20.05.13

 

Lo del obispo emérito en plenas facultades físicas y mentales es un problema relativamente actual. Por supuesto que siempre existieron obispos eméritos, pero ya sabemos que era más habitual que el obispo estuviera en su cargo prácticamente hasta su fallecimiento, y si lo dejaba antes era por serias limitaciones en sus condiciones físicas o mentales. En cualquier caso, o ejercía de obispo, o estaba casi al límite.

Las cosas han cambiado. La norma dice que un obispo debe presentar su renuncia al cumplir 75 años y a partir de ahí depende del santo padre aceptársela o no. Lo normal es prolongar un poco, más o menos poco según, y encontrarnos con un obispo emérito con menos de ochenta años, con una salud como un roble y una esperanza de vida que se va sin demasiados problemas a más allá de los noventa. Vamos, no menos de diez años emérito en plenas facultades.

¿Y qué hace un señor obispo, arzobispo o cardenal sin cargo pastoral y una salud de hierro? Pues ese es el problema.

El ejemplo de lo que debe ser su vida al acabar su ministerio pastoral concreto lo está dando admirablemente Benedicto XVI. Desde el momento en que se hizo efectiva su renuncia como romano pontífice ha desaparecido de la faz de la tierra. Supongo que el papa Francisco le llamará o consultará si lo estima conveniente, pero no me imagino yo a Benedicto XVI hoy en la presentación de un libro, mañana en unas conferencias, pasado predicando ejercicios a unos sacerdotes y al otro concediendo una entrevista al diario de turno. Esto es lo que se llama humildad y saber estar en su sitio.

Malo es poner ejemplos, pero por otra parte ayudan a comprender. Vaya papelón en Córdoba el de fray Carlos Amigo, por ejemplo. Un congreso, acepta la apertura y mira por dónde viene el problema de Faus. Don Demetrio, obispo de la diócesis, no solo no va sino que saca una nota y ahí tienes sin embargo a fray Carlos, que con su porte, su altura y su voz, en cualquier reunión es un magnífico macetero apostólico. Ayer leí un poema de don Pedro Casaldáliga parece que dedicado a la juventud implicada en la JMJ de Rio de Janeiro 2013 y donde se permite afirmar sobre la existencia de Cristo “que los sabéis fríamente porque os lo han dicho con palabras frías…”

Y digo yo, ¿no estarían mejor calladitos? Porque para cualquier obispo ver aparecer por su diócesis a otro obispo, por muy cardenal que sea, en la presentación de un libro, un congreso, misa, boda, entierro, ejercicios espirituales o charla piadosa no deja de ser un incordio. Porque claro, es tu hermano y por la cosa de la fraternidad, la buena educación y no liarla, no va a decir nada el obispo de la diócesis y traga, aunque alguna vez luego se encuentre con el marrón de que mientras saca una nota diciendo a un congreso que no, luego lo inaugure un cardenal de la Iglesia. Tampoco entiendo lo de don Pedro, afán de juzgar si a Cristo se le anuncia con palabras frías. ¿Quién? ¿Juan Pablo II, Benedicto XVI, los obispos en cada lugar, los sacerdotes o catequistas? ¿Qué pasa, que solo en Mato Grosso se hace el anuncio correctamente?

Para cualquier obispo “jubilado” de sus responsabilidades pastorales directas, Benedicto XVI es un referente al que mirar. Pasó su época, ahora son otros, silencio, oración, y humildemente a disposición del santo padre y de sus hermanos los obispos si así se lo pidieren. Y ya. Creo que sería un gran favor para los demás obispos y para toda la Iglesia.