a todos. Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, dice: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros» (Jn 14,16). Es el Espíritu Paráclito, el «Consolador», que da el valor para recorrer los caminos del mundo llevando el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo. Preguntémonos si tenemos la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro grupo, o si dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la misión. Recordemos hoy estas tres palabras: novedad, armonía, misión.

La liturgia de hoy es una gran oración, que la Iglesia con Jesús eleva al Padre, para que renueve la efusión del Espíritu Santo. Que cada uno de nosotros, cada grupo, cada movimiento, en la armonía de la Iglesia, se dirija al Padre para pedirle este don. También hoy, como en su nacimiento, junto con María, la Iglesia invoca: «Veni Sancte Spiritus! – Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». Amén.

© Libreria Editrice Vaticana

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Francisco papa


El Espíritu Santo renueva la unidad de la Iglesia
Reflexión de Francisco en el rezo del Regina Coeli

Por Francisco papa

CIUDAD DEL VATICANO, 19 de mayo de 2013 (Zenit.org) - Esta mañana, al finalizar la misa con los diversos movimientos eclesiales, el papa Francisco rezó el Regina Coeli con los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro.

Ofrecemos las palabras del santo padre al finalizar la oración mariana.

*****

Queridos hermanos y hermanas, está a punto de concluir esta fiesta de la fe, que comenzó ayer con la Vigilia y terminó esta mañana en la Eucaristía. Un nuevo Pentecostés que ha transformado la Plaza de San Pedro en un Cenáculo al aire libre. Hemos revivido la experiencia de la Iglesia primitiva, siendo una en la oración con María, la Madre de Jesús (cf. Hch 1,14).

Nosotros también, en la variedad de los carismas, hemos experimentado la belleza de la unidad, para ser uno. Y esta es la obra del Espíritu Santo, que siempre crea de nuevo la unidad en la Iglesia.

Quisiera dar las gracias a todos los movimientos, asociaciones, comunidades y organizaciones eclesiales. ¡Ustedes son un don y una riqueza para la Iglesia! ¡Esto son ustedes!.

Agradezco en particular a todos los que han venido de Roma y de muchas partes del mundo. Lleve siempre el poder del Evangelio! ¡No tengan miedo!

¡Tengan siempre la alegría y la pasión por la comunión en la Iglesia! ¡El Señor resucitado esté siempre con vosotros y que la Virgen los proteja!

Queridos hermanos y hermanas, muchas gracias por su amor a la Iglesia. ¡Buena fiesta!

Traducido del italiano por José Antonio Varela V.

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Francisco: El Espíritu Santo es el alma de la misión
Palabras alentadoras a los movimientos laicos reunidos en el Vaticano

Por José Antonio Varela Vidal

LIMA, 19 de mayo de 2013 (Zenit.org) - Durante la misa presidida con motivo de la solemnidad de Pentecostés, el papa Francisco centró su homilía en la acción de la tercera persona de la Trinidad, esto es el Espíritu Santo.

Ante una plaza de San Pedro abarrotada de fieles llegados hasta allí con motivo de la «Jornada con los movimientos, las nuevas comunidades, las asociaciones y las organizaciones laicales», el santo padre centró su enseñanza en tres ideas de la lectura del día, tomada de Hechos de los Apóstoles sobre el Cemáculo: novedad, armonía y misión.

Es así que ante el "miedo" que siente el cristiano cuando Dios quiere llevarlo por caminos nuevos, fuera "de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos", Francisco invitó a "que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones".

Porque, según explicó, "la novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad". E invitó al creyente a "recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta", en vez de "atrincherarnos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta".

El Espíritu de armonía

El Catequista universal enseñó a los fieles que el Espíritu Santo produce diversidad de carismas y de dones, pero esto no crea desorden en el Iglesia; sino que el Espíritu trae "la unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía". Porque solo Él, continuó, "puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad".

Lo opuesto se da, "cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división". Porque cuando el cristiano quiere construir la unidad con planes humanos, "terminamos por imponer la uniformidad, la homologación".

Cuando la Iglesia es guiada por el Espíritu "la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia".

Invitó por ello a "caminar juntos en la Iglesia, guiados por los pastores (porque) la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento". Advirtió también que cuando se va más allá de la doctrina y de la comunidad eclesial "no estamos unidos al Dios de Jesucristo" (cf. 2Jn 1,9).

