20.05.13

Divorciados vueltos a casar

A las 8:15 AM, por Germán
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La situación de innumerables parejas de bautizados, que han dejado su matrimonio legal y se han unido en concubinato preocupa hondamente a la Iglesia.

Incontables parejas separadas en su matrimonio válido e indisoluble, han hallado un nuevo cónyuge con el que no pueden contraer matrimonio católico. Es una situación triste. Muchas de estas parejas han encontrado en la nueva provisional unión, un equilibrio y una felicidad que no habían logrado en su matrimonio legítimo, pero les aferra su situación de cristianos. El concubinato admitido voluntariamente no les permite acercarse a la confesión sacramental, y, en esas circunstancias de situación de pecado, no pueden acercarse a la Sagrada Comunión, sin incidir en un sacrilegio.

La Iglesia no puede permanecer indiferente ante el doloroso problema que afecta a tantos hijos suyos. La Iglesia madre y maestra, busca la felicidad y el bien de los hogares, y, cuando por algún motivo éstos se disgregan, sufre y trata de consolarlos.

La Iglesia instituida para conducir a la salvación a los hombres, sobre todo a los bautizados, no puede abandonar a sí mismos a quienes -unidos ya con el vínculo matrimonial sacramental- han intentado pasar a nuevas nupcias. Por lo tanto, procurará infatigablemente poner a su disposición los medios de salvación (Familiaris consortio, 84).

El último sínodo de obispos que trató la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, abordó también el asunto de los divorciados vueltos a casar. Los padres sinodales dicen:

La nueva evangelización debe hacer esfuerzos para abordar los problemas importantes en relación con el matrimonio, en el caso de los divorciados y vueltos a casar, en la situación de sus hijos, el destino de los cónyuges abandonados, en las parejas que viven juntas sin casarse, y en la tendencia de la sociedad a redefinir el matrimonio.

La Iglesia con atención materna y espíritu evangélico, debe buscar las respuestas adecuadas a estas situaciones, siendo un aspecto importante de la nueva evangelización. Cada plan pastoral de evangelización también debe incluir una invitación respetuosa a todos los que viven solos, para que experimenten a Dios en la familia de la Iglesia (Lista final de las propuestas, nº 48).

Para estas parejas, en el Año Internacional de la Familia de 1994, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe emitió una Carta a los Obispos con expresa aprobación del Papa Juan Pablo II. El documento señala que podrían acceder a la comunión eucarística en determinados casos, los divorciados que se hallan en las siguientes condiciones:

  1. Cuando han sido abandonados del todo injustamente, a pesar de haberse esforzado sinceramente por salvar el anterior matrimonio.
  2. Cuando estuvieren convencidos de la nulidad del anterior matrimonio.
  3. Cuando ya hubieren recorrido un largo camino de reflexión y de penitencia.
  4. Cuando por motivos moralmente válidos no pudieran satisfacer la obligación de separarse.
  5. Y cuando los divorciados se entrevistan con un sacerdote experto, su eventual decisión de conciencia debería ser respetada por el sacerdote, sin que ello implicase una autorización oficial.

Son 5 situaciones especiales en las que hay motivos de peso para no poder separar el concubinato, una situación pastoral tolerante y benévola, para poder hacer justicia a las diversas situaciones de los divorciados vueltos a casar, mientras persiste la ilusión sana de recibir los frutos de la comunión.

Si la realidad es tan cruda, ¿quiere decir que no son de la Iglesia o nada pueden hacer en ella? Serían propuestas dislocadas. Son de la Iglesia como bautizados, y pueden realizar mucho bien en el seno de la Iglesia.

Nada les impide que fomenten en su interior verdaderos sentimientos de conversión, que ofrezcan el Sacrificio de la Misa, como adoración, alabanza y acción de gracias a Dios, que gusten del Sacrificio de Jesús como reparación de sus propios pecados, que puedan orar seriamente para conseguir la solución de su problema, que practiquen muchas y excelentes obras de misericordia, que enseñen a otros los caminos de la fe, que puedan colaborar con el complejo parroquial en iniciativas pastorales, que fomenten en sí mismos la lectura de la Biblia (cf. Juan Pablo II en su discurso a la XIII Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Familia, el 24 de enero de 1997).

Son muchas y útiles para sí y para otros las perspectivas que ofrece la colaboración de los divorciados, lo que deben es pensar, que no están expulsados de la Iglesia de Cristo, ni condenados de antemano por su situación y realidad.