5.06.13

Por favor, Jorge, reza por mí

A las 1:25 PM, por Jorge
Categorías : Sin categorías

 

Miguel y yo fuimos compañeros de escuela de pueblo. Escuela unitaria, se decía, donde en una única clase nos juntábamos cincuenta chavalotes de distintas edades, bajo el mando y la vara de un maestro, mientras la estufa, alimentada por tomillos que cogíamos a la salida, nos obsequiaba periódicamente con una nube de humo capaz de impregnar nuestra ropa para una semana y hacernos llorar como si hubiéramos perdido todas las bolas del guá.

Un maestro, de los de verdad, al que hemos querido con locura y total reconocimiento, que se apañaba como podía para meter cuatro cosas bien dispuestas en nuestras cabezas bajo la máxima de “oveja que bala, bocado que pierde y gorgorito que casca” (gorgorito era el palo que se movía entre nosotros y causaba el lógico respeto). He de decir que ninguno de los alumnos de D. Adolfo nos hemos sentido especialmente humillados ni vejados por gorgorito, que todos probamos en más de una ocasión, que no nos vemos con demasiados traumas, y que aprendimos bastante.

Hoy estoy pasando la mañana en el pueblo. Cosas del cuarto mandamiento que me trae al menos un par de veces por semana al lado de mi madre, que a sus casi noventa y nueve años mantiene una mente lúcida en un cuerpo fragilísimo.

A lo que iba, que me pierdo. Pues que esta mañana me he encontrado por la calle con Miguel. Lo que tiene el pueblo. En un par de ratos te haces todas las gestiones que en Madrid te llevan la mañana: el banco, cortarte el pelo, comprar el periódico, la papelería…

Hombre, ¿qué tal, cómo te va todo? Bien, y tú por Madrid, ¿te va bien, estás bien? Pues sí… y hoy ya ves, dando una vueltecita por el pueblo. Una conversación de lo más intrascendente. Hasta que Miguel, se pone serio y me dice: ¿puedo pedirte un favor? Claro, lo que sea… Que alguna vez te acuerdes de rezar por mí.

Me he quedado de piedra porque este amigo no es de los que frecuenten la iglesia ni es especialmente piadoso. Por eso le he dicho que si ocurría algo. Pues no, está todo bien, pero quiere que rece.

Curioso lo de esta gente que pudiera parecer alejada de Dios. Suele pasar en ocasiones que lo que no tienen es “costumbre” de ir a la Iglesia, pero hay una fe que late en el corazón. No es la primera vez que me ocurre algo así. Personas que tienen su fe, que creen con fuerza, pero que un día dejaron la Iglesia y ahora casi no saben ni cómo volver. Saben que no lo están haciendo bien, tanto que no se atreven ni a rezar. Por eso acuden al sacerdote o a ese amigo de confianza pidiendo su intercesión: tú que tendrás influencias allá arriba, tú que vas a la iglesia. Ya les digo siempre que recen ellos, que acudan a la iglesia otra vez, pero… hazlo tú por mí, por favor.

¿Qué haces? Yo sé lo que voy a hacer. Esta noche, cuando llegue a Madrid, colocaré a mi amigo Miguel ante el Santísimo, y le pediré que le enseñe a rezar y que poco a poco le devuelva a la Iglesia. No sé si esto es lo que Miguel pensaba, pero yo sé que es lo que Dios quiere.