María Auxiliadora

 

Es quizás una de las devociones más extendidas en el mundo entero, y eso porque los hijos de Don Bosco la llevaron hasta los confines del orbe: Desde la Patagonia hasta los rincones de Asia.

24/05/13 5:25 PM


No se nos podía olvidar hoy, 24 de mayo, la fiesta de María Auxiliadora. Crecí en un barrio donde había, y hay todavía, un colegio de Salesianos, y por lo tanto la devoción a María auxilio de los cristianos, según la imagen popularizada por don Bosco y sus hijos, es parte de la identidad del barrio. Muchos de los chicos y chicas de por allí han estudiado en el colegio de los Salesianos -yo no, mis padres me mandaron a los Agustinos- y algo les ha marcado: Serán más o menos practicantes en las cosas de la religión, mejores o peores personas, más o menos cercanos a Dios, pero casi todos llevan en el corazón a María Auxiliadora: Y un día como hoy vuelven al colegio para participar en alguna de las muchas Misas que hay o acompañar a la Virgen en la procesión de la tarde.

Es quizás una de las devociones más extendidas en el mundo entero, y eso porque los hijos de Don Bosco la llevaron hasta los confines del orbe: Desde la Patagonia hasta los rincones de Asia. Es una de las Congregaciones más numerosas de la Iglesia (por desgracia decayendo en España, pero todavía fuerte en otros países) y por donde pasan dejan grabada la devoción a María Auxiliadora en los corazones de los jóvenes. Que después éstos la guarden, es cosa diferente. No hay ningún colegio religioso en toda la Iglesia que consiga que sus ex-alumnos sean todos fervorosos católicos. Ni lo hubo ni lo habrá, como máximo puede haberlos con mejor o menor formación. No soy yo quien para juzgar si los salesianos trabajan bien o mal en este sentido, pero lo que sí está claro es que muchísimos de sus antiguos alumnos no se olvidan de María Auxiliadora.

No la inventó don Bosco esta fiesta ni esta devoción, pero contribuyó de modo fundamental a su devoción: Uno de los momentos más difíciles de la historia de la Iglesia en relación con el Estado, fue sin duda, la llamada «Cuestión de Roma y el Estado Pontificio». Luego de la segunda guerra de Italia el Estado Pontificio – como un estado independiente- parecía ser condenado a ser conquistado por el Reino de Italia. Los obispos de Umbría invitaban a los fieles a invocar a Dios por la intercesión de la Madre de Dios «Auxiliadora de los cristianos», recordando los orígenes de esta fiesta, que luego veremos. Un milagro sucedió en Spoleto en mayo de 1862 cuando la Virgen le había hablado a un niño de 5 años desde una antigua imagen de una iglesia destruida. Enseguida llegaron las peticiones de todos lados para su reconstrucción. Mons. Arnaldi en 1862 lanzó una idea de levantar un templo en el lugar del milagro, dando a la imagen el titulo de «Auxiliadora de los cristianos». Don Bosco leyó esta relación del obispo de Spoleto . En eso Don Bosco tuvo un sueño el día 30 de mayo: «Don Bosco vio la nave del Papa junto a dos columnas: una representaba la Eucaristía y la otra, a la Virgen Inmaculada con la inscripción de Auxilio de los Cristianos».

La advocación venía de lejos y la fiesta había sido declarada unos años antes. Eran tiempos duros para la Iglesia y la Virgen ayudó al Papa en uno de los peores momentos del pontificado, de ahí el recurso a dicha advocación cuando volvieron los momentos difíciles años después. La historia de la fiesta nos lleva al Papa Pío VII, un Papa débil prisionero de Napoleón Bonaparte, coronado Emperador. Lo recordamos tomando el artículo que sobre el tema escribió Rodolfo Vargas en mi blog sobre Historia de la Iglesia: Napoléon había ocupado en 1806 el Reino de Nápoles, expulsando a los Borbones y poniendo sobre el trono partenopeo a su hermano José. La flota inglesa, sin embargo, era todavía fuerte en el Mediterráneo. Al negarse Pío VII a sumarse al bloqueo continental contra la Gran Bretaña, dejando abiertos a sus barcos el puerto de Civitavecchia y los del Adriático, el emperador francés ordenó al general Miollis que ocupara Roma, en la que entraron sus fuerzas el 2 de febrero de 1808.

Mientras tanto, Francia invadía Portugal y de paso se apoderaba del trono español, que dio Napoleón a su hermano José, el cual dejó el trono de Nápoles a Murat, su cuñado. Austria, que se había levantado en armas nuevamente, fue vencida nuevamente en Essling. Desde Viena, el 27 de mayo de 1809 (cinco días después de esa batalla), el que ya era dueño de la situación en toda Europa, decretaba la anexión al Imperio Francés de los Estados de la Iglesia, declarando a Roma ciudad libre imperial y dejándosela al Papa como residencia. Pío VII reaccionó haciendo publicar, el 10 de julio, la bula Quam memorandum de excomunión contra los violadores de los derechos de la Iglesia. Se sucedieron graves desórdenes en la Ciudad Eterna y el general Miollis ordenó la captura del Pontífice, que se llevó a cabo la noche del 6 al 7 de julio, cuando tropas francesas al mando del general Radet invadieron el palacio papal del Quirinal. El papa Chiaramonti no quiso que se derramara la sangre de sus valientes defensores de la Guardia Suiza y se rindió a sus captores. Radet dispuso la salida inmediata de Roma de su augusto prisionero (que tuvo apenas tiempo de coger su breviario), acompañado del cardenal Bartolomeo Pacca, pro-secretario de Estado (en reemplazo del cardenal Consalvi, que se había exiliado en París por exigencia de Napoleón tres años antes).