Una Iglesia que salga

Francisco recordó también que sin la fuerza y la gracia del Espíritu Santo, la Iglesia no va hacia delante. Otra característica de la persona trinitaria es que esta introduce a los cristianos "en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto".

Por el contrario, el Espíritu "nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es el alma de la misión".

Al ser el Paráclito, el «Consolador», --añadió-- "da el valor para recorrer los caminos del mundo llevando el Evangelio ... nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo".

Finalizo invitando a cada grupo, cada movimiento y en sí a todo cristiano, a que se dirija al Padre para pedirle este don.

El texto completo de la homilía del papa aquí

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SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA


Santa María Bernarda Bütler
«Vida consagrada al servicio de los enfermos más pobres y necesitados»

Por Isabel Orellana Vilches

MADRID, 19 de mayo de 2013 (Zenit.org) - Verena Bütler nació en Auw, cantón de Aargau, Suiza el 28 de mayo de 1848. Aprendió a amar a Dios así como a María con el rezo diario del rosario en familia junto a sus padres, los humildes campesinos Enrique y Catalina. Heredó el espíritu mariano de ésta que solía peregrinar al santuario de «María Einsiedeln»; pertenecía a la orden tercera de San Francisco y socorría a los necesitados. Verena era permeable a todo ello. En esta etapa brotó su sensibilidad por las almas del Purgatorio. También hubo travesuras, rabietas diversas y hasta alguna que otra mentira. Inicialmente llegó a sentir cierta inquina hacia quien develaba su mal comportamiento ante Catalina, aunque vencía esta tendencia acercándose a la persona «delatora». Todo esto acontecía antes de sus primeros 7 años de vida. Con la gracia divina iría modificando paulatinamente sus flaquezas. Cursados los estudios primarios, y sin inclinación por la vía intelectual, optó por trabajar en el campo. La naturaleza entera le seducía porque, de algún modo, ya vislumbraba en ella la presencia de Dios. Hubo un amor adolescente, que fue correspondido, pero rehusó seguir adelante con el compromiso; se sentía invitada a darse a los demás de otro modo. Su vida sería siempre un «¡como Dios lo quiera!».

A los 18 años inició una experiencia en el convento de la Santa Cruz, de Menzingen. Pudo estar inducida por una imagen que se le quedó grabada de niña al ver a una religiosa pidiendo limosna. Entonces se dijo: «seré monja». Sin embargo, mientras se hallaba junto a las hermanas una voz interior, que juzgó inspirada de lo alto, le hizo ver que debía buscar otro camino. No llegó a permanecer con la comunidad ni quince días. Regresó a su casa, reanudó el trabajo, continuó orando, haciendo apostolado y participando activamente en la parroquia; así mantuvo viva la llama de su vocación. El 12 de noviembre de 1867, de acuerdo con el párroco que le aconsejó certeramente, ingresó en el monasterio de María Auxiliadora, en Altstätten, Suiza. Y el 4 de mayo de 1868 le impusieron el hábito franciscano. Tomó el nombre de María Bernarda del Sagrado Corazón de María. Al año siguiente emitió los votos. Viendo sus cualidades y profunda virtud, la designaron maestra de novicias y posteriormente superiora, cargo para el que fue reelegida sucesivamente en tres ocasiones.

