31.05.13

Eppur si muove - ¡Caray con la democracia eclesial!

A las 12:43 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Eppur si muove

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Perseverar en la fe es una realidad a la que nunca deberíamos dar de lado porque la tibieza está esperando cualquiera dejación nuestra para tomarnos al asalto.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Las cosas habrían sido de otra forma. Muy distintas y, a lo mejor, ninguno ahora diríamos que somos católicos sino, simplemente, algo de algo que no sabríamos cómo definir.

Cuando Jesús empezó su predicación y llegó el momento en el que tuvo que escoger a doce hombres para que fueran sus apóstoles no se dirigió a Dios en oración sino que reunió a sus vecinos, a los que conocía, a los más cercanos, y les dijo que era un momento importante y que entre todos iban a separar a unos hombres para que le siguieran más de cerca. Entonces, aunque de una forma rudimentaria, se preparó una votación y salieron doce nombres. No se oró nada de nada sino que bastó y sobró lo que unas personas, que no sabían seguramente ni lo que estaban haciendo, opinaban sobre esto.

Los nombres fueron los que fueron porque pudieron haber sido otros. El caso es que Jesús se quedó más que tranquilo porque no había recaído sobre su corazón la elección de tales doce hombres. Y aquel día se fue a dormir sabiendo que había hecho lo mejor para la humanidad y que no era orar al Padre para que lo iluminara en su elección sino dejar que una buena mayoría de personas decidiera sobre la voluntad del Creador.

Y así pasaron unos años más que buenos para aquellos elegidos. Eran buenos porque cada vez que el Maestro tenía que decidir si curaba o no a una persona no lo hacía porque supiera que aquella persona, que padecía una enfermedad o estaba poseía por uno o varios demonios, tuviera más o menos fe sino porque antes, algunos de sus apóstoles, que eran más mundanos que otra cosa y aún no eran capaces de entender qué hacían allí, creían que era bueno que Jesús curara al enfermo o endemoniado. Y Jesús, entonces, iba, oraba a Dios y lo curaba. Todo, como podemos ver, más que pensado para que nadie creyese que en aquella pequeña comunidad de hombres llamados apóstoles las decisiones las tomaba unilateralmente un hombre a quien tenían, por cierto, como el Hijo de Dios.

Y llegó el momento cumbre de todo este episodio de despropósitos.

Jesús quería compartir una cena, Él sabía que era la última que comería con aquellos hombres, doce, que libremente fueron escogidos por sus conocidos y vecinos. Y como también sabía lo que iba a pasar después de cenar no tuvo más remedio, las circunstancias así le obligaban, que preguntar a los que allí comían, que si era oportuno o no que los jefes de los judíos lo prendiesen, lo juzgasen de forma ilegal y luego, entre unas cosas y otras y de ir de Herodes a Pilato, lo colgasen en una cruz y lo matasen.

Ya pueden ustedes imaginar la que se armó en aquella casa, al parecer del padre de Marcos. Que eso no podía ser, que hasta dónde íbamos a llegar. Incluso uno de ellos, elegido por los pelos por sus vecinos y que se llamaba Pedro, le dijo allí mismo que iría con Él hasta… vamos, hasta el fin del mundo. Y Jesús se atrevió a decirle, sin previa consulta a los allí reunidos, que no se pasara tres pueblos y ni siquiera uno porque antes de que el gallo cantara (forma rural de despertase en aquellos tiempos) no es que lo hubiera negado una vez sino que lo habría negado tres veces.

Todos se quedaron estupefactos. Aquel hombre, el Maestro, se atrevía a decidir por Él solo lo que tenía que pasar. Es más, luego diría que escogía a Pedro, que lo había traicionado de lo lindo y con reincidencia, para que fuera quien guiase a su Iglesia. ¡Vamos, hombre, lo decidió él solo!

Sin embargo, el caso es que aquel hombre, que decía que la vida la daba él mismo porque quería (y sin votación ni nada de los allí presentes) se entregó a una muerte bárbara y cruel y, luego, se atrevió a resucitar como había profetizado. La verdad, no sé hasta donde podía llegar el hijo del carpintero…

¿Se imaginan ustedes si todo lo aquí escrito hubiera sido cierto en cuanto a determinadas decisiones divinas?

Pues resulta que hay algunos por ahí que quieren que la Iglesia católica sea más democrática. Seguramente quieren que a la hora de que un Papa decida escribir, por ejemplo, una encíclica, pregunte antes a los fieles cuál es el tema que prefieren o que, por ejemplo, cuando se tenga que decidir sobre la excomunión de algún teólogo díscolo no se apliquen las normas al efecto sino que se pregunte si es bastante moderno o no y que si, a lo mejor, un poco de heterodoxia tampoco viene mal…

Y es que en algo que se llama “Fòrum Alsina” hablan de “la calificación de la cultura democrática como excelente signo del tiempo”. Y esto tiene mucho que ver con lo que muchos creen acerca de que la Esposa de Cristo tiene que avenirse a los tiempos en los que vive y que, por eso, ni valen doctrinas ni dogmas ni nada de nada. Sólo lo que vaya con los tiempos. Y, claro, la democracia es lo que ahora mola y conviene seguir y, claro, se sigue y a otra cosa.

Y dicen que esto supone un gran reto para el Papa Francisco. Esperan que, según algunos gestos que ha hecho, tenga entre ceja y ceja democratizar el Vaticano, la Iglesia católica y todo lo que se le ponga por delante.

Además, sostienen “que no haya nombramientos impuestos desde arriba, sino elegidos y que los cargos y las prebendas estén realmente al servicio de la comunidad” porque deben creer que un sistema democrático (a lo mejor tan corrupto como el que ahora impera en el mundo) es lo mejor para la Iglesia católica.

A lo mejor es que no se dan cuenta que la voluntad de Dios no es nada democrática y que es la que es porque Dios quiere que sea, sin intervenciones de sus criaturas que, a lo mejor, hubieran preferido otro mundo mejor que el que tienen. Claro que, entonces, no tenían que haber pecado, precisamente, contra Dios, y traído la muerte al mundo.

¡Eso sí que fue democracia y decisión contra Dios!

Eleuterio Fernández Guzmán