El viaje fue un verdadero viacrucis para el enfermizo Pío VII, que había superado los 67 años. Al salir de Poggibonsi, cerca de Siena, volcó el carruaje, acabando en medio de aguas pantanosas de las que salieron a duras penas el Papa y su ministro, magullados por el accidente. Más tarde, se detuvieron un tiempo en la Cartuja de Florencia, pero al partir, el cardenal Pacca fue separado de su augusto señor y enviado al Piamonte por una vía distinta. A Pío VII lo llevaron hasta Sarzana donde fue embarcado con rumbo a la Liguria. Llegado que hubo al puerto de San Pier d’Arena en Génova, continuó el viaje por tierra por Alessandria y Turín hasta el Cenisio, donde se reunió con él el cardenal Pacca, para acompañarlo hasta Grenoble. Aquí los dos hombres de Dios volvieron a ser separados: Pacca fue llevado prisionero a la fortaleza de Fenestrelle (donde permaneció hasta 1813), mientras el Pontífice tuvo que seguir una accidentada e incoherente ruta que lo llevó por Valence en el Delfinado (la ciudad donde estuvo cautivo y murió Pío VI), Aviñón y Niza, hasta llegar a Savona a finales de año. Aquí recibió Pío VII las expresiones de fidelidad de la población, permaneciendo hasta 1812.

Napoleón quiso aprovechar el cautiverio del Papa para arrancarle inauditas concesiones que constituían graves atentados a la independencia de la Iglesia del poder civil. Quería, además, que se estableciese su sede en París, haciendo de la capital imperial también la del Catolicismo. Pío VII se resistió a tales pretensiones, a pesar que se le quiso forzar alejando de él a todos los prelados fieles y secuestrando su correspondencia. Napoléon quiso forzar las cosas convocando un concilio en París, al que asistieron 95 entre cardenales y prelados, que, ante su sorpresa, se declararon incompetentes para suplir la autoridad pontificia. El 6 de octubre de 1811, después de tres meses de estériles sesiones, el concilio parisino fue disuelto por un enfurecido emperador. El 27 de mayo de 1812, éste ordenaba, antes de partir para la campaña de Rusia, el traslado del Papa de Savona a Fontainebleau. La travesía de los Alpes casi le costó la vida, llegándosele a administrar la extremaunción y el viático. En el palacio renacentista de Francisco I pasó el resto de su cautividad. Pero en Rusia y en España empezó a cambiar la fortuna del águila rapaz.

El 19 de enero de 1813, Napoléon se entrevistó en Fontainebleau con Pío VII. Lo trató cordialmente, pero logró convencerlo de la necesidad de un nuevo concordato con mayores concesiones a la potestad temporal. Obtuvo la firma papal el 25 de enero y se apresuró a publicar el nuevo acuerdo. El Pontífice fue presa de grandes escrúpulos de conciencia, pero fue confortado y tranquilizado por el cardenal Pacca (al que se había autorizado a reunirse con Pío VII en vistas al concordato), que le aseguró que podía retractarse, lo cual efectivamente hizo en carta a Napoléon (que se hallaba en Alemania) el 14 de marzo siguiente. Los consejeros de éste le insistían para que rompiera definitivamente con Roma como Enrique VIII, pero no quiso hacerles caso.

En medio del tira y afloja entre el Papa y el Emperador de los Franceses, ocurrió la derrota de éste en la Batalla de Leipzig, llamada de las Naciones, del 16 al 19 de octubre. Pensando que el prisionero de Fontainebleau atraía sobre él las iras del cielo, ordenó inesperadamente su liberación el 23 de enero de 1814. En marzo el Papa partía de regreso a Roma en un viaje triunfal. Mientras tanto, el 20 de abril, en el mismo palacio que había servido de encierro a Pío VII, su antiguo carcelero firmaba el acta de abdicación de su corona imperial. El 24 de mayo de 1814, entraba en Roma su anciano y trabajado Obispo, siendo recibido entre lágrimas por su pueblo. En recuerdo de esta fecha instituyó la festividad de Santa María bajo la advocación de Auxilio de los Cristianos.

Tiempos difíciles aquellos para la Iglesia y para el Papa y María no dejó de auxiliar a los cristianos. Tiempos ahora también difíciles, por lo que esperamos que maría seguirá siendo Auxiliadora para nosotros

 

P. Alberto Royo Mejía, sacerdote