Lejos de allí, en Portoviejo, Ecuador, la mies era mucha y los obreros pocos. Verena había tenido noticias de ello a través del provincial de los capuchinos, P. Buenaventura Frei, que se hallaba en Norteamérica y que estuvo alojado en el convento. Ella vio el signo para fundar una casa en esas tierras, y comenzó a realizar las gestiones pertinentes. Todo fue en vano. No había llegado la hora. Más tarde, el capuchino mantuvo un encuentro con el obispo de Portoviejo, Mons. Pedro Schumacher quien, al conocer la disposición de la beata, solicitó ayuda al monasterio. De modo que, obtenidos los permisos requeridos, el 19 de junio de 1888 Verena partió junto con seis religiosas a Le Havre, Francia; desde allí viajaron a Ecuador. Se encaminaba hacia su misión como fundadora de un nuevo Instituto: la congregación de Hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora. El prelado las acogió encomendándoles Chone, una localidad de 13.000 habitantes en la que precisaban religiosas como ellas para encender su corazón. Se centraron en la educación mientras cultivaban otras vías apostólicas para dar a conocer a Cristo. También asistían a enfermos y auxiliaban a los pobres. La santa puso la base de esta incansable acción en los sólidos pilares de la oración, pobreza, obras de misericordia y fidelidad a la Iglesia. No fue una labor sencilla. Junto a la comunidad debió sortear dificultades climatológicas, económicas, sociales, muchas inseguridades, y hasta malentendidos con algunos miembros de la Iglesia. Hubo religiosas que abandonaron la fundación. Por si fuera poco, en 1895 se desató una enconada persecución contra la Iglesia, y la fundadora tuvo que huir junto a quince religiosas. Embarcaron hacia Colombia y en el trayecto recibieron la invitación de Mons. Eugenio Biffi, obispo de Cartagena, quien les anunciaba que las acogería en su diócesis. Llegaron a Cartagena de Indias en agosto de 1895. El prelado las esperaba y les destinó como residencia un ala del hospital de mujeres, Obra Pía.

Cuando la labor ya se había afianzado y crecieron las vocaciones, surgieron nuevas casas que se extendieron por Colombia, Austria y Brasil. Para todas era evidente la virtud de Verena, quien las atendía de manera incansable. Y eso fue manifiesto también en los diversos viajes apostólicos que efectuó, en los que compartía las tareas con las religiosas de forma sencilla, generosa. Sus gestos estaban marcados por la ternura y la misericordia. Era muy animosa, clara en sus juicios: «Llevar una vida cómoda mientras tantos necesitan un servicio, no nos hace felices, en cambio, no crearnos necesidades produce energía, favorece la salud y alarga la vida». Sus hijas tenían espejo en el que mirarse: «Amadas hijas, Dios está en la escuela, en la enfermería, en la portería, en el locutorio, en todos los servicios. Con simplicidad lo encontraremos en todas partes».Tuvo predilección por los pobres y por los enfermos. «Abran sus casas para ayudar a los pobres y a los marginados. Prefieran el cuidado de los indigentes a cualquier otra actividad»,decía. Estuvo al frente de la congregación 32 años. Cesó por voluntad propia, pero continuó ayudando y sirviendo a sus hermanas. Fue un ejemplo de entereza y paciencia. No alimentó recelos, perdonó, guardó silencio y nunca se defendió. Aludiendo a quienes le hicieron difícil vida y misión, decía: «Dios lo permitió. Él sabía para que debía servir, nadie tenía mala voluntad; no tenían conocimiento de la vida religiosa». Murió el 19 de mayo de 1924. Juan Pablo II la beatificó el 29 de octubre de 1995. Benedicto XVI la canonizó el 12 de octubre del año 2008.

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Foro


¿Ya no hay certezas?

Por Felipe Arizmendi Esquivel

SAN CRISTóBAL DE LAS CASAS, 19 de mayo de 2013 (Zenit.org) - Ofrecemos la colaboración habitual en el espacio Foro del obispo de San Cristóbal de las Casas, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel en que analiza la actitud ante la verdad del cristiano, lejos del relativismo imperante.

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SITUACIONES

En un viaje reciente por avión, en una de las revistas que nos ponen, leí este comentario sobre un artista que no conozco: “En él, nunca hay referentes fijos y quizá por eso es uno de los mejores símbolos de la actualidad de este momento histórico, en que la única certeza es que no hay certezas”. ¿Esto es así? ¿No hay certezas? Si así fuera, estaríamos en una oscuridad que nos llevaría al desastre.

Yo tengo certezas muy firmes, que me dan la fe en Dios y la experiencia de vida, pero otros no, y parecen preferir no tenerlas. Es la llamada dictadura del relativismo, donde cada quien crea su verdad, sin referencia a la historia, a sus padres, a la religión y a los demás. Si otro piensa distinto, me da lo mismo y nada me importa: que cada quien haga y piense lo que quiera, y así vivimos en paz. En estos casos, no cabe el diálogo, la confrontación, la búsqueda común de la verdad, sino que cada quien se queda con la suya, que de ordinario configura a su medida, conforme a sus gustos y preferencias, para no dejar que lo que le queda de conciencia, le inquiete. Es la actitud de Pilato: ¿Qué es la verdad? La tenía frente a sí, pero no había apertura en su corazón para aceptarla.

ILUMINACION

Dios es, según nuestra fe, fuente de toda verdad y de todo bien. El es la verdad total, absoluta, eterna, inconmovible, que no depende de los vaivenes de los tiempos, de las modas y de las opiniones mayoritarias, de que nos guste o no. El es Dios y no un objeto maleable a nuestro antojo. Sin embargo, no podemos imponer a los demás esa verdad que a nosotros nos llena tanto, nos orienta, nos abre perspectivas infinitas, nos corrige, nos consuela, nos levanta, nos da vida, y vida eterna.

Por otra parte, Dios se manifestó y se sigue manifestando de muchas maneras, en la Iglesia y fuera de sus estructuras. El Reino de Dios está presente y actúa no sólo en la Iglesia, sino en toda persona y acontecimiento que genera vida, paz, amor, justicia, verdad, solidaridad y servicio comunitario. Y no podemos cerrarnos al diálogo con no creyentes, con seguidores de otras religiones y con quienes nos rechazan, sino que debemos escucharnos con humildad, para enriquecernos mutuamente y juntos ir vislumbrando la Verdad.

La Palabra de Dios nos da una certeza total, absoluta; pero no podemos condenar a otros como incrédulos y faltos de verdad, pues en ellos podemos descubrir destellos de la Verdad. Por ello, en el II Encuentro-Diálogo Fe y Cultura sobre Laicidad y Trascendencia, que organizó nuestra Dimensión de Pastoral de la Cultura, en el museo Sumaya, junto con el Consejo Pontificio de la Cultura, afirmé lo siguiente:

Dialogar, con respeto y apertura de mente y de corazón, es un camino para crecer, como personas y como sociedad; es un proceso para construir, en forma conjunta y fraterna, la patria justa y solidaria que queremos; es ser y considerar a los otros como factores importantes en la vida, en la familia y en la comunidad.

No sabe dialogar quien se considera dueño absoluto de la verdad, que es sólo su verdad. Quien no escucha a los otros, se endiosa y, por ello, se hace una persona odiosa. No hay seres más repelentes que los engreídos en su postura, incapaces de aprender de la sabiduría y la experiencia de los otros. Todos podemos aprender de los demás, también de los pequeños, de los iletrados, de los campesinos e indígenas, pues, según nuestra fe cristiana, todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios; por tanto, inteligentes y dignos de respeto.

COMPROMISOS

En la familia, hay que transmitir a los niños la Verdad de Dios, que es Amor. No infundirles miedo hacia Dios, sino confianza y seguridad. Dios es la Verdad que nos da certeza de lo que somos, hacemos, pensamos y queremos. Cuando los niños crezcan y en la escuela o en otros medios escuchen otras verdades, hay que dialogar con ellos, para ofrecerles lo que dice Dios, sin imponérselos a la fuerza. Ayudarles con cariño y paciencia a distinguir unas verdades relativas, y la Verdad de Dios.

Seamos humildes para aprender de los demás, pues todos somos imágenes de Dios y El de alguna manera se manifiesta también en los otros, aunque no sean creyentes.

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Reelegido el nuevo superior general de los Camilos
Se trata del presbítero Renato Salvatore

Por Redacción

MADRID, 19 de mayo de 2013 (Zenit.org) - El 57 Capítulo General de la Orden de los Ministros de los Enfermos, más conocidos como religiosos camilos, estuvo reunido estos días en Ariccia (Italia) y ha reelegido al padre Renato Salvatore como superior general para un nuevo sexenio 2013-2019.

Con su elección y la de otros miembros, la nueva consulta general para el sexenio, queda constituida definitivamente así: padre Renato Salvatore, superior general; padre Paolo Guarise, vicario general y primer consultor; padre Yaovi Hubert Goudjinou, segundo consultor de formación; padre Alberto Marques, tercer consultor para el ministerio y el hermano Sorgho Dieudonné, cuarto consultor para las misiones y secretario general.

Los religiosos camilos siguen las huellas del santo italiano Camilo de Lellis, sirviendo a los enfermos de acuerdo con sus necesidades. Como parte de su carisma desarrollan las siguientes tareas: capellanes de hospitales, animadores de la pastoral de la salud, enfermeros, médicos, psicólogos, expertos en bioética y formadores de agentes pastorales. 